F. Guattari: "Solo el deseo puede leer el deseo"
Solo el deseo puede leer el
deseo. Félix Guattari**
Es preciso intentar volver a una
perspectiva originaria, no del freudismo sino de la locura de Freud, de su
genialidad, que tiene que ver más con el presidente Schreber que con el
virtuosismo del psicoanálisis contemporáneo. Es preciso proponer un modelo de
inconsciente que nos permita comprender mejor la articulación entre esos
diferentes modos de semiotización. Un inconsciente que no sea reduccionista,
como el de las concepciones familiaristas de los primeros modelos de
inconsciente freudianos o como los inconscientes estructuralistas, que reducen
todo a la semiotización del significante o incluso a las diferentes fórmulas
del sistemismo en boga en las terapias de familia. En otra ocasión me atreví a
proponer una modelización —que no voy a exponer en detalle aquí—, una
cartografía general de las formaciones del inconsciente, un modelo de
inconsciente, en el que esos diferentes modos de semiotización pudiesen
articularse entre sí. Por ejemplo, eventualmente se podría proponer un tópico
que en lugar de funcionar según un sistema que se reduce siempre a una economía
binaria de la producción subjetiva, tuviera nueve tipos de entrada,
relacionando:
1. Una concepción del primer
modelo pulsional freudiano: las nociones de una energética pulsional antes de
haber sido vaciadas de las problemáticas del cuerpo y de las energías no
verbales.
2. Una modelización de tipo
icónico. Pienso que existe una especificidad de los componentes icónicos, a
pesar de aquello que Barthes o los semióticos dicen y que los lleva siempre a una
concepción que me espanta: que la economía de las semióticas icónicas estaría
bajo la dependencia de las semióticas del lenguaje, puesto que el lenguaje
puede interpretarlas. Ese razonamiento me parece un sofisma total. Es obvio que
en la etología animal por ejemplo, no hay economía del lenguaje, no hay
discursividad lingüística y, no obstante, se constata la presencia de
semióticas icónicas perfectamente elaboradas, con un funcionamiento propio, sin
implicar en ningún sentido la discursividad del significante. Es este mismo
raciocinio el que informa la operación de evacuación del imaginario en Lacan,
imaginario que es preservado en Freud con su distinción entre la representación
de palabra y la representación de objeto.
3. Un componente del orden de aquello
que Pierre Janet había llamado «automatismos de repetición».
4. Una percepción del
inconsciente como la de Sartre en sus tentativas de elaboración de un
psicoanálisis existencial. Es el inconsciente de La náusea. Sartre habla todo
el tiempo de él, afirmando intrínsecamente que nada se puede decir con
precisión. Se puede considerar que, en esa dimensión, existiría una pura
memoria de ser no discursiva: la discursividad ahí se vuelve sobre sí misma. De
la misma naturaleza que esa percepción serían las metáforas de Freud retomadas
por Lacan, sobre el «fort-da», el principio de pura repetición, al igual que el
«mundo de lo innominable» de Blanchot y de los arrière-pays de Bonnefois.
5. Una concepción del
inconsciente mucho más estructuralista, que acentúa el significante.
6. Producciones del inconsciente
que dependen de formaciones más colectivas, como es el caso del concepto de
«imago» en Jung o los componentes del inconsciente de la naturaleza de una
inscripción sistémica heredados de Bertalanfy y que se están dilucidando
actualmente en el campo de las terapias de familia.
7. Una modelización del
inconsciente de la naturaleza de aquello que yo llamaría semióticas anagógicas,
según la concepción de Sylberer. En muchos aspectos esa concepción corresponde
al inconsciente de Jung. Se trata de un modelo que debería restituir su
especificidad a las producciones semióticas de las sociedades arcaicas y a las
concepciones mitológicas de las producciones subjetivas. Allí hay toda una
economía de las almas, de los espíritus, una aprehensión por afecto que no pasa
por el discurso a nivel significante y genera un conocimiento del universo
anterior a cualquier proceso discursivo. Tomemos el ejemplo de la música. En
cierta época de la historia de la música coinciden las semánticas de la música
oral, las semánticas de la escritura de todo tipo y la conjunción de los dos
universos: un complejo maquínico que asocia una máquina de escribir a máquinas
de música oral, instrumental y melódica. Incluso antes de que cualquier
producción musical sea creada, se delinea una potencialidad de universos polifónicos,
armónicos, etc. Aun antes de que dos notas hayan sido articuladas, tal universo
es aprehendido justamente en ese carácter de afecto, ese carácter de
perturbación que puede conducir a la locura, la inspiración o simplemente al
descubrimiento. En otras palabras, surge un universo previo a la discursividad.
