Jean Allouch: Muy despacito… la libertad: Jacques Lacan/ Tout doucement la liberté
Muy despacito… la libertad:
Jacques Lacan
27/10/2017- Por Jean Allouch ( tomado
de http://www.elsigma.com), traducción de
Graciela Graham, una miembra de la école lacanienne de psychanalyse –elp.
¡Qué! ¡La libertad! Que se sepa,
los psicoanalistas son bastante parcos al respecto. ¿Su oficio sobre todo no es
el de valorizar hasta qué punto y de qué manera, inimaginable para ellos, el
sujeto sufre miles de necesidades? ¿Su ejercicio no es poner al desnudo esas
necesidades? Ellos están en relación con la ananké, no con la libertad… Si
bien, determinaciones inconscientes parasitan al sujeto y se presentan ante él
mediante diversas vías sintomáticas, tomamos en consideración la presencia, la
incidencia y la insistencia en el sujeto de actos que dependen de su libertad…
Hay aquí y allí en Jacques Lacan,
a veces dispersos, enunciados que tratan
sobre una problemática de la que
todo indica que ha sido apenas retenida. Él mismo, por otra parte, la tuvo en cuenta
sólo muy discretamente. Por eso, tales problemáticas ¿serían menos decisivas que
aquellas de las que él subrayó ‒incluso martilló‒ su importancia? Suponerlo
sería intempestivo. Sofista[2], Lacan estaba atento a lo que sus oyentes o
lectores eran susceptibles de acoger y ajustaba en parte su discurso sobre esta
capacidad o mejor, incapacidad de acogida. Un solo ejemplo: él tiene en cuenta
las resistencias (¡supuestas!) de sus oyentes al pronunciar en Viena su
conferencia sobre «La cosa freudiana».
Así su discurso era a la vez
exotérico y esotérico. “Al buen entendedor, hola”. En él esta fórmula valía ‒en
cierto modo‒ de firma.
El hecho de que Lacan haya
abierto su Escuela a mucha gente que la IPA no hubiera admitido, no le impedía
de ninguna manera dirigir algunas de sus declaraciones a una elite. En sus
primeros seminarios contó con la presencia de Jean Hyppolite, de Paul Ricoeur,
de Louis Beernaert, de Conrad Stein, y algunos otros mejor informados que él de
ciertas secciones del saber.
Esto fue confirmado más tarde
cuando, acogido por la Escuela Normal Superior, se regocija por el interés que
daban a su seminario, aquellos a los que ofreció públicamente el título
nobiliario de «pequeños príncipes de la universidad».
Verificaremos a continuación que
el gran asunto de la libertad se presenta en Lacan como una de esas problemáticas[3]
cruciales y que exigen ser tratadas con discreción.
Freud también discreto
¡Qué! ¡La libertad! Que se sepa,
los psicoanalistas son bastante parcos al respecto. ¿Su oficio sobre todo no es
el de valorizar hasta qué punto y de qué manera, inimaginable para ellos, el
sujeto sufre miles de necesidades? ¿Su ejercicio no es poner al desnudo esas
necesidades? Ellos están en relación con la ananké, no con la libertad.
(Ananké: En la mitología y el teatro griegos, fatalidad, hado, destino).
Freud va más lejos aun diciendo
que no es tanto sobre una libertad al fin conquistada que desemboca el
análisis, sino más bien en la aceptación de la dura realidad que la vida impone
a todos y cada uno, lo que lleva a renunciar a gran parte de las satisfacciones
pulsionales. En consecuencia no se sale de la neurosis más que accediendo a una
miseria común (allgemeines ungluck[4]). Después de la hecatombe de la Primera
Guerra Mundial, él afirmará que “la renuncia pulsional no tiene más un efecto
plenamente liberador[5]». ¿Una declaración de sabio? Tal vez. ¿Divertido?
¿Feliz? ¿Ligero?...
No parece.
No obstante, en lo que concierne
a la libertad, Freud tuvo paralelamente otro discurso que, sin mucho ruido allí
también, da a entender que, en la locura, la libertad se levanta.
¿Acaso no se trata de esto,
cuando él tiene en cuenta una «elección de la neurosis», cuando contempla al
homosexual como a alguien que desistió (Auswich, ausweichen) con respecto a la
heterosexualidad, cuando declara[6] que toda existencia humana es gobernada por
daimon y tuché, cuando dice ofrecer al paciente la transferencia como un
«terreno de juego sobre el cual le es permitido desplegarse en casi completa
libertad[7]», cuando menciona[8] a los que, a la búsqueda de su felicidad, se
lanzan a «la tentativa desesperada de un levantamiento (rebelión) por la
psicosis» (subrayo: den verzweifelten Auflehnungsversuch der Psychose)?
