El Antiedipo. Entrevista a Gilles Deleuze y Felix Guattari.
El Antiedipo. Entrevista a Gilles
Deleuze y Felix Guattari.
- Ustedes oponen constantemente
un inconsciente esquizoanalítico, compuesto de máquinas deseantes, al
inconsciente psicoanalítico, al que dirigen toda clase de críticas. Utilizan la
esquizofrenia como patrón de referencia. Pero, ¿dirían ustedes sinceramente que
Freud ignoraba el dominio de las máquinas o, al menos, de los aparatos? ¿Dirían
que no comprendió el campo de la psicosis?
- F.G.- Es complejo. En ciertos
aspectos, Freud tenía plena conciencia de que su verdadero material clínico, su
base clínica procedía de la psicosis, de Bleuler y Jung. Y esto es así hasta el
final: todas las novedades del psicoanálisis, desde Melanie Klein hasta Lacan,
proceden de la psicosis. Por otra parte, está el caso de Tausk: es posible que
Freud temiese una confrontación de los conceptos analíticos con la psicosis. El
comentario sobre Schreber revela todo tipo de ambigüedades. En cuanto a los
esquizofrénicos, se tiene la impresión de que a Freud no le gustan en absoluto,
dice sobre ellos cosas horribles, extremadamente desagradables... Ahora bien,
es cierto, como usted dice, que Freud no ignoraba la maquinaria del deseo. El
deseo, las maquinarias del deseo son incluso el descubrimiento propio del
psicoanálisis. Nunca en el psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar, de
producir. Y los psicoanalistas no dejan nunca de alimentar o de realimentar las
máquinas, sobre un fondo esquizofrénico. Pero quizá hacen o desencadenan cosas
de las que no tienen clara conciencia. Quizás su práctica implica operaciones
incipientes que no aparecen con claridad en la teoría. No hay duda de que el
psicoanálisis ha perturbado toda la medicina mental, como una especie de
máquina infernal.
Aunque ya desde el principio
estuviese sometido a compromisos, causaba perturbaciones, imponía nuevas
articulaciones, revelaba el deseo. Usted acaba de invocar los aparatos
psíquicos tal y como son analizados por Freud: aparece ahí todo un aspecto de
maquinaria, de producción de deseo y de unidades de producción. Pero hay otro
aspecto: la personificación de estos aparatos (el super-yo, el yo, el ello),
una escenografía teatral que sustituye las verdaderas fuerzas productivas del
inconsciente por simples valores representativos. Así es como las máquinas del
deseo se convierten progresivamente en maquinarias teatrales: el super-yo, la
pulsión de muerte como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar
fuera de la escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de
producción de efectos. Toda la producción deseante queda anonadada. Nosotros
decimos estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido,
como deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representación
familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que con la economía
política tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de
la riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la
representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de
familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse
sino en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia neurosis que
desfigura las fuerzas del inconsciente.
- ¿Es esto lo que quieren decir
cuando hablan de un “giro idealista” en psicoanálisis, asociado a Edipo, y
cuando se esfuerzan en oponer al idealismo psiquiátrico un nuevo materialismo?
¿Cómo se articulan el materialismo y el idealismo en el dominio del
psicoanálisis?
G. D.- El objeto de nuestros
ataques no es la ideología del psicoanálisis sino el psicoanálisis en cuanto
tal, tanto en su práctica como en su teoría. Y no hay, en este aspecto,
contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo extraordinario y,
al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una dirección errónea. El
giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no es contradictorio:
aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen espléndidas flores.
Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es todo un sistema de
proyecciones y reducciones propias de la teoría y de la práctica del análisis:
reducción de la producción deseante a un sistema de representaciones llamadas inconscientes,
y a las formas de motivación, de expresión y de comprensión correspondientes;
reducción de la fábrica del inconsciente a un escenario dramático, Edipo o
Hamlet; reducción de las catexis sociales de la libido a catexis familiares,
desviación del deseo hacia coordenadas familiaristas. Edipo, una vez más. No
queremos decir que el psicoanálisis haya inventado a Edipo. Se limita a
responder a la demanda, cada cual se presenta con su Edipo. El psicoanálisis no
hace más que elevar Edipo al cuadrado -un Edipo de transferencia, un Edipo de
Edipo- en la ciénaga del diván. Pues, ya sea familiar o analítico, Edipo es
fundamentalmente un aparato de represión de las máquinas deseantes, en absoluto
una formación propia del inconsciente en cuanto tal. Tampoco deseamos sostener
que Edipo, o sus equivalentes, varíen según las formaciones sociales
consideradas. Estamos más inclinados a creer, como los estructuralistas, que se
trata de una constante. Pero es la constante de una desviación de las fuerzas
del inconsciente. Por eso atacamos a Edipo: no en nombre de unas sociedades que
no implicarían a Edipo, sino debido a la sociedad que lo implica de un modo
eminente, la nuestra, la capitalista. No atacamos a Edipo en nombre de ideales
pretendidamente superiores a la sexualidad, sino en nombre de la propia
sexualidad, que no se reduce al “sucio secretito de familia”. No establecemos
diferencia alguna entre las variaciones imaginarias de Edipo y la constante
estructural, puesto que se trata en ambos extremos del mismo atolladero, del
mismo avasallamiento de las máquinas deseantes. Lo que el psicoanálisis llama a
solución o la disolución de Edipo es en extremo cómico, ya que se trata
precisamente de la puesta en marcha de la deuda infinita, el análisis
interminable, la epidemia edípica, su transmisión de padres a hijos. Cuánto
desatino, cuántas estupideces han podido decirse en nombre de Edipo,
especialmente a propósito de los niños.
Una psiquiatría materialista es
aquella que introduce la producción en el deseo y viceversa, la que introduce
al deseo en la producción. El delirio no remite al padre, ni siquiera al nombre
del padre, sino a todos los nombres de la Historia. Es algo así como la
inmanencia de las máquinas deseantes en las grandes máquinas sociales. Es la
ocupación del campo social histórico por parte de las máquinas deseantes. Lo
único que el psicoanálisis ha comprendido de la psicosis es su línea
"paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración y a todos esos
aparato represivos que se han inyectado en el inconsciente. Pero el fondo
esquizofrénico del delirio, la línea “esquizofrénica" que diseña un campo
ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault decía que el
psicoanálisis seguía siendo sordo a la voz de la sinrazón. Y, efectivamente, d
psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización, no contribuye
únicamente a producir esa neurosis cuya curación es interminable, sino al mismo
tiempo a reproducir al psicótico como aquel que se resiste a la edipización.
Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la esquizofrenia. Y
pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad debido a su
idealismo, al idealismo familiarista y teatral.
- Su libro tiene un aspecto
psiquiátrico o psicoanalítico, pero también un aspecto político y económico,
¿Cómo conciben ustedes la unidad de estos dos aspectos? ¿Intentan ustedes
recuperar de algún modo la tentativa de Reich? Hablan ustedes de catexis
fascistas, tanto al nivel del deseo como al del campo social. Se trata en tal
caso de algo que claramente concierne al mismo tiempo a la política y al
psicoanálisis. Pero no se comprende bien qué es lo que ustedes opondrían a esas
catexis fascistas. ¿Qué es lo que se puede contraponer al fascismo? Se trata de
una cuestión que no concierne únicamente a la unidad de este libro, sino
también a sus consecuencias prácticas: y estas consecuencias son de una enorme
importancia, porque si nada impide esas “catexis fascistas”, si ninguna fuerza
las contiene, si lo único que puede hacerse es constatar su existencia, ¿cuál
es el significado de su reflexión política y de su intervención en la realidad?
