Jean Allouch, Gracias Mousthapha,14 de enero de 2014
Una piraña ediciones realizó una coedición con artefactos. Cuadernos de notas del libro de Jean Allouch ¿Lacan?¡qué me importa!, traducción a cargo de Marcos Esnal. En ese libro Jean Allouch escribió "Gracias, Moustapha" Ambas editoriales dan a conocer ese artículo con motivo de la muerte de Moustapha Safouan el 7 de noviembre del 2020.
Gracias Moustapha[1]
Para empezar, tres flashes, tres pequeñas vueltas a una época que dejamos atrás y que fueron mis primeras noticias de Moustapha Safouan.
Primer acontecimiento: estoy en la sala de espera de Lacan, algunos minutos más tarde lo está Safouan, de quien aún no sabía el nombre, esperando el momento de lo que yo no sabía tampoco, que era su control. Lacan se presenta bajo el marco de la puerta e invita a… Safouan. Habiendo transcurrido tantas veces la cosa, no pude sino sacar la conclusión de que a los ojos de Lacan algunos eran persona grata, otros no. Hay, de hecho, un elitismo en Lacan, como en Platón y muchos otros, sobre lo cual no queremos (casi) extendernos.
Segundo acontecimiento: durante reuniones de la École Freudienne asistí, junto con los otros presentes, a muchas discusiones movidas entre Safouan y Leclaire. Leclaire ponía sobre la mesa proposiciones no ortodoxas que, como lector de Lacan, yo juzgaba inadecuadas (por ejemplo, su objeto pequeño a’) mientras que, casi siempre, aprobaba los dichos de Safouan. Siempre, cuando luego Lacan tomaba la palabra, lo hacía, cada vez, o casi siempre, para darle la razón a Leclaire (pero jamás, no hay duda, a su a’).
Tercer acontecimiento que también se repitió. Una amiga, Muriel Drazien y yo estamos en control de a dos en lo de Safouan, calle Guénégaud. Muriel habla de un caso, hago algunos señalamientos, gracias a lo cual no le queda otra cosa por hacer a Safouan, que permanecer en silencio y guardarse nuestro dinero. El dinero pagaba un silencio así, le había dicho un día Lacan.
Pero vengamos a nuestra reunión de hoy, posible gracias a nuestros anfitriones, la librería Tschann, a quienes agradezco en nombre de todos los que estamos aquí por su iniciativa. ¿Cómo se gestó? El 9 de diciembre pasado, Alain Vanier me escribió:
—Moustapha quiere que le planteemos preguntas. Un anhelo así, al cual me presto con ganas de tratar de satisfacerlo, no es poco. Posiciona a Safouan y a sus anunciados interlocutores de una cierta forma: a cada uno de nosotros tres las preguntas, a él las respuestas. No se tratará entonces de hacer escuchar a Safouan, y tampoco a ustedes, un elogio crítico de su libro, sino más bien de avanzar a partir de esa obra, dejándola, un poco, detrás de nosotros. Y es entonces sobre ese libro que voy a apoyarme para plantearle tres preguntas.
Antes, les quiero decir algo: recibí ese libro con entusiasmo, al punto de proponer enseguida a mi editor en Argentina que lo publique en cuanto pueda –lo que será hecho. Me ha permitido darme cuenta como nunca antes que la gran obra de Ferenczi y Rank, Perspectives de la psychanalyse, publicada en enero de 1924, había hecho una fractura en el campo freudiano. Safouan lo muestra perfectamente: esa fractura expone dos maneras diferentes de analizar que permanecen, hoy, tan enfrentadas como antes (el seminario de Lacan L’Acte psychanalytique tomó posición, claramente, por Ferenczi, proponiendo el psicoanálisis como acto y no solamente como “perlaboración”).
La obra confirma así, de la mejor manera posible que, de parte de un analista, cualquier pretensión de orientar más allá de su muerte la continuación de su intervención en el campo freudiano es vana, inoportuna y totalmente contraproductiva en relación incluso a lo que ese analista pudo aportar.