8. Un componente que Deleuze y yo
llamamos «inconsciente capitalístico» y que podríamos atribuir, por ejemplo, a
la Metro Goldwyn Mayer o a la Sony. Corresponde a la subjetividad producida por
los medios de comunicación de masas y por los equipamientos colectivos de un
modo general, o sea, a la producción de subjetividad capitalística.
9. Por último, provisoriamente,
aquello que Deleuze y yo llamamos «inconsciente maquínico», que plantea la problemática
de la articulación de esos otros componentes ya no como un proceso de clausura,
de control de las formaciones del inconsciente. Por el contrario, sería un
medio de lectura del inconsciente —cuando su producción es posible. Es decir,
el inconsciente maquínico correspondería con el agenciamiento de las
producciones de deseo y al mismo tiempo con una manera de cartografiarlas. El
inconsciente maquínico tiende a producir singularidades subjetivas. Eso
significa que las formaciones del inconsciente no provienen de un déjà-là, sino
que son construidas, producidas, inventadas en procesos de singularización.
Esos procesos, por el hecho de encontrarse en ruptura con las significaciones
dominantes, acarrean problemáticas micropolíticas: una forma de intentar cambiar
el mundo y las coordenadas dominantes.
El hecho de haber dado nombre
propio a esos nueve componentes da un toque de humor, pero tal vez no sea tan
absurdo. Cada una de esas personas, de esas grandes fantasías, encarnan
personajes ligados a la especificidad de algo. El error fue haber construido un
sistema reduccionista, probablemente para impedir la coexistencia de esas
diferentes dimensiones y seguramente de muchas otras que no forman parte del
esquema. En cualquier caso, ese esquema no es más que un procedimiento de
trabajo y de reflexión. Sirve como sistema de apoyo, como sistema de
cuestionamiento para saber con qué estamos lidiando. Tomemos el ejemplo de un
síndrome obsesivo. Muy probablemente, se trata de algo que participa de dos,
tres, cuatro o nueve de esas dimensiones, y no sólo del conflicto, que actúa en
los registros personológicos. Un síndrome obsesivo es algo que evidentemente
actua al nivel de una repetición persistente, esto es, de una voluntad de
apropiación, una suerte de eterno retorno para aprehender lo inaprensible: yo
lavo mis manos para intentar captar el sentido de limpieza y permanezco en un
casi absoluto. Es algo que pone en juego también una compulsión de repetición,
totalmente heterogénea en relación con el comportamiento de lavarse las manos.
Es algo que pone en juego representaciones icónicas: si lavo mis manos contra
los microbios es porque tengo una representación de los mismos,considero que se
trata efectivamente de microbios y no de cualquier otra cosa. Es también algo
que puede poner en juego estrategias micropolíticas en el orden de las
triangulaciones familiares, imaginarias, etc. Pero a su vez puede ser algo que
ponga en juego factores de un inconsciente objetivo al nivel de las máquinas
abstractas; por ejemplo, hay una amenaza del mundo sobre mí que hace que me
someta a ese tipo de síntoma. Muchos otros componentes pueden estar presentes
en la constitución de un síndrome obsesivo. Lo que importa es saber en qué
momento hay coeficientes de eficiencia semiótica. En que momento podemos
considerar lo que ocurre como algo vinculado a una praxis de agenciamiento
particular. He considerado nueve componentes de un agenciamiento, pero otros
pueden reordenarlos y partir de dieciocho o de treinta y seis —o quién sabe de
cuantas dimensiones—, simplemente porque cuanto más complejos se vuelven los
modelos menos se corre el riesgo de usar sistemas de referencia que sometan la
sensibilidad a lo que ocurre. Obsérvese, por ejemplo, los modelos freudianos: a
medida que fueron simplificándose —hasta arribar a la oposición Eros-Thanatos—
fueron correspondiendo con cierto tipo de práctica reduccionista. Lo mismo
ocurre cuando pensamos en términos de una sola dimensión —por ejemplo, la del
significante/significado. Puede suceder, incluso, que cierto componente esté en
posición de primacía dentro un agenciamiento, pero el esquema nos obliga a
estar alerta frente al surgimiento de una interrogación: ¿qué ocurre con los
otros componentes? No es otra mi ambición con la propuesta de esta cartografía
general de las formaciones del inconsciente.
Félix Guattari**
**"Formaciones del inconsciente", tomo está publicación tal cual como la realizó Fernando Reberendo: http://deleuzefilosofia.blogspot.com.ar/2017/10/solo-el-deseo-puede-leer-el-deseo-felix.html?spref=fb&m=1
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