F. G.- Sí, como tantos otros,
nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. Aún no ha hecho
más que empezar, no hay razones para que el fascismo no siga creciendo. Mejor
dicho: o bien se construye una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo
del deseo y de los fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo
manipulado por las fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando,
incluso desde el interior, a las propias máquinas revolucionarias. Distinguimos
dos clases de catexis en el campo social: las catexis preconscientes de interés
y las catexis inconscientes de deseo. Las catexis de interés pueden ser
realmente revolucionarias y, no obstante, permitir la subsistencia de catexis
inconscientes de deseo que no lo son o que incluso son fascistas. En cierto
sentido, lo que llamamos esquizoanálisis tendría su punto ideal de aplicación
en los grupos, y especialmente en los grupos militantes: es en ellos en donde
se dispone de modo más inmediato de un material ajeno a la familia, donde
aparece el funcionamiento a veces contradictorio de las catexis. El
esquizoanálisis es un análisis militante, libidinal-económico, libidinal-político.
Al contraponer esos dos tipos de catexis sociales, no estamos contraponiendo el
deseo, como fenómeno suntuario o romántico, a los intereses, que serían
económicos y políticos; al contrario, pensamos que los intereses se encuentran
siempre emplazados allí donde el deseo ha predeterminado su lugar. Igualmente,
no hay revolución conforme a los intereses de las clases oprimidas a menos que
el deseo haya adoptado una posición revolucionaria que comprometa a las propias
formaciones del inconsciente. Porque el deseo, en todos los sentidos, forma
parte de la infraestructura (no creemos en absoluto en conceptos como el de
ideología, que no sirve de nada a la hora de analizar los problemas: no hay
ideologías). La amenaza permanente contra los aparatos revolucionarios estriba
en hacerse una idea puritana de los intereses, que nunca se realizan más que en
provecho de una franja de la clase oprimida que realimenta una casta y una
jerarquía por completo opresiva. Cuanto más se asciende en una jerarquía,
incluso aunque se trate de una jerarquía seudo-revolucionaria, menos posible
será la expresión del deseo (por contra. tal expresión aparece en las
organizaciones de base, aunque sea muy deformada). A este fascismo del poder
nosotros contraponemos las líneas de fuga activas y positivas, porque tales
líneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organización de un
campo social de deseo: no se trata de que cada uno escape "personalmente”,
sino de provocar una fuga, como cuando se revienta una cañería o cuando se abre
un absceso. Dejar que pasen los fluidos por debajo de los códigos sociales que
pretenden canalizarlos o cortarles el paso. Toda posición de deseo contra la
opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto
del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga. Denunciamos toda
la temática de la oposición hombre-máquina, el hombre alienado por la máquina,
etc. Desde el movimiento de Mayo, el poder, apoyado por las
seudo-organizaciones de izquierda, ha intentado hacer creer que sólo se trató
de unos cuantos niños mimados que luchaban contra la sociedad de consumo,
mientras que los obreros de verdad sabían perfectamente dónde estaban sus
intereses... Pero jamás hubo lucha contra la sociedad de consumo (noción
imbécil donde las haya. Al contrario, lo que decimos es que aún no hay
suficiente consumo, aún no hay suficiente artificio, los intereses no estarán
jamás de parte de la revolución hasta que las líneas dé deseo no alcancen el
punto en el que el deseo y la máquina, el deseo y el artificio, sean una sola
cosa, el punto en el que se rebelen por ejemplo contra los llamados “datos
naturales” de la sociedad capitalista. Nada más fácil que alcanzar ese punto,
pues el más minúsculo de los deseos se eleva hasta él, y al mismo tiempo nada
más difícil, porque comporta todas las catexis del inconsciente.
G. D.- En este sentido la
cuestión de la unidad del libro está fuera de lugar. Hay, ciertamente, dos
aspectos: el primero es una crítica de Edipo y del psicoanálisis; el segundo,
un estudio acerca del capitalismo y de sus relaciones con la esquizofrenia. Pero
el primer aspecto depende estrechamente del segundo. Atacamos al psicoanálisis
en los siguientes puntos (que conciernen tanto a su teoría como a su práctica):
su culto a Edipo, su reducción de la libido a catexis familiaristas, incluso
bajo las formas encubiertas y generalizadas del estructuralismo o del
simbolismo. Decimos que la libido actúa mediante catexis inconscientes que
difieren de las catexis preconscientes de interés, pero que, como estas
últimas, conciernen al campo social. Sea una vez más el caso del delirio: nos
preguntan si hemos visto alguna vez un esquizofrénico, pero nosotros
preguntamos a los psicoanalistas si ellos han escuchado alguna vez un delirio.
