ENEMIGOS ÍNTIMOS Correspondencia entre Thomas Bernhard y Unseld,
Thomas Bernhard fue uno de los
escritores más preocupados por eludir los facilismos y las comodidades de la
institución literaria, pero de todas formas se preocupó siempre por la
circulación y el destino de sus libros, exigiendo máximo rigor a los editores.
Así lo demuestra su intercambio de correspondencia, al borde siempre del
amor-odio, relación llena también de humor e ironía, con Siegfried Unseld,
máximo responsable de la editorial alemana Suhrkamp. Intercambiaron más de
quinientas cartas entre 1961, cuando el escritor austríaco empezó a publicar
allí, y 1989, año de su muerte. Ahora se publica una compilación y selección de
la Correspondencia entre Bernhard y Unseld, una pieza dramática testimonio de
amistad, lucidez y desesperación, por Paula Pérez Alonso
¿Habrá sido su condición física,
siempre vulnerable, lo que lo lanzó a tomar riesgos, a eludir lo seguro, a
redoblar la apuesta? La primera vez que leí a Thomas Bernhard sentí que se
abría ante mí una huella de la que no podía volver, solo quería seguir leyendo
en esa incomodidad conmovedora. ¿Cómo era que textos escritos con una
perspectiva tan sombría podían producir la emoción y la luminosidad más
extremas? El impacto extraño de estar ante aquello que uno anda buscando: lo
nuevo y único; la imposibilidad de identificarlo, una convulsión. Aquello a lo
que Kafka aspiraba: una letra que cortara como una daga. Alguien que escribía
sin puntos aparte, sin pausas, sin temor a quedarse sin aliento, lograba un
ritmo y una excitación, la famosa musicalidad, con el encabalgamiento de frases
largas que dejan huecos de información, una sintaxis compleja e hipnótica que
se va animando y no afloja, muerde y golpea y produce una adicción medio
frenética.
La Correspondencia de Thomas
Bernhard y su editor, Siegfried Unseld, escrita entre 1961 y la muerte de
Benhard, en 1989, es una pieza dramática que muestra el juego de amor-odio de
una relación siempre al borde del quiebre, como no puede ser de otro modo si se
trata de T. B.
Cuando Bernhard publica su primer
libro con Unseld –el respetado editor de Suhrkamp–, viene de la frustración que
el director de Fischer Verlag le ha provocado al rechazarle todos sus
manuscritos, después de publicarle dos libros de poemas. Bernhard no se achica,
su convicción acerca de lo que quiere escribir y publicar y de lo que es bueno
es arrasadora. Desde el primer momento Bernhard maneja la escritura, la
publicación y difusión de sus libros no como una “carrera” sino como una obra
de la que tiene la máxima convicción. La construye, la modula, la hace pública,
espera que sea traducida y reconocida.
INFORMACION CLASIFICADA
Como ha sido en todas sus
relaciones, Bernhard plantea con Unseld una tensión que más adelante reconocerá
necesaria para funcionar en el mundo, una resistencia que él siempre vence
(“Nunca se está suficientemente en contra”, dice). Empieza por pedirle un
préstamo de 40.000 marcos a la editorial para arreglar una granja en ruinas que
ha comprado en Ohlsdorf (ése será su hogar en Austria); según sus mismas
palabras, lo “chantajea”. Unseld accede y lo descuenta del anticipo que le
pagará por Trastorno. Pero la novela vende 1500 ejemplares en un año y, ante un
editor prolijo que espera que los anticipos sean recuperados con las ventas, Bernhard
se ofrece a hacer trabajo editorial, lecturas, para saldar su deuda.
Sorprendente. La publicación de Trastorno empezó con una discusión sobre el
título que duró meses: Unseld lo objeta, lo encuentra poco comercial “¿Quién
comprará un libro con la palabra trastorno en la tapa?”, pero Bernhard no cede.
Dice que escribir lo que quiere escribir lo hace enormemente feliz, que es lo
único que quiere, no espera otra cosa de la vida pero sí le exige a la
editorial que esté a su altura: él produce obras de teatro y novelas a un ritmo
constante y su prestigio y reconocimiento son cada vez mayores; todo lo que
dice transmite una pasión y un deleite inigualables, ¡no sufre! Se deleita.
