Un guiño provocador texto de María Gutiérrez Zuñiga, psicoanalista




                      PRESENTACIÓN artefactos, una revista de la elp, # 2  
Un guiño provocador*
*a cargo de María Gutiérrez Zuñiga


  En ocasión de estas Conversaciones a propósito de la segunda entrega de la revista Artefactos, me interesa hablar brevemente con ustedes algo acerca del guiño provocador del título que la encabeza: ¿El inconsciente es la política?¡Ahdios!  Pregunta seguida de una interjección de aclamación o alabanza, pero al mismo tiempo, una traviesa despedida, que lanza de entrada para nosotros en esta sala y para todos sus lectores,  la alusión a cuestiones capitales en la obra y la experiencia de Jacques Lacan, las cuales, conciernen no sólo al psicoanálisis contemporáneo, sino en general, a los modos de existir en nuestro tiempo.( Esas "Conversaciones" están registradas en vídeo y audio link de acceso: http://xurl.es/jjsso  )

  Algunas de esas cuestiones son desplegadas por el primer texto de la revista, a cargo de Alberto Sladogna, director de la misma; sin embargo, sucesivamente también las iremos reencontrando  bajo diversas formas de aparición, en la densidad de cada uno de los trabajos que conforman este número de Artefactos. Pero por lo pronto, no quisiera centrarme en particular en ninguno de ellos, pues todavía me estaría adelantando a la lectura de ustedes, cuando el sentido de esta actividad se ha planteado más bien, ser quizás un poco como esa sola imagen pictórica, fotográfica o descriptivo-literaria de un lugar, la cual mueve nuestra curiosidad a tal punto que nos invita a emprender el viaje para estar ahí y conocerlo por nosotros mismos, haciendo nuestros propios caminos en él.  Por tanto, sólo tomaré cierto sesgo de ese guiño con el que Artefactos 2 se presenta ante nosotros y en la cultura.

  La posibilidad anunciada de tomar el inconsciente como la política, si se la descontextualiza, puede parecer una escandalosa herejía, un verdadero extravío  epistemológico respecto de la senda y el objeto trazados por Freud como propios y específicos del psicoanálisis, que a lo único que llevaría es a una desvirtuación flagrante del mismo, pretendiendo, -una vez que todo tiene relación con todo- hacer equivaler “la gimnasia con la magnesia” y por ende, conducir a una desorientación total de la grey freudiana.
  Inevitablemente, al decir esto, ya se producen resonancias de una pastoral religiosa. Si bien, de lo que se trata es de avanzar en el estudio y replanteamiento nada menos que del principio fundacional del psicoanálisis, relativo a la existencia y definición del inconsciente, lo cierto es la interrogante en torno a si éste se corresponde a la política, implica tocar algo que, de algún modo podría enlazarse al dogma teológico por excelencia: el de la existencia de Dios. Trataré de explicarme.
  Estudios filosóficos como los llevados a cabo por Agamben y Dufour que abordan las relaciones entre política y teología, permiten hacer desprender cómo tal dogma es portador del principio de excepción necesaria: “hay al menos uno que...”, el cual, no sólo ha fundado y  lógicamente sostenido el orden simbólico, sino que es el eje de los aparatos ideológicos en se ha amparado la civilización de seres humanos desamparados que hemos sido y seguimos siendo hasta ahora. En efecto, ese “hay al menos uno que”, ha dado lugar a una promesa de salvación o redención de diversas índoles, que ha venido a articular por tanto,  toda una jerarquía heterogénea de relaciones del humano con la divinidad y lo sagrado, con la autoridad del gobernante, el padre, el sabio y el maestro, con el partenaire erótico y amoroso, e incluso, estamos advertidos que también, de costado, con el analista…
 
Y, precisamente, es este “aparato de la excepción”, por lo menos en sus formas en que lo hemos conocido hasta ahora, el que está siendo completamente trastocado a partir de lo que la modernidad -muy especialmente desde fines del siglo XIX y todo el siglo XX- ha traído a la humanidad, no sin consecuencias trascendentales sobre toda esta misma serie de relaciones.

