El Antiedipo. Entrevista a Gilles Deleuze y Felix Guattari.
El Antiedipo. Entrevista a Gilles
Deleuze y Felix Guattari.
- Ustedes oponen constantemente
un inconsciente esquizoanalĂtico, compuesto de máquinas deseantes, al
inconsciente psicoanalĂtico, al que dirigen toda clase de crĂticas. Utilizan la
esquizofrenia como patrĂłn de referencia. Pero, ÂżdirĂan ustedes sinceramente que
Freud ignoraba el dominio de las máquinas o, al menos, de los aparatos? ÂżDirĂan
que no comprendiĂł el campo de la psicosis?
- F.G.- Es complejo. En ciertos
aspectos, Freud tenĂa plena conciencia de que su verdadero material clĂnico, su
base clĂnica procedĂa de la psicosis, de Bleuler y Jung. Y esto es asĂ hasta el
final: todas las novedades del psicoanálisis, desde Melanie Klein hasta Lacan,
proceden de la psicosis. Por otra parte, está el caso de Tausk: es posible que
Freud temiese una confrontaciĂłn de los conceptos analĂticos con la psicosis. El
comentario sobre Schreber revela todo tipo de ambigĂĽedades. En cuanto a los
esquizofrénicos, se tiene la impresión de que a Freud no le gustan en absoluto,
dice sobre ellos cosas horribles, extremadamente desagradables... Ahora bien,
es cierto, como usted dice, que Freud no ignoraba la maquinaria del deseo. El
deseo, las maquinarias del deseo son incluso el descubrimiento propio del
psicoanálisis. Nunca en el psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar, de
producir. Y los psicoanalistas no dejan nunca de alimentar o de realimentar las
máquinas, sobre un fondo esquizofrénico. Pero quizá hacen o desencadenan cosas
de las que no tienen clara conciencia. Quizás su práctica implica operaciones
incipientes que no aparecen con claridad en la teorĂa. No hay duda de que el
psicoanálisis ha perturbado toda la medicina mental, como una especie de
máquina infernal.
Aunque ya desde el principio
estuviese sometido a compromisos, causaba perturbaciones, imponĂa nuevas
articulaciones, revelaba el deseo. Usted acaba de invocar los aparatos
psĂquicos tal y como son analizados por Freud: aparece ahĂ todo un aspecto de
maquinaria, de producciĂłn de deseo y de unidades de producciĂłn. Pero hay otro
aspecto: la personificaciĂłn de estos aparatos (el super-yo, el yo, el ello),
una escenografĂa teatral que sustituye las verdaderas fuerzas productivas del
inconsciente por simples valores representativos. Asà es como las máquinas del
deseo se convierten progresivamente en maquinarias teatrales: el super-yo, la
pulsiĂłn de muerte como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar
fuera de la escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de
producciĂłn de efectos. Toda la producciĂłn deseante queda anonadada. Nosotros
decimos estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido,
como deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representaciĂłn
familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que con la economĂa
polĂtica tal y como la veĂa Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de
la riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la
representaciĂłn de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de
familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse
sino en la neurosis, y a dar una interpretaciĂłn de la propia neurosis que
desfigura las fuerzas del inconsciente.
- ÂżEs esto lo que quieren decir
cuando hablan de un “giro idealista” en psicoanálisis, asociado a Edipo, y
cuando se esfuerzan en oponer al idealismo psiquiátrico un nuevo materialismo?
ÂżCĂłmo se articulan el materialismo y el idealismo en el dominio del
psicoanálisis?
G. D.- El objeto de nuestros
ataques no es la ideologĂa del psicoanálisis sino el psicoanálisis en cuanto
tal, tanto en su práctica como en su teorĂa. Y no hay, en este aspecto,
contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo extraordinario y,
al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una direcciĂłn errĂłnea. El
giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no es contradictorio:
aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen espléndidas flores.
Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es todo un sistema de
proyecciones y reducciones propias de la teorĂa y de la práctica del análisis:
reducciĂłn de la producciĂłn deseante a un sistema de representaciones llamadas inconscientes,
y a las formas de motivaciĂłn, de expresiĂłn y de comprensiĂłn correspondientes;
reducción de la fábrica del inconsciente a un escenario dramático, Edipo o
Hamlet; reducciĂłn de las catexis sociales de la libido a catexis familiares,
desviación del deseo hacia coordenadas familiaristas. Edipo, una vez más. No
queremos decir que el psicoanálisis haya inventado a Edipo. Se limita a
responder a la demanda, cada cual se presenta con su Edipo. El psicoanálisis no
hace más que elevar Edipo al cuadrado -un Edipo de transferencia, un Edipo de
Edipo- en la ciĂ©naga del diván. Pues, ya sea familiar o analĂtico, Edipo es
fundamentalmente un aparato de represión de las máquinas deseantes, en absoluto
una formaciĂłn propia del inconsciente en cuanto tal. Tampoco deseamos sostener
que Edipo, o sus equivalentes, varĂen segĂşn las formaciones sociales
consideradas. Estamos más inclinados a creer, como los estructuralistas, que se
trata de una constante. Pero es la constante de una desviaciĂłn de las fuerzas
del inconsciente. Por eso atacamos a Edipo: no en nombre de unas sociedades que
no implicarĂan a Edipo, sino debido a la sociedad que lo implica de un modo
eminente, la nuestra, la capitalista. No atacamos a Edipo en nombre de ideales
pretendidamente superiores a la sexualidad, sino en nombre de la propia
sexualidad, que no se reduce al “sucio secretito de familia”. No establecemos
diferencia alguna entre las variaciones imaginarias de Edipo y la constante
estructural, puesto que se trata en ambos extremos del mismo atolladero, del
mismo avasallamiento de las máquinas deseantes. Lo que el psicoanálisis llama a
soluciĂłn o la disoluciĂłn de Edipo es en extremo cĂłmico, ya que se trata
precisamente de la puesta en marcha de la deuda infinita, el análisis
interminable, la epidemia edĂpica, su transmisiĂłn de padres a hijos. Cuánto
desatino, cuántas estupideces han podido decirse en nombre de Edipo,
especialmente a propósito de los niños.
Una psiquiatrĂa materialista es
aquella que introduce la producciĂłn en el deseo y viceversa, la que introduce
al deseo en la producciĂłn. El delirio no remite al padre, ni siquiera al nombre
del padre, sino a todos los nombres de la Historia. Es algo asĂ como la
inmanencia de las máquinas deseantes en las grandes máquinas sociales. Es la
ocupación del campo social histórico por parte de las máquinas deseantes. Lo
Ăşnico que el psicoanálisis ha comprendido de la psicosis es su lĂnea
"paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración y a todos esos
aparato represivos que se han inyectado en el inconsciente. Pero el fondo
esquizofrĂ©nico del delirio, la lĂnea “esquizofrĂ©nica" que diseña un campo
ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault decĂa que el
psicoanálisis seguĂa siendo sordo a la voz de la sinrazĂłn. Y, efectivamente, d
psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización, no contribuye
Ăşnicamente a producir esa neurosis cuya curaciĂłn es interminable, sino al mismo
tiempo a reproducir al psicĂłtico como aquel que se resiste a la edipizaciĂłn.
Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la esquizofrenia. Y
pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad debido a su
idealismo, al idealismo familiarista y teatral.
- Su libro tiene un aspecto
psiquiátrico o psicoanalĂtico, pero tambiĂ©n un aspecto polĂtico y econĂłmico,
ÂżCĂłmo conciben ustedes la unidad de estos dos aspectos? ÂżIntentan ustedes
recuperar de algĂşn modo la tentativa de Reich? Hablan ustedes de catexis
fascistas, tanto al nivel del deseo como al del campo social. Se trata en tal
caso de algo que claramente concierne al mismo tiempo a la polĂtica y al
psicoanálisis. Pero no se comprende bien quĂ© es lo que ustedes opondrĂan a esas
catexis fascistas. ¿Qué es lo que se puede contraponer al fascismo? Se trata de
una cuestiĂłn que no concierne Ăşnicamente a la unidad de este libro, sino
también a sus consecuencias prácticas: y estas consecuencias son de una enorme
importancia, porque si nada impide esas “catexis fascistas”, si ninguna fuerza
las contiene, si lo único que puede hacerse es constatar su existencia, ¿cuál
es el significado de su reflexiĂłn polĂtica y de su intervenciĂłn en la realidad?