No nos desviaremos de Freud
admitiendo que, si bien, determinaciones inconscientes parasitan al sujeto y se
presentan ante él mediante diversas vías (síntomas, inhibiciones, pesadillas,
actos fallidos, angustias, repeticiones traumatizantes, etc.), no por eso
apartamos o no tomamos en consideración la presencia, la incidencia y la
insistencia en el sujeto de actos que dependen de su libertad.
No se analizará del mismo modo
ateniéndose resueltamente, si no obstinadamente, solo a la necesidad o, todo lo
contrario, apoyándose, por lo menos como una manera de «a priori util[9]», en
que el sujeto, hasta en lo que menos le conviene y de lo que más se queja,
ejerce su libertad.
¿Quién no entrevió nunca la carga
pesada puesta sobre los hombros del analizante por un psicoanalista que no cesa
de rebuscar, y de señalar tal, y luego tal, y después todavía tal otra
necesidad que obran en él? Aquí sí puede ser llamado “paciente”, puesto que
padece eso pacientemente.
Lacan prudente
Podríamos contemplar que la
discreción manifestada por Lacan con respecto a la
libertad fue al servicio de una
tesis totalmente a medias, equilibrada, sin nada de excesivo. Sin embargo: esta
discreción sostiene una tesis sobre la libertad que sorprende por su
radicalidad. Le era necesaria también esta discreción, porque al evocar la
libertad los espíritus enseguida se calientan y los prejuicios sólidamente
implantados en cada uno son despertados –él lo sabía, lo tuvo en cuenta–
Con el fin de solicitar a mi
lector que perciba mejor este asunto, no haré más que mencionar el debate muy
vivo, que en 1946, vio oponerse a Henri Ey y a Jacques Lacan sobre la cuestión
locura (alienación)/libertad. Veinte años más tarde (1967), Lacan –hecho
rarísimo– se autocita: «Lejos de que sea para la libertad un insulto (como Ey
lo enuncia), ella es su compañera más fiel, ella sigue su movimiento como una
sombra», luego señala «el inasequible consentimiento [subrayo] de la libertad»
a la locura.
Primer gesto de prudencia: le
sucedió a Lacan (1972) –riéndose– pretender nunca haber tratado la libertad, lo
que ya se sabe que es propiamente inexacto, lo que se puede abrochar con una
palabra: una finta. La misma finta pronto será jugada nuevamente cuando,
interrogado sobre el punto de saber si él creía en la libertad. Él respondió a
su interlocutor que era gracioso…
Cuando la libertad se exhibe,
Lacan la coloca de lado más frontalmente. El 3 de febrero de 1972,
considerándolo “indecente”, él propone que sea borrada de las paredes de la
República francesa la inscripción; «Libertad, Igualdad, Fraternidad»; poco
antes (10 de marzo de 1970), había sido objeto de una carga semejante: «Este
encarnizamiento a la fraternidad sin contar el resto, la libertad y la igualdad
es algo curioso, de lo que convendría que se perciba lo que recubre». ¿Lo qué
recubre?
¿Sabía que la República debía su
divisa al teólogo católico Fénelon? Es también al cristianismo que golpea, de
una patada esta observación de Lacan. En 1958, él juzgaba todo discurso por la
libertad como siendo «por definición no sólo ineficaz, sino profundamente
alienado con relación a su fin y a su objetivo».
Tales declaraciones apuntan e
intentan dejar a un lado la libertad como ideal. Otra cosa es la libertad
tomada como lo que es susceptible de ejercerse y cuya puesta en acto espanta y
suscita un movimiento de retroceso, de desistimiento.
No obstante, estas
consideraciones no impiden de ninguna manera a su autor saludar el
advenimiento, con la Revolución Francesa, de un discurso permanente de la
libertad que es, «en cada uno, un discurso que yo diría íntimo, personal».
Esta observación del 8 de febrero
de 1956 no es un hápax, ella rebota más tarde (17 de febrero de 1971) cuando,
hablando de su relación con la libertad, Lacan tiene en cuenta (ese algo que
hace mucho tiempo lo pongo muy dulcemente, discretamente [subrayo] así sobre el
banquillo, y que se denomina libertad. Si la libertad está en cada uno, si es
un discurso íntimo, personal, parece al menos extraño que ella nunca sea
cuestión en el análisis (su práctica, su doctrina).
