Bordamos por la paz, los nudos de Jacques Lacan…por María Gutiérrez Zuñiga



Bordamos por la paz, los nudos de Jacques Lacan…**
*por María Gutiérrez Zuñiga, psicoanalista, Guadalajara, México

Hace unas semanas […], llegó una niña delgada, de cabello largo y oscuro. Tenía unos 11 años. La niña se bajó de su bicicleta color rosa para leer los bordados. Se acercó y me dijo que ahí estaba el pañuelo dedicado a su papá. Me preguntó si le podía dar un pañuelo, porque ella quería escribirle algo. La niña se lo llevó. Aún no sabemos qué bordó. Yo creo que un domingo de estos regresará para enseñarnos lo que le escribió a su papá. El padre de esa niña fue una de las 26 personas asesinadas en noviembre de 2011, y cuyos cuerpos fueron abandonados en la Glorieta Arcos del Milenio, en Guadalajara, Jalisco.Testimonio  de Teresa Sordo Vilchis[2]

La ruta del nudo, Lacan…

Jacques Lacan, en su Seminario oral de 1974-2975, Real, simbólico,  imaginario, en la sesión del 17 de diciembre de 1975, hace cita a una singular recomendación de René Descartes, el autor de ese aforismo que marcó un hito en la cultura de Occidente: Pienso, luego existo. Se trataba de una de sus Reglas para la dirección del espíritu:

…como todos los espíritus no son igualmente llevados a descubrir espontáneamente las cosas por sus propias fuerzas, … no hay que ocuparse inmediatamente de las cosas más difíciles y arduas, sino que hay que profundizar ante todo las artes menos importantes y más simples, sobre todo aquéllas donde el orden reina más, como son las de los artesanos que hacen tela o tapices, o las de las mujeres que bordan o hacen encaje, así como todas las combinaciones de los números y todas las operaciones que se relacionan con la aritmética y otras cosas semejantes.

Lacan agrega enseguida:

No hay la menor sospecha de que al decir esto, Descartes haya tenido el sentimiento de que hay una relación entre la aritmética y el hecho de que las mujeres hacen encaje, incluso que los tapiceros hacen nudos. Jamás en todos los casos, él se ocupó menos que nadie en el mundo de los nudos. Fue preciso estar ya bastante avanzados en el siglo XX para que se esbozara algo que pueda llamarse teoría de los nudos.

Efectivamente, se trataba de una indicación de Descartes que podía advertirse estaba basada solamente en una intuición:[3] la búsqueda del saber humano, por más elevada tarea intelectual que se la considerara, para el común de la gente podía partir de ciertos savoir-faire artesanales, estimados en “poca cosa”. Entonces, había que retomar esas zonas elementales de la  actividad social en las que se jugaba el contar, y particularmente tejer y bordar, o lo que es lo mismo, hacer diversas modalidades de nudos. Significativamente, esto implicaba volver la mirada y el interés hacia las labores en las que se producen esas prendas textiles que son tan cercanas a la vida cotidiana y  al cuerpo, tanto por su modo de uso,  como -sobre todo antaño- por su modo de fabricación.[4]

¡Vaya paradójica curiosidad! ¿Cómo entender que se recomendara a quienes decidían aventurarse en el espiritual trayecto de la reflexión filosófica, un retorno a esa simplicidad propia de cierto tipo de trabajo con la materia? Lo que podemos saber ciertamente, es que  Jacques Lacan se había dejado orientar por ello a través de ese seminario de RSI y en adelante en su enseñanza, pero sobre todo, en la operación de su práctica como analista; la producción de nudos no sólo le permitirá dar cuenta del hacer del análisis, sino que será ese hacer mismo.
Efectivamente, en tanto la experiencia humana se le revelaba como el constante desbordamiento de los registros simbólico e imaginario, se hacía necesario hacer lugar a ese otro registro constituyente también de la experiencia e irreductible, que era del orden de “lo impensable”: el real. Éste mismo era lo que aparecía tratando de hacerse reconocer y escuchar a través del malestar y el sufrimiento de ese ser que, -a decir de Lacan en el citado seminario- en cuanto que: habla está siempre en alguna parte, mal situado, entre dos y tres dimensiones.[5] Quepa decir entonces que el sujeto -en acuerdo con lo que marca la etimología presente en su nombre mismo: “sometido”, “atado”- no era una mónada, una unidad, sino más bien un punto móvil, resultado de una cierta relación y articulación a unas coordenadas o referencias que no le serían inherentes; era por tanto, un nudo inestable, que no se producía de una vez por todas y para siempre…