F. G.- SĂ, como tantos otros,
nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. AĂşn no ha hecho
más que empezar, no hay razones para que el fascismo no siga creciendo. Mejor
dicho: o bien se construye una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo
del deseo y de los fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo
manipulado por las fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando,
incluso desde el interior, a las propias máquinas revolucionarias. Distinguimos
dos clases de catexis en el campo social: las catexis preconscientes de interés
y las catexis inconscientes de deseo. Las catexis de interés pueden ser
realmente revolucionarias y, no obstante, permitir la subsistencia de catexis
inconscientes de deseo que no lo son o que incluso son fascistas. En cierto
sentido, lo que llamamos esquizoanálisis tendrĂa su punto ideal de aplicaciĂłn
en los grupos, y especialmente en los grupos militantes: es en ellos en donde
se dispone de modo más inmediato de un material ajeno a la familia, donde
aparece el funcionamiento a veces contradictorio de las catexis. El
esquizoanálisis es un análisis militante, libidinal-econĂłmico, libidinal-polĂtico.
Al contraponer esos dos tipos de catexis sociales, no estamos contraponiendo el
deseo, como fenĂłmeno suntuario o romántico, a los intereses, que serĂan
econĂłmicos y polĂticos; al contrario, pensamos que los intereses se encuentran
siempre emplazados allĂ donde el deseo ha predeterminado su lugar. Igualmente,
no hay revoluciĂłn conforme a los intereses de las clases oprimidas a menos que
el deseo haya adoptado una posiciĂłn revolucionaria que comprometa a las propias
formaciones del inconsciente. Porque el deseo, en todos los sentidos, forma
parte de la infraestructura (no creemos en absoluto en conceptos como el de
ideologĂa, que no sirve de nada a la hora de analizar los problemas: no hay
ideologĂas). La amenaza permanente contra los aparatos revolucionarios estriba
en hacerse una idea puritana de los intereses, que nunca se realizan más que en
provecho de una franja de la clase oprimida que realimenta una casta y una
jerarquĂa por completo opresiva. Cuanto más se asciende en una jerarquĂa,
incluso aunque se trate de una jerarquĂa seudo-revolucionaria, menos posible
será la expresión del deseo (por contra. tal expresión aparece en las
organizaciones de base, aunque sea muy deformada). A este fascismo del poder
nosotros contraponemos las lĂneas de fuga activas y positivas, porque tales
lĂneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organizaciĂłn de un
campo social de deseo: no se trata de que cada uno escape "personalmente”,
sino de provocar una fuga, como cuando se revienta una cañerĂa o cuando se abre
un absceso. Dejar que pasen los fluidos por debajo de los cĂłdigos sociales que
pretenden canalizarlos o cortarles el paso. Toda posiciĂłn de deseo contra la
opresiĂłn, por muy local y minĂşscula que sea, termina por cuestionar el conjunto
del sistema capitalista, y contribuye a abrir en Ă©l una fuga. Denunciamos toda
la temática de la oposición hombre-máquina, el hombre alienado por la máquina,
etc. Desde el movimiento de Mayo, el poder, apoyado por las
seudo-organizaciones de izquierda, ha intentado hacer creer que sĂłlo se tratĂł
de unos cuantos niños mimados que luchaban contra la sociedad de consumo,
mientras que los obreros de verdad sabĂan perfectamente dĂłnde estaban sus
intereses... Pero jamás hubo lucha contra la sociedad de consumo (noción
imbécil donde las haya. Al contrario, lo que decimos es que aún no hay
suficiente consumo, aún no hay suficiente artificio, los intereses no estarán
jamás de parte de la revoluciĂłn hasta que las lĂneas dĂ© deseo no alcancen el
punto en el que el deseo y la máquina, el deseo y el artificio, sean una sola
cosa, el punto en el que se rebelen por ejemplo contra los llamados “datos
naturales” de la sociedad capitalista. Nada más fácil que alcanzar ese punto,
pues el más minúsculo de los deseos se eleva hasta él, y al mismo tiempo nada
más difĂcil, porque comporta todas las catexis del inconsciente.
