Jean Allouch: Avergonzados
Avergonzados
Jean Allouch
Traducción: Graciela Graham
El 23 de noviembre de 2003, en París, la École Lacanienne de
Psychanalyse (ELP) y la asociación Caritig (Centro de Ayuda, de Investigación y
de Información sobre la Transexualidad y la Identidad de Género) propusieron, a
los miembros de sus comunidades respectivas, una jornada centrada sobre dos
cuestiones conexas: “¿Los psi son transfóbicos?” y “¿Lesbianas, gays, bi, trans
el mismo combate?” Fue al menos en Francia, la primera vez que se juntaron
psicoanalistas y trans en una misma sala y en una misma tribuna. Hasta entonces
los psicoanalistas hablaban de los transexuales (no haber tenido ninguna clase
de encuentro no les resultaba molesto para escribir a propósito de ellos); esta
vez: hablaron con ellos. El debate fue abierto por la reciente traducción al francés
de Sex Changes (Le mouvement transgenre, changer de sexe, París Epel, 2003) una
de las numerosas obras de P. Califia, autor prolífico que escribió tres
colecciones de nouvelles: Macho Sluts, No Mercy. Melting Point, firmado como
Patricia Califia, tortillera (gouine) cuir.Luego, bajo el nombre de Pat
Califia: Public Sexe, una serie de textos sobre el sexo radical, de Diesel
Fuel, una colección de poesías y de Sensous Magic, un manual S/M para parejas
aventureras y, en fin, bajo el nombre de Patrick Califia otro Sex Change. Es
también autor de una colección de artículos titulados Speaking Sex to Power (se
habrá captado que es un blanco muy accesible en Google).
Ahora bien los lacanianos, sin embargo, extensamente
convocados ese día y siendo tan abiertos al otro -¿no es cierto?- (hasta el
punto de admitir dos, sin dificultad) se distinguieron en la ocasión por una
abstención caracterizada, que tenía todo el aire de un noli me tangere.
Por lo que a mí concierne, la pregunta se formulaba así
“¿Tenía yo la legitimidad para presidir una de las dos sesiones?” Esa pregunta
me venía de lejos, exactamente… de Argentina. En efecto mientras daba un
seminario en Córdoba, uno de los participantes creyó poder darme en mano una
fotocopia de Sex Changes. Concluí que yo era considerado susceptible, en razón
de las palabras que había sostenido, de recibir ese regalo notable. Esa persona
ha nacido con una malformación congénita médicamente designada como Síndrome de
Rokitanski, sin cavidad vaginal y sin útero, pero con una vulva y con
caracteres sexuales secundarios bien característicos. Siendo adolescente, su
padre consultó a los médicos especialistas, que consultaron a su vez la opinión
de una psi, que desde lo alto de su saber, zanjó: ella era una niña, y que se
le sea dicho. Solamente que, he aquí que ella se sabía un muchacho -lo que fue
seguido por una fuertemente dolorosa y reiterada cirugía-. Pregunta: ¿un
psicoanalista está fundamentado para decretar cuál es el género (gender) de
alguien? ¿De significar a alguien y a su entorno cuál es su posición en la
erótica? ¿A jugar al experto? La respuesta es no y eso concierne a todos y a
cada uno. Un psicoanálisis no identifica en un género, si él identifica así, no
es un psicoanálisis. Dicho de otra manera: el objeto causa de deseo no se
presta a ser representado.
Ese experto, lo preciso ahora, era lacaniano. Su toma de
partido compromete a todos y cada uno de los pertenecientes a la misma
comunidad. Testimonia que el psicoanálisis lacaniano no ha sabido sostener su
lugar respecto del transexualismo. ¿Sostener su lugar? Eso quiere decir
mantenerse radicalmente fuera de la medicina y fuera de la pastoral.
La obra de Patrick Califia pone las cosas a la orden del día
y no deja de reseñar ciertos relatos donde los psi intervienen no menos
intempestivamente que en el caso citado más arriba. Puede ser leída como una
lista de horrores cometidos por los psi. El Dr. Harry Benjamin, del que diré
más adelante a qué posición sirvió su coraje, a un herético como Lacan y que
como él rozó la interdicción de batallar contra los psi, y esto desde 1953
(Califia, ob. cit., p. 29), el año del “Discurso de Roma”. Sin embargo durante
medio siglo, no hemos visto acontecer nada, pero nada. Una tal ceguera vale
como falta, pero una falta tanto más caracterizada del lado de los lacanianos
que no cesan de hacerse gárgaras con la ética. A menudo se preguntan por qué
Epel (Ediciones y Publicaciones de la École Lacanienne) publica en Francia a
Leo Bersani, Vernon Rosario, Judith Butler, David Halperin, Lynda Hart, Mark
Jordan, Jonathan Katz, Elisabeth Ladenson, Gayle Rubin, John Winkler; por qué
la revista L ‘Unbevue, toma las posiciones que se saben (o mejor dicho que no
se saben). Respuesta: para que, al fin, el movimiento lacaniano cese de ser
insensible a lo que le es contemporáneo en la erótica. El tiempo dirá qué parte
de ilusión vehiculiza semejante apuesta.
