María Moreno: Adiós, poeta
Subo el texto debido a sus consonancias con un ejercicio de lectura en voz alta que varios practicamos. Entre varios leemos al pie de la letra un texto poético de Jean Allouch:" Nuevas observaciones sobre el pasaje al acto" Tom Lupo hacia acto con sus formas diversas de practicar la poesia, una de ellas fue el psicoanálisis. Eso de leer en voz alta ¿Qué no relación guarda con Tom Lupo? Él responde con buen tono:
"¿Vos explicás cómo escuchar?
Sí, para que se vea cómo está
armado un poema. Porque, en una lectura rápida, yo a lo mejor ya tengo leído el
texto cien veces y el tipo que la va a escuchar ninguna. Entonces, antes de
leer ese poema de Borges sobre la lluvia, yo digo: “‘Esa lluvia alegrará las
negras uvas de un patio que ya no existe`, escribe Borges. Pensar
"alegrará" es una maravilla. Si yo me siento frente a la máquina
pensando qué ponerle a las uvas, alegrará no se me va a ocurrir ni en cien
años. ¡Cómo maneja las uvas, Borges! Entonces, cuando leo el poema, la gente
dice “¡Aah!”, porque puede escuchar de otro modo esa música que le es propia." (mot de loup, as)
Adiós, poeta***
Locutor de radio, aprendiz de boxeador,
psicoanalista, periodista, docente, redactor publicitario, editor, poeta,
rockero. Y así se podría seguir hasta alcanzar los 12 oficios que dijo que
ejerció. O podría hablarse de sus programas de radio y de televisión, siempre
contraculturales, siempre militando el lenguaje y la alianza incombustible de
rock y poesía. Tuvo algo de dandy de provincias y de hombre pausado y borgeano.
Tom Lupo murió esta semana a los 74 años, después de haber sufrido un accidente
de auto que lo dejó postrado varios años, y de haber recordado más de una vez,
con Nietszche, que "no cualquiera se merece un accidente". Radar lo
recuerda y lo despide con esta entrevista realizada en noviembre de 2002 por
María Moreno en el bar La Paz: retrato de un artista, de una época, de varias
épocas.
Por María Moreno
Imagen: Pablo Piovano:
“Cuando escucho la palabra
cultura saco la pistola”, decía Joseph Goebbels para escándalo de varias
generaciones de progresistas. Las mismas generaciones que hoy, de haber
sobrevivido en la Argentina y de seguir consumiendo programas culturales por
radio o televisión, podrían llegar a suscribir la frase. Porque aunque
reemplazaran la pistola por la pistola de agua, seguramente no podrían poner ni
un poco de humor en los conductores culturales mediáticos, que suelen colocar
la voz como Marcos Mundstock en Noches cultas y mirar a cámara sin una sonrisa,
como si hubieran firmado un contrato a la Buster Keaton, hasta lograr que la
palabra “cultura” se asimile al rigor mortis facial y a un saber de palabras cruzadas
vertido con un lenguaje que oscila entre la tautología y el no se entiende un
carajo.
–Yo en este bar era un visitante,
pero tuve la suerte de ser bien recibido por Germán García, que era un jefe.
“Por fin uno de entre los psicólogos que no es fóbico”, me decía. Una vez me
invitó a la Escuela Freudiana de la Argentina y uno de los socios mandó a la
mesa un bife crudo porque yo tenía relaciones con el grupo Cero, donde los
psicoanalistas llevaban a la práctica la idea de que la cura implicaba levantar
las barreras del tabú sexual. El bife sugería, seguramente, que yo no sabía
simbolizar. Me acuerdo de la velocidad mental de Germán García. Una vez se
acercó una chica a la mesa y él le preguntó: “¿Cuántos años tenés?” Y ella
dijo: “Como doscientos”. “¡Qué intensa!”, le contestó él.
En todo lo que hacés le das mucha
bolilla al arte de la réplica: slogans, consignas, lemas.