G. D.- En este sentido la
cuestión de la unidad del libro está fuera de lugar. Hay, ciertamente, dos
aspectos: el primero es una crĂtica de Edipo y del psicoanálisis; el segundo,
un estudio acerca del capitalismo y de sus relaciones con la esquizofrenia. Pero
el primer aspecto depende estrechamente del segundo. Atacamos al psicoanálisis
en los siguientes puntos (que conciernen tanto a su teorĂa como a su práctica):
su culto a Edipo, su reducciĂłn de la libido a catexis familiaristas, incluso
bajo las formas encubiertas y generalizadas del estructuralismo o del
simbolismo. Decimos que la libido actĂşa mediante catexis inconscientes que
difieren de las catexis preconscientes de interés, pero que, como estas
últimas, conciernen al campo social. Sea una vez más el caso del delirio: nos
preguntan si hemos visto alguna vez un esquizofrénico, pero nosotros
preguntamos a los psicoanalistas si ellos han escuchado alguna vez un delirio.
El delirio no es familiar, sino histĂłrico-mundial. Se delira a propĂłsito de los
chinos de los alemanes, de Juana de Arco y del Gran Mongol acerca de los arios
y los judĂos, del dinero, del poder y de la producciĂłn, y no en absoluto sobre
papá y mamá. Aún más: la famosa “novela familiar” depende estrechamente de las
catexis sociales inconscientes que aparecen en el delirio, y no a la inversa.
Intentamos mostrar en qué sentido esto es ya cierto en la infancia. Proponemos
un esquizoanálisis que se contrapone al psicoanálisis. Basta con atenerse a los
dos escollos principales con los que tropieza el psicoanálisis: es incapaz de
llegar a las máquinas deseantes de cualquiera porque se mantiene en las figuras
o estructuras edĂpicas; es incapaz de llegar a las catexis sociales de la
libido porque se queda en las catexis familiaristas. Esto se observa a la
perfección en el ejemplar psicoanálisis in vitro del Presidente Schreber. Lo
que a nosotros nos interesa (y que, en cambio, no interesa en absoluto a los
psicoanalistas) es esto: ¿Cuáles son tus máquinas deseantes? ¿Cuál es tu manera
de delirar el campo social? La unidad de nuestro libro consiste en que
entendemos que las insuficiencias del psicoanálisis, asà como su ignorancia del
fondo esquizofrénico, están vinculadas a su profunda pertenencia a la sociedad
capitalista El psicoanálisis es como el capitalismo: la esquizofrenia es su
lĂmite, pero no deja de desplazar el lĂmite ni de intentar conjurarlo.
- Su libro está lleno de
referencias, de textos que se utilizan generosamente, tanto en su propio
sentido cuanto a veces contra Ă©l, pero se trata, en cualquier caso, de un libro
cuyo subsuelo es una “cultura" precisa. Reconocen ustedes una gran
importancia a la etnologĂa, y sin embargo poca a la lingĂĽĂstica; otorgan gran
relevancia a ciertos novelistas ingleses y americanos, pero apenas a las teorĂas
contemporáneas de la escritura. Más concretamente, ¿por qué ese ataque a la
noción de significante, y cuáles son las razones que les hacen rechazar su
sistema?
F. G.- No tenemos nada que ver
con el significante. No somos los Ăşnicos ni los primeros. Puede verse el caso
de Foucault, o el reciente libro de Lyotard. La oscuridad de nuestra crĂtica
del significante se debe a que se trata de una entidad difusa que todo lo
reduce a una máquina obsoleta de escritura. La oposición exclusiva y coercitiva
entre significante y significado está obsesionada por el imperialismo del
Significante, tal y como emerge con las máquinas de escritura. Todo remite
directamente a la letra. Tal es la propia ley de la hipercodificaciĂłn
despĂłtica. Nuestra hipĂłtesis es Ă©sta: el Significante es el signo del gran
DĂ©spota que, al retirarse, libera una regiĂłn que puede descomponerse en
elementos mĂnimos entre los que existen relaciones regladas. Esta hipĂłtesis
tiene la ventaja de explicar el carácter tiránico, terrorista y castrador del
significante. Se trata de un enorme arcaĂsmo que remite a los grandes imperios.
Ni siquiera estamos seguros de que el significante pueda servir en el terreno
del lenguaje. Por ello, nos hemos vuelto hacia Hjelmslev hace tiempo que Ă©l ha
erigido una especie de teorĂa spinozista del lenguaje en el cual los flujos de
contenido y de expresiĂłn prescinden del significante. El lenguaje como sistema
de flujos continuos de contenido y expresiĂłn, troquelado mediante constructos
maquĂnicos de figuras discretas y discontinuas. En este libro aĂşn no hemos
desarrollado nuestra concepciĂłn de los agentes colectivos de enunciaciĂłn, una
nociĂłn que pretende superar la escisiĂłn entre el sujeto del enunciado y el
sujeto de la enunciaciĂłn. Somos estrictamente funcionalistas: lo que nos
interesa es cĂłmo funcionan las cosas, cĂłmo se disponen, cĂłmo maquinan.