Dejo aquí a aquellos que han sufrido los daños señalados de
la pastoral lacaniana, la ambigua felicidad de caracterizar como “transfóbicos”
a aquellos que han cometido esos daños. Es una provisoria alegría; es cierto,
devolverle al mal entendedor su horripilante medicina, de alegremente imitar al
pastor médico que él habrá sido. Es entonces ahora su turno de ser
diagnosticado. Pero “transfóbico” ¿qué quiere decir? Para responder
prolonguemos el gesto, metámonos en la teoría en lo que ella ofrece de más
plano, ella viene a indicar que ese experto fóbico no está castrado. De la
castración, los transexuales, ellos conocen… Tener que soportar senos, cuando
se es un FtM (female to male), un pene cuando se es MtF (male to female) es
estar imaginariamente castrado. “Imaginariamente” no quiere decir que no
cuenta, ¿no es cierto?
El traductor al francés de Sex Changes es FtM. El azar ha
querido que uno de nuestros encuentros haya tenido lugar justo después de la
operación que lo liberaba de sus senos (estaba prevista luego una
vaginoplastía). Entonces me saltó a la cara, en Patrick Ythier (se trata de él)
ese día una felicidad tan radiante, que no me quedó más que darme cuenta de que
jamás había visto tal cosa en ningún psicoanalista lacaniano. Yo tuve entonces
una vergüenza, una vergüenza de Jacques-Marie Lacan, quien recibiendo a un
transexual para su presentación de enfermos, tuvo palabras que no desearía
reproducir, vergüenza de mí mismo por haber tornado tan tarde la posición que
aquí digo, vergüenza del movimiento freudiano. No, yo no tenía la legitimidad
para presidir la primera sesión de un coloquio que reunía trans y
psicoanalistas, eso estaba claro.
David Halperin cuenta esta ocurrencia: luego de haber
festejado alegremente la gay-pride, los gays se encuentran y se dicen: “Bueno,
ya es suficiente, ahora, es el gran tiempo de volverse vergonzosos” Ha
organizado recientemente, en Ann Arbar donde enseña, un importante coloquio
sobre la gay shame de la que se espera su próxima publicación.
¿Pero qué ha pasado para que hayamos llegado los psicoanalistas
allí, para que los psicoanalistas se encuentren en tan desastrosa posición? La
frase decisiva de Harry Benjamin se encuentra en la página 53 de la obra de Pat
Califia: “¿Si por caridad o en nombre del buen sentido, no podemos modificar la
convicción (de que hay error sobre el sexo) para adaptarlo al cuerpo no
deberíamos, en ciertas circunstancias, modificar el cuerpo para adaptarlo a la
convicción?” Que yo sepa, nadie afirma que así se encuentren resueltas todas
las cuestiones planteadas por los transgéneros. Pero tampoco nadie puede dudar
de que la vía así abierta ha aportado a los trans un alivio, cuya medida exacta
es dada a contrario, por el grado de encierro en el cual los psi los mantienen,
sobretodo llamándolos psicóticos (y eso continúa).
Según mi experiencia es felizmente rarísimo, entre los
lacanianos, hacer de un analizante, cuando se habla de éste públicamente (sí,
se lo hace ¿pero con qué beneficio? o ¿en provecho de quién?), el objeto de
mofa o de burla general. Es, sin embargo, lo que aconteció en esa poca
afortunada presentación de enfermos que evocaba más arriba. Eso debería haber
alertado. Alertado ¿sobre qué? Sobre el hecho de que es toda la empresa llamada
“psicopatología” la que se encuentra de este modo recusada. Todo pasó como si
Jacques-Marie Lacan hubiera olvidado su ternario, y gracias a ese olvido, salió
de su bolsillo la vieja “realidad”, la misma que su ternario recusaba. Y las
cosas siguieron su curso. ¿No fue bello, en efecto? Freud, tratándose de
psicosis, había hablado de “pérdida de realidad”, y he aquí alguien en quien
esa pérdida de realidad aparecía de la manera más patente, alguien que,
digámoslo, no quiere saber nada de la realidad de su género tal como lo
determina “necesariamente” su cuerpo propio. Tenemos regocijada el alma de
Freud y nuestra teoría confirmada. Se deja de lado fácilmente que en otra
parte, sin que incluso lo sepamos, gracias a Dios, se pagarán los platos rotos,
se pagará el precio.