Lacan propuso específicamente que el abordaje del real propio de la experiencia humana y de un análisis, implicaba operar con un determinado tipo de nudo, el llamado “borromeo”,[6] en base a su característica de lograr articular efectivamente un mínimo de tres elementos en juego, que en su caso eran los registros: real, simbólico e imaginario. En la sesión del 14 de enero de 1975 afirmará: Todo abordaje del real está tejido para nosotros por el número. […] el real en tanto que se anuda […] al imaginario y el simbólico. Y el 17 de diciembre de 1974, dirá lo siguiente: El nudo borromeo es una escritura. Esta escritura soporta un real. ¿El real puede, pues, soportarse de una escritura? Pero sí, y diré más –del real no hay otra idea sensible que la que da la escritura, el trazo escrito.

Como se podrá notar, lo que estaba proponiendo implicaba que no se trataba de una mera abstracción hipotética y sin mayores consecuencias. Al menos dos observaciones de Lacan apuntan precisamente en esa dirección: a) el nudo tiene una consistencia  que es real, eso que hacía las veces de cuerda o de hilo en que el nudo se sostiene, y además, b) no es posible concebir al nudo como un producto al margen de quien lo hace. De esa manera, elaborar esos nudos no remitía a la creación de una especie de metáforas o modelos a escala con respecto, por ejemplo, a la situación de vivencias que se plantean difíciles y enigmáticas para un sujeto determinado, a las que éste intenta incorporar a una trama de sentido que las haga soportables. Antes bien, al contrario, abordar el real, -que es decir intentar anudarlo- tiene un carácter performativo, de acto que produce efectos tanto en ese real, como en el sujeto en cuestión, en la línea de una historización de su propia experiencia, a través de la cual quedarían entrelazadas e indistinguibles esas dimensiones que la ciencia ha pretendido mantener separadas: “lo interno y lo externo”, “lo subjetivo y lo objetivo”, “lo privado y lo social”.

De modo que, para cada uno de nosotros, dependientes absolutos del lenguaje, ex–sistir sería un constante trabajo de tejer sobre y debajo de esa “densidad” del real, abriéndole agujeros al traspasarla con el instrumento-punzón -aguja y cuerda-, que es el orden propio del número y la letra –la palabra-, creando bordes en ella, bordando aquello que no cesaría nunca de buscar escribirse, decirse...

Finalmente, Lacan daría un paso más que será fundamental en esta línea de su formulación, al situar en el vacío central producido por la consistencia del nudo borromeo, un objeto residual y al mismo tiempo crucial en tanto motor de la ex-istencia humana: el objeto a causa de deseo…[7] Intentar aprehender el real, era un entonces un abordaje que daba lugar a un sujeto que se orientaría en la vida por un deseo.[8]

Una propuesta posible frente a la experiencia de decenas de miles de muertos y desaparecidos en México: ¿a bordar? Donde hacer  el duelo es hacer una política del duelo que se anuda en un pañuelo, en cada pañuelo.

Bordamos, tal vez, porque unas manos pueden transformar las cosas y necesitamos transformarlas en cosas bellas porque ya muchas manos trabajan en hacer lo detestable, lo innombrable, lo incomprensible.
Teresa Sordo Vilchis.