Confirma también hasta qué punto la familia se bate a lo guapo para mantenerse en el análisis, a pesar de su cuestionamiento por parte de él. Por estos tres puntos, entre otros: gracias Moustapha.
1. Mi primera pregunta será sobre el estatuto y la función del saber. Uno queda sorprendido leyendo en La Psychanalyse. Science, thérapie – et cause[2] (el guión es importante) algunas frases portadoras no solamente de un saber sino de un saber sabido (el que, en cualquier caso, aparece como tal a cualquiera que no haya leído los trabajos anteriores de Safouan), que interviene abruptamente durante tal o cual desarrollo. Es un maestro quien habla. Veamos tres ejemplos: 1) “Sostengo que el padre simbólico es el principio de razón sin el cual ningún acceso es posible al hogar del des-ser que todos compartimos” (p. 305); 2) “el deseo del analista es la esencia de su ser” (p. 384); 3) “El amor no rechaza nada al amado” (p. 368). No sabría cómo hacer mía alguna de esas tres afirmaciones. Lo que me conduce a tener que precisar mi pregunta.
Sobre un tal saber, digamos, seguro de él mismo, de su verdad, me volví al filo de los años, cada vez más escéptico, dudando, desde ese tiempo, de que alguna de las proposiciones que pudo sostener o escribir Lacan pueda ser elevada a un estatuto de incuestionable. De ahí mi primera pregunta. Si Lacan pudo declarar en L’étourdit que “una lengua entre otras no es más que lo integral de los equívocos que su historia dejó que persistan en ella”, ¿no valdría lo mismo, en un analista, en lo concerniente al saber?
Un cierto saber sabido, no no sabido, se iría depositando en él, con el cual el analista creerá, podría contar. Lo que ha sido problematizado y después juzgado se cristaliza enseguida bajo la forma de un prejuicio. Freud es ejemplar y el primero en relación a esto, así como lo muestra, entre otros fracasos, el del análisis de la llamada “Joven Homosexual”. Pregunta: ¿cada analista no queda así reducido a quedar preñado de esas deposiciones, agravado por ellas?
2. Segunda cuestión: tiene que ver con el affaire Lacan, Melman, Miller, porque es así, se cuentan al menos de a tres. Quedo muy agradecido a Moustapha haber puesto a disposición un cierto número de señalamientos que yo hubiese podido escribir desde hace mucho tiempo, pero no estaba en posición de hacerlo –él, al menos hoy, sí. Es genial que esto esté hecho, y hecho así, aunque permanecerán sin duda sordos, al menos un tiempo más todavía, del lado de los dos grupos lacanianos numéricamente más importantes que han partido a la conquista del planeta Tierra.
Ninguno de aquellos tres supo sostener su lugar, reglarse sobre el impasse en el cual estaba implicado en un cierto sitio, no el mismo para cada uno. Ese impasse es simple de formular, y Safouan lo hace claramente: desde que Jacques-Alain Miller se comprometió con una hija de Jacques Lacan, y desde que no existió a sus ojos sino un solo analista, su “analista de elección”, como lo denominaba Conrad Stein, que no era otro que Jacques Lacan, su demanda de análisis se encontró en impasse –salvo que Lacan lo hubiese aceptado en análisis (¿No había Freud recibido en su diván a Anna?). Dado el rechazo de Lacan, no le quedaba otra a Jacques-Alain que comerse los mocos en relación a su demanda de análisis y su anhelo de ejercer el análisis, y entonces prolongar la tan preciosa posición del no-analista que había sostenido hasta ahí y que abandonó, “sacrificó” escribe Safouan. Y, si él no hacía eso, no podían hacer otra cosa aquellos a quienes se dirigiera que rechazar un diván que no podía, de ninguna forma, sustituir al de Lacan.