El delirio no es familiar, sino histórico-mundial. Se delira a propósito de los
chinos de los alemanes, de Juana de Arco y del Gran Mongol acerca de los arios
y los judíos, del dinero, del poder y de la producción, y no en absoluto sobre
papá y mamá. Aún más: la famosa “novela familiar” depende estrechamente de las
catexis sociales inconscientes que aparecen en el delirio, y no a la inversa.
Intentamos mostrar en qué sentido esto es ya cierto en la infancia. Proponemos
un esquizoanálisis que se contrapone al psicoanálisis. Basta con atenerse a los
dos escollos principales con los que tropieza el psicoanálisis: es incapaz de
llegar a las máquinas deseantes de cualquiera porque se mantiene en las figuras
o estructuras edípicas; es incapaz de llegar a las catexis sociales de la
libido porque se queda en las catexis familiaristas. Esto se observa a la
perfección en el ejemplar psicoanálisis in vitro del Presidente Schreber. Lo
que a nosotros nos interesa (y que, en cambio, no interesa en absoluto a los
psicoanalistas) es esto: ¿Cuáles son tus máquinas deseantes? ¿Cuál es tu manera
de delirar el campo social? La unidad de nuestro libro consiste en que
entendemos que las insuficiencias del psicoanálisis, así como su ignorancia del
fondo esquizofrénico, están vinculadas a su profunda pertenencia a la sociedad
capitalista El psicoanálisis es como el capitalismo: la esquizofrenia es su
límite, pero no deja de desplazar el límite ni de intentar conjurarlo.
- Su libro está lleno de
referencias, de textos que se utilizan generosamente, tanto en su propio
sentido cuanto a veces contra él, pero se trata, en cualquier caso, de un libro
cuyo subsuelo es una “cultura" precisa. Reconocen ustedes una gran
importancia a la etnología, y sin embargo poca a la lingüística; otorgan gran
relevancia a ciertos novelistas ingleses y americanos, pero apenas a las teorías
contemporáneas de la escritura. Más concretamente, ¿por qué ese ataque a la
noción de significante, y cuáles son las razones que les hacen rechazar su
sistema?
F. G.- No tenemos nada que ver
con el significante. No somos los únicos ni los primeros. Puede verse el caso
de Foucault, o el reciente libro de Lyotard. La oscuridad de nuestra crítica
del significante se debe a que se trata de una entidad difusa que todo lo
reduce a una máquina obsoleta de escritura. La oposición exclusiva y coercitiva
entre significante y significado está obsesionada por el imperialismo del
Significante, tal y como emerge con las máquinas de escritura. Todo remite
directamente a la letra. Tal es la propia ley de la hipercodificación
despótica. Nuestra hipótesis es ésta: el Significante es el signo del gran
Déspota que, al retirarse, libera una región que puede descomponerse en
elementos mínimos entre los que existen relaciones regladas. Esta hipótesis
tiene la ventaja de explicar el carácter tiránico, terrorista y castrador del
significante. Se trata de un enorme arcaísmo que remite a los grandes imperios.
Ni siquiera estamos seguros de que el significante pueda servir en el terreno
del lenguaje. Por ello, nos hemos vuelto hacia Hjelmslev hace tiempo que él ha
erigido una especie de teoría spinozista del lenguaje en el cual los flujos de
contenido y de expresión prescinden del significante. El lenguaje como sistema
de flujos continuos de contenido y expresión, troquelado mediante constructos
maquínicos de figuras discretas y discontinuas. En este libro aún no hemos
desarrollado nuestra concepción de los agentes colectivos de enunciación, una
noción que pretende superar la escisión entre el sujeto del enunciado y el
sujeto de la enunciación. Somos estrictamente funcionalistas: lo que nos
interesa es cómo funcionan las cosas, cómo se disponen, cómo maquinan.