–La mejor respuesta en el género
la dio Borges, mostrando que una frase iluminada puede transformar al otro ipso
facto. Como peronista no debería difundir la anécdota, pero esto trasciende lo
ideológico, porque el humor supremo mejora a toda la especie. En tiempos de
Perón, un militante fanático del peronismo, que creía odiar sinceramente a
Borges, lo vio un día esperando que alguien lo cruce. Se acercó con una idea
terrible: dejarlo en la mitad de la avenida. Lo tomó del brazo después del “Me
permite, maestro” de rigor, y ya en medio del cruce le fue aflojando el brazo y
le dijo: “¿Sabe, Borges? Yo soy peronista”. Borges no lo dejó seguir: “No se
preocupe, muchacho: yo también soy ciego”. El muchacho en cuestión, a quien
conocí personalmente, contaba luego que por supuesto terminó de cruzarlo y que
no dejó de ser peronista, pero que tampoco pudo evitar hacerse borgesista.
Carlos Galanternik dice que el
seudónimo Tom Lupo le salió una vez que tenía que conducir un programa de rock.
Fue como un lapsus, ya que el periodista que más admira es Tom Wolfe y woolf es
“lobo”, al igual que “lupo”. Tiene doce oficios diferentes, pero sigue tirando
gente en el diván: “Los pacientes que vienen porque me vieron en un show son
los que duran menos”.
Ahora que está de moda la
identidad, ¿vos qué sos?
–Soy un militante del lenguaje.
Quisiera recitar como Bertha Singerman, que juntó veinte mil personas en una
plaza de toros de México haciendo un recital sobre Lorca. Acá la poesía está en
manos de actores que no la dicen bien porque dicen su propio texto, su propia
imaginería, su visión del mundo, no la del poeta que están leyendo.
Vos no harías de una lectura una
actuación.
–Trataría de poner en escena lo
que dice Heidegger. Que la poesía escrita sea como la música: una marca.
Entonces hay que ejecutarla. En ese sentido se justifica la profesión de
decidor de poesía. Eso es lo que soy. Y mi hobby sería la semiología.
Casualmente la primera anécdota rara que recuerdo en la infancia era de mi
padre riéndose al enterarse de que un vecino nuestro, Aureliano Temprano, había
puesto un bar al que llamó “La Madrugada”.
Entonces sos recitante, como
Victoria Ocampo.
–Estoy haciendo de eso una causa.
La poesía alguna vez fue el arte más popular y ahora, extrañamente, se
transformó en una cosa de elite. Se asocia con lo más culto. Una de las pocas
culturas donde mantiene un nivel popular es la japonesa, donde una familia va
de visita a casa de otra y le lleva un haiku. Por ejemplo: “Iba caminando en
medio de la noche y me encendí”. Además descubrí que cuando le explicás a la
gente ciertos detalles de construcción, la poesía se hace más deseable. Hay
muchos que se emocionan en los recitales. Así que nunca entendí por qué cuando
un poeta se presenta dice: “Permiso, voy a leer este poemita”, como si fuera a
producir un dolor. Claro que están también los que van a los recitales más para
leer sus poemas que para escuchar. O los que se juegan de entrada con lo
abstracto. Hay que pasar una prueba de poesía para hacer algo así. Si no, yo
también puedo decir: “Ratas volando en tu recuerdo gris de tu desierto
imposible”.
¿Vos explicás cómo escuchar?
–Sí, para que se vea cómo está
armado un poema. Porque, en una lectura rápida, yo a lo mejor ya tengo leído el
texto cien veces y el tipo que la va a escuchar ninguna. Entonces, antes de
leer ese poema de Borges sobre la lluvia, yo digo: “‘Esa lluvia alegrará las
negras uvas de un patio que ya no existe`, escribe Borges. Pensar
"alegrará" es una maravilla. Si yo me siento frente a la máquina
pensando qué ponerle a las uvas, alegrará no se me va a ocurrir ni en cien
años. ¡Cómo maneja las uvas, Borges! Entonces, cuando leo el poema, la gente
dice “¡Aah!”, porque puede escuchar de otro modo esa música que le es propia.