Pensadores de la época contemporánea en que vivimos, como Benjamin, Arendt, Agamben, Dufour, coinciden en plantear cómo la modernidad y la posmodernidad han destruido a su paso formas ancestrales de relación y convivencia entre los seres humanos que permitían orientar y dar significados compartidos a las vicisitudes de la experiencia, formas de colectividad a través de las cuales se construían y ejercían determinadas maneras de encarar el malestar en la cultura, en la lucha cotidiana por hacer vivible y honorable la vida singular de cada quien.[9]

La contundencia de lo expuesto por dichos autores se revela, por ejemplo, al considerar cierto ángulo de la complejidad que ofrece la realidad mexicana que nos concierne. Se trata de las decenas de miles de casos -que han venido sucediendo en los últimos años y que continúan en aumento- de desaparición y muerte de mujeres y hombres, niños y niñas bajo circunstancias de violencia, ya sea como crímenes aparentemente aislados y no organizados, o bien sistemáticos y organizados, e incluso resultado de la misma organización e implementación de la “guerra gubernamental contra el crimen y el narcotráfico”. En efecto, el combate emprendido por parte de las autoridades  mexicanas contra estos delitos, se encuentra en un verdadero atolladero al considerar dichas víctimas ubicuamente: tanto como el argumento que supuestamente origina, justifica y legitima esa guerra, como también “los daños colaterales naturales e inevitables” de la misma.  No obstante, la cuestión es que esa “cruzada” implementada por el régimen del presidente Felipe Calderón que se ha propuesto “acabar con el mal”, plantea una efectividad discursiva tal, que termina paradójica e irremediablemente por llevar a cabo una gradual, pero también radical banalización del mal,[10] prescribiéndola como “el modo de resolución del mal que el otro nos hace”, y que por cierto, vemos expandir constantemente no sólo en el propio modus operandi del crimen organizado, sino también en los frecuentes, violentos pasajes al acto efectuados por ciudadano(a)s, en contra de otros o bien, de sí mismos, como parte de su imposibilidad para encontrar otras maneras de hacer frente a las vicisitudes de las pasiones y miserias propias de su actual condición humana.[11]
Tales hechos de pérdida de vidas humanas, de pérdida de seres que además, dejan constantemente a quienes los amaron y tuvieron algún tipo de lazo directo con ellos, y de alguna forma también a todos los que nos está tocando presenciarlas, ante varias formas de deslocalización de sí, “mal situados” -de acuerdo a la recién planteada expresión de Lacan-, en una nación, una sociedad que, de facto ha dejado de prometer verdaderamente y garantizar una vida vivible para quienes nacen y habitan en ellas… ¿Cómo encontrar un lugar viable para esas formas de experiencia? ¿Cómo -por otra parte- encontrar el propio lugar en el mundo entre la densidad y la sombra de estas últimas?

La cuestión propuesta a través del parágrafo anterior en relación a los nudos de la enseñanza de Lacan, marcan una senda posible en dirección a la localización y producción de intersticios u orificios a través de los cuales se efectúa la escritura de algo, al tiempo que la apertura de caminos para hacer frente y transitar en lo que aparece como una realidad des-bordante. Me parece que algo de este orden está en juego precisamente en un proyecto reciente que ha emergido desde la sociedad civil en varias ciudades de nuestro país y, que hace eco a otras iniciativas semejantes particularmente en Latinoamérica, en la línea de hacer saber los hechos descritos de violencia que han cobrado tan numerosas víctimas. Trataré de explicarme a partir del relato breve de mi propia experiencia de encuentro con dicho proyecto, nombrado: “Bordamos por la paz”, cuya labor consiste en convocar a la población en general a bordar pañuelos, en cada uno de los cuales se hace una breve crónica –previa y debidamente documentada por una instancia a cargo- del asesinato o desaparición de una persona determinada. Uno a uno de los pañuelos ya bordados son exhibidos públicamente, como un recuento que va dando fe de lo que está ocurriendo.

