Marx ¿Elogio de la delincuencia profesional?
Karl Marx Concepción apologética de la productividad de todas las
profesiones. Escrito entre 1860 y 1862 se editó postumamente, a modo de
apéndice en “Teorías de las plusvalías”
El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el
profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más
de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el
conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponemos a muchos prejuicios.
El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal
y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre
esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor
lanza al mercado sus lecciones como una “mercancía”.
Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la
fruición privada que, según nos hace ver, un testigo competente, el señor
profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la
administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y,
a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras
tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes
capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de
satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos inventos
mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a gran número de
honrados artesanos.
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras
veces trágica, según los casos, prestando con ello un “servicio” al movimiento
de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales
de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de
los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso
tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de
Schiller, sino incluso el Edipo [de Sófocles] y el Ricardo III [de
Shakespeare]. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la
vida burguesa. La preserva así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese
desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría.
Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga al mercado de
trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la
competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja
del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra
parte de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como
una de esas “compensaciones” naturales que contribuyen a restablecer el
equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas “útiles” de trabajo.
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo
como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los
cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese
ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su
actual refina-miento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio
no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase
Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química
práctica, debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y
al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para
atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de
defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la
invención de máquinas. Y, abandonando ahora al campo del delito privado,
¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a crearse nunca el mercado
mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones? ¿Y no es el árbol del pecado,
al mismo tiempo y desde Adán, el árbol del conocimiento? Ya Mandeville, en su
“Fable of the Bees” (1705) había demostrado la productividad de todos los posibles
oficios, etc., poniendo de manifiesto en general la tendencia de toda esta
argumentación:
“Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el
natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base
firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin
excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a
partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente,
si es que no perece completamente.”
“Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el
natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base
firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin
excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a
partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente,
si es que no perece completamente.”
Lo que ocurre es que Mandeville era, naturalmente, mucho más,
infinitamente más audaz y más honrado que los apologistas filisteos de la
sociedad burguesa.
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