La psicopatología como la psiquiatría, se funda sobre “el poder
que detenta la medicina de decidir el estado de la salud mental de un
individuo” (1). Ya en 1954, en su introducción a la obra de Ludwing Binswanger,
Le Revue de l’existence, Michel Foucault denunciaba la propensión de los
psiquiatras a “considerar la enfermedad como un proceso objetivo y al enfermo
como una cosa inerte donde se desarrolla el proceso” (2). Por poco que a la luz
de esos señalamientos se relean los clásicos de esas dos disciplinas y también
de un buen número de textos “psicoanalíticos” se revelará hasta qué punto (y en
qué punto estratégico las opiniones sostenidas) el término “proceso” e incluso
“desarrollo” hacen su aparición en forma reiterada. Esto llega a veces a
convertirse en un verdadero tic de lenguaje. Es como si la discusión del
problema del “proceso” tratado por Lacan en su tesis (3), como si el paso de
costado que fue operado entonces con relación al proceso no hubiera producido
prácticamente ninguna consecuencia. Ese paso al costado debía conducir a Lacan
a Freud (donde florecía sin embargo el “proceso psíquico”). El proceso es una
de las cuestiones gracias a las cuales alguien se permite saber qué es la salud
mental de otro. Si el psicoanálisis tiene un interés, un alcance, una
incidencia, en una palabra una especificidad, no puede ser otro que el de
abstenerse radicalmente de ejercer ese poder sobre el que se fundan la
psiquiatría y la psicopatología Al psicoanalista se le otorga un poder que no
ejerce, salvo si abandona su función de psicoanalista.
Ahora bien “el transexualismo” (aquellos que están
frontalmente concernidos prefieren hoy hablar de “transgénero”
-transgender,transgenderism-) ofrece al psicoanalista una irrefutable prueba de
su extravío en la psicopatología. Otro “prejuicio” de esta disciplina con la
que los psicoanalistas flirtean, sin incluso saber por qué, es que a cada
“estructura” clínica (como se las llama) corresponde una cierta configuración
libidinal, una cierta manera de posicionarse de la libido de estos individuos,
así categorizados. Eso será, entonces, verdadero para los neuróticos (se
enseña, castración), para los perversos (se enseña, denegación), para los
psicóticos (forclusión). Y los transexuales se alojarán, con algunos matices
diferentes en el caso de los psicóticos. Todo está entonces de lo mejor y en el
mejor de los mundos clasificatorios. Sin-embargo aparece una objeción, ¿cuál?
Consiste en el hecho de que aquel que quiere atravesar la barrera de los
géneros, construida culturalmente y convertirse en lo que él/ella es, a saber
un hombre, una mujer, puede desearlo con una intención muy diferente que otro
que sin embargo, emprende el mismo camino. Se puede querer cambiar de sexo para
al fin poder asumirse como gay (FtM), lesbiana (MtF), bi (FtM,MtF), hétero en
el sentido de ser buen papá (FtM) o buena mamá (MtF). Se dice que esto ha
sucedido. Dicho de otra manera, y en esto precisamente reside la objeción, en
esto reside la lección que, saco de esta variedad, el cambio de sexo, tal como
lo problematizan los trans, no tiene nada que ver con los emplazamientos de la
libido. Por consecuencia se admitirá que el transexualismo no podrá ser en
ninguna ocasión una categoría psicopatológica. Es de otra cosa que se trata.
¿De qué? Usemos la palabra: ontología, de una manera de abordar la pregunta
“¿Quién soy?”, o aun, según la última enseñanza de Foucault, “de tener cuidado
de sí”.