El significante pertenece aĂşn al
dominio de la pregunta: “¿Qué quiere decir esto? incluso es esta misma cuestión
en cuanto borrada. Para nosotros el inconsciente no quiere decir nada, ni
tampoco el lenguaje. El fracaso del funcionalismo se debe a que se ha intentado
aplicar a dominios que le son extraños, a grandes conjuntos estructurados que,
por serlo, no pueden estar formados de la manera en que funcionan. El
funcionalismo, al contrario, no tiene rival en el dominio de las
micro-multiplicidades, de las micro-máquinas, de las máquinas deseantes, de las
formaciones moleculares. Y, a este nivel, no hay en absoluto máquinas
cualificadas de tal o cual manera, como por ejemplo una máquina lingĂĽĂstica,
porque hay elementos lingĂĽĂsticos en toda máquina, en convivencia con elementos
de otro tipo, El inconsciente es un micro-inconsciente, es molecular, y el
esquizoanálisis es un micro-análisis, La única cuestión es cómo funciona, con
qué intenciones, qué flujos, qué procesos, qué objetos parciales, cosas todas
ellas que no quieren decir nada.
G. D.- Eso mismo es lo que
pensamos de nuestro libro. De lo que se trata es de saber si funciona, y cĂłmo y
para quién. Es una máquina. No se trata de releer, habrá que hacer otras cosas.
Es un libro hecho gozosamente, No nos dirigimos a quienes piensan que el
psicoanálisis sigue el camino correcto y tiene una visión apropiada del
inconsciente. Nos dirigimos a quienes piensan que es monĂłtono, triste, como un
runrĂşn (Edipo, la castraciĂłn, la pulsiĂłn de muerte, etc.). Nos dirigimos a los
inconscientes que protestan. Buscamos aliados. Tenemos gran necesidad de
aliados, Tenemos la impresiĂłn de que nuestros aliados están ya por ahĂ, que se
nos han adelantado, que hay mucha gente que está harta, que piensan, sienten y
trabajan en una dirección análoga a la nuestra. No se trata de una moda, sino
de algo más profundo, una especie de atmósfera que se respira y en la que se
llevan a cabo investigaciones convergentes en dominios muy diferentes. Por
ejemplo, en etnologĂa. O en psiquiatrĂa. O el trabajo de Foucault: aunque no
practicamos el mismo método, tenemos la impresión de coincidir con él en
multitud de puntos, esenciales a nuestro modo de ver, del camino que Ă©l trazĂł
antes que nosotros. Es verdad que hemos leĂdo mucho, pero un poco al azar.
Nuestro problema no estriba en un retorno a Freud o a Marx. No es una teorĂa de
la lectura. Lo que buscamos en un libro es el modo en que abre el paso a algo
que escapa a los cĂłdigos: flujos, lĂneas activas de fuga revolucionaria, lĂneas
de descodificaciĂłn absoluta que se oponen a la cultura. Incluso para los libros
existen estructuras, cĂłdigos y ataduras edĂpicas, tanto más solapadas por
cuanto no son figurativas sino abstractas. Lo que nos ha llamado la atenciĂłn de
los grandes novelistas ingleses y americanos es ese don del que los franceses
casi siempre carecen, las intensidades, los flujos, libros-máquinas, libros
para ser usados, esquizolibros. Tenemos a Artaud, y la mitad de Beckett. Quizá
se reproche a nuestro libro el ser demasiado literario, pero estamos seguros de
que este reproche procederá de profesores de literatura. Acaso ¿tenemos la
culpa de que Lawrence, Miller, Kerouac, Burroughs, Artaud o Beckett sepan más
acerca de la esquizofrenia que los psiquiatras y los psicoanalistas?
- Pero Âżno se arriesgan ustedes a
un reproche más serio? El esquizoanálisis que proponen es, de hecho, un
anti-análisis; en consecuencia, se les podrĂa reprochar que valoran la
esquizofrenia de manera románt1ca e irresponsable; e incluso que tienen
tendencia a confundir al revolucionario con el esquizo. ÂżCuál serĂa su actitud
ante estas posibles crĂticas?