Lacan audaz
Más sorprendentes una que la
otra, dos tesis dan cuerpo o, para mejor
decir, dan carne a esta audacia:
1) la libertad es reconocida como idéntica a la inexistencia de la relación
sexual –lo que viene a sexuar a la libertad y lo que no se confundiría con la
llamada «libertad sexual»–; 2) esta libertad se caracteriza por dirigirse a la
libertad del otro (autrui) –podemos esperar eso ya que la libertad está ligada
a la relación (rapport) sexual inexistente: ella es una relación, portadora de
la inexistencia de la relación sexual–.
Una libertad se dirige a otra
libertad, mejor es primero contemplar esta
segunda tesis, sin duda
fenomenológicamente más accesible y que, lo adelanto, dice sobre a lo que debe ajustarse la
intervención del analista, es decir su ética
(también la de Michel Foucault,
así como me le hizo observar David Halperin).
Aunque dispersas, las notaciones
de Lacan a propósito de la libertad no faltan[10], mientras que muchos rumores
surgidos de su ejercicio del análisis también testimonian[11] de ello. En
«Función y campo de la palabra y del lenguaje» (1953/1956) se encuentra
convocada la figura de un analista que, abogando por un análisis “causalista”,
«traiciona hasta en su tono, la angustia que quiere ahorrarse de tener que
pensar que la libertad de su paciente esté suspendida a la de su
intervención[12]»
La observación rebota el 30 de
noviembre de 1960 (en La Transferencia…) hacia donde mi lector, podrá
trasladarse. Doce años más tarde (4 de mayo de 1972), habiendo observado que
los médicos se las habían arreglado para «poner al psicoanálisis a sus expensas”)
Lacan deduce que «ya había perdido la partida antes de haberla comenzado”.
Viene entonces la declaración que
acá importa: «El problema aquí –solamente para mí– es que esto no los deja muy
libres.» De allí toma su singular relieve una frase escrita en 1963: «Que
ninguno por cierta lentitud, incluso sensibilidad, dude aquí de nuestra
adhesión a una libertad sin la cual los pueblos están de duelo.[13]»
Así esta adhesión parece
a-posteriori concernir no solamente a su propia libertad si no también –y no
menos– a la libertad del otro. Incluso se ocupa, también, de no cargar al otro
de la menor responsabilidad respecto de su libertad. Este problema, «él lo es
solo para mí», dice, haciendo caso omiso que tal no es el caso.
El ejercicio de esta libertad
encuentra su condición de posibilidad si y solo si es admitida la inexistencia
de la relación sexual. No obstante, no está del todo bien dicho ya que libertad
e inexistencia de la relación sexual son consideradas una sola y misma cosa (17
de febrero de 1971). Y entonces tenemos una nueva iluminación debida a Lacan:
esta inexistencia de la relación sexual es un troumatisme. Se admitirá que toda
manifestación de la libertad también es, un troumatisme en lo real.
A condición de admitir enseguida
que un troumatisme, igual que el falo, puede ser “domesticado”
(17 de febrero de 1971). Se podrá percibir de qué modo puede serlo releyendo
Ser sin destino de Imre Kertész o aún, y no menos decisivo, su Kaddish para un
niño que no nacerá. Tal es la apuesta de cada análisis, al menos según Lacan:
domesticar la relación sexual, acceder a su inexistencia y encontrarse a la
medida de poder ejercer esta libertad que se dirige a la libertad del otro.
¿Hay que precisar que una relación sexual existente está en muchos corazones y
que muchos de ellos ignoran esta insistente presencia?
Así se explica un rasgo clínico
muchas veces señalado por Lacan: retrocedemos a ejercer su libertad (asociar
libremente es una forma de este ejercicio), nos detenemos cuando se trata de
dirigirse a la libertad del otro, lo que Lacan denominaba con una palabra:
“déchariter”. (“descaridar”)
Traducción: Graciela Graham [gracielagraham@gmail.com]
Edición en francés, tomado de http://www.jeanallouch.com
Tout doucement la liberté :
Jacques Lacan
Il y a ici et là chez Jacques Lacan,
parfois dispersés, des énoncés qui traitent d’une problématique dont tout
indique qu’elle n’a guère été retenue. Lui-même, d’ailleurs, n’en a fait état
que fort discrètement. Pour autant, de telles problématiques seraient-elles
moins décisives que celles dont il a souligné, voire martelé l’importance ? Le
supposer serait intempestif. Sophiste1, Lacan était attentif à ce
que ses auditeurs ou lecteurs étaient susceptibles d’accueillir et réglait pour
partie son discours sur cette capacité ou, mieux, incapacité d’accueil. Un seul exemple : il tient compte des résistances
(supposées !) de ses auditeurs lorsqu’il prononce à Vienne sa conférence sur
« La chose
freudienne ».
