La ciencia y la extraña cruzada para burlar la muerte, John Gray, fragmento

Este texto es un fragmento del libro La comisión para la inmortalización. La ciencia y la extraña cruzada para burlar la muerte, recién publicado por la editorial Sexto Piso, con traducción de Carme Camps Monfà.)

Prólogo: Dos intentos de engañar a la muerte

A finales del siglo xix y principios del xx, la ciencia se convirtió en el vehículo con que se pretendía hacer frente a la muerte. Se apeló al poder del conocimiento para liberar a los humanos de su mortalidad. La ciencia se utilizó contra la ciencia y pasó a ser un canal para la magia. La ciencia había revelado un mundo en el que los humanos no eran diferentes de otros animales a la hora de enfrentarse al olvido definitivo cuando morían y, a la larga, a la extinción como especie. Éste era el mensaje del darwinismo, que ni siquiera el propio Darwin aceptaba por completo. Casi todo el mundo la consideraba una visión intolerable, y como la mayoría había abandonado la religión, se volcó en la ciencia para escapar del mundo que la ciencia había revelado.

En Gran Bretaña surgió un poderoso movimiento, bien relacionado, que pretendía encontrar pruebas científicas de que la personalidad humana sobrevivía a la muerte corporal. Los investigadores psíquicos, apoyados por algunas figuras destacadas de la época, creían que la inmortalidad podía ser un hecho demostrable. Las sesiones que eran tan populares en esta época no eran meros juegos de salón victorianos inventados para distraerse en aburridas veladas. Formaban parte de una búsqueda ansiosa, a veces desesperada, del sentido de la vida; búsqueda que atrajo al filósofo de Cambridge Henry Sidgwick, autor de un estudio de ética que todavía se lee hoy en día;a Alfred Russel Wallace, codescubridor junto con Darwin de la selección natural y converso al espiritualismo; y a Arthur Balfour, que en un tiempo fue primer ministro británico y presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica, que hacia el final de su vida se interesó por la correspondencia mediante escritura automática con una mujer fallecida mucho tiempo atrás, a la que muchos creían que él había amado.
Lo que impulsaba a los investigadores psíquicos a buscar pruebas de que la personalidad humana sobrevivía a la muerte era la repulsión que les producía el materialismo científico. No obstante, a menudo su búsqueda tenía otros motivos más personales. Destacados investigadores psíquicos, miembros de una élite que se protegía del escrutinio público manteniéndose fiel a un código secreto, utilizaban sus investigaciones en el campo de lo paranormal para revelar, y luego ocultar de nuevo,aspectos de su vida que o ellos o su ambiente no podrían o no querrían aceptar. En un caso, que no se hizo público hasta casi un siglo después, se vieron implicados en una conspiración secreta para concebir a un hijo mesiánico. Comunicándose con los muertos a través de la escritura automática, miles de páginas de texto compuestas con este método durante casi treinta años, estos investigadores psíquicos creían que formaban parte de un experimento emprendido por científicos fallecidos que, trabajando desde el otro mundo, podrían traer la paz al mundo terrenal.
Mientras parte de la élite inglesa se sentía atraída por la investigación física, en Rusia estaba surgiendo un movimiento antimuerte. Igual que en Inglaterra, la ciencia y lo oculto no se hallaban separados, sino mezclados en una corriente de pensamiento que pretendía crear un sustituto de la religión. Donde más claro estaba esto era entre los «constructores de Dios», una sección de la intelligentsia bolchevique que creía que los humanos algún día, tal vez pronto, podrían vencer a la muerte. Junto con Maksim Gorki, entre los «constructores de Dios» se encontraban Anatoli Lunacharski, exteósofo que fue nombrado comisario de Instrucción en el nuevo régimen soviético, y Leonid Krasin, discípulo del místico ruso Nikolái Fiódorov, que creía que mediante la tecnología se podía resucitar a los muertos. Krasin, que llegó a ser ministro soviético de Comercio, fue una figura clave en las decisiones que se tomaron respecto a la conservación de los restos mortales de Lenin por parte de lo que vino a llamarse célebremente «la Comisión para la Inmortalización».

