Freud su libertad: Margarethe Lutz, testimonio
Margarethe, un
análisis lacaniano con Freud
(Adenda: Participe en
la sesión del miércoles 9/05/2018 de Andamiajes Lacanianos,actividad a cargo de
Stella Ocampo y Eduardo J. Bernasconi, se presentó un tema de la libertad en acto del analista, una forma operar en la sin someterse a reglas u ortodoxias teóricas u de formas previas. Se traba comentar el texto de Jean Allouch: .La scène lacanienne et son cercle magique..Des fous se soulèvent…En los intercambios indique que Freud ejercía una libertad inédita e insólita en sus intervenciones con sus paciente; Eduardo Bernasconi subrayó que en la revista
artefactos,1, diciembre/2008 está publicada un reportaje a Margarethe
Lutz, paciente de Freud, ese reportaje/testimonio da cuenta de la manera en que Freud ejercía su
libertad como psicoanalista. Aquí doy a
conocer esa nota y agradecer que Eduardo J. Bernasconi reavivo el recuerdo de lo
ya publicado en Artefactos,1, una revista de análisis de la elp. Alberto Sladogna )
Viena, Austria.- Una sola sesión de 45 minutos con
el "padre del psicoanálisis" en el año 1936 bastó para
"salvarla", afirma la última paciente que se conoce aún viva de
Sigmund Freud, la vienesa Margarethe Lutz, de 89 años.
Según reveló a Efe, siente
"una gran gratitud" por Freud, aunque éste no la sometió a un
tratamiento de psicoanálisis propiamente dicho y todo se limitó a una
conversación con ella, aunque tuvo que insistir antes para que su padre
abandonara la habitación de la consulta donde estaban para hablarle a solas.
Esa única consulta con
Freud dejó un recuerdo inolvidable en la joven de 18 años que era entonces
Margarethe, quien vivía con su padre y su madrastra, pues su madre había muerto
cuando ella nació.
"Freud me hizo
comprender que la familia y una educación rigurosa no son lo único decisivo, y
que hay otras posibilidades", declaró la anciana en su domicilio vienés,
tras añadir que el famoso psiquiatra mostró mucha comprensión por la situación
de una joven sin experiencia que se sentía aislada pero que siguió los consejos
del famoso doctor.
La octogenaria cuenta ahora
que buscó en la ópera una forma de huir hacia el mundo de ficción, haciendo una
vez de Isolda y otra de Tristán, lo que le permitía superar el aislamiento que
le imponía su padre.
Ocurrió entonces que un
grupo obreros que trabajaban para su padre, dueño de una fábrica, se
escandalizaron cuando la vieron en una ocasión vestida como una cantante de
ópera de Richard Wagner y actuando como tal.
Los obreros se lo contaron
al señor Lutz y tildaron a su hija de "loca".
El padre consultó entonces
al médico de cabecera, quien constató que la joven no padecía ninguna
enfermedad física sino del "alma" y acordó una cita con un
"médico de muy buena fama, pero muy caro", el doctor Freud que
entonces ya era famoso, aunque la hija y su padre no habían oído hablar de él,
razón por la que la muchacha no comprendió entonces la importancia histórica de
aquel encuentro.
Su padre estaba siempre
ocupado y era muy riguroso con ella, le prohibía el contacto con jóvenes de su
edad y la mantenía aislada con el fin de evitar que llegara a conocer a algún
muchacho, por lo que "nadie me hablaba", recuerda Margarethe.
A sus 89 años y viuda desde
hace 17, ejerce todavía sus habilidades como escultora y pintora. Su último
trabajo es un retrato en relieve de la Premio Nobel de la Paz Bertha von Suttner,
que se colgará en las paredes de la residencia vienesa donde pasó la mayor
parte de su vida.
Además visita regularmente
a sus dos hijas, habidas en su matrimonio que duró 35 años, una de las cuales
reside en California (EU) y otra en Israel.
De la consulta con Freud
hace ya 71 años, ella se acuerda del famoso diván cubierto con una alfombra
persa en el despacho, aunque no llegó a reposar en el tan conocido mueble, y
mantiene también la imagen de muchos estantes llenos de libros y de objetos de
excavaciones arqueológicas, que el padre del psicoanálisis coleccionaba.
Cuando el genial psiquiatra
comenzó en tono amable a hacerle preguntas sobre su vida y sus ratos libres, el
padre de la chica se apresuró enseguida a responder por ella.
Freud reaccionó con temple
ante esta actitud invasiva del señor Lutz aunque le pidió de forma enérgica que
le dejara solo con su hija, algo que el industrial aceptó muy a su pesar suyo.
Una vez a solas con Freud,
Margarethe le contó que tenía malas notas en el colegio, que le gustaba
representar piezas dramáticas, y que su padre iba al cine con ella pero la
obligaba a abandonar la sala cuando en la pantalla se mostraban escenas
amorosas.
A Margarethe, el profesor
Freud le impresionó simplemente como "un hombre viejo", pero no
volvió a la consulta en la vienesa calle de la Berggasse hasta el año
pasado, aunque el lugar ya no parece el mismo.
Tal y como recuerda al
semanario "Profil", que descubrió a la anciana como única testigo
sobreviviente, el padre del psicoanálisis padecía desde 1923 un cáncer de boca,
que obligó a someterle a varias operaciones dolorosísimas, y había publicado ya
sus obras principales como los "Tres ensayos para una teoría sexual",
"La interpretación de los sueños" y "Tótem y tabú", entre
otras.
La terapia del psiquiatra
consistió en aconsejarle que la próxima vez, en el cine, se quedara sentada
cuando se besaba una pareja en pantalla, que hiciera deporte, fuera a una
escuela de baile y tuviera contacto con jóvenes de su edad.
Dado que el industrial
tenía mucho respeto a la opinión de los médicos, y en particular la de Freud,
aceptó esos consejos para su hija, que resultaron ser acertados, pues
Margarethe llegó a emanciparse, conoció a su futuro marido y en 1938, a los 20 años, se
casó.
Además, según reveló al
semanario, "nunca necesitó un psicoanálisis ni una psicoterapia" y
tampoco ha leído los libros de Freud, un genio de la Medicina que, ante la
presión de los nazis y por su condición de judío, se vio obligado a exiliarse
poco después a Inglaterra donde fallecería dos años después.
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