Alejandro Dagfal ¿Hay que "profanar" a Jacques Lacan? //Jean Allouch: Una reacción espontánea
Cuando el psicoanálisis se concibe a sí mismo como una práctica extraterritorial, como un saber soberano y sin contexto, se convierte en una cosmovisión totalizadora que, desde su propio púlpito, se autoriza a medir o juzgar otros saberes y prácticas.[3] Por esa vía, el psicoanálisis tiende a sacralizarse, apartándose de la esfera de lo terrenal. A veces se vuelve tan doctrinario que resulta imposible entenderlo a partir de categorías que no sean, ellas mismas, sagradas. Sin embargo, cuando el psicoanálisis renuncia a ese carácter divino, admite nuevos usos y permite la invención. Recupera su poder cuestionador. Se abre incluso a nuevas relaciones con otros saberes y prácticas que lo interpelan.[4] Se deja seducir por problemas que no lo contaminan, sino que lo fecundan. Y lo mismo ocurre, podría pensarse, con aquellos que lo adoptan, lo practican y le dan una vida renovada.
En la Argentina, además de conocer una formidable expansión, el psicoanálisis sufrió la sacralización casi desde un principio, cuando en los años ’50 y ’60 las teorías kleinianas, en algunos espacios, llegaron a transformarse en una suerte de culto ritualizado. Sin embargo, al mismo tiempo, en sus “formas profanas” (que algunos consideran desviadas, impuras o bastardas), el psicoanálisis fue el motor de pensamientos y acciones originales, desde Pichon-Rivière, Bleger y Baranger hasta Masotta, sin olvidar “la experiencia del Lanús”.[5] Posteriormente --sobre todo en la universidad--, las ideas lacanianas tomaron para muchos el relevo del lugar sagrado que antes había ocupado el kleinismo, haciendo del analista francés un ícono casi incuestionable (o en todo caso un demonio, que no es más que el reverso de lo mismo). Así, desde los ’80, en nuestro país, el lacanismo dejó de ser un saber contracultural para convertirse en un discurso hegemónico muy arraigado y altamente institucionalizado. No sería errado aventurar que, hoy en día, Lacan está más vivo en Buenos Aires, La Plata, Córdoba o Rosario que en París. ¿Pero a qué precio?
Por eso, retomando la pregunta inicial, casi como un anhelo, respondemos que sí, que hay que “profanar” a Jacques Lacan. Hay que perderle el respeto en el mejor de los sentidos. Hay que franquear esa distancia que lo canoniza para posibilitar sus usos terrenales, para reinventar a diario un psicoanálisis “no todo”, entreverado con los desafíos de su tiempo, que es el nuestro. En el pasado y en el presente, son muchos los que lo han usado (y lo usan) de manera imaginativa, sin convertirlo en credo, sin transformarse en feligreses. Es que el mejor modo de asumir una herencia es aceptar que la fidelidad absoluta es un ideal imposible, que sólo nos lleva a convertirnos en guardianes del templo en el que se conservan los restos de un legado.[6] Ante esa perspectiva, más vale explorar las diversas formas de la “traición”, que no congelan el pasado, sino que, de manera irreverente y cotidiana, lo ponen a trabajar, convirtiéndolo en promesa, forjándole un porvenir.
Alejandro Dagfal es psicoanalista
(UBA, CONICET, Biblioteca Nacional).
Texto escrito como presentación
de un taller en el marco del XII Congreso Internacional de la Facultad de
Psicología de la UBA, del 27 de noviembre pasado.
[1] Laplanche,
J. (1983). Faut-il brûler Melanie Klein? Psychanalyse à l’Université, 32 (8),
559-570.
[6] Derrida, J. (1999). Sur parole. París: Éditions de l'Aube.
Texto subido por el periódico Página12:https://www.pagina12.com.ar/309595-hay-que-profanar-a-jacques-lacan?fbclid=IwAR3fxAbIBmSM9y-UGmXJlEVC6UNIZH0U7jBnUgP4dLxNuWGtqrn-9492XZA
Jean Allouch: Una reacción espontánea
Felizmente fue publicado por Página 12 el 4 de diciembre del 2020, el artículo de Alejandro Dagfal “Hay que profanar a Jacques Lacan” que no es tanto un retorno de lo reprimido sino el retorno de un golpe, un bastonazo. He aquí un golpe de bastón infligido a algunos lacanianos, que lo han merecido puesto que ellos no cesan de sermonear a todo el mundo. Realizada la lectura, la prudencia del título interrogativo no engañará a nadie: estamos muy invitados... a “profanar a Lacan”. Profanar no hace salir de lo sagrado, más bien ese gesto lo hace consistir, lo ratifica, le da vida.
Pero ¿qué habrán hecho estos alumnos de Lacan, para recibir, luego de cuarenta años de su muerte, una tan merecida crítica pública? Es lo que quiero precisar. Remarcando que lo sagrado es precioso para el analista que recibe el texto del analizante como un “texto sagrado”. En el sentido de que cada palabra cuenta, cada letra, cada puntuación. Ese sagrado, el de los Padres y teólogos lectores de la biblia, de los rabinos lectores de la Torá, el de Freud descifrando los sueños, no es el que el artículo reprueba. La palabra “sacralización” recubre otro sagrado que se volvió posible por el descuido de lo sagrado textual, descuido que lo hizo pasible de cuestionamientos.Es en otro lado, en el catolicismo, donde se encuentra el otro sagrado, a saber, en diversas devociones al niño Jesús, al Sagrado Corazón de Cristo, a la persona humana del Salvador. Allí las imágenes, los íconos florecen y el amor se pierde en la adoración. Convengamos que arrodillarse frente a un cuadro del corazón de Cristo sangrante se inscribe en otra forma de lo sagrado que la de interrogar la palabra divina en la Biblia. Sin embargo, esto es precisamente lo que mezclan los lacanianos criticados por Alejandro Dagfal que siguen las palabras de Lacan como si fueran imágenes veneradas. ¿Cómo hablan los íconos? Ellos no dicen nada: se los hace hablar. Y ¿cómo hemos llegado allí?
No se quiso ver que Lacan hablaba no solamente como psicoanalista, sino como maestro (en el sentido en que Buda o Confucio fueron maestros). Su enseñanza, aunque cuidadosa de las reglas universitarias en vigor, fue la de un maestro espiritual. El decir de un maestro Zen envuelve la vida de sus fieles en todas sus dimensiones. Y es en ese sentido que Alejandro Dagfal tiene mucha razón en percibir allí un “discurso hegemónico”. Ese discurso se vuelve más notorio en los alumnos que habiendo recibido, a su turno, un bastonazo de sus maestros se ponen a dar bastonazos a diestra y siniestra. Dicen ser portadores de una ética. Ellos saben, puesto que Lacan sabía. Sabiendo que son infelices puesto que no cuentan para nada (de allí su infelicidad) con lo que ellos dicen, con el pretexto de que fue Lacan el que lo habría dicho. Su autoridad artificial impresiona al tonto que pide ser él también un petimetre, maestrito, “aspiración moderna” si la hay.
No se puede imaginar un solo instante que el artículo de Alejandro Dagfal fuera publicado en Le Monde, el equivalente francés de Página 12. En principio porque el psicoanálisis no tuvo jamás en Francia la entusiasta acogida que le dio la Argentina. Lo que no impide que los señalamientos de Alejandro Dagfal se apliquen igualmente en Francia, en París, desde donde escribo.
Jean Allouch es psicoanalista, miembro de la École lacanienne de psychanalyse.
Traducción: Graciela Graham.
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