El significante pertenece aún al
dominio de la pregunta: “¿Qué quiere decir esto? incluso es esta misma cuestión
en cuanto borrada. Para nosotros el inconsciente no quiere decir nada, ni
tampoco el lenguaje. El fracaso del funcionalismo se debe a que se ha intentado
aplicar a dominios que le son extraños, a grandes conjuntos estructurados que,
por serlo, no pueden estar formados de la manera en que funcionan. El
funcionalismo, al contrario, no tiene rival en el dominio de las
micro-multiplicidades, de las micro-máquinas, de las máquinas deseantes, de las
formaciones moleculares. Y, a este nivel, no hay en absoluto máquinas
cualificadas de tal o cual manera, como por ejemplo una máquina lingüística,
porque hay elementos lingüísticos en toda máquina, en convivencia con elementos
de otro tipo, El inconsciente es un micro-inconsciente, es molecular, y el
esquizoanálisis es un micro-análisis, La única cuestión es cómo funciona, con
qué intenciones, qué flujos, qué procesos, qué objetos parciales, cosas todas
ellas que no quieren decir nada.
G. D.- Eso mismo es lo que
pensamos de nuestro libro. De lo que se trata es de saber si funciona, y cómo y
para quién. Es una máquina. No se trata de releer, habrá que hacer otras cosas.
Es un libro hecho gozosamente, No nos dirigimos a quienes piensan que el
psicoanálisis sigue el camino correcto y tiene una visión apropiada del
inconsciente. Nos dirigimos a quienes piensan que es monótono, triste, como un
runrún (Edipo, la castración, la pulsión de muerte, etc.). Nos dirigimos a los
inconscientes que protestan. Buscamos aliados. Tenemos gran necesidad de
aliados, Tenemos la impresión de que nuestros aliados están ya por ahí, que se
nos han adelantado, que hay mucha gente que está harta, que piensan, sienten y
trabajan en una dirección análoga a la nuestra. No se trata de una moda, sino
de algo más profundo, una especie de atmósfera que se respira y en la que se
llevan a cabo investigaciones convergentes en dominios muy diferentes. Por
ejemplo, en etnología. O en psiquiatría. O el trabajo de Foucault: aunque no
practicamos el mismo método, tenemos la impresión de coincidir con él en
multitud de puntos, esenciales a nuestro modo de ver, del camino que él trazó
antes que nosotros. Es verdad que hemos leído mucho, pero un poco al azar.
Nuestro problema no estriba en un retorno a Freud o a Marx. No es una teoría de
la lectura. Lo que buscamos en un libro es el modo en que abre el paso a algo
que escapa a los códigos: flujos, líneas activas de fuga revolucionaria, líneas
de descodificación absoluta que se oponen a la cultura. Incluso para los libros
existen estructuras, códigos y ataduras edípicas, tanto más solapadas por
cuanto no son figurativas sino abstractas. Lo que nos ha llamado la atención de
los grandes novelistas ingleses y americanos es ese don del que los franceses
casi siempre carecen, las intensidades, los flujos, libros-máquinas, libros
para ser usados, esquizolibros. Tenemos a Artaud, y la mitad de Beckett. Quizá
se reproche a nuestro libro el ser demasiado literario, pero estamos seguros de
que este reproche procederá de profesores de literatura. Acaso ¿tenemos la
culpa de que Lawrence, Miller, Kerouac, Burroughs, Artaud o Beckett sepan más
acerca de la esquizofrenia que los psiquiatras y los psicoanalistas?
- Pero ¿no se arriesgan ustedes a
un reproche más serio? El esquizoanálisis que proponen es, de hecho, un
anti-análisis; en consecuencia, se les podría reprochar que valoran la
esquizofrenia de manera románt1ca e irresponsable; e incluso que tienen
tendencia a confundir al revolucionario con el esquizo. ¿Cuál sería su actitud
ante estas posibles críticas?