  Efectivamente, la doctrina del psicoanálisis y su ejercicio en la cultura de nuestro tiempo también están siendo alcanzados por dichas transformaciones...  Así, plantear lo que el padre fundador del psicoanálisis no dijo expresamente en el legado de su obra, en cuanto a ese dogma en que se ha edificado el psicoanálisis como saber, ejercicio, y también como institución, pone doblemente en cuestión el cobijo de ese “al menos uno” particular nos pudo o puede representar. Digo “doblemente”, porque es exponer el “no-todo” en Freud, así como también reformular  ese lugar misterioso en lo humano, llamado inconsciente, vaso y al mismo tiempo, cubierta de tantos supuestos que todavía hay que seguir estudiando…; lo que no significa pretender cerrar ni agotar la fuente de ese misterio, antes bien todo lo contrario, busca instaurar su irreductibilidad, particularmente a las interpretaciones psicogenéticas.
  Pero ¿Se trata para nosotros de lealtad a un texto doctrinario o de buscar dar cuenta de lo que es planteado en los consultorios, en nuestras existencias hoy en día, con los elementos del saber de nuestro tiempo a disposición, tal y como Freud lo hizo también una vez?
 
  Ante ciertas certezas que se alejan, tal vez la salida no es adoptar una postura fundamentalista movida por el miedo que eso nos produce; permitámonos por lo menos, considerar la cuestión con detenimiento, apoyándonos en los indicios y huellas de experiencia con que contamos. Veamos: ¿hablar de una entrañable relación entre inconsciente y política, realmente plantea tal distanciamiento del legado de Sigmund Freud a nuestro tiempo? Parecido a como dijo Luis Echeverría: “Sí y no, antes bien, todo lo contrario…”

  Por lo pronto, habría que reconocer que si algo hizo Jacques Lacan a través del complicado andamiaje que fue ensamblando en su trayectoria, fue precisa y literalmente tomarle la palabra a Freud, -no sólo al Freud de la teoría y el sistema de pensamiento, sino al de los casos clínicos-, en dos puntos que para nosotros, hoy marcan carriles centrales en el abordaje del sufrimiento humano. Uno, que el padecimiento de sus pacientes no tenía otra forma de consistencia y de ser tratado, que lo que ellos mismos le decían a él que les ocurría y se les ocurría;  no es que todo pasara por la palabra, -como lo explicará Claudia Weiner, en su trabajo para este número-, pero sí, que  todo se organizaba por el lenguaje. No había otra manera, por eso el inventor del psicoanálisis, en el ocaso del siglo XIX, tomó la decisión de renunciar a la utilización de otra clase de terapéuticas médicas; y si bien, dejó de lado a la hipnosis, -pero, hablando estrictamente, no del todo a la sugestión de sus mismas interpretaciones- lo cierto es que él le apostó todo a la cura por la palabra.

  El segundo punto en que Lacan siguió a Freud, muy seriamente, y cómicamente también, fue que ese sufrimiento humano que supo advertir en sus pacientes, no era otra cosa sino el malestar en la cultura. Es decir, lo “intrapsíquico” estaba permeado de antemano por lo extra-psíquico… Pero, ¿habría una afirmación doctrinaria freudiana, que acercara más al psicoanálisis y al inconsciente productor de síntomas, hacia lo político? Tal vez no.
 
  Sabemos que el modelo de pensamiento europeo vigente entonces, del que Sigmund Freud dispuso para pensar e imaginarizar esta misma cuestión,  fue el del dualismo entre naturaleza y cultura, donde cada una de ellas eran mónadas independientes y en continuo conflicto entre sí. Esto lo llevaría a suponer y teorizar, por ende, la producción de un  mecanismo humanizante fundamental, que era la represión. Así, “lo auténtico” o “genuino” quedaría en lo que la cultura le había exigido al hombre y a la mujer excluir en la sombra de lo profundo de sí mismos, como pago de deuda por acceder a ser tales, pero que puntualmente, insistiría en hacerse saber a través de los síntomas o formaciones del llamado inconsciente. Este modelo psicoanalítico freudiano, más que aludir indirectamente a una problemática política, estaba   de facto y prometedoramente inserto en ella; de ahí que el tiro de su lanzamiento calara, alcanzando a hacer ondas y olas en la producción de conocimiento a sus alrededores, y diera lugar en su momento, a toda la línea de pensamiento freudomarxista, por ejemplo.