¿Leés cosas de poetas complejos
como Pessoa?
–Leo a Pessoa y muestro cómo cada
uno de los heterónimos corresponde a un poeta distinto. Por ejemplo, uno es
amante de la naturaleza y otro de la complejidad metafísica más grande. Y cómo
hay frases para detenerse: “En este instante competente y sensitivo”. Digo:
“Fíjense cómo roba una palabra del derecho –porque competente se suele decir de
un juez– y la combina con sensitivo". Como Lacan insinúa que crear sólo
crea Dios, la poesía es el mejor lugar que nos queda para la creación que es la
combinatoria. Hay gente que junta cosas que nadie juntó nunca, como
"competente" y "sensitivo". Están los que dicen: “La poesía
tiene que explicarse por sí misma”. ¿De dónde sale eso? Es una creencia
estúpida. Nada se explica por sí mismo. Hasta en un viaje en avión te explican
cómo usar el paracaídas o cómo operar la máscara de oxígeno.
La gran poesía argentina era
indiscernible de las voces de sus poetas. Lamborghini, Perlongher, Madariaga
eran insuperables interpretando sus textos. Lamborghini sonaba como un
vocalista de tango.
–Pero son los menos. Es cierto
que está Guillén. Pero vos escuchás a Neruda y es un desastre.
¿Pero no pensás que con esa voz
gangosa hacía de necesidad virtud?
—No es lo mismo escribir que
decir. Es como la barra que separa el significante del significado. Y es una
barra que no se puede pasar. Yo nunca voy a escribir como Neruda, pero él nunca
va a decir sus poemas como yo. Lo he comprobado. En la radio pongo uno de
Neruda y aburre. Lo digo yo y emociona. La obra es de cualquiera menos del
autor.
¿Cuáles son los poetas difíciles
de transmitir?
–Lorca está en el límite de lo
complejo por lo surrealista. Tiene pocos poemas claros, como “La casada infiel”
o “Poeta en Nueva York”. A veces me detengo: “Las rosas huían por los últimos
filos de la noche”. Ah, la pucha: la noche tiene bordes, muros...
Sin embargo, en los geriátricos
lo único que recuerdan es a Lorca. Será por la sonoridad, o porque quedó en la
memoria colectiva de los inmigrantes españoles.
–Puede ser, pero no se lo escucha
en su complejidad. Una vez conocí a un grupo de gente bastante inculta y les
pregunté: “A ver si saben cómo termina esta frase: ‘Verde que te quiero...’”.
“‘¡Verde!’” Y si hay una frase que no dice nada es “Verde que te quiero verde”.
Es una tautología absoluta. Sin embargo, creo que es la frase más popular de la
historia.
Muchos se asombrarán de que seas
psicoanalista. Pero pensándolo bien, un analista –esa voz a tus espaldas,
generalmente demasiado trabajada– hace de su decir un arte.
–La voz es el poder invocante, es
lo que está primero. Cada vez que uno habla, algo resuena. Entonces hay que
animarse a actuar, a gritar, a cambiar los tonos y a no ser monocorde. Hay que
despertarse uno y despertar al otro.
¿Copar con la poesía es como
hacer que una interpretación funcione?
–Yo soy de los que creen que la
interpretación está inscripta en la función poética. La verdadera
interpretación tiene que sorprender a los dos: al analista y al analizante. Es
una irrupción de la musa. Lo que pasa es que la musa te visita poco; más te
visita la muzzarella.
Foto: Pablo Piovano
CHARADA DE CHARATA
En los años ‘70, en esta ciudad,
en este bar, Carlos Galanternik era un extraño producto. Como Miguel Briante o
Germán García, había venido de un pueblo pero era de clase media –su padre era
dueño de una cadena de tiendas en el Chaco–, y tal vez por eso tenía menos
ansiedad por conquistar ese nuevo espacio de reconocimiento donde todos
empezaban a contar novelas familiares del barrio al centro, y cuya retórica se
alimentaba en la urgencia de las librerías de viejo. Mientras los jefes de mesa
transpiraban para conseguir un semblante mediante una erudición autodidacta
vertida en lujosas figuras verbales, él jugaba con sus corbatas psicodélicas.
En el arte de la réplica no aplastaba al otro; le hacía un chiste. Tampoco
explotaba el significante; lo hacía bailar. Cuando los lacanianos hablaban de
que no hay relación sexual, él se presentaba como integrante de un grupo que
mezclaba el psicoanálisis con la poesía y hacían prácticas sexuales
libertarias, aunque usaran una jerga más freudiana que las comunidades
californianas que fueron a dar en el club Med y que los hippies de módica orgía
sobre un colchón pelado pero concebido como el de John y Yoko. Para colmo era
director creativo de una agencia de publicidad, tenía coche y salía con mujeres
que no parecían psicólogas, algo más propio de La Biela que de La Paz. Quería
gustar, más que ganar.
–Es más surrealista nacer en un
pueblo que en Nueva York. Yo nací en el Chaco, en un pueblo que tenía un solo
cine y que se llama Charata. Estaba cruzado por las vías del tren, que lo
dividía en dos. Y estaban los de “este lado” y los del “otro lado”, cada uno
con su equipo de fútbol. Pero a mí me gustaban los dos lados. Y vaya a saber
uno, pero luego siempre fui por lo menos dos. Un día Fogwill se enteró de mi
cumpleaños y vino con un regalo, una página que había arrancado de un incunable
y donde decía que Alvar Núñez Cabeza de Vaca partió un 22 de octubre del Puerto
de Palos y después fundó mi pueblo. El 22 de octubre es el día de mi
cumpleaños, y Charata es el nombre de un pájaro. En Charata había un solo cine
y daban una película por semana –llegaba un rollo de Resistencia– los jueves y
los sábados en matiné y noche. Mis padres no tenían con quien dejarme, así que
iban al cine y me llevaban –en ese entonces mi hermano vivía en Buenos Aires.
Pero mis amigos iban a la matiné del sábado y mis viejos no querían pagar otra
entrada. Entonces yo iba igual y le decía al dueño del cine que ya había visto
la película. “A ver, pues, si es verdad, cuéntamela”, me proponía. Entonces él
hacía detener la cola y yo se la contaba, y después entraba porque él no
concebía cobrar por algo que yo ya había visto. Llegar a Buenos Aires me obligó
a hacer toda clase de cosas para integrarme. Pero tuve una especie de milagro
en la escuela secundaria. Entra un profesor y nos dice: “Yo debería darles
educación democrática, pero es una basura y no sirve para nada. Les voy a leer
literatura argentina y latinoamericana. Si no me traicionan están todos
aprobados”. Entonces se sentó y leyó “María La Rubia”, un cuento de Dalmiro
Sáenz donde el tipo termina haciendo el amor con la madre sin saber que es la
madre. Como dirían los chicos: “Ese tipo me cambió la vida, loco”. Se llamaba
Haroldo Conti. Años después, al recordarlo, pensé en la frase de Nietzsche: “No
cualquiera se merece un accidente”.
Galanternik dice que estudió
medicina justo hasta llegar a los cadáveres, y que como era un mentiroso de
orientación vocacional pensó que podía ser abogado. Pasó algunos años en cada
carrera hasta que encontró a un gurú del Grupo Cero donde, al menos según la
vulgata, el psicoanálisis tenía una pizca de tantra y de glamour.
–Miguel Menassa me dijo que fui
el único que se acercó al grupo por la escritura y no por transferencia
personal. Para ellos la institución era un bar y el escalafón para tomar el
poder no era el tradicional. Lo lograba el que mejor hablaba o mejor sexualidad
tenía. Levantar un tabú sexual era parte de la cura. Se pensaba que no era
verdad que la demanda se satisface de ese modo, porque la demanda no se
satisface nunca; se corre, en realidad. Era un poco volver a Roma. Yo creo que
los del grupo eran más inocentes de lo que se dijo. En realidad, declaraban en
voz alta lo que muchos analistas hacían en secreto. De todos modos yo no tenía
relaciones con mis pacientes. Recuerdo que nos gustaban mucho los aforismos:
“Si la cultura nos prohíbe y la contracultura nos ataca, estamos ante un
fenómeno especial”. “En las paredes, sí pero con buena letra.” A Menassa le fue
muy bien en Madrid, a Masotta en Barcelona. Creo que a los españoles les
agradecimos el descubrimiento y la matanza con las dos pestes modernas: el
psicoanálisis y el rock.
Hiciste la carrera de psicología.
-Un día seguí a una chica hasta
la facultad y me quedé.
Me había imaginado algo así. A
partir de ahí quedaste atrapado en la seducción. Muchas minas, Galanternik.
–Minas de carbón para escribir,
nena. Porque a mí me interesaba la escritura. Así como descubrí que Mastellone,
el nombre del dueño de la Lecherísima, significa teta grande, y que el nombre
del presidente del Automóvil Club es Carman –hombre coche–, Galanternik es
“galán tierno”. Me lo dijo un analista.
Esos bananas lacanianos.
–Que se ganan la vida haciendo
sesiones cortas.
Con chistes de barrio.
–Recuerdo una sesión memorable.
Iba a análisis pero no estaba muy enganchado. Entonces le dije al tipo: “Hoy de
mí vino un dedo, nomás”. “Bueno”, me dijo el tipo, “nos vemos el lunes. Para un
dedo es suficiente”.
Pero seguís siendo freudiano
–Yo tomo de Lacan esa idea de que
el psicoanálisis devolvió al ser humano el placer de la plática. Todavía
entiendo el mundo con el foco freudiano. Desde el canibalismo hasta la lucha de
clases. Porque el famoso apagón de Nueva York que produjo algunos miles de
violaciones y crímenes en diez minutos muestra que el hombre es un caníbal
domesticado. La aparición de miles de mujeres fálicas y la caída de la ley del
padre son cosas muy freudianas.
Tom Lupo entrevista a Luca en los
80
PSI &, NAC & POP
Como en las comedias de enredos,
así como hizo psicología por seguir a un chica, Carlos Galanternik entró a una
compañía como gerente de relaciones públicas y terminó en otra como redactor
publicitario, fue como reporteado a un programa de radio y le ofrecieron
conducir uno. “El submarino amarillo” iba por Del Plata, de 22 a 2, en FM y AM.
Duró cinco años. Siempre fue nacionalista a su modo: no desde Cafrune sino
desde Luca Prodan, que encima era italiano pero educado en Inglaterra, algo
típicamente argentino. En una sección que se llamaba “Tirándose a la Pileta”,
donde no se escuchaba previamente el material que los grupos traían –en total
unos 600– estuvieron Los Ratones Paranoicos, Los Fabulosos Cadillacs y Los Redonditos
de Ricota. La cortina musical del programa era de Soda Stereo.
Autobautizado Tom Lupo, editó la
revista de rock Twist y Gritos y el diario feminista Alfonsina, que estaba
financiado por el señor Fliter -¡qué risa!–, un empresario en gomas.
–Fueron golpes de pasión, sin un
plan de marketing que las hiciera viables. Pero debutaron en estas revistas
–que para mí eran un simulacro, pero para los demás aparecían como de verdad–
algunos tipos como Andrés Calamaro, Pipo Cipolatti, Bobby Flores, Eduardo de la
Puente y Sergio Marchi. Con estos últimos tres cometí uno de esos errores que
luego se entienden. Yo me creía bueno porque les daba una oportunidad de hacer
conocer su talento, tal como ellos me lo pidieron, pero las revistas daban
pérdidas y quedaron resentidos porque no hubo dinero. Pero en compensación
alcanzaron lugares de trabajo más importantes públicamente que los míos.
¿Y cómo te sienta el “demasiado
viejo para la familia, demasiado joven para la comunidad”?
