El contador, la adivinanza, telepatía
Prólogo:
Este texto de un matemático, Adrián Paenza deja abierto un horizonte ¿Es posible adivinar las cartas que otr@ eligió? Juguemos el juego, en las cartas del amor hay un crece entre adivinación y transmisión del pensamiento amoroso, digamos una telepatía emisora y una telepatía receptora, qué ocurre que en ciertas condiciones en el amor se produce ese efecto de adivinar que X o Y está de acuerdo en aceptar la propuesta del amor, y cuando se da ese paso, en muchas ocasiones, es suficiente,¡Milagro, eso se produce!.
Las actividades de la adivinación orientaron al mundo hasta la llega del paradigma de Platón; en esos momentos las personas recibían mensajes enviados por los dioses ¿Cómo se producía eso? Si aceptamos que ciertas cuestiones ,raras, extrañas como las que vivió el Dr. Schreber -situación de la habló Sigmund Freud y luego Jacques Lacan- sus experiencias al ser calificadas de locas, de paranoia, de esquizofrenia dejan protegidos a sus lectores del impacto que el testimonio del Dr. Schreber provoca en nuestros cuerpos. REcordemos que la adivinanza, la telepatia -origen del Estado en México, Francisco I.Madero, era telepata receptor-así escribió los primeros capítulos de La sucesión presidencial- la transmisión y recepción de pensamientos, los amorosos entre otros han sido excluidas, forcluidas a partir del orden de las razones lanzado por Rene Descartes.
La exclusión de la telepatia puede localizarse en la retórica empleada por Sigmund Freud para tratar el tema. En Psicoanálisis y telepatía (1941 [1921]) y Sueño y telepatía (1922) es notoria la disimulación honesta con la que son tratadas esas articulaciones. Añadimos: hoy se conocen los intercambios epistolares que que Ernest Jones -el más interesante biografo de S.Freud- con el maestro vienes para advertirle de los efectos que esos artículos pudiesen poner en peligro las relaciones con las ciencias. Jones sin saberlo construyó la biografia a partir de un método: ponía el acento sobre algo negativo, y al mismo tiempo llamaba la atención de eso, una señal, un signo para el lector advertido.
Veamos qué nos indica al respecto el texto ameno de un matemático
La exclusión de la telepatia puede localizarse en la retórica empleada por Sigmund Freud para tratar el tema. En Psicoanálisis y telepatía (1941 [1921]) y Sueño y telepatía (1922) es notoria la disimulación honesta con la que son tratadas esas articulaciones. Añadimos: hoy se conocen los intercambios epistolares que que Ernest Jones -el más interesante biografo de S.Freud- con el maestro vienes para advertirle de los efectos que esos artículos pudiesen poner en peligro las relaciones con las ciencias. Jones sin saberlo construyó la biografia a partir de un método: ponía el acento sobre algo negativo, y al mismo tiempo llamaba la atención de eso, una señal, un signo para el lector advertido.
Veamos qué nos indica al respecto el texto ameno de un matemático
El contador de Kruskal por Adrián Paenza
Un matrimonio no muy publicitado es el de la magia con la
matemática. De la unión surgió lo que se conoce con el nombre de “matemágica”.
Conviven desde hace muchísimos siglos y se han llevado siempre muy bien. El
problema es que históricamente el papel dominante de la relación lo ha llevado
la “magia”. La “matemática” ha quedado con un rol casi invisible, muy pasivo,
transparente.
A los magos (y con toda la razón del mundo) no les gusta
develar sus secretos. De esa forma, defienden (y definen) su profesión. Pero,
al mismo tiempo, mostrar cómo la matemática es el motor escondido o subyacente
en varios de sus trucos, serviría para hacer un poco más de justicia y exhibir
el costado lúdico de una ciencia que no ha tenido buena prensa. O para decirlo
de otra forma: no siempre recibe el crédito que le corresponde.
Me apuro a decir que no estoy afirmando que sin matemática
no habría magia ni magos, sino que me gustaría exponer algunos trucos que
forman parte del arsenal de un buen mago y explicar por qué o cómo funcionan.