Ainsi son discours
se trouvait-il être tout à la fois exotérique et ésotérique. « À bon entendeur,
salut ! », chez lui cette formule valait en quelque sorte signature. Qu’il ait
ouvert son École à bien des gens que n’aurait pas admis l’IPA ne l’empêchait
nullement d’adresser certains de ses propos à une élite, cela d’emblée
(présence, dans ses premiers séminaires de Jean Hyppolite, de Paul Ricœur, de
Louis Beernaert, de Conrad Stein et de quelques autres mieux informés que lui
de certains pans du savoir) et ce qui fut par la suite confirmé lorsque,
accueilli par l’École normale supérieure, il se réjouit de l’intérêt que
portaient à son séminaire ceux à qui il offrit publiquement le titre nobiliaire
de « petits princes de l’université ».
On vérifiera
ci-après que la grande affaire de la liberté se présente chez Lacan comme une
de ces problématiques2 tout à la fois cruciales et exigeant d’être
traitées avec discrétion.
FREUD, LUI AUSSI DISCRET
Quoi ! la liberté
! Que l’on sache, les psychanalystes ne sont guère diserts à son endroit. Leur
office n’est-il pas bien plutôt de faire valoir à quel point et de quelles
façons jusqu’à eux inimaginables le sujet ploie sous mille nécessités ? Leur
exercice
1 Barbara Cassin, Jacques
le Sophiste, Paris, Epel, 2012.
2 Autre problématique de même
facture : sa distinction de deux analytiques du sexe, que j’ai été amené à
isoler et à étudier dans deux récents ouvrages, L’Autresexe et Pourquoi y
a-t-il de l’excitation sexuelle plutôt que rien ? (Paris,
Epel, 2016 et 2017).
n’est-il pas de mettre à nu ces
nécessités ? Ils ont affaire à l’ananké, non à la liberté. Freud va plus loin encore en affirmant que ce n’est pas tant sur une
liberté enfin conquise que débouche l’analyse, bien plutôt sur l’acceptation de
la dure réalité que la vie impose à tout un chacun conduit à renoncer à une
large part des satisfactions pulsionnelles. À le suivre, on ne sort de la
névrose qu’en accédant à une misère commune (allgemeines
Unglück3). Après
l’hécatombe de la Première Guerre mondiale, il affirmera que « le renoncement
pulsionnel n’a plus d’effet pleinement libérateur4 ». Un propos de
sage ? Peut-être. Réjouissant ? Heureux ? Léger ? Il ne semble pas.
Toutefois,
concernant la liberté, Freud tint parallèlement un autre discours qui, à bas
bruit là aussi, laisse entendre que, dans la folie, la liberté se soulève.
N’est-ce pas de cela qu’il s’agit lorsqu’il fait état d’un « choix de la névrose », lorsqu’il
envisage l’homosexuel comme quelqu’un qui s’est désisté (Auswich, ausweichen) à l’endroit de l’hétérosexualité,
lorsqu’il déclare5 que toute existence humaine est gouvernée par daimôn et tuchè, lorsqu’il dit offrir au patient le transfert comme un «
terrain de jeu sur lequel il lui est permis de se déployer en presque complète
liberté6 », lorsqu’il mentionne7 ceux qui, à le recherche
de leur bonheur, se lancent dans « la tentative désespérée d’un soulèvement par la psychose » (je
souligne : den verzweifelten
Auflehnungsversuch der Psychose) ?
Il s’ensuit que
l’on ne se détournera pas de Freud en admettant que, si des déterminations
inconscientes parasitent le sujet et se signalent à lui selon diverses voies
(symptômes, inhibitions, cauchemars, actes manqués, angoisses, répétitions
traumatisantes, etc.), on ne se trouve pas pour autant devoir écarter la
présence, l’incidence, l’insistance dans le sujet d’actes relevant de sa
liberté.
