Despatologizaciones: homosexualidad, transexualidad… ¿otra más? por Jean Allouch
Pues
el neurótico es, para nosotros, por cierto, un ser humano de cuyo conflicto no
podemos obtener la menor comprensión (empatía), cuando nos lo exhibe en la
forma de un producto final. Recíprocamente, una vez que nos hemos familiarizado
con dicho conflicto, olvidamos que se trata de un enfermo, tal como él mismo
deja de estar enfermo al familiarizarse con el conflicto.(Sigmund Freud[1])
“Clínica de la modernidad”[2],
este título junta dos términos que no tienen el mismo estatus a partir del
primer relevo del campo freudiano, mientras que el segundo no figura dentro de
él, siendo más del uso de otros campos como el sociológico, el antropológico, e
incluso el filosófico (con una mención especial de Jean-François Lyotard).
Podría ser, sin embargo, que este desfase mismo haga que el analista se
interrogue sobre lo que él entiende por “clínica”, término tan acostumbrado
pero tan poco criticado, y que entretanto, proviene de otro campo, el campo
médico, como se sabe. ¿Se tratará de un clon, de una clónica?
La modernidad –si aceptamos
designar así el agente en cuestión– interviene, subraya la constatación. La
despatologización más reciente de la homosexualidad, seguida de la de la
transexualidad y de otras pretendidas “enfermedades” no fueron el resultado del
análisis, sino de los activistas que han “hecho movimiento” (en ambos sentidos
de la expresión) y a los que el análisis y su compinche, la psiquiatría, han
hecho bien en seguirle el paso.
Con la colección “Los grandes
clásicos de la erotología moderna”, me esforcé en extraer algunas enseñanzas de
la bofetada que le fue infligida al psicoanálisis. Los que fueron avergonzados
por nuestras descripciones “clínicas” hoy en gran parte obsoletas, y por las
prácticas normalizantes que a menudo las acompañaban, nos han devuelto esa
vergüenza en la cara.
Publicando en Francia lo mejor de
los trabajos gay y lesbianos (en su mayoría norteamericanos), les hago saber
que en realidad no hemos sabido tomar nota de lo que se trataba. De ello se
desprende que crece la cantidad de objetos que nos infligen esta vergüenza; por
ejemplo, el sadomasoquismo que, luego de la descripción que ha hecho Gayle
Rubin, ya no se lo puede atrapar más en la red con que se lo cercaba, y que,
con Lynda Hart, es repensado como representación [performance]*. O incluso la
sodomía de la que, con Mark Jordan, aprendemos que es un concepto propiamente
teológico. ¿Por qué entonces no hemos sabido verlo? Es, a decir verdad, el
concepto mismo de perversión el que está más que tambaleado al Vernon Rosario
describir su génesis; y con él, el de la heterosexualidad, del que también
aprendemos, esta vez de la pluma de Jonathan Katz, que lejos de ser un
universal, es de hechura reciente.
Así también, con los trabajos de John
Winkler y David Halperin, nuestra relación con la antigüedad griega queda
puesta en cuestión. ¿Cómo es que no se ha visto que, como lo señala Sandra
Boehringer, en griego antiguo no existe el sustantivo éraste ni éroméno? Y,
¿habrá algo mal entendido cuando Lacan lee el Banquete de Platón? Yo podría
incluso mencionar otros nombres, otros trabajos; los de Leo Bersani, de Pat
Califia, de Elisabeth Ladenson, de Lee Edelman, de Maud Gleason, de Judith
Butler, etc.
En resumen, todo un campo de
estudios nació desde hace medio siglo, cuyos objetos parcialmente se traslapan,
al menos a primera vista, algunos de ellos sobre los cuales los analistas
habían querido ejercer su (pseudo pero parcialmente efectiva)
influencia. De los que se escribía la verdad, ahora nos enseñan. Tomaron una
palabra que no la hemos sabido recoger, a pesar de nuestro bello y calmante
discurso sobre la “escucha”. Partes completas de la erótica han estado
inexploradas durante un siglo; es mucho lo que se ha hecho para llegar a un
resultado así (o más bien, a una falta de resultado).