  Freud no estaba obligado a plantear otra cosa que lo que escribió en la época que le tocó vivir. Pero si él tuvo la audacia de leer, apelar a y sustentar los avances de su descubrimiento en autores de vanguardia de aquel tiempo, -que evidentemente no eran psicoanalistas-, procedentes de campos disciplinares como los de la sociología, la antropología, la literatura y la filosofía, entre otros, con el fin de dar cuenta del “objeto” de su invención, -vgr., a un Le Bon, sociólogo, psicólogo social y físico aficionado, para elaborar su Psicología de las masas-, cuestionémonos: ¿cómo es que Lacan, decenas de años después de Freud, no habría de hacer lo propio, a partir de lo que los avances de la cultura, -incluyendo aquéllos donde ésta busca estudiarse e historizarse a sí misma-, le permitía ir elaborando? Y, por tanto también, ¿cómo es que un analista hoy, frente a los aires (¿huracanes?) de la historia que soplan y le están tocando vivir a él, a los suyos y a quienes acuden a su consultorio, tendría que mantenerse al margen, por ejemplo, del pensamiento de John Austin o Michel Foucault, -entre muchos pensadores contemporáneos más que no voy a enlistar aquí-,  que han fragmentado las mencionadas mónadas y puesto sobre la mesa, entre otras cosas, la performatividad del lenguaje, los cuerpos traspasados y las subjetividades producidas entre los procesos de normalización y las redes del poder-saber que operan precisamente por el lenguaje?
 
  Una vez que Freud mismo, aún sin decirlo con esas palabras, introdujo lo político en el corazón de aquello de lo que se ocupaba un analista, en adelante, ya no hemos podido sacárnoslo de encima…, afortunadamente quizás, hoy ya no bajo una topología de lo profundo, sino sobre la superficie de lenguaje, de sus pliegues, torsiones, vacilaciones y lagunas…
 
  A propósito, habría una línea temática que podría ser bastante representativa y ejemplificadora de lo que vengo tratando de exponer, muy ligada, por cierto, al tema del texto con el que participé también en la revista. Se trata de una de las vertientes de problematización que Alberto Sladogna ha venido trabajando desde hace tiempo, al respecto de lo que desde el psicoanálisis ha planteado doctrinalmente como un “mecanismo psíquico” que especifica las psicosis y la locura: la forclusión. Se dice todavía actualmente que el psicótico no hizo la represión constitutiva de lo humano, que tiene forcluída la metáfora paterna, es decir, que padece de una no inscripción fundamental que le impide el paso a la significación, a la invención de un saber o a la construcción de su historia y su lugar en el mundo… Esta concepción da origen a la suposición de que tal “mecanismo” opera como una carencia subjetiva o más bien, desubjetivadora que, si bien tiene que ver con los complejos familiares, ocurre finalmente, como un acontecimiento o catástrofe interior del sujeto, e incluso se llega a poner en cuestión, al menos en algunos casos, que ahí haya un “sujeto”.

  Bien, es muy interesante advertir cómo, en uno de sus más recientes artículos que circulan en la red, titulado: A propósito de ningunear…, (1 de febrero 2012.Cfr.: http://xurl.es/mkz57), Alberto aporta elementos en dirección a mover el espacio conceptual para pensar lo que en la  forclusión estaría en juego, y por tanto, para un abordaje analítico diverso. Mientras el uso del término en lengua francesa es, podría decirse cuasi “natural”, para nosotros, en castellano, realmente no lo es. Su equivalente, propuesto desde hace ya mucho tiempo por cierta ya vieja tradición literaria, es el vocablo: “ninguneo” que, a pesar de lo que denota, dice mucho…, y sin embargo, los analistas en latinoamérica no lo utilizamos…, ninguneando nuestra propia lengua y lo que su propia riqueza nos permite advertir y saber.

  En efecto, me parece que el estudio puntual efectuado por varios analistas de la escuela lacaniana, acerca de experiencias de locura y pasajes al acto, ha venido mostrando la  relación  crucial que éstas guardan precisamente con el hecho del ninguneo, del haber sido ninguneado. Por mencionar rápidamente tres de estas experiencias que tal vez algunos de ustedes ya conozcan: en Francia de 1933, todo indica que lo que Madame Lancelin habría dicho a una de sus sirvientas, las hermanas Papin, justo antes de que éstas la asesinaran brutalmente a ella y a su hija, fue la frase: “No sirves para nada”.
 