G. D.- F. G.- SĂ, una escuela de
esquizofrenia serĂa una buena idea. Liberar los flujos, ir siempre un poco más
lejos en el artificio: el esquizo es el que está descodificado,
desterritorializado. Dicho esto, no se nos puede responsabilizar de los
disparates: siempre hay gente dispuesta a esgrimirlos (véanse los ataque contra
Laing y la anti-psiquiatrĂa). Hace poco se publicĂł en L’Observateur un artĂculo
cuyo autor (un psiquiatra) decĂa: doy muestras de mi valor al denunciar las
corrientes modernas de la psiquiatrĂa y la antipsiquiatrĂa. Nada de eso. Lo que
Ă©l hacĂa más bien era escoger el momento adecuado en el que la reacciĂłn
polĂtica se atrinchera contra toda tentativa de cambio en el hospital
psiquiátrico y la industria del medicamento. Siempre hay una polĂtica tras los
disparates. Nosotros planteamos un problema muy sencillo, similar al de Burroughs
frente a la droga: Âżse puede alcanzar la potencia de las drogas sin drogarse,
sin autoproducirse como un loco drogado? Con la esquizofrenia pasa lo mismo.
Por nuestra parte, diferenciamos, de un lado, la esquizofrenia como proceso y,
de otro, la producciĂłn del esquizofrĂ©nico como entidad clĂnica apropiada al
hospital: ambos están en proporción inversa. El esquizofrénico del hospital es
alguien que ha intentado algo y ha fracasado, que se ha derrumbado. No decimos
que el revolucionario sea esquizofrénico. Decimos que hay un proceso
esquizofrénico de descodificación y desterritorialización cuya conversión en
producciĂłn de esquizofrenia clĂnica sĂłlo puede ser evitada por la actividad
revolucionaria. Planteamos un problema que concierne a la estrecha relaciĂłn que
existe entre el capitalismo y el psicoanálisis, por una parte, y entre los
movimientos revolucionarios y el esquizoanálisis, por otra. Paranoia
capitalista y esquizofrenia revolucionaria, por asĂ decirlo, pero no en el
sentido psiquiátrico de estos términos sino, al contrario, a partir de sus
determinaciones sociales y polĂticas, de las que sĂłlo bajo ciertas condiciones
se deriva su aplicación psiquiátrica. El esquizoanálisis tiene un solo
objetivo, que la máquina revolucionaria, la máquina artĂstica y la máquina
analĂtica se conviertan en piezas y engranajes unas de otras. Si, una vez más,
consideramos el caso del delirio, nos parece que tiene dos polos, un polo
paranoico fascista y un polo esquizo-revolucionario. No deja de oscilar entre
ambos polos. Esto es lo que nos interesa: la esquizia revolucionaria por
contraposiciĂłn al significante despĂłtico. Por otra parte, no merece la pena
contestar de antemano a los disparates, ya que son imprevisibles, como tampoco
la merece luchar contra ellos cuando se producen. Es mejor hacer otras cosas,
trabajar con quienes van en el mismo sentido. En cuanto a la responsabilidad o
la irresponsabilidad, nada. Sabemos de tales nociones: se las dejamos a la
policĂa y a los psiquiatras de los tribunales.
Publicado por Jeannine Zambrano y
en Buenos Aires por la poeta Leonor Silvestri en
pasionerotismoypoesiaantigua@gruposyahoo.com.ar
Dr. Sladogna:que bueno que tuvo a bien compartirnos ésta entrevista con Deleuze y Guattari,que aunque se dió varias décadas atrás e inmediatamente después a la efervescencia de 1968,es completamente actual y aplicable anuestro tiempo de ésta 2a. década ddel siglo XXI,donde cada vez los humanos parecemos cada vez más con el deseo perdido ante el caos alienante del capitalismo que se resiste a morir y que cada vez trata de alienarnos más;me parece (entre varias cosas) muy interesante el planteamiento de los dos entrevistados ,sobre la posibilidad de liberar el deseo productivo y liberardor a través del trabajo grupal.Tengo una pregunta:¿ésta entrevista es a proósito del libro "el antiedipo",o del libro "psicoanálisis y transversalidad"?,ya que ambos libros Deleuze y Guattari los publicaron casi juntos alrrededor de 1972:Saludos Doctor.
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