Así, es de una bocanada de aire
fresco de lo que se trata, respirable al menos por aquellos cuyos pulmones no
estén atestados de los enunciados de esa “función psi”, llamada así por Michel
Foucault, manifestando un rechazo ilustrado por otros: Martin Heidegger,
Georges Canguilhem, Jacques Lacan, sobre todo ellos. En esa dirección, hace ya
más de veinte años, Gérard Granel propuso suprimir el “psi” del psicoanálisis [4].
¿Será que ese pequeño y no menos imperialista “psi” del que por el inconcebible
obcecamiento los analistas no han podido por ellos mismos sublevarse, sólo por
una intervención externa, a la vez vigorosa y erudita, se hizo evidente?
Por haber ya tratado el término
“psi” como se lo merece[5], es que les propongo bien dirigir nuestra
interrogación sobre el término “clínica” que propone nuestro título. “Clínica
de la modernidad” puede querer decir que una cierta modernidad sería objeto de
la clínica psicoanalítica. Algunos lo están haciendo, pasando por alto mi
primera observación sobre lo inapropiado de una referencia del campo freudiano
a la modernidad. Otros creen poder distinguir nuevas especies nosográficas y
tratarlas como deplorando las que ya no existen, o existen muy poco. Por lo
tanto, es en un sentido más radical que yo quisiera acoger nuestro título. Si
bien es fácil revertir la situación, esto no significa que no sea interesante
hacerlo. Se preguntará entonces: ¿qué sería una clínica “moderna”? ¿Cuál podría
ser la hechura, la modalidad, el estilo?
Es sabido, la psiquiatría
norteamericana, y en adelante la de todo el mundo, se ha movilizado en esta
dirección, no sólo afinando sus descripciones clínicas o ajustando nuevas
enfermedades a un repertorio un poco más extendido u ordenado, sino
transformando radicalmente su sentido del término “clínica”. Será entonces de
otra forma de “clínica”, de otro régimen clínico que se tratará y para el que
la estadística ha sido escogida como operador principal. ¿Y el análisis? ¿Será
que se aferra a la vieja clínica, a esa clínica de la que ahora se dice
“clásica”, así como a librar una batalla que se sabe perdida de antemano? Eso
sería persistir en adelante en hacer caso omiso del obcecamiento al que me
referí anteriormente. ¿No amerita una detención, una espera, un extraer alguna
lección?
Si la psiquiatría se desolidarizó del análisis abandonando su
paradigma clínico una vez común y que aún es de una eficacia incierta; si por
lo demás, el concepto de perversión ha visto resquebrajarse su imperio (que
estaba hecho de pedazos ensamblados al azar), ¿qué de útil nos sería el tratar
de mantener en pie contra viento y marea lo que en 1988 llamé “pernepsi”,
o sea, el ternario perversión/neurosis/psicosis?[ el sonido de ese término deja
escuchar también otro acrófono: per-padre-; ne-nacido-psi (psi quiatra; psi cólog;
psi..coanalista;…). AS]
Justamente, que pernepsi
haya sido común durante un tiempo a los discursos psiquiátrico y
psicoanalítico, es algo que debería alarmar. Se vería allí una feliz
complicidad. ¿No sería más bien, para el análisis, una manera de ceder sobre el
terreno de su clínica? El momento feliz para el análisis sería en cambio el de
hoy. De donde, y sin que haya ninguna paradoja, no se excluye que él nos
reconduzca, al menos en parte, a las indicaciones más preciosas, por su
radicalidad, en lo que concierne al sentido mismo de la palabra “clínica”, en
especial las de Freud, y las de Lacan.
Me ocuparé de este último. Es
sabido, él contribuyó en mucho a darle cuerpo, consistencia, al ternario
perversión/neurosis/psicosis, así como a proporcionar las descripciones
clínicas de las subcategorías de esos tres grandes conjuntos. Esta es su última
definición de la clínica (dicha en la apertura de una sección justamente
llamada “de la clínica psicoanalítica”, el 1° de mayo de 1977):
¿Qué es la clínica
psicoanalítica? No es complicado. Tiene una base. Es lo que se dice en un
psicoanálisis [6].
