Los adictos maquínicos
LOS ADICTOS MAQUÍNICOS Félix Guattari*
Este texto de Félix Guattari es parte de la bibliografia de las dos próximas y últimas sesiones del taller "Impostura una respuesta subjetiva ¿A qué responde? en las fechas del viernes 24/02, sábado 25/02/2017 , los interesados en asistir y contribuir en los gastos escribir a : sladogna@gmail.com
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Traducción:
Carlos Enrique Restrepo
Habría que partir de una definición
amplia de la droga; las adicciones, para mí, son todos los mecanismos de producción
de subjetividad “maquínica”, todo lo que contribuye a proporcionar el sentimiento de pertenecer a algo, de estar
en alguna parte; y también al sentimiento de olvidarse. Los aspectos
existenciales de lo que yo llamo las experiencias de drogas
maquínicas no son fácilmente detectables; sólo percibimos su superficie
visible a través de ciertas prácticas como el esquí de fondo, los vuelos
ultralivianos, el rock, los videoclips, toda esta clase de cosas. Pero el
alcance subjetivo de estas adicciones no está
necesariamente en relación con la práctica
en cuestión… Es el funcionamiento de
conjunto lo que interesa.
El ejemplo de Japón, considerado a
gran escala, es significativo. Los japoneses se ajustan a una estructura
arcaica, digamos más bien, pseudo-arcaica. Esta es la contraparte de sus
adicciones maquínicas para que la sociedad no se haga trizas… Ellos
reestructuran una territorialidad feudal a partir de la tradición, perpetuando
la condición alienada de la mujer, entregándose a trabajos repetitivos entre
máquinas… Estas son también conductas para posicionarse subjetivamente, o a fin
de cuentas, no exactamente “para”, pero el resultado es ese: ¡que funcione! Los
japoneses estructuran su universo, ordenan sus afectos en la proliferación y el
desorden de las máquinas, aferrándose a sus referencias arcaicas. Pero, antes
que nada, están locos por las máquinas, por adicciones maquínicas.
¿Sabían ustedes, por ejemplo, que la mitad de las personas que escalan el Himalaya son japoneses? Adicción.
Droga. ¿Se trata acaso de una simple
analogía? Parece que, según las investigaciones más recientes, no es del todo una metáfora. Los dolores repetidos, algunas actividades
bastantes “agarradoras”, incitan al cerebro a secretar hormonas, las endorfinas, drogas mucho más “duras”
que la morfina. ¿Acaso por ese medio no se llega a una autointoxicación? En La
Borde, he observado hasta qué punto
los anoréxicos se asemejan a los drogados. La misma
mala fe, la misma forma de
tomarle a uno el pelo prometiendo
detenerse…
La anorexia es una adicción mayor.
También el sadomasoquismo. Y cualquier otra pasión
exclusiva que provoque descargas de endorfina. Uno se “droga” con la estridencia del rock; con la fatiga, con la falta de sueño, como Kafka; o golpeándose la cabeza contra el suelo, como los niños
autistas. Con la excitación, el
frío, los movimientos repetitivos, el trabajo forzado, el esfuerzo deportivo,
el miedo. ¡Descender esquiando una pendiente vertical, efectivamente transforma
los datos de la personalidad!
Una manera de fabricarse, de
encarnarse personalmente, mientras el fondo de la imagen existencial permanece difuso. Lo repito, el resultado de la
adicción y su representación social son susceptibles de ser
completamente desplazadas. La adicción pone en juego procesos que escapan radicalmente a la conciencia, al individuo, produce
transformaciones biológicas de las cuales el individuo
experimenta confusamente –aunque de manera intensa– su necesidad. La “máquina-
droga” puede desencadenar el éxtasis colectivo, la gregariedad opresiva; no por
ello constituye menos una respuesta a
una pulsión individual. Lo mismo ocurre
con las adicciones menores: el sujeto que regresa a su casa hecho
pedazos, extenuado tras una jornada agotadora, y que pulsa mecánicamente el
control de su televisor. Este es otro medio de
reterritorialización personal por medios totalmente artificiales. Estos
fenómenos de la adicción contemporánea
me parecen, pues, ambiguos. Hay dos
entradas: la repetición, la güevonada, como en el caso de la monomanía de los flippers o en la intoxicación de los
videojuegos. Y también la intervención
del proceso “maquínico”, que no es baladí y nunca es ingenua. Hay un
Eros maquínico. Sí, los jóvenes
japoneses, saturados, se suicidan a la salida
del colegio; sí, miles de hombres,
desde las 6:00 a.m., repiten en coro los
movimientos del golf en un parqueadero de cemento; sí, jóvenes obreros duermen en pabellones y renuncian a sus
vacaciones… ¡Chiflados por las máquinas!
Pero, a pesar de todo, hay en Japón una
especie de democracia del deseo, incluso en la
empresa. Una especie de equilibrio. ¿A
causa de la adicción?