On n’analysera pas
de la même façon en s’en tenant résolument, sinon obstinément, à la seule
nécessité ou, bien au contraire, en posant, pour le moins comme une sorte d’« a priori utile8 », que le
sujet, jusque dans ce qui lui convient le moins et dont il lui arrive de se
plaindre, exerce sa liberté. Qui n’a jamais entrevu la sorte de pesant fardeau
mis sur les épaules de l’analysant par un psychanalyste ne cessant de
3 Ainsi se présente la fin des Études sur l’hystérie.
4 Malaise dans la culture, Œuvres complètes, vol. XVIII, p. 314.
5 Voir son article « La dynamique du transfert ».
6 « Remémorer, répéter, perlaborer », traduction Transa, bulletin n° 7, avril 1985.
7 Malaise dans la culture, chap. II.
8 Michel Foucault, « Inutile de se soulever ? », Le Monde, 11-12 mai 1979.
débusquer
et de signaler telle, puis telle, puis telle autre encore nécessités à l’œuvre
chez celui qui là, oui, peut être dit un patient, car il en pâtit ?
LACAN, PRUDENT
On pourrait
envisager que la discrétion manifestée par Lacan à l’endroit de la liberté fut
mise au service d’une thèse toute en mi-teinte, mesurée, équilibrée, sans rien
d’excessif. Il n’en va pas ainsi : cette discrétion soutient au mieux une thèse
sur la liberté qui surprend par sa radicalité. Il la fallait également, cette
discrétion, parce qu’à évoquer la liberté les esprits aussitôt s’échauffent,
les préjugés solidement implantés en chacun sont réveillés – il le savait, il
en tint compte.
Afin de mieux
solliciter mon lecteur à s’y reporter, je ne ferai ici que mentionner le débat
fort vif qui, en 1946, a vu s’opposer Henri Ey et Jacques Lacan sur la question
folie (aliénation) / liberté. Vingt années plus tard
(1967), Lacan, fait rarissime, s’autocite : « Loin qu’elle soit pour la liberté
une insulte (comme Ey l’énonce), elle est sa
plus fidèle compagne, elle suit son mouvement comme
une ombre », puis signale
« l’insaisissable consentement [je souligne] de la liberté
» à la folie.
Premier geste de
prudence : il est arrivé à Lacan (1972) de prétendre en riant n’avoir jamais
traité de la liberté, ce que l’on sait déjà être proprement inexact et qui peut
s’épingler d’un mot : une feinte. Cette même esquive sera bientôt rejouée
lorsque, questionné sur le point de savoir s’il croyait à la liberté, il
répondit à son interlocuteur qu’il était drôle…
Lorsque la liberté
s’affiche, sa mise sur le bas côté par Lacan se fait plus frontale. Le 3 février 1972, la jugeant « indécente », il
propose que soit effacée des murs de la République française l’inscription « LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ » ; peu
avant (10 mars 1970), elle avait fait l’objet d’une semblable charge : «
Cet acharnement à la fraternité sans compter le reste, la liberté et l’égalité,
est quelque chose de gratiné, dont il conviendrait qu’on aperçoive ce qu’il
recouvre. » Ce qu’il recouvre ? Savait-il que la République devait sa devise à
un théologien catholique, à savoir Fénelon ? C’est aussi le christianisme que
frappe, d’un coup de patte, cette remarque de Lacan. En 1958, il jugeait tout
discours sur la liberté comme étant « par définition non seulement inefficace,
mais profondément aliéné par rapport à son but et à son objet ». De tels propos visent
et tentent de mettre à l’écart la liberté comme idéal. Tout autre est la
liberté prise comme ce qui est
susceptible de s’exercer et dont la mise en œuvre effraye, suscite un mouvement
de recul, de désistement.
Toutefois, ces
considérations repoussoirs n’empêchent nullement leur auteur de saluer
l’avènement, avec la Révolution française, d’un discours permanent de la
liberté qui est, « chez chacun, un discours que je dirais intime, personnel ».
Cette remarque du 8 février 1956 n’est pas un hapax, elle rebondit des années
plus tard (17 février 1971) lorsque, traitant de son rapport à la vérité, Lacan
fait état de « ce quelque chose dont il y a longtemps que je le mets tout doucement [je souligne] comme ça
sur la sellette, et qui se dénomme la liberté ». Si la liberté est bien, en
chacun, un discours intime personnel, il apparaît pour le moins étrange qu’il
n’en soit jamais question dans l’analyse (sa pratique, sa doctrine).