En efecto, más simple no se
puede. Ni habría otra manera de poner más radicalmente a distancia cualquier
perspectiva nosográfica. De allí que Lacan hunda más el clavo refiriendo la
clínica analítica ya no al analizante (del que el “blablá”, el dicho acostado,
proporcionan solamente “la base” de esa clínica) sino al psicoanalista –de
quien va de suyo si ese blablá, como toda palabra, solo trae las consecuencias
que les reserva su acogida. La clínica psicoanalítica interroga al analista,
Lacan lo repite no menos de tres veces durante esa intervención. La clínica
analítica es una clínica del analista, en la que el analista es el objeto.
Orientada así, Lacan califica de “elucubración” a la clínica freudiana; a la
que él reconoce haber contribuido, y precisa su posición actual: “no es una
razón para que me quede allí”. En una palabra, lo que Erasmo retomaba de
Rabelais: todos morosofos*[7].
Un año más tarde, en Dauville, en
abril de 1978, Lacan declaró que a aquel que da el paso de dirigirse a un
psicoanalista, “hay que llamarlo el psicótico”. He aquí una definición que no
cuadra mucho con pernepsi: se
llamaría “psicótico” aquel cuyos síntomas neuróticos lo conducen a demandar un
análisis; ser extraño éste, entonces, psicótico con síntomas neuróticos.
¿Qué es entonces lo que se pone
en cuestión del lado del psicoanalista y cuyo rechazo conduce a más de uno a
engancharse a la nosografía como a un salvavidas sin el cual estaría excluido
el ejercer? ¿Qué es lo que ha producido ese obcecamiento que mencioné al
comienzo y que, se lo sabe ahora, tenía valor de síntoma en el analista? La
última definición lacaniana de la clínica analítica (“lo que se dice en un análisis”)
nos coloca en la vía de una respuesta: es la relación del analista con lo
diverso como tal, ese diverso que erradica toda descripción clínica que no se
presente como basada en un blablá analizante pero que pretenda producir
autoridad dado que es ejecutada por una autoridad.
Regulado en lo diverso, el
analista estaría invitado a acoger a alguien absteniéndose de cualquier acción
o pensamiento identificatorio, no solamente en la primera entrevista y las
siguientes, sino a todo lo largo del análisis. Se entrevé que es algo no fácil,
que es algo tal vez imposible. Pues se trata no solamente de excluir una
identificación de tipo nosográfico concerniente al que los analistas aún llaman
el paciente, sino a toda identificación, sea la que sea. Pensar “vengo de
recibir a una mujer, o a un niño, o a un emigrado, o a un pobre, o a un colega,
o a un deportista, etc.”, ya es demasiado. Pues ¿cómo sabría yo que se trata de
una mujer, de un niño, de un emigrado, de un pobre, de un colega, de un
deportista? Esa “mujer” puede no tener la sensibilidad de una mujer, ni el niño
el alma de un niño, ni el emigrado la condición de un emigrado, ni el pobre el
estatus de un pobre, ni el colega la virtud de un colega, ni el deportista el
aguante de un deportista. En resumen, tales juicios sólo se fundan sobre la
apercepción de orden fenomenológico, cuando no sobre una balanza. Su efecto de
distorsión es seguro.
Lacan, del análisis decía que era
“muy difícil”, que había grandes posibilidades de que fuera superado por la
religión, y sin duda se entrevé ya que no era nada falso. ¿Qué es lo que le
resulta tan difícil a alguien, sea él analista, de regularse en lo diverso?
Inspirado por un célebre fragmento de Heráclito (numerado 64 por Diels) Lacan
admitió, con Heráclito, que está excluido para cualquiera, mantenerse regulado
permanentemente en lo diverso.
¿Qué dice ese fragmento de
Heráclito? Que al universo (ta panta)
lo rige es el relámpago. Solo que, no lo dice exactamente, y Fink y Heidegger,
y luego Lacan, discuten la cosa paso a paso, texto griego en mano. El relámpago
regiría no tanto al universo, precisan ellos, sino a “los todos”; “todos” que
nos reenvía no tanto a una totalidad en tanto que tal, sino… y bien,
precisamente, a lo diverso. El relámpago revela los todos, y ya que no hay
universo, agrega Lacan, se está “por nuestra posición subjetiva”, “obligado a
pensar el mundo como universo”. La enunciación heraclitiana, prosigue, “procede
de una idea ciertamente basada en principios acerca de la heterogeneidad entre
las cosas”.