G. D.- F. G.- Sí, una escuela de
esquizofrenia sería una buena idea. Liberar los flujos, ir siempre un poco más
lejos en el artificio: el esquizo es el que está descodificado,
desterritorializado. Dicho esto, no se nos puede responsabilizar de los
disparates: siempre hay gente dispuesta a esgrimirlos (véanse los ataque contra
Laing y la anti-psiquiatría). Hace poco se publicó en L’Observateur un artículo
cuyo autor (un psiquiatra) decía: doy muestras de mi valor al denunciar las
corrientes modernas de la psiquiatría y la antipsiquiatría. Nada de eso. Lo que
él hacía más bien era escoger el momento adecuado en el que la reacción
política se atrinchera contra toda tentativa de cambio en el hospital
psiquiátrico y la industria del medicamento. Siempre hay una política tras los
disparates. Nosotros planteamos un problema muy sencillo, similar al de Burroughs
frente a la droga: ¿se puede alcanzar la potencia de las drogas sin drogarse,
sin autoproducirse como un loco drogado? Con la esquizofrenia pasa lo mismo.
Por nuestra parte, diferenciamos, de un lado, la esquizofrenia como proceso y,
de otro, la producción del esquizofrénico como entidad clínica apropiada al
hospital: ambos están en proporción inversa. El esquizofrénico del hospital es
alguien que ha intentado algo y ha fracasado, que se ha derrumbado. No decimos
que el revolucionario sea esquizofrénico. Decimos que hay un proceso
esquizofrénico de descodificación y desterritorialización cuya conversión en
producción de esquizofrenia clínica sólo puede ser evitada por la actividad
revolucionaria. Planteamos un problema que concierne a la estrecha relación que
existe entre el capitalismo y el psicoanálisis, por una parte, y entre los
movimientos revolucionarios y el esquizoanálisis, por otra. Paranoia
capitalista y esquizofrenia revolucionaria, por así decirlo, pero no en el
sentido psiquiátrico de estos términos sino, al contrario, a partir de sus
determinaciones sociales y políticas, de las que sólo bajo ciertas condiciones
se deriva su aplicación psiquiátrica. El esquizoanálisis tiene un solo
objetivo, que la máquina revolucionaria, la máquina artística y la máquina
analítica se conviertan en piezas y engranajes unas de otras. Si, una vez más,
consideramos el caso del delirio, nos parece que tiene dos polos, un polo
paranoico fascista y un polo esquizo-revolucionario. No deja de oscilar entre
ambos polos. Esto es lo que nos interesa: la esquizia revolucionaria por
contraposición al significante despótico. Por otra parte, no merece la pena
contestar de antemano a los disparates, ya que son imprevisibles, como tampoco
la merece luchar contra ellos cuando se producen. Es mejor hacer otras cosas,
trabajar con quienes van en el mismo sentido. En cuanto a la responsabilidad o
la irresponsabilidad, nada. Sabemos de tales nociones: se las dejamos a la
policía y a los psiquiatras de los tribunales.
Publicado por Jeannine Zambrano y
en Buenos Aires por la poeta Leonor Silvestri en
pasionerotismoypoesiaantigua@gruposyahoo.com.ar
Dr. Sladogna:que bueno que tuvo a bien compartirnos ésta entrevista con Deleuze y Guattari,que aunque se dió varias décadas atrás e inmediatamente después a la efervescencia de 1968,es completamente actual y aplicable anuestro tiempo de ésta 2a. década ddel siglo XXI,donde cada vez los humanos parecemos cada vez más con el deseo perdido ante el caos alienante del capitalismo que se resiste a morir y que cada vez trata de alienarnos más;me parece (entre varias cosas) muy interesante el planteamiento de los dos entrevistados ,sobre la posibilidad de liberar el deseo productivo y liberardor a través del trabajo grupal.Tengo una pregunta:¿ésta entrevista es a proósito del libro "el antiedipo",o del libro "psicoanálisis y transversalidad"?,ya que ambos libros Deleuze y Guattari los publicaron casi juntos alrrededor de 1972:Saludos Doctor.
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