El caso que quiero presentar acá es uno en el que un mago
intenta hacer creer a sus interlocutores que tiene el poder de leer la mente.
Contiene además un atractivo extra: no funciona siempre. Es decir, es un truco
que tiene una muy alta probabilidad de que salga bien, pero no es infalible.
De por sí, esto solo ya es un hecho notable, porque un mago
tiene que aceptar presentarse ante el público, invitándolo a que le crean que
él puede leer la mente de quien será su interlocutor, pero exponiéndose a que
quizá no lo pueda conseguir o, lo que es lo mismo, exhibirse vulnerable. Si no
anda, sería el caso de un mago que no hace magia.
Pero la matemática le da algunas garantías: no garantiza
infalibilidad, pero el porcentaje de veces en el que sí funciona supera el 84
por ciento. Es un porcentaje alto, por supuesto, pero el mago acepta correr
algunos riesgos. Empecemos juntos y verá que las reglas son muy sencillas. Mire
la figura que acompaña este texto: allí se ven los 52 naipes de un mazo
completo de cartas francesas. Están ordenadas en seis filas porque no caben
todas en una sola hilera: la primera es el nueve de trébol, la segunda el as de
pique, la tercera es el ocho de pique y así siguiendo hasta llegar a la última
que es el seis de diamante.
Ahora, piense un número cualquiera entre uno y diez.
Como usted no está aquí mientras yo estoy escribiendo estas
líneas, voy a suponer que usted eligió (y no me dijo) el número ocho.
Empiece a contar cartas de izquierda a derecha hasta llegar
a la octava carta. Resulta ser un seis (de corazón). Lo que importa es el
número, y no el “palo”. Como llegó hasta un seis, cuente ahora seis cartas
hacia la derecha a partir de allí, y si no le alcanzan las cartas, siga con la
fila de abajo. ¿A qué carta llega? A un siete (también de corazón). ¿Qué hace
ahora? Cuenta siete cartas a partir del siete de corazón, hasta llegar a un
nueve (de pique). Y así siguiendo. Ahora tendría que contar nueve cartas a
partir de allí y seguir con el proceso.
Como usted advierte, llegará un momento en que no podrá
avanzar más porque se le van a acabar las cartas y no podrá seguir con el
proceso. Cuando llegue hasta allí, retire esa carta del mazo.
Una observación más (muy importante): si al ir avanzando
usted se tropieza con una carta que no tiene número sino una letra (o sea una
J, una Q o una K), en ese caso haga de cuenta que llegó a un cinco y cuente
cinco cartas hacia la derecha.[1]
Esas son todas las reglas: ahora le toca usted.
Elija un número entre uno y diez, detenga acá la lectura,
vaya hasta la figura anexa, inicie el recorrido y cuando tenga la carta en la
mano, vuelva acá que yo la/lo espero.
¿Ya está? Bien. Yo puedo anticiparle que sé cuál es la carta
que tiene en la mano. ¿No me cree?
Vea, usted tiene en la mano el seis de diamante. ¿Es así?
Como usted advierte, yo no tengo manera de saber cuál fue la
última carta a la que usted llegó y no pudo avanzar más, porque yo no sé cuál
fue el número que usted había pensado originalmente y por lo tanto, no puedo
saber desde qué carta empezó a contar.
Y entonces, ¿cómo puede ser? ¿Cómo puedo saber yo desde acá
su carta final? No sabe cuántas ganas me darían de poder estar junto a usted
para ver su cara de incredulidad y asombro. Al menos, eso es lo que me pasó a
mí, y a la abrumadora mayoría de las personas con las que puse esto en
práctica.
Antes de avanzar, le sugiero que me siga en este
razonamiento: la carta que usted tiene en la mano (seis de diamante) es una
carta que dependió del número que usted pensó de entrada (un ocho). ¿Cómo
podría haber sabido yo con qué número habría de empezar usted? Es obvio que no
tengo manera.