Sin duda, ven venir la pregunta que planteo a Moustapha siendo que, habiéndolo leído, se habrán dado cuenta sin dudas, en su presentación de lo que giró hacia el alboroto, no se trata para nada de Judith, la hija de Lacan (concernida sin embargo al máximo) y mucho menos, agregaría, de Lucien Sebag, cuyo fantasma era también parte interesada (¿estaría interviniendo, favoreciendo el referido rechazo?). Moustapha identifica ahí a un “mundo de tramposos empedernidos” (p. 273), una expresión que no podemos sino saludar, que zanja mucho mejor todo lo que se ha dicho concerniente a esta mala aventura desgraciada. Dicho esto, y bien dicho, ¿cómo saldar lo que ella alcanzó con una extrema violencia nunca sellada y que, desde aquel momento, marca a un número importante de analistas?
¿Es posible afirmar que Jacques-Alain Miller y Charles Melman “compartían la misma transferencia sobre el maestro”? (p. 349 y 369). No sabríamos deducirlo por el sólo hecho de que en un cierto momento estos dos se habrían aliado (p. 370). ¿Hubo alguna vez dos transferencias que pudiesen llamarse “las mismas”? No lo creo. En cuanto a la “razón” por la cual, según Safouan, Melman habría aceptado esa demanda de análisis y que, de alguna forma justificaría a Melman haberlo hecho, aquí está (p. 370):
Pienso que si terminó por aceptar, es porque una respuesta positiva presentaba al menos una ocasión que permitía al sujeto ponerse de pie, siendo que no hubiese habido nada de positivo que esperar de un rechazo.
Encontramos aquí mi primera pregunta sobre el saber sabido. ¿Cómo se podría saber que nada de positivo hubiese resultado, nunca, de un tal rechazo? Pareciendo esto excluido, ya que Jacques-Alain, siendo reconducido al susodicho impasse, a sufrirlo, es toda la continuación lo que se volverá muy diferente de lo que lo pudo haber sido.
Por otro lado, ¿a algún analista le ha ocurrido reflexionar como lo habría hecho Melman, según lo que escribe Safouan? Un cálculo tal, si se quiere, es político, o bien de pastor de almas, pero para nada analítico.
En general, esta obra intenta minimizar la responsabilidad de los primeros alumnos de Lacan en este asunto y, el anterior e incontestable, de la elección de Miller por parte de Lacan. Claude Dumézil, sin embargo, me contó que, al término de una reunión en lo de Melman, vuelta necesaria por el carácter penoso de la revista Scilicet, Lacan le habría dicho, cuando lo llevaba a su casa en su mini-Austin: “¡No puedo ni ahí confiar todo eso a los normalistas!”. Quienes fueron compañeros de Lacan nunca se colocaron como alumnos, dicho de otro modo, como interlocutores que no recularan en plantearle preguntas, incluso las que pudieran tirar abajo una enseñanza –un concepto de alumno que compartían Nietzsche y Wittgenstein. Esa evasiva, esa deficiencia de los primeros “alumnos” de Lacan, es enormemente responsable de la elección de Jacques-Alain y lo que siguió desde ahí en adelante.
3. Tercera pregunta: la escuela. Voy a ser muy breve. Es cierto, esta obra subraya con razón hasta qué punto la historia de las instituciones psicoanalíticas presenta un costado devastador, aunque también es cierto que algunas fracturas (no todas) están fundadas perfectamente. Sin embargo, ¿es esta una razón para renunciar a reconducir de una nueva manera el proyecto lacaniano de una escuela, de ese “refugio” (Lacan) que no es un grupo, ni un colega, ni una asociación, ni un círculo, y cuya referencia para Lacan era la escuela estoica? Esta pregunta no es menos seria que las dos que la preceden porque, no queriendo saber nada con la escuela, es también el pase lo que se aparta y entonces también todo cuestionamiento posible sobre el pasaje del psicoanalizante al psicoanalista. La ideología del psicoanalista no inscripto, o también, la del psicoanalista cauto, preservando su pretendida libertad, está hoy muy extendida. ¿Una tal no-inscripción es sostenible, tratándose del análisis? ¿Puede, fuera de escuela, haber analista? Lacan pensaba que no. ¿Que se lo haya escaldado así (al menos, imaginamos) alcanza para nunca más sumergirse en el agua fría?
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