No puedo concluir mejor que dejándole la palabra a Pat
Califia, en una de sus instructivas anécdotas, que él sabe relatar tan bien:
“Romper los prejuicios es el trabajo de toda una vida. Recientemente tuve una
experiencia muy instructiva. He descubierto que una de las damas que
frecuentaba desde hace largo tiempo, era transgénero. Ese descubrimiento, me
dio pena, pues me gusta creer que mi sistema ‘radar’ localiza bien tanto a los trans,
como a los gays. Ella no tenía la intención de mentirme: pensaba que yo ya lo
sabía. Dado todo lo que había hecho para informarme sobre la transexualidad,
pensé que eso no haría ninguna diferencia. Pero me encontré sorprendida (en
femenino, este relato es del tiempo en que Patrick era Patricia) al mirarla de
forma diferente. De pronto sus manos me parecían demasiado grandes, su nariz
rara, ¿y qué decir de la nuez de Adán? ¿No tenía una voz un poco grave para una
mujer? ¿No era terriblemente autoritaria, exactamente como un hombre? ¡Y, mi
Dios qué peludos eran sus antebrazos! Cuando me sorprendí pensando esto, reí
aunque había un poco de tristeza en mi risa. La transfobia es muy difícil de
erradicar. El género no es solamente un problema teórico o político. De todos
los temas ‘personales entonces políticos’, este es el más personal de todos. El
miedo a los transexuales está en cada uno directamente ligado al miedo a su
‘yo’ de sexo opuesto”.
El siguiente artículo fue publicado en el Periódico Imago
Agenda. Nº 93, septiembre 2005 Pág. 3, 4 y 17.
(1) Michel Foucault “Le monde est une grand asile”, en Dits
et Ecrits, Galimard, París,1994.
(2) París, Desclée de Brower, 1954. p 104. Ver también Dits
et Ecrits. Debo alrecuerdo de esas dos referencias Jacques Lagranges,
“Situación del curso” en Michel Foucault. El poder psiquiátrico, Curso en el
Collage de France 1973-74, FCE, Buenos, Aires, 2004.
(3) Discusión que mantuve a mi turno en Marguerite, ou
l’Aimée de Lacan, 2da edición, Epel, 2003.
Comentarios:
- J.Allouch hace referencia a la presentación de enfermos.
Ver caso Corinne, 27 de febrero de 1976.
- En relación a este artículo, Allouch remarcó: “No necesito
clasificar gente” (UBA conferencia del 26-10-05) Insistió, también, en que los
analistas no leíamos a Michel Foucault, tal vez porque no estaba indicado. No
obstante, sugería adentrarse en la lectura del autor, puntualmente, y en esta
conferencia citada, nos reenvió a “El poder psiquiátrico”
Adenda:
Hoy, vuelvo a suscribir las tesis de este texto:
el análisis no guarda relación alguna, no hay relación con la psicopatología.
Reitero algo ya formulado: el predominio del "orden" simbólico
impulsado por Jacques Lacan, con gran éxito en el público...del
psico...análisis colaboró en mantener o peor en acercar el análisis a la
medicina y a las clasificaciones. Conviene indicar esos conceptos que fueron
acabados, entre otros, por el mismo Lacan; esas "desviaciones"
teóricas no provienen de los OVNIS sino de formulaciones hoy acabadas. Quizás, ahora si están las condiciones para
leer en México, en otros lugares de lengua castellana y hasta quizás en Europa
-lo dudo un poco- la apertura avant la lettre efectuada en la desaparecida
revista "artefacto", una revista de la elp que se editó en México,
donde se avanzaron estos temas desde 1989 hasta su último número en el año
2001. Alberto Sladogna
Alberto, gracias por hacer circular este texto… Permite hacer nuevas conexiones con los textos de Deleuze y Guattari que el taller conducido por usted, nos ha llevado a re-conocer. Sí, lo “trans” nos toca a todos por la relación con lo Abierto que pone en acto, y el (psico)análisis y los analistas habremos de aprender a reconocer también y acoger esa relación en nuestro hacer diario, quizás como lo único que le permita tener alguna consistencia y un lugar en la cultura contemporánea.
ResponderEliminarMaría Gutiérrez: es muy pertinente su observación en varios sentidos. Quizás se puede avanzar más a partir de ciertas señales y observaciones que se hicieron en México entre 1989 y el 2001. Llama la atención ,por ejemplo, que si mal no recuerdo la actividad que hace varios años atrás se hizo en Guadalajara con el documental "Muxes" salvo quienes asistieron ese documental de una teoría y una experiencia nueva no ha despertado por lo menos la curiosidad e investigación entre los analistas de habla castellana (lengua del colonizador) o española (lengua del conquistador) Incluso cuando Sladogna lo presentó en París en una reunión de la elp no despertó curiosidad salvo pre...juicios teóricos ¿A qué deberá ese activo desconocimiento?
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