En sus cartas confía a Unseld sus
propósitos serios y ambiciosos, pero lo apremia a que invierta más en
publicidad y difusión; él reconoce en sí mismo una veta de comerciante, no
quiere fracasar en ese aspecto, asume que son socios y va por todo. (Aquí
también se siente su vitalidad, que rehúye el reposo.) En su defensa, Unseld le
cuenta que Beckett, “el primero de todos los autores en Suhrkamp Verlag”,
agradece que lo publiquen aunque sus libros vendan poco, no exige nada... ni se
queja. Y para reforzar su argumento copia en una carta de 1968: “Molloy
(publicado en 1954), 1554 ejemplares vendidos, Malone (publicado en 1958) 1632
ejemplares vendidos, El innombrable (publ 1959) 1467 ejemplares vendidos, Cómo
es (publicado 1961) 873, Obras dramáticas 1 + 2 (publ 1963 + 1964) 1366 + 1176
ej vend.”. Imaginemos a Unseld pidiendo esta información al Departamento de
Derechos, copiándola en una carta para develar ¡las liquidaciones de otro
autor! Una infidencia, un golpe bajo. Y agrega: “Piense en un caso con el que
realmente podría compararse: Kafka. De su primer libro, en el primer año de publicación,
no se vendieron más de 300 ejemplares”.
Sin embargo, Bernhard no acusa
recibo, está convencido de que su ferocidad puede vender; además, sospecha lo
peor de las intenciones del editor de teatro en Suhrkamp, Rudolf Rach, lo acusa
de actuar como un enemigo, de “crear una atmósfera antibernhard en Nueva York”,
donde sus piezas podrían conocerse, su falta de entendimiento lo perjudica.
¿Esto es paranoia de T. B. o, efectivamente, Rach, un editor al que sólo le
interesan las “obras entretenidas”, es la persona menos indicada para
entusiasmar a nadie sobre sus comedias de la muerte?
Bernhard se desespera, pero
modula su ira porque nunca pierde el humor (en el sentido en que los ingleses
le dan a humour y los griegos a humor), su gran aliado. Lo que se lee en sus
cartas es su inteligencia y la ironía, como parte de la concepción trágica de
que todo es un juego. La condición de futilidad debe ser tomada con humor.
Pensemos que Bernhard es alguien
que enfermó de los pulmones a los 16 años y hasta los 22 estuvo internado en
hospitales de tuberculosos durante largas temporadas, en muchos momentos debe
haber sentido la muerte como algo más que cercano. Esta edición de su
intercambio epistolar arranca con una conciencia tajante, al recibir el premio
Bremen por Helada, su primera novela: “Estamos en el horrible territorio de la
historia entera. Estamos asustados, y asustados concretamente como material
monstruoso del hombre nuevo... y del conocimiento de la naturaleza y de la
renovación de la naturaleza; todos juntos no hemos sido en los últimos
cincuenta años más que un solo dolor; ese dolor hoy es lo que somos; ese dolor
es nuestra condición mental”. ¿Qué se podía escribir después de la Primera
Guerra Mundial y de la Segunda? La palabra perdía peso día a día pero todavía
gravitaba, mucho más que ahora.
ENCUENTROS DEL ESCRITOR Y EL
EDITOR
No escribe después de nadie ni
contra nadie, escribe a su modo, de la única forma que puede y quiere hacerlo,
con la conciencia de que es única. Ese es su cuerpo. Se propone “explorar algo
inexplorable”. De sus contemporáneos sólo admira a Beckett, sigue leyendo a
Voltaire. Suhrkamp, además de
Beckett y Kafka, publica a Grass, Handke, Frisch, Boll, a Ingeborg Bachmann y a
Martin Walser. Pero Bernhard no frecuenta a otros escritores (hizo un
esfuerzo al principio), desde sus 30 años prefiere la soledad. Aunque para
escribir no necesita recluirse: le gusta sentarse en los cafés de Palma o
Madrid, Roma, Amsterdam o Split –allí ha escrito libros enteros, lugares donde
no entiende el idioma– y oírlos sin comprender, como si fuera una música o un
arrullo. Le gusta la severidad de España, más que la ligereza que percibe en
Italia. Cuando es invitado por Unseld a participar de un festival en honor a
Walser o celebrar alguna ocasión en la que sabe encontrará a Handke, no avisa
que no irá pero nunca aparece (Handke en un reportaje había dicho que a los 25
admiraba a Bernhard, “era un santo laico”, pero lo que hacía ahora no era
literatura, trabajaba “con los prejuicios, con una sugestión enorme”); los
tiene en cuenta sólo cuando mortifica al editor, al comparar el despliegue
comercial en difusión y marketing que hace la editorial con estos otros
autores. “¿Por qué clase de escritorzuelo me toma?”, lo presiona para que
mejore la apuesta con él, o al menos la iguale. Lo pone contra las cuerdas y
uno imagina que cuando relee la carta, antes de ponerla en el correo, se ríe.