Si parece estar excluido
permanecer en lo diverso, tal vez entonces no sea necesario apoyarse de manera
insistente sobre la cuerda de la universalidad. En todo caso, es lo que hizo
Lacan ese 2 de noviembre de 1973 al recusar la noción de “tipo clínico”. La
“vieja clínica”, llamada así ahora, al crear tipos, descuida el diverso del que
ella pretende dar cuenta y que no hace sino obliterar.
También es posible abordar esta
cuestión desde otro ángulo. ¿Por qué razón Lacan habló no tanto de Freud como
de la cosa freudiana? ¿Por qué en él, como en Heidegger, esta problemática de
“la cosa” que lo ha conducido casi a toparse con el das Ding de Freud?
Respuesta: se distancia menos de lo diverso convocando la cosa freudiana que
apelando a Freud. No era tanto Freud quien hablaba sino una cierta cosa en sí
misma parlante; la cosa, llamada por Lacan “freudiana”. De igual manera,
Heidegger y Fink se dedicaron a acceder no tanto a Heráclito (eso sería una
tosquedad) sino a la cosa, de Heráclito [9]. No obstante, mientras este acceso
en Heidegger sería un acceso al Ser, en Lacan, en cambio, eso a lo que la
experiencia del relámpago da acceso, es a lo diverso. Un acceso, entonces, cada
vez eminentemente puntual.
No es de ese día que datan el
interés, el cuidado de Lacan, por lo diverso. Pues un poema, su único poema,
atraviesa todo su decir. Escrito en 1929, remitido al amigo, Ferdinand Alquié,
y publicado cuatro años más tarde, lo vuelve a publicar luego, en 1971. En
cierto sentido, Lacan sólo dijo eso. ¿Qué? Se encuentra ya allí el panta rhei de Heráclito, al menos en la
versión Alquié del poema, así como la cosa y las formas; de las cuales el fuego
hace de Jacques Lacan el amante inmortal.
De 1929 (el poema) a 1973
(intervención sobre el pase en la Grande Motte inspirada por Heidegger y Fink),
dos parejas entran en resonancia: fuego/cosas y relámpago/diverso. Así como el
fuego se hace amante de las cosas, el relámpago se hace amante de lo diverso.
Cada vez, esa conexión amorosa con las cosas o con lo diverso, está amenazada;
con lo diverso, porque es insostenible su permanencia; con las cosas, porque
interviene eso que Lacan llama su “demonio pensante”.
Concluyo proponiéndoles la
siguiente conjetura: es por no haber acogido lo diverso que hemos estado
marcados por el hierro al rojo vivo, de la vergüenza. En esto es ejemplar el
caso de la homosexualidad. Sin embargo, más allá de esto, ¿no será conveniente
interrogar, a partir de la lección recibida, el ejercicio mismo del
psicoanálisis?
¿Por qué la cosa es tan decisiva
en este ejercicio? Porque se trata de ella, de la cosa de cada analizante, y no
del analizante. Identificarla al analizante es alejar su cosa hasta volverla
inaccesible. ¿Cómo tratarla a ella en el análisis? Más allá del hecho de que es
a ella que el analista se dirige, pues está advertido de intervenir (e
interviene en cada sesión, así fuese en su silencio), ella es lo que el
analista debe advenir. Por esta razón, ella recibe su nombre de objeto a.
Traducción: Martín Pérez C. y
María Victoria Puerta. Corrección de estilo a cargo Carlos Faig.
___________________
[1]. Sigmund Freud, “Personajes
psicopáticos en el Teatro”, Obras completas, vol. III, Madrid, Ed.