Entre nosotros, las adicciones maquínicas funcionan más
bien en el sentido de un retorno a lo individual; pero parecen sin embargo
indispensables para la estabilización
subjetiva de las sociedades industriales, sobre todo en los momentos de mayor competitividad. ¡Si uno no tiene al
menos esta compensación, no tiene
nada! Está llevado… La subjetividad maquínica molecular permite ser creativo,
sin importar en qué dominio. Créanlo. ¡Los jóvenes italianos, más bien desestructurados políticamente
después del hundimiento de los
movimientos contestatarios, no
hacen otra cosa! ¡Arreglándoselas cada
uno como pueda! Una sociedad que no fuese
capaz de tolerar, de manejar sus adicciones perdería su vigor. Sería aplastada.
Es preciso que ella se articule,
quiéralo o no, al aparente desorden de las adicciones, incluso y sobre todo de
las que dan la impresión de ser escapatorias improductivas. Los
norteamericanos son los campeones de las adicciones: tienen miles, las inventan
todos los días. Y les sale muy bien. A los rusos, por el contrario, no les queda
sino la adicción al antiguo
bolchevismo… Es la subjetividad
“maquínica” la que engendra grandes
ímpetus como Silicon Valley.
¿Y en Francia? La sociedad francesa no está irremediablemente perdida. Los
franceses no son más idiotas que otros,
ni más pobres en libido. Pero no están
“a la moda”. Las superestructuras
sociales son, por así decir, más bien molares. Apenas si hay entre nosotros
instituciones que dejen lugar a los procesos de
proliferación “maquínica”. Francia, se lo repite
hasta el hartazgo, representa la tradición,
el Mediterráneo, los inmortales principios de esto o de aquello. Y en el momento en que el planeta está siendo
atravesado por mutaciones fantásticas, vemos con malos ojos las grandes adicciones “maquínicas”.
La explosión universal está “out”.
¿Los Juegos Olímpicos? Y el Centro Pompidou, que al comienzo tuvo su gracia, se
ha quedado atascado con sus sucesivas exposiciones permanentes y relativamente
parásitas. En suma, es la anti-adicción. ¿Se pretende japonizar a Francia
enviando las delegaciones a Tokio? Eso es verdaderamente gracioso… ¡Fuera la
endorfina!
Parece que Francia no ha tenido un buen comienzo. Tampoco
Europa. Los procesos “maquínicos” exigen tal vez
grandes espacios, un gran mercado o una gran potencia real, como en la antigüedad. Y/o también, como lo sugiere Braudel, una concentración de
medios semiológicos, monetarios, intelectuales, un capital de saber. New York,
Chicago, California con toda América
detrás. O Ámsterdam en el siglo XVII. Solamente eso posibilitaría entidades
viables. ¡Las megamáquinas!
Aquí la adicción corresponde al club
más o menos privado, no es más que un escampadero. La gente se subjetiviza, se
rehacen territorios existenciales con sus adicciones. ¡Pero la
complementariedad entre las máquinas y esta clase de escampaderos no está
garantizada! Si la adicción falla, si
fracasa, hay implosión. Existe
un umbral crítico. Si no se desemboca en un
proyecto social, en una gran empresa a
la japonesa, en una movilidad a la americana, pereceremos. Por ejemplo Van Gogh, Artaud. El proceso
“maquínico” del cual no pudieron
salir los destruyó. ¡Cual verdaderos adictos! ¿Mi existencia arrastrada a un
proceso de singularización? ¡Perfecto! Pero si se detiene, listo, se acabó, la catástrofe es inminente. Falta de
perspectivas, de una salida micropolítica. Hay que existir “en” el proceso. ¡La repetición vacía de la adicción, eso es terrible! Cuando uno
se da cuenta de eso, cuando uno termina por decirse: “no era nada…”. La
contracultura de los años sesenta, el tercermundismo, el marxismo-leninismo, el rock: son muchas las adicciones que han hecho más
daño cuando se tornaron caducas…
Esto es o el hundimiento lamentable, o
la creación de universos insólitos. Las formaciones subjetivas minuciosamente
trabajadas por las adicciones pueden relanzar el movimiento, o por el
contrario, hacerlo extinguir lentamente. Detrás de todo esto, hay posibilidades
de creación, de transformación de la vida, de revoluciones científicas,
económicas, incluso estéticas. Horizontes nuevos, o nada. No pienso aquí en las
viejas cantinelas sobre la espontaneidad como factor de creación. ¡Absurdo!
Sino en la inmensa empresa de estratificación, de serialización que oprime a
nuestras sociedades, en la que acechan formaciones subjetivas aptas para volver
a lanzar la potencia del proceso y para promover el reino de las singularidades
mutantes, de las nuevas minorías. Los sectores visibles de adicción no deberían
ser defensas de territorios conquistados; los cristales residuales que
constituyen las adicciones maquínicas podrían atravesar el planeta entero,
reanimarlo, relanzarlo. Una sociedad aprisionada a tal punto tendrá que
habérselas con esto, o perecerá.
* “Les défoncés machiniques”. Conversaciones
recopiladas por Jean-Fancis Held. Les nouvelles, entre el 12 y el 18 de abril
de 1984.
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