  Por otra parte, retrocediendo en el tiempo, Ernst Wagner, de origen campesino, confesaría en 1913, tras haber asesinado a sus cuatro hijos y su esposa, y a 9 personas más, que lo había hecho como respuesta a la humillación a que estaba obligado a vivir en la sociedad en que habitaba en Alemania, por el hecho de pertenecer a una raza degradada que, como él, había tenido prácticas eróticas con animales de establo.
  Finalmente, poco más de una decena de años antes, otra vez en Francia, en la experiencia de la escultora Camille Claudel encontramos que previamente a enloquecer y dedicarse a escandalizar de forma bizarra a partir de 1899, denunciando a los cuatro vientos a su afamado examante por “haberle robado su obra”, éste, por su parte había promovido y ordenado la publicación –a pesar de la oposición de Camille- de un artículo en un reputado periódico parisino, que comenzaba diciendo un paradójico elogio, que al mismo tiempo era una sentencia terrible: “Camille Claudel es en efecto, menos una mujer que una artista, una gran artista”. Tal afirmación aludía a que ella se había dedicado a hacer esculturas maravillosas, pero no se había casado y se había negado a la maternidad, lo que significaba en la argumentación del escritor del señalado artículo, que ella de algún modo, había renunciado a la feminidad, por ende, ella “casi no era mujer”. Hoy es posible decir que el lenguaje y la cultura de la Francia de su tiempo, específicamente en el proceder y la voz del examante de la artista y el escritor de esa sentencia (ambos eran amigos inseparables), sí le habrían robado a Camille: la posibilidad honorable de saberse y ser, así como ella era, una mujer.

  Como se ha podido apreciar, estas tres experiencias transcurrieron, tuvieron lugar –o quizás, habría que decir en otro sentido, que su problema fue precisamente que no lo tuvieron, en algo de su más elemental singularidad-, precisamente en el período  en el que en Europa se gestan la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. La reconstrucción hecha por la historia ha establecido que en esa época jugó un papel crucial la producción de ciertos discursos alrededor del imperialismo, el colonialismo, los nacionalismos, que daban una nueva valoración a nivel de las mentalidades, a la  pureza racial y los ideales de normalidad, generando en consecuencia una intensificada  preocupación por la amenaza inmanente de “los diferentes”, tomados como extranjeros, extraños,  enemigos, perturbadores de la paz social, anormales. El estudio cuidadoso de las experiencias de vida de Christine y Lea Papin, Ernst Wagner y Camille Claudel entre otras, permitiría vislumbrar ciertamente, cómo sus vidas, habrían sido traspasadas por su promoción al estatus de seres de “otra categoría” y no precisamente de las de “los respetables y que valían la pena”; promoción a la exclusión social y al ninguneo, cuyo insidioso cautiverio, cada uno de ellos llevó, a su modo, hasta sus últimas consecuencias. Como dice  Guy Le Gauffey, en su texto también en este Artefactos 2: El real resulta también una elección —no sólo un estado. Cito lo que al respecto del ninguneo, plantea Sladogna en su artículo recién citado:
El ninguneo es una operación de amplias consecuencias. Señalo una: es la retórica de excluir elementos del real para que un simbólico continúe siendo el orientador y ordene una forma de vida espiritual. Si, el ninguneo es una operación simbólica que excluye (forcluye, forclos) componentes reales para mantener integro el dominio simbólico. Conviene recordar que son los otros, llamados normales, quienes dicen de tal o cual persona que se trata de un loco. Si, para ellos y sus criterios de normalidad quien se desliza por fuera de su simbólico está psicótico o loco.
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Ningunear  es una acción verbal –un incorporal- ejercitada por un poder simbólico en posición de amo para nadificar a un objeto del que nada puede decir, pues su presencia desataría una agresividad extrema; se trata de una acción emprendida ante la aparición del otro; otro que amenaza con la dislocación de la unidad corporal, del cuerpo de la lengua…     -Llamada materna-; dislocación que conlleva el riesgo de disolver el mapa (de nosotros mismos, como sociedad o cultura) por el borde de las líneas de fractura que lo constituyen. El poder de un simbólico trata de mantener incólume una imagen de su unidad y poder.
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El sujeto sobre el que se ejerce el ninguneo sólo puede reaccionar – en algunas ocasiones – con respuestas extremas.
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¿No se trata de casos en los que nos encontramos ante un pasaje al acto advertidor? Allí el pasaje al acto se propone, lo logre o no, rescatar un elemento real que un sistema simbólico dominante ningunea.

  Sólo me resta terminar esta intervención, tomando una punta de las cuestiones aquí someramente tratadas. Así como a partir de lo recién expuesto, es posible localizar lo político en la producción de la locura, -pensada ésta como morada de lo humano a lo que una sociedad le ha negado su lugar-, tal vez también habría que seguirle la pista a este hecho en su forma inversa, es decir, reconocer su propia dimensión política al acto mismo de sostener y hacerle su lugar a la experiencia humana y a lo que la mueve, para que pueda transcurrir en el mundo, una a una y junto con los otros.
María Gutiérrez Zúñiga, Guadalajara, Jal., a 10 de marzo de 2012.

                                                                 

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