Los «constructores de Dios» rusos creían que se podía vencer a la muerte utilizando el poder de la ciencia. Los investigadores psíquicos ingleses creían que la ciencia podía demostrar que la muerte era un paso a otra vida. En ambos casos los límites entre la ciencia, la religión y la magia eran confusos o inexistentes. En Rusia, al igual que en Gran Bretaña, la ciencia se utilizaba para rebatir lo que afirmaba Darwin: los humanos son animales sin ningún destino especial que les asegure un futuro después de su paso por la Tierra. El narrador científico H. G. Wells no necesitaba que lo convencieran de esta verdad. Wells dedicó su vida a persuadir a todo el que quisiera escucharlo de que la minoría inteligente tenía que hacerse con el control de la evolución. Viajó a Rusia para reunirse con Gorki y con Lenin, líderes del nuevo régimen bolchevique, quienes creían que podían salvar a la humanidad del caos de la historia. Pero cuando se encontró en Rusia, Wells tuvo una relación con una mujer que había aprendido que no había salida y que más adelante se convertiría en su compañera de por vida. El arte de la supervivencia implicaba seguir el curso de los acontecimientos, que en el caso de ella significaba espiar a Wells –y antes de Wells a Gorki– para la policía secreta. La revelación del modo en que había logrado sobrevivir la mujer que él describía como la «amante-sombra» hizo añicos la visión del mundo que Wells tenía. Incapaz de romper con una amante a la que no podía comprender, descubrió que él no era diferente del resto de la humanidad. La minoría inteligente en la que tenía puestas sus esperanzas no existía, y se vio obligado a aceptar que no se podía evitar la extinción de la humanidad.

Si bien en ambos casos se utilizaba la ciencia con el fin de hallar la inmortalidad, las rebeliones contra la muerte en Inglaterra y en Rusia fueron muy diferentes. Una razón fue que sus circunstancias eran muy distintas. Durante todo el período en que floreció la investigación psíquica, la vida británica mantuvo una continuidad. Ni siquiera la Gran Guerra hizo desaparecer el modelo de sociedad que prevalecía. La Tierra se vio sacudida, pero la antigua casa quedó en pie. Si la muerte tenía que ser vencida en estas circunstancias, lo sería mediante la acción de los vivos.

El objetivo de los investigadores psíquicos era no sólo demostrar que la mente humana seguía activa después de la muerte del cuerpo, sino permitir que los muertos se pusieran en contacto con los vivos. En la escritura automática el objetivo incluso era de mayor envergadura. Se imponía a los muertos la tarea de salvar a los vivos; el mesías creado póstumamente salvaría a la humanidad de sí misma. El mundo podía ir deslizándose hacia la anarquía, pero al Otro Lado el progreso continuaba.

En Rusia no existía el Otro Lado. Una civilización entera se había desvanecido, y con ella había desaparecido el más allá. La fe en el progreso gradual, debilitada por la Gran Guerra en Gran Bretaña, quedó destruida en Rusia. La mejora paso a paso, que tanto apreciaban los liberales, simplemente ya no era posible. Pero la idea de progreso no se abandonó: se radicalizó, y los nuevos gobernantes de Rusia estaban más firmemente convencidos de que la humanidad avanza a través de las catástrofes. Había que destruir no sólo las instituciones sociales sino también la naturaleza humana, para después reconstruirlas.

Una vez que se dominara por completo el poder de la ciencia, se podría vencer a la muerte mediante la fuerza. Pero para conseguirlo había que rehacer el animal humano, tarea que requería matar a decenas de millones de personas. Tanto los «constructores de Dios» como los investigadores psíquicos creían que los humanos tenían más poderes que los que reconocía la ciencia de la época. En realidad, la investigación científica de lo paranormal no lograba revelar los nuevos poderes humanos con los que ellos soñaban. En cambio, mostraba los límites del conocimiento consciente, y los muchos canales de la vida que la voluntad humana no puede dominar. Gran parte del estudio de lo paranormal constituye lo que en la actualidad llamamos pseudociencia. Pero la línea que separa la ciencia y la pseudociencia es confusa y cambiante; sólo parece claro dónde reside cuando se examina en retrospectiva.

No existe una ciencia prístina que no haya sufrido los caprichos de la fe. Una vieja leyenda hace creer que la ciencia empezó con el rechazo de la superstición. En realidad fue el rechazo del racionalismo lo que dio lugar a la investigación científica. Los pensadores antiguos y medievales creían que podía comprenderse el mundo aplicando los primeros principios. La ciencia moderna empieza cuando primero vienen la observación y la experimentación, y los resultados se aceptan aunque aquello que muestran parezca imposible. Por paradójico que resulte, el empirismo científico –confiar en la experiencia real y no en principios supuestamente racionales– con mucha frecuencia ha ido acompañado del interés por la magia.
La ciencia y lo oculto han interactuado en muchos puntos. Llegaron juntos en dos revueltas contra la muerte, afirmando cada una de ellas que la ciencia podía dar a la humanidad lo que la religión y la magia habían prometido: la vida inmortal.

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