Biblioteca Nueva, 1968, p. 993. Debo esta cita a Pierre-Henri Castel quien,
antes que yo, la destacó como exergo – no cabe duda que ella merece figurar
cientos de veces (La Fin des coupables. Obsessions et contrainte intérieure de la
psychanalyse aux neurosciences, Vol. II, París, Ithaque, 2012, p. 473).
[2]. Participación, en septiembre
de 2012. Tercer Congreso del Espacio Analítico, en la mesa redonda
llamada Clínica de la modernidad, presentada así en el programa: “En el seno de
las agitaciones sociales que han ocurrido en el último siglo, se perfilan
ciertos ejes clínicos en la experiencia psicoanalítica. Se trata, para el
psicoanálisis, de pensar la incumbencia, las causas y el devenir de dichos
ejes”.
[3]. [* N de T]
[4]. “Lacan y Heidegger, reflexiones a
partir de Zollikoner Seminare”, en col., Lacan avec les philosophes, París, Albin Michel, 1991, p. 209.
[5]. J. Allouch, El
psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? Respuesta a Michel Foucault,
Buenos Aires, El cuenco de plata, 2007.
[6]. Jacques Lacan, Apertura de la Sección Clínica, México
D.F., GRAPAS de Me cayó el veinte, 2007, p. 11.
[7].* De moros: insensato - sophos: sabio. “Pero estos perfectos tontos, con
ganas de creerse tan sabios como Thales, no se merecen más bien el nombre que
les he dado de Morosofos [morosophes], es decir, de sabios-locos
[sages-fous?]?”. Erasmo, Elogio de la locura,1509 [N.deT.].
[8].* [N.deT.]
[9]. Martín Heidegger y Eugen
Fink, Héraclito, versión castellana de Jacobo Muñoz y Salvador Mas,
Barcelona, Editorial Ariel, 1986. La obra se publicó en Alemania en 1970.
[10]. Se pueden conocer las dos
versiones en francés de este poema en el sitio web de la École lacanienne de
psychanalyse, rúbrica ‘Biblioteca’.
http://www.ecole-lacanienne.net/pastoutlacan20.php [En castellano, Annick-Allaigre Duny, “A propósito del soneto de Lacan”, tr.
Jorge Huerta, Me cayó el veinte, revista de psicoanálisis, Nº 5, Servidumbre
imaginaria, primavera 2002, epeele, México, pp. 101-123. N.deT.]
Dr. Sladogna;en éste excelente texto que Usted nos comparte,nos hace ver la importancia de ver la diversidad de lo humano(en cualquier circunstancia social,no se diga en el análisis);efectivamente no se puede seguir catalogando con rótulos la manifestación de la esencia de cualquier persona y aunque varias voces en lo terapéutico tienden a ver a S. Freud como caduco,él mismo demostró con su forma de hacer clínica que lo que importa es que en la terapia el analista en lo que puede acudir respecto de su analizante es por medio de las diferentes formas de discurso ayudar al analizante a que vea lo mas claramente posible su deseo.
ResponderEliminarFuera del campo del analisis hay una fuerte dificultad para los integrantes de una sociedad(pongamos por ejemplo la Mexicana),donde a todas vistas los gobernantes (hasta ahora Panistas o priistas) siempre evitan ver el deseo de los ciudadanos y solo ven su propio deseo de politicos que pretenden dejar todo para ellos,intentando que la realidad sea velada para los Ciudadanos;lo bueno es que en el caso dde México, desde la efervecencia de los jòvenes con el movimiento "yo soy 132",o los indigenas con sus manifestaciones culturales en varias zonas del país ,o los Maestros disidentes de lo oficial,ya no creen el pseudodiscurso político-ideológico de los gobernantes,y cada vez apuestan más por manifestar su propio deseo colectivo.Que esté muy bien Dr. Sladogna,saludos para Usted,que bueno que contamos con el discurso y la reflexión de una persona tan preparada como Usted
Estimado Ildezam(elprof):Gracias por su comentario, en particular por las menciones que usted hace a la diversidad: movimiento del #Yosoy132, los indígenas,y otros más. Es interesante la cuestión del deseo colectivo, en efecto, no parece existir ningún deseo individual, al parecer el deseo siempre es colectivo y del colectivo.
ResponderEliminarSaludos