“Me pregunta por quién lo tomo.
Bueno, honesta y sinceramente, por un escritor de gran clase, por un escritor
que ha escrito cosas importantes y que escribirá...”, le contesta, literal,
Unseld.
Diez años después, siguen igual:
“Nuestra conversación fue más o menos insatisfactoria pero debe haber esas
conversaciones. Fundamentalmente, no nos entendemos... Podría continuar mi
camino totalmente solo”. (¿Cómo sería hoy con el mail, sin los dos tiempos de
la carta manuscrita enviada por correo? Sería lo mismo.) Propone encuentros en
terreno “neutral” que permitan conversar y acordar en sus términos –Bernhard,
un desconfiado natural, celoso de su obra, está atento a las sutiles
ambigüedades o giros del lenguaje de los contratos–, y en esas instancias, cada
vez que se encuentran, se suben al cuadrilátero. Unseld se prepara, escucha,
negocia, cuida los números, lee y espera con verdadero interés sus manuscritos.
Lleva un for the record, anotaciones tipo diario en las que va consignando
todos los encuentros, y –aclara el editor de este libro al incluirlas en largas
notas al pie– no lo hace con todos los autores, sólo con él. Unseld, como Bioy
después de cada encuentro con Borges, se propone que quede un registro de un
intercambio con un personaje fundamental de la literatura. Años más tarde
publicará un libro sobre la relación entre el escritor y el editor y se lo
dedicará a Bernhard. Unseld, un hombre culto, ha soportado con paciencia que
Bernhard publicara algunos títulos con la editorial Residenz pero confía en que
cumplirá su palabra de llevar todos sus libros a Suhrkamp; sin embargo, en
1982, sin aviso, la quinta edición de los Relatos autobiográficos vuelven a
salir por la editorial de Salzburgo.
Una relación de treinta años que
termina con el editor desbordado por la frustración: “No puedo más”. El
escritor contesta: “Si, como dice su telegrama, ‘no puedo más’, bórreme de su
editorial y de su memoria...”.
El loco de Bernhard, el
intempestivo, el exaltado, llega al final de su vida con total conciencia de
que le queda muy poco tiempo, pero casi parece aceptarlo: tiene la certeza de
que ha hecho lo que ha querido, ha logrado lo máximo en su arte, que es toda su
vida, una misma manifestación.
Correspondencia. Thomas Bernhard
Siegfried Unseld Cómplices editorial 394 páginas
En los años setenta se queja de
lo poco que son traducidos los autores alemanes en Estados Unidos, una década
más tarde es uno de los más traducidos. Si Bernhard supiera que hoy es parte de
un programa extracurricular en la Universidad de Columbia llamado “Peripheral
Writers”, junto con Borges, Clarice Lispector y Wole Soyinka, se reiría. En el
último encuentro con Unseld, dos semanas antes de morir, le cuenta que a
finales de diciembre encontró a Max Frisch en el aeropuerto de Málaga. Frisch
tenía un aspecto muy raro, vestido entre vagabundo y pescador, arrastraba una
canasta que Bernhard se ofreció a llevar sin sospechar lo pesada que era
(probablemente botellas de vino). Ese esfuerzo había sido superior a sus
fuerzas. Frisch le preguntó cuándo se estrenaría Heldenplatz (Plaza de héroes),
porque en ese rato de espera había estado leyendo las primeras páginas. Heldenplatz
se había estrenado el mes anterior con un enorme escándalo en Viena. Su
director-fetiche, Claus Peymann, se la había encargado por el centenario del
Burgtheater y para recordar el medio siglo desde el Anschluss de Austria a la
Alemania nazi, en 1938, tras el discurso que Hitler ofreció en la Heldenplatz
vienesa. Bernhard siempre había alzado su voz contra el gobierno de Austria y
los austríacos por su simpatía por el nacionalsocialismo y justamente la puesta
en escena de ese conflicto fue su último acto público. Ahora estaba en su hora
mortis, pero Frisch tenía un aspecto horrible y no había registrado el
acontecimiento del año. “¿Quién tenía que llevar del brazo a quién?”
En el obituario que dos semanas
después Unseld escribe para Die Press se reconcilia y le hace justicia: “La
vida de esa persona encantadora fue un ejercicio en la cuerda floja, apuntaba a
lo total y lo perfecto, sabiendo que lo total y lo perfecto no era soportable”.
No hay comentarios: