Jean Allouch: De la excitación


De la excitación1
Jean Allouch


Nadie aquí, me parece, se asombrará de que al plantear la cuestión de la excitación sexual tengamos que, en primerísimo lugar, precisar lo que Lacan entendió por "Otro"; al que se le dice "gran", una calificación tanto más engañosa cuanto que ese Otro no existe.

DEL OTRO.

Dos rasgos pueden ser distinguidos: su importancia jamás desatendida y sus discretas transformaciones al cabo del tiempo.

I. Su importancia, sin duda, es más fácil de apreciar que sus transformaciones. No estoy seguro de que aún hoy nos hayamos percatado hasta qué punto Lacan había zambullido a Freud en un baño de alteridad. O más bien de “otredad”, pues convocar a propósito de eso la alteridad lo haría aproximarse a algunos pensadores de los que, precisamente, su Otro se desmarca. La otredad es Otro que sí, la alteridad es Otro de sí. Un abismo los separa, particularmente sensible en que la otredad no deja ningún lugar a la psicología.

El énfasis que Lacan iba a poner tan directamente sobre la otredad le venía, no de Freud, sino de muy lejos, de la infancia - estaba ya en juego en su poema de 19292. Según aquel que tomó su punto de partida del “campo paranoico de las psicosis”, no de las neurosis, el yo se constituye por identificación imaginaria al otro, llamado pequeño otro, identificación que es confirmada por el gran Otro, en la ocasión encarnado por un tercero. No se ve cómo sería posible hacer mayor lugar a la otredad en la constitución del yo. El narcisismo lacaniano es poco “narcisístico” y no es aquel de Freud.

Ese Otro fue, un tiempo, pensado como Otro sujeto. Según esa perspectiva intersubjetiva (que reflorece hoy, especialmente en los Estados Unidos, principalmente, con la promoción de la empatía), el sujeto no puede advenir más que a partir de ese Otro sujeto. ¿Es preciso recordar que el inconsciente ha estado definido como “discurso del Otro”? ¿Que el deseo fue visto como “deseo del Otro”? ¿Qué la fantasía fue escrita con el objeto a? ¿Qué el autoerotismo ha sido puesto a cuenta no de un sí mismo, sino de una falta de sí?

II. Las modificaciones del Otro se dejan ubicar más difícilmente. Haberlo querido al inicio “tesoro de los significantes” planteó un problema que, al cabo del tiempo, no  ha cesado de insistir. ¿Dónde, entonces, se encuentra ese tesoro? ¿Cuál es su lugar que no se sabría entrever simplemente como una caverna de Ali Baba, como un puro receptáculo - si semejante cosa existe? La cuestión del Otro como lugar, aquella del lugar del Otro, se planteó como la del sitio otorgado al significante interviniente en la determinación de la significación. También va por allí, por ejemplo, nuestra marcación de posición. Ella difiere de la escritura de números del antiguo Egipto en tanto que el 1 seguido del 2 tiene otro valor que el 2 seguido del 1. Lo mismo, concerniente a la novedad proveniente del diccionario de insultos: un “perverso narcisista” es otra cosa que un narcisista perverso. O aún en la expresión “un peso es un peso”: Lacan hizo observar que la significación de “peso” no es la misma en cada una de las dos  ocasiones. En el hilo de los seminarios, el Otro fue cada vez más pensado como lugar, el susodicho “lugar del Otro”. Lo muestran ciertas superficies topológicas que escriben juntas las series de S1→ S2 y el lugar de esta serie3. Si no estuvieran tomadas en conjunto, el agujero del Otro no hubiese sido más que una idea.

Este lugar del Otro, esta superficie, luego va a erotizarse. Continuando el abandono de la intersubjetividad que, aunque largamente silencioso, fue un sismo; se pueden distinguir otros dos avances decisivos que, ambos, conciernen muy de cerca a la cuestión planteada por nuestro coloquio: el Otro fue reconocido cuerpo (10 de mayo 1967), después cuerpo sexuado (16 de enero de 1973). En este sentido, una de las indicaciones más notables es la observación siguiente, escrita por Lacan:

Con esta referencia al goce se abre, para nosotros, la única óntica aceptable. Pero no es poca cosa que no se aborde más que por los desbarrancamientos que allí se indican del lugar del Otro. Donde sostuvimos por primera vez que ese lugar del Otro no debe tomárselo más que en el cuerpo, que no es intersubjetividad, sino cicatrices sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculos a enchufarse en sus orificios para hacer allí las veces de toma-corriente, artificios ancestrales y técnicos que lo carcomen4.

Presentar, descifrar, criticar este punto requeriría un tiempo que excede esta exposición. Quieran entonces disculpar esta cita. Puedo, sin embargo, esclarecerlo parcialmente aquí observando en principio que ella no es legible sino a partir de la distinción, en Lacan, de dos analíticas diferentes del sexo.

DOS ANALÍTICAS DEL SEXO

Fue sólo muy recientemente, e intentando rendir cuentas o más bien hacer rendir sus cuentas a la fórmula “no hay relación sexual5”, que llegué así a distinguir dos analíticas del sexo. Fue una sorpresa. Seguida de otra, en tanto me percaté que él no era el único, lejos de ello, en distribuir la erótica en dos registros o regímenes diferentes. Platón, para comenzar por él, distingue una erótica focalizada sobre el hermoso cuerpo del amado y desde ya la metafísica de una erótica propiamente metafísica, sin dejar de ser efectivamente una erótica, aquella que deja de lado el bello cuerpo para no mantener más que el lazo con la belleza. Michel Foucault hizo referencia a dos “dispositivos”, uno dicho “de alianza” y el otro de “sexualidad”. Más recientemente aún Gayle Rubin diferenció el sexo del género, después de haber querido asociarlos en un solo sistema.

Se entenderá por “analítica” la acepción exacta que le reserva Foucault cuando, en 1976, convoca esta noción a fin de precisar su proyecto de una “historia de la sexualidad”. Dos rasgos caracterizan esta analítica que no se pretende una teoría: 1) La definición de un dominio específico que forman ciertas relaciones; 2) La definición de los instrumentos que permiten analizarlo6.

Lacan también permanece muy prudente con respecto a una perspectiva que se pretendiera teórica propiamente hablando, dicho de otro modo “de una teoría sexual” o “del sexo” (Sexualtheorie). Esto por dos razones, una que se aferra a la verdad, la otra al saber. En primer lugar la verdad. El “no hay relación sexual” no sabría de ningún modo ser propuesto como una verdad. En efecto, una verdad no adviene como tal más que validada en el lugar del Otro; ahora bien “no hay relación sexual” tiene como sello la inexistencia de este Otro, Otro que al faltar hace así fracasar todo intento de presentar la célebre fórmula a título de una verdad. El saber no recusa en menor grado que se pueda hablar de una “teoría de lo sexual”: con su exigencia de formalizaciones, está hecho de relaciones, no de relaciones que no hay.

Así resulta que “no hay relación sexual” [«il n’y a pas de rapport sexuel»] es algo diferente de un enunciado: es un crujido, una jaculación, un grito. He aquí el « H-I- H-A-N A-P-P-Â-T » (15 de diciembre de 1971) a entender como un decir de Jacques Lacan, un decir que no es portador de una negación lógica (él lo precisa), pero que, formidable trabajo de lalangue, deja entrever dos rasgos: 1) el hi-han (suspiro) de quien está en el fragor sexual; 2) la carnada que constituye como tal la relación sexual, que, aunque sin existir, interviene a título de un excitante - retomaré este punto en la conclusión cuando se haya tornado posible tratar más directamente la excitación.

La distinción lacaniana de dos analíticas del sexo es particularmente clara, neta, zanjada en la siguiente declaración (1976): “hay una relación con el sexo en esto que el sexo está por todas partes allí donde no debiera estar”. Aquí se trata de lo mismo que de los “pesos” recién convocados: había allí dos significaciones para “peso”, hay aquí dos
para “sexo”. Hay este sexo que, por estar en todos lados (primera analítica) no está en su lugar, no es entonces el sexo propiamente dicho; y este otro “sexo”, el que estaría en su lugar (segunda analítica), si no fuera que en su lugar él falta, falta la relación sexual. Está el sexo de la relación, aquel que sería el “verdadero sexo” si existiese (tanto el verdadero sexo como la relación); y está el sexo, por ejemplo, de la pulsión llamada “sexual”, pero que, justamente, ya no es reconocida como sexual en el sentido de relación sexual.

El punto de subjetivación del “no hay relación sexual” es dicho por Lacan como siendo un traumatismo, un hoyomático, un “hoyomático en el real”, el mismo hoyomático que aquel de la inexistencia del Otro, aunque modulado de otro modo.

¿Freud habrá divisado, sino caído en la cuenta de esto? En Malestar en la cultura, uno se topa con una consideración muy extraña, quizá un hapax, que sin embargo no podríamos descuidar, pues Freud y Lacan tienen esto en común: que ellos se dan a leer, si puedo decirlo, en los rinconcitos, no solamente en lo que parece ser el esqueleto de sus obras.

La función sexual, escribe Freud en una nota, se acompaña de una repugnancia sin ella inexplicable, que impide una plena satisfacción y desvía la meta sexual hacia las sublimaciones y desplazamientos de la libido. Sé que Bleuler remitió a la presencia de tal posición primaria de apartamiento de la vida sexual8.

En su carta a Bleuler del 19 de octubre de 1929, él precisa: “He llegado a la posibilidad de que existe un rechazo original (y no generado por la represión) de la función sexual”9. ¿Tal rechazo sería debido a ese hoyomático que localizó Lacan? No sabríamos excluirlo dada una declaración de Lacan (19 de abril de 1977) que hace del asco un " signo positivo " de la inexistencia de relación sexual.

Para la especie humana la sexualidad es obsesionante a justo título. Ella es, en efecto, anormal en el sentido que la he definido: no hay relación sexual. Freud, es decir un caso, tuvo el mérito de darse cuenta que la neurosis no era estructuralmente obsesiva, que en el fondo era histérica, es decir ligada al hecho de que no hay relación sexual , que hay personas a quienes eso les da asco, lo que a pesar de todo es un signo, signo positivo, que eso las hace vomitar.

Esta localización de la inexistencia de relación sexual como traumatizante da cuenta del hecho que Lacan no destilara sino en cuenta-gotas las indicaciones que acompañaron ese decir y que forman con él la segunda analítica del sexo. Él tenía el cuidado de que su público no se acartonara demasiado, una vez enterado de ese hoyomático que es también, agrega firmemente, el lugar donde cada uno puede conquistar y ejercer su libertad (entonces ella también es traumatizante, lo que explica que se la ejerza poco). No siendo Jacques Lacan, yo debería proceder de otro modo, presentándoles a la vez, todas las características de esta segunda analítica, sin ignorar sin embargo que, muy breve, muy alusiva, muy desordenada, esta lista apenas conviene. Todo sucede como si les ofreciera comer harissa (Salsa picante del Magreb, tunez) en estado puro, sin mezclar con la sémola del cuscús, y sólo mi intención de desembocar en la pregunta sobre la excitación aporta algún apaciguamiento a la autocrítica que me dirijo procediendo así.

Las dos analíticas lacanianas se dejan caracterizar de la siguiente manera: por una parte (segunda analítica, aquella de la relación), un Otro sexo; por otra parte (primera analítica, aquella del objeto a), un Otro de deseo; por una parte, una inexistente relación sexual, por otra parte, una ley sexual; por una parte una normalidad faltante, por otra parte una anormalidad; por una parte una erótica común, por otra parte una diversidad sexual; por una parte un falo, ¡oh cuán presente!; por otra parte, su ausencia.

DE LA EXCITACIÓN

Vale más retomar, volver sobre lo que podría llamarse la “ocupación del Otro en            el sexo” o “la ocupación del sexo en el lugar del Otro”, “sexo” siendo aquí considerado
en el sentido de la relación sexual que no hay. Se ha de marcar el 4 de junio de 1969 con una piedra blanca; ese día se afirma claramente que “no hay justamente, [que] falta lo que podría llamarse la relación sexual, a saber una relación definible como tal entre el signo del macho y el de la hembra”. Poco tiempo antes ya habían aparecido algunos enunciados que sexualizaban al Otro. Primero el 10 de mayo de 1967 “El Otro, de una vez por todas es, si ustedes aún no lo han adivinado, el Otro […] es el cuerpo”. O también ese cuerpo, recibido como lo único que puede gozar (24 de mayo, 7 de junio de 1967).

Estas indicaciones parecen poder desembocar en el enunciado siguiente: si el Otro es el cuerpo, no puede sino gozar en tanto que el cuerpo goza. He aquí exactamente el paso a no franquear. El goce del Otro “queda en suspenso”, o aún “a la deriva” (14 de junio). Y sobre todo, he ahí el punto clave, la piedra angular que vuelve necesario que la erótica sea distribuida en dos diferentes analíticas. Sólo una sería suficiente si el Otro gozara, si fuera el Otro del sujeto y no lo que es, Otro distinto del sujeto. Esto entonces, antes de la afirmación de la inexistencia de relación sexual el 4 de junio de 1969. Después, viene una frase tan decisiva que he creído deber consagrarle un libro9: “El Otro, en mi lenguaje, no puede entonces ser más que el Otro sexo” (16 de enero 1973) frase sobretodo seguida de una declaración donde resuena la distinción de dos analíticas: “Este objeto a, […] no es el Otro, no es el Otro sexo, es el Otro del deseo” (4 de febrero de 1973). Hay una analítica de a (de la pulsión, de la fantasía, de la angustia, del deseo) a diferenciar de aquella del Otrosexo.

Le ocurre a Lacan de ser consecuente. El 25 de enero de 1967, había declarado  que “la sexualidad tal como es vivida, tal como opera, [ es […] algo que representa un "defenderse" de dar curso a esta verdad que no hay Otro del Otro». La sexualidad ya no es eso de lo que uno se defiende, sino, ella misma, una defensa. Es un trago fuerte y poco admisible en la doxa freudiana. Si ahora se lo remite a la convergencia, incluso a la equivalencia, del “no hay Otro del Otro” y del “no hay relación sexual” (tanto más cuanto figuran ambas sobre una misma playa de cierto nudo borromeo), se podrá concluir que esta sexualidad que “encontramos en nuestra experiencia analítica” es una defensa que se levanta contra la inexistencia de relación sexual. Dos analíticas entonces.

A fin de estrechar más de cerca el gran asunto del análisis, a saber aquel de la excitación sexual, de su advenimiento, de su tenor, de su límite, les propongo volver sobre la declaración sibilina que, al oírla, ha debido dejar boquiabierto a más de uno.

Con esta referencia al goce se abre, para nosotros, la única óntica aceptable. Pero no es poca cosa que no se aborde más que por los desbarrancamientos que allí se indican del lugar del Otro. Donde sostuvimos por primera vez que ese lugar del Otro que no debe tomárselo más que en el cuerpo, que no es intersubjetividad, sino cicatrices sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculos a enchufarse en sus orificios para hacer allí las veces de toma-corriente, artificios ancestrales y técnicos que lo carcomen10.

El Otro es “cicatrices sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculos a enchufarse en sus orificios”. Tegumentos: Se dice de “diversos tejidos (→piel), con sus apéndices (pelos, plumas, escamas, púas, etc → faneras) que cubren el cuerpo de los animales”; o también “envoltura protectora”. Pedúnculo: « Pédúnculo un poco delgado tal vez para sostener así la extensión de toda mi vida » –así califica Proust el surgimiento, debido a Swann, de la idea de su obra11. Médico, Lacan no podía pensar sino en esta definición de “pedúnculo”: “Estructura alargada y estrecha (lámina, haz, cordón) de substancia nerviosa que une dos órganos o dos partes de órganos”.

Se llega a concebir que una cierta red, aquella, corporeizada, del Otrosexo, cubre el propio cuerpo; ella está compuesta de cicatrices ligadas entre ellas y localizadas en ciertos tejidos, muy especialmente alrededor de los orificios corporales. Tales serían, simultáneamente, el cuerpo (carne) y el lugar del Otrosexo12. Excepto que la puesta en movimiento de la excitación separa ese “simultáneamente”, puesto que el goce carnal, lejos de integrarse con aquel del Otrosexo, lo descubre ausente en la cita. He aquí el tercer “no hay”: no hay goce del Otro. Entiéndase: del Otrosexo.

Se tomará nota de que estos tres “no hay” (el Otro, el goce del Otro, la relación sexual) han sido situados por Lacan en la misma playa de una cadena borromeana de tres redondeles de hilo. Esta playa, donde se recubren el imaginario y el real, es “descentrada” (si aquí éste término tiene sentido, y no lo tiene más que en la puesta en plano); ella es aquella de la segunda analítica del sexo, en tanto que la primera encuentra su lugar allí donde fue inscripto el a.
  




Se vislumbra que el “no hay relación sexual” debe presentar alguna afinidad con este “no hay goce del Otro”. Más precisamente, se trata de uno de los componentes que excitan eróticamente al parlêtre, cuya la sexualidad aparece más intensa y variada que aquella del elefante13 y otros mamíferos. Estos dos “no hay” intervienen en la menor excitación, cualquiera sea el objeto, la zona corporal, la manera. Este objeto, esta zona, esta manera están a cuenta de la primera analítica del sexo. Resta que otra y diferente partida se juegue en la excitación, que ha de alojarse, ella, en la segunda analítica, allí donde falta la relación sexual.

Cada excitación es portadora de una insistente pregunta, siempre la misma, y que sólo puede ser planteada estando excitado - no disertando, eso sería una pose. La excitación sexual se interroga, interroga: “¿El Otro goza?”. Uno no se habitúa, o sólo al término de un recorrido al mismo tiempo ascético, hoyomático y liberador, a la idea de que el Otro, el Otrosexo, pueda no gozar, gozar de su propio goce. El cual no es fálico, el cual tiene el estatuto de un posible albergado en el horizonte de la excitación, intensificando la excitación y que, para acabar, se oculta, se desvanece, desaparece, se revela no existir.

Traducción: María del Carmen Melegatti. Revisión: Raquel Capurro

1 Intervención en el coloquio « L’étoffe d’un corps », propuesto por l’École de Psychanalyse Sigmund Freud, Paris, 18-19 marzo 2017.
2 C.F. mi obra Una mujer sin más allá. La injerencia divina III., Ed El cuenco de plata, Argentina, 2015.
3 Seminario De un Otro al otro. Mi comentario en El amor Lacan , El cuenco de plata y Ediciones Literales, 2011, pp. 258-259-260.
4 « Resumen del seminario La Lógica de la fantasia ». http://ecole-lacanienne.net/es/bibliolacan/pas-tout-lacan-3/
5 A pesar de la inconveniencia de traducir “rapport “ por “relación” por las implicancias lógicas y matemáticas que tiene “rapport”, elegimos de todos modos esa traducción pues el énfasis del autor está puesto en otro lado (como podrá leerse). (N de T)
6 Michel Foucault, La Voluntad de saber, Siglo veintiuno editores, 1995, p. 100.
7 Malestar en la cultura, cap IV, nota 1. Esta nota inspiró a Bersani en un artículo vuelto celebre: “¿Es el recto una tumba?” traducido del inglés (EEUU) por Guy Le Gaufey, Paris, L´unebévue ed, 1998 y al español por Mariano Serrichio, Cuadernos de Litoral. Edelp, Córdoba, 1999. El comienzo de este artículo es penetrante de verdad: “Hay, sobre el sexo, un secreto bien guardado: a la mayoría de las personas no les gusta”. El autor califica de “aversión” ese desgano precisando sobretodo que una aversión “no es lo mismo que un una represión”, exactamente lo que Freud escribe en una carta a Bleuler. Bersani sostiene de Freud su observación sobre la aversión, no se requiere más prueba que los desarrollos que él ha consagrado a la nota de Freud en Sexthétique, traducido del inglés (E.E.U.U) por Christian Marouby, Guy Le Gaufey y Dimitri Kijek, Paris, Epel, 2011, p. 196 y sig.
8 Sigmund Freud, Eugen Bleuler, Lettres. 1904-1937. Trad. Del alemán por Dorian Astor, Paris, Gallimard, 2016, p. 196. Esta edición crítica se señala por su seriedad.
9 L’Autresexe, Paris, Epel, 2016. En castellano: No hay relación heterosexual, Epeele/Ediciones Literales, 2017.
10 « Resumen del seminario La Logica de la fantasía ». http://ecole-lacanienne.net/es/bibliolacan/pas- tout-lacan-3/
11 Marcel Proust, El tiempo recobrado, Alianza Editorial, 1984, Madrid
12 Tegumento, pedúnculo, una moda más reciente invita a agregar a esta lista el tatuaje, el que entonces no es una marca sobre el propio cuerpo, pero se encuentra inscripta en el lugar del Otrosexo. Después de Levy-Strauss, Lacan notó el carácter erógeno del tatuaje.
13 Se reconocerá aquí la alusión a una célebre pieza de coraje de Foucault.
14 Cf. L’Autresexe/No hay relación heterosexual, op. cit., cap. II.


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