El fin de la infancia ¿su generalización? Los idus de la modernidad
El fin de la infancia ¿su generalización? por Alberto Sladogna, @sladogna, psicoanalista
Sigmund Freud en un texto, más bien en varios, introdujo en su invento -el inconsciente- una frase que tomó de Napoleón La anatomía es destino, el atractivo de la misma, en una época, consolidó una frase o idea derivada: La infancia es destino. Incluso Freud en La interpretación de los sueños construyó una teoría para dar cuenta de sus sueños: el deseo que lo habita proviene de los deseos sexuales reprimidos en la infancia.
El imperio Austro-Húngaro dió lugar a la obra de Sigmund Freud. Esa cultura formó parte de las condiciones para que se produjera la invención del inconsciente. Esa sociedad también fue el caldo de cultivo de otras experiencias.
Ruth Kluger dice:
La gente que tiene la intención de decir algo importante respecto de mí, señala que estuve en Auschwitz. Pero no es tan simple porque, piensen lo que piensen, yo no vengo de Auschwitz; yo soy originaria de Viena. No se puede borrar Viena, se oye en mi acento, mientras que Auschwitz me era tan fundamentalmente extranjero como la luna. Viena forma parte de las estructuras de mi cerebro y habla de mí, mientras que Auschwitz... no ha sido más que una espantosa casualidad.
Así fue publicado su testimonio por Alain Finkielkraut en su libro Una voz viene de la otra orilla.
Presento aquí el comentario efectuado por Mariano Kairuz sobre el filme The Ides of March, título que ha sido pasado al castellano como Secretos de Estado. El comentario de Kairuz descansa en una constatación: la decepción que provoca la política como espectáculo –quizás, en varios países de Europa y América Latina es la única política que hoy se vive como experiencia. Esa decepción es la consecuencia de la frustración que provoca una promesa no cumplida, promesa en la cual se había depositado no sólo la confianza, sino también se había considero que su agente tenía las condiciones para cumplirlas. Es algo como decir: al menos hay uno que puede hacer esas cosas. A la decepción, el filme le añade un FIN (The End) de una vida, Molly, una de las protagonistas que hace el performance de un estilo de vida: Una chica