–Lleno los agujeros con
coartadas, porque si no, el fantasma es la nada. Acá siempre hay cosas por
hacer, porque nunca llega un año sabático a la puerta. Ahora pienso que hay que
acercarse a los que tengan cuatro neuronas conectadas en los sectores de poder
y colaborar para evitar esto que es hambre a tu lado. Muchacho, si no te ocupas
de política, la política se ocupará de ti.
Como en Partido al medio.
–¿Te acordás? “El partido de los
pensantes que no tienen tiempo para luchas palaciegas”. Llegó a juntar 300
personas en un acto en Medio Mundo Varieté. Nuestro ministro de Asuntos
Económicos era Luca Prodan, que sabía un montón de economía, fruto de su paso
por los colegios de Londres. La idea era acercar a los partidos proyectos de
intelectuales brillantes que no se acercaban a la política. Redactamos 17
pensamientos. El primero era de Marechal: “De todo laberinto se sale por
arriba”. Era algo en serio que disfracé de broma. En este momento, y desde hace
seis meses, estoy organizando un plan integral de turismo para traer diez
millones de personas al país y que daría dinero suficiente para paliar el
hambre de toda la población. Hay que hacer una tarea científica, sistemática y
de marketing. Si no tenemos nada para vender, podemos alquilar el país. Con una
buena campaña de publicidad y dos oficinas podríamos aumentar un millón de
turistas en un año y nadie lo está haciendo. Quiero ser útil a mi patria. Tengo
todos los poros llenos de política, en este momento. “¿Veo pasar a un mendigo y
voy a hablar del yo profundo?”, decía un poema de Vallejo.
¿Te interesan los aforismos
porque parecen slogans?
–Será porque siendo muy niño me
trajeron de visita a Buenos Aires y vi una pintada crítica del Partido
Socialista que, según luego averigüé, pertenecía a su líder, Alfredo Palacios,
y que me sigue pareciendo la mejor frase publicitaria que he conocido. Logra
que dos palabras de la primera parte sirvan para decir lo contrario en la
segunda: Lomo para los cogotudos y cogote para los que se desloman. ¿Será por
el impacto que me produjo que luego fui publicitario? ¿O porque mi primer amor
–mi maestra de segundo grado– se llamaba Lemas, que en esa época denominaba lo
que luego fue slogans? Y mi amigo Raúl Barreiros dice que un Estado sin
publicidad es un estado de ánimo. Me gustan los aforismos de Pizarnik, que
veinte años después se actualizó: “Es tan lejos pedir y tan cerca saber que no
hay”. O: “Posesiones no tengo. Por fin una certeza”. Nietzsche recomendaba el
aforismo como literatura del futuro. Es un punto más alto que la cultura
poster, que propone cosas como “No tengo todo lo que amo pero amo todo lo que
tengo”. Las frases son antídotos. Una frase tiene que generarte un pensamiento
para que no te quedes sometido a una obra completa. Me gusta Cioran porque me
da alegría.
¿Cioran alegre?
–¿Cómo que no? Fijate: “Hoy, que
escuché en la radio que hay cien millones de galaxias, renuncié a bañarme”.
¿Te identificás con Lenny Bruce?
–Con Charles Bukowski.
A él también le gustaban los
aforismos. Dijo: “Mueren antes los médicos que los borrachos”.
–Pero en algún momento paró con
el whisky, empezó a tomar vino francés y vivió hasta los setenta y pico. Hay
bancarios que nunca tomaron y vivieron mucho menos.
Decime un aforismo.
-Primero usted.
Mejor no citar a un general porque
se corre el riesgo de que acuda a la cita.
–Quien no sabe decir “no sé” dice
“sé yo”.
–Entre locura y la cura hay sólo
un cambio de sexo.
–Naturaleza: lo único natural que
queda son los duraznos al natural.
*** 10 de mayo de 2020 .Una entrevista de María Moreno para despedir a Tom Lupo Adiós, poeta.El presente texto fue editado por RADAR LIBROS, de esa edición tomamos esta versión ( https://www.pagina12.com.ar/263980-adios-poetahttps://www.pagina12.com.ar/263980-adios-poeta)
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