La pregunta inmediata que uno podría hacerse es: ¿y si en
lugar de haber empezado con un ocho, hubiera empezado con un cuatro? ¿o con un
uno? ¿Qué habría pasado? ¿A qué cartas hubiera llegado? La/lo invito que haga
la prueba y verá lo que sucede (vaya y pruebe, vale la pena que lo haga con un
par de números hasta llegar a alguna conclusión). Con todo, recuerde que escribí
al principio que el truco no funciona siempre.
¿Y qué descubrió? ¿No es notable? La carta a la que uno
llega al final, ¡no depende del número original que uno piensa (salvo una
excepción)! Cualquiera sea el número con el que usted empieza, la carta del
final es el seis de diamante, y la excepción es si usted pensó un cinco. En ese
caso, el truco no funciona (la carta final en ese caso es la J de diamante),
pero igualmente el resultado es impactante, porque funciona con nueve sobre
diez posibles elecciones de números al comienzo.
Para haber llegado a descubrir su carta final, yo hice el
mismo proceso que usted. Elegí como número “secreto” al número uno, lo que me
obligó a empezar con el 9 de trébol y seguí desde allí.
Naturalmente, me imagino que usted debe estar pensando: ¿y
qué pasaría si yo distribuyera las cartas de otra manera? Es decir, yo elegí
una forma de distribuir las 52 cartas y usted tiene derecho a dudar sobre lo
que sucedería si cambiáramos el orden. Vaya y hágalo. Mezcle el mazo tantas
veces como quiera, distribuya las cartas en el orden que quiera, y empiece el
proceso de nuevo. La probabilidad de que vuelva a suceder algo parecido es muy
alta.
En general, si usted va a practicar el truco con alguna otra
persona, es mejor empezar pensando el número uno como número clave o secreto.
Esto incrementa ligeramente la posibilidad de acertar al final.
Para terminar, los créditos a quienes les corresponde. Este
truco es tan famoso que tiene nombre. Fue inventado por el matemático y físico
norteamericano Martin Kruskal (1925-2006) y popularizado por Martin Gardner.
Sus aplicaciones no se detienen en la magia, sino que también es muy utilizado
en criptografía y sirve para romper códigos y/o claves secretas.
El resultado está basado en un fino cálculo de
probabilidades que es la que garantiza el éxito final en alrededor del 84 por
ciento de los casos. Obviamente escapa al objetivo de este texto el exhibir la
demostración de por qué la probabilidad de éxito es tan alta, pero para quienes
se hayan quedado intrigados, les sugiero que vean los links que figuran más
abajo[2].
En todo caso, es bueno saber que la matemágica –en tanto que
sociedad entre magia y matemática– se han llevado tan bien durante tanto
tiempo, y de paso, más allá del entretenimiento y la sorpresa, es capaz de
proveer herramientas que podríamos estar usando en la vida cotidiana y que nos
son totalmente transparentes.[3]
[1] Esto es sólo una convención. Podríamos adjudicarle un
valor cualquiera, pero en realidad hay una consideración un poco más profunda
para hacer: si uno tomara los valores once para la J, doce para la dama y trece
para el rey, si bien el truco sigue siendo atractivo, la probabilidad de que
funcione disminuye, no mucho, pero disminuye.
[2] Para aquellos lectores interesados, referencias a
trabajos en esa dirección son los siguientes:
1) http://www.singingbanana.com/Kruskal.pdf
2) http://arxiv.org/abs/math/0110143v1
3) http://divisbyzero.com/2010/03/15/a-card-trick-solution
4) http://faculty.uml.edu/rmontenegro/research/kruskal_count/kruskal.html
[3] Quiero agradecer al doctor Juan Pablo Pinasco, profesor
en Exactas (UBA) quien fue el que me sugirió que escribiera sobre el Contador
de Kruskal mientras preparábamos la temporada 2013 de Alterados por Pi.
Muy interesante.
ResponderEliminar¿Y si lo pruebo en los números del "melate" también funcionan?
Ji,ji, perdón, es una broma.