LACAN AUDACIEUX
Plus surprenantes
l’une que l’autre, deux thèses donnent corps ou, pour mieux dire, donnent chair
à cette audace : 1) la liberté est reconnue identique à l’inexistence du
rapport sexuel – ce qui revient à sexuer la liberté et ce que l’on ne saurait
confondre avec ladite « liberté sexuelle » ; 2) cette liberté se caractérise
comme s’adressant à celle d’autrui – on peut s’y attendre dès lors que la
liberté a partie liée avec le rapport sexuel
reconnu inexistant : elle est un rapport, lui-même porteur de l’inexistence du
rapport sexuel.
Une liberté
s’adresse à une autre liberté, mieux vaut d’abord envisager cette seconde
thèse, sans doute phénoménologiquement plus accessible et qui, je l’avance, dit
ce sur quoi doit se régler l’intervention de l’analyste, autrement dit son
éthique (également celle de Michel Foucault, ainsi que me l’a fait observer
David Halperin). Quoique dispersées, les notations de Lacan à ce propos ne font
pas défaut, tandis que bien des rumeurs, issues de son exercice de l’analyse,
en portent, elles aussi, témoignage9. Dans « Fonction et champ de la
parole et du langage » (1953/1956) se trouve
convoquée la figure
d’un analyste qui,
tout en plaidant
pour une analyse
« causaliste », « trahit assez jusque
dans son ton, l’angoisse qu’il veut s’épargner d’avoir à penser que la liberté
de son patient soit suspendue à celle de
son intervention10 » La remarque
rebondit le 30 novembre 1960 (Le Transfert…) où mon
9 Elles ont été recueillies dans mon ouvrage Les Impromptus de Lacan, Paris, Mille et
Une Nuits, 2009.
10 Écrits, op. cit., p.
251.
lecteur, là encore, pourra se
reporter. Douze années plus tard (4 mai 1972), ayant observé que les médecins se
sont arrangés de façon à « mettre la psychanalyse à leur pas », Lacan en déduit qu’il avait « déjà
perdu la partie avant de l'avoir engagée ». Vient alors le propos qui ici
importe : « Le seul ennui – mais il n'est que pour moi – c'est que ça ne vous laisse
pas très libres. » De là prend un singutlier relief une phrase écrite en 1963 :
« Que nul par quelque lenteur, voire émotivité, ne doute ici de notre
attachement à une liberté sans laquelle les peuples sont en deuil11.
» Ainsi cet attachement apparait-il après coup
concerner non pas seulement sa propre liberté, mais non moins celle d’autrui
– même s’il prend soin, ici aussi, de
ne pas charger autrui de la moindre responsabilité à l’endroit de sa liberté.
Cet ennui, « il n’est que pour moi », dit-il, passant outre que tel n’est pas
le cas.
L’exercice de
cette liberté trouve sa condition de possibilité si et seulement si est admise
l’inexistence du rapport sexuel. Toutefois, c’est là plutôt mal dire dès lors
que liberté et inexistence du rapport sexuel sont reconnues être une seule et
même chose (17 février 1971). Et si
donc, nouvel éclairage dû à Lacan, cet inexistant rapport sexuel est un «
troumatisme », on admettra que toute manifestation de la liberté est, elle
aussi, un troumatisme dans le réel. À la condition d’ajouter aussitôt qu’un
troumatisme, de même que le phallus, peut être « apprivoisé » (17 février
1971). On pourra apprendre de quelle façon il peut l’être en relisant Être sans destin d’Imre Kertész ou
encore, et non moins décisif, son Kaddish
pour l’enfant qui ne naîtra pas. Tel est l’enjeu de chaque analyse, tout au
moins selon Lacan : apprivoiser le rapport sexuel, accéder à son inexistence et
se trouver en mesure d’exercer cette liberté qui s’adresse à la liberté
d’autrui. Faut-il préciser qu’un rapport sexuel existant est dans bien des
cœurs qui, pour beaucoup d’entre eux, ignorent cette insistante présence ?
Ainsi s’explique
un trait clinique plusieurs fois noté par Lacan : on recule à exercer sa
liberté (associer librement est un tel exercice), on se tient en arrêt
lorsqu’il s’agit de s’adresser à la liberté d’autrui, ce que Lacan dénommait
d’un mot :
« déchariter ».
11 Jacques Lacan, « Kant avec Sade
», Écrits, Paris, Éd. du Seuil, 1966,
p. 768.
J. Allouch / Tout doucement la liberté :
Jacques Lacan / Pour Imago Agenda, n°
203, août-septembre 2017 / p. 5.
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