Una mañana soleada de domingo en este pasado mes de octubre, acudí junto con algunas personas cercanas a mí al Parque Rojo, punto clave de reunión en la llamada “Vía recreactiva” en esta ciudad de Guadalajara. Entre una multitud que iba y venía a pie, en patines o bicicleta, en un lugar bajo la sombra de viejos y grandes árboles, visualicé un tendido de pañuelos blancos con textos bordados, que cercaba a un grupo de bordadores y bordadoras citadinos, maduros unos, otros jóvenes y pequeños también que, bastidor y aguja en mano, -unos con destreza, y otros aprendiendo con esmero- conversaban entre sí animadamente.  Estando nosotros ahí, no quisimos hacer otra cosa que pedir un pañuelo para bordar también. Me sorprendió recibir una tela en la que se había escrito el relato escueto del asesinato de un hombre anónimo, ocurrido el año pasado. Pregunté por qué no había un nombre, y me explicaron lo que ciertamente, todos sabemos: en un gran número de casos de decesos por violencia, no son dados conocer con sus respectivos nombres y apellidos, por parte de las noticias de los medios masivos de comunicación. O sea que, además de haberles sido arrebatada la vida, tales hechos se difundían socialmente como si en realidad no fuera a haber nadie en particular que faltara, a quien se le fuera a extrañar, ni tampoco nadie que los fuese a llorar. De esa forma por lo pronto, la realización de la condición elemental de muerte humana se ve impedida, quedando cual azarosos acontecimientos o fluctuaciones de la nuda vida -desprovista de toda cualificación-,[12] que hacen aparecer como si no hubiera por qué ni cómo “pagar” la deuda social que, por otra parte, la muerte violenta de una persona establece.
Esos pañuelos que nos fueron entregados como un encargo importante que valía la pena cumplir, de facto abrían un orificio en tal situación, pues eran la posibilidad inédita de efectuar un gesto mínimo dedicado a ese “alguien”, un intento póstumo de regresarle algo de su condición de miembro de la humanidad, independientemente de cualquier averiguación acerca de si su muerte tuvo o no qué ver con su eventual vinculación con el crimen organizado o el narcotráfico, o si, como dicen algunos: “se la buscó”, o no. Por fortuna, a ese respecto permanecíamos libres de esa responsabilidad acaso propia de un Dios o acaso de un juez.

Al comenzar a bordar -con la torpeza propia de muchos años de no ejercitar ese delicioso quehacer, o bien de no haberlo descubierto nunca antes-, esos pedazos de tela nueva nos atraparon. Era como si los hilos que les íbamos entretejiendo para darle vida a los textos en ellos inscritos, cadenciosa y silenciosamente nos fueran lazando también a nosotros, haciéndonos testigos de la historia que éstos contaban. Lo supe claramente a partir de una frase que irrumpió de una joven que bordaba a mi lado en ese momento: Creo que bordar no sólo es pensar o escribir acerca del que ha muerto o se encuentra desaparecido, es repasar puntada a puntada el hecho de su ausencia y metértelo en el cuerpo …

Pero a pesar de lo trágico inevitablemente presente en esta experiencia, no estábamos tristes, sino impactados y sin entender bien el alcance de lo que estaba sucediendo a través de ese hacer en el que recién nos hacíamos partícipes; un hacer que era completamente novedoso y que producía en ese momento un efecto semejante a lo que establece el dicho tradicional acerca de la relación entre “coser y cantar”. Sólo podría decir que, sin duda, todo ello producía una mezcla extraña, pues había el anhelo o presentimiento de estar redactando quizás un primer epitafio para una  lápida aún por erigir a alguien; o previamente aún, que le decíamos que cuenta e importa, dándole una despedida, diciéndole  adiós con un pañuelo, a la vieja usanza, con esa pequeña prenda bordada a mano que  solía acompañar a nuestros antepasados y servía para secar las lágrimas o limpiarse la cara de sudor y agobios, pero también para llevarla con orgullo en la bolsa o la solapa.[13] En resumidas cuentas, era bosquejar un espacio germinal de duelo y humanización posible de pérdidas de personas, ahí donde las condiciones de una sociedad como la nuestra parecerían vedarlas. Pero, al mismo tiempo también, sucedía que estábamos ahí, una pequeña comunidad que a plena luz del día en la ciudad manifestábamos en acto, bordando un desacuerdo,  negándonos a un olvido[14] que es piedra angular de la naturalización de la violencia y la muerte, y aspirando y exigiendo pacíficamente un país que no busque respuestas a sus problemas en el exterminio.

¿Acaso nos dice algo la manera en que toda esta humanizadora posibilidad de hacer en la polis se articula precisamente alrededor del pañuelo -objeto sin encanto y desechable en la vida contemporánea- y su bordado, lo que finalmente le devuelve a esta prenda algo de su antigua dignidad? ¡Ah, Lacan…!

@mariaguzu@gmail.com.
[1] Aparecido en El Universal digital, del domingo 29 de julio de 2012, Sección “Estados”. Teresa Sordo Vilchis es una de las iniciadoras del movimiento “Bordamos por la paz”, en Guadalajara, Jal.
[2] Evidentemente inscrita dentro de una cierta visión histórica del mundo, particularmente relativa a una división jerárquica de las actividades humanas, establecida a partir de categorías como las de clase y género. El planteamiento de Hannah Arendt propondría que se trata de la estratificación entre labor, trabajo y acción. Arendt, H. La condición humana. Paidós, Buenos Aires, 2005.
[3] Se hace referencia a las telas y tejidos que cubren los cuerpos y las casas, los cuales, antiguamente eran elaborados manualmente, o bien con la ayuda de ciertas herramientas, de uno por uno; pero, que en la actualidad, por lo general son producidos en serie por sofisticadas maquinarias, mediante una mínima intervención humana.
[4] Lacan, J. Seminario oral Real, simbólico, imaginario, sesión del 14 de enero de 1975.
[5] Efectivamente, los nombrados “nudos  borromeos” tienen como rasgo principal tener una consistencia de un mínimo de tres redondeles o “toros”, cuyo entrelazamiento es tal que el desanudamiento de uno de éstos, es suficiente para soltar los otros restantes.
[6] Puesto que una vez que el hombre –en un sentido universal- fue habitado por la palabra, extravió para siempre el objeto del instinto animal.
[7] Este planteamiento es de alguna manera confirmado por una frase que la destacada bailarina y coreógrafa alemana, Pina Bausch (1940 – 2009), les decía a sus discípulos: “Bailen, bailen, de lo contrario estamos perdidos…”
[8] Nadie puede negar que la condición posmoderna ha traído, a partir de la globalización y de la vigencia del régimen de mercado neoliberal, una profusión de otras ofertas de sentido existencial “a la medida de cada quien”, de tan largo alcance y rapidez que se asemejan a la ubicuidad divina, así como también accesibles, ágiles y multiplicados modos de reagrupamiento en las actuales sociedades de masas. Sin embargo, las transformaciones socioculturales operadas a través de estos procesos plantean modificaciones sustantivas que no permiten sostener la ilusión de una supuesta equivalencia sustitutiva en cuanto a su “propia eficacia” para establecer lazos sociales en la actualidad. Muchos datos de experiencia recabados apuntan a señalar que, al menos, la cuota a pagar por estos cambios operados tiene que ver con otorgar a las relaciones entre personas cierto carácter efímero, muchas veces literalmente virtual, y exasperantemente intercambiable.
[9] Banalidad del mal introducida por Hannah Arendt en su texto: Eichmann en Jerusalem (1963).
[10] Y para muestra, un botón. El día de ayer precisamente, fue dada a conocer la noticia lamentable del asesinato ocurrido en este estado de Jalisco, de una joven de 25 años en avanzado estado de embarazo, al ser acribillada por un hombre que presuntamente era “su pareja”. Éste último, decidiría “salvar” de tal ajuste de cuentas a un niño pequeño –puede suponerse que se trataba de un hijo de ellos-, llevándoselo y depositándolo con unos familiares, para luego emprender la huída.
[11] Término acuñado por Giorgio Agamben, relativo a una política de la vida, concebida ésta y reducida a su más básica expresión, de acuerdo a una visión científica que abstrae la condición por la cual, humanos, animales y plantas son organismos equiparables.
[12] Esta imagen simbólica del pañuelo abunda sobre la idea que escuché provenía de Teresa Sordo, respecto del pañuelo bordado como una prenda de amor.
[13] También Penélope tejía para hacer saber que no olvidaba a su amado ausente.

1 comentario:

  1. Gracias por compartirnos esta sabiduría artesanal que hace posible un mundo que le da lugar al ser humano, al dolor, a cada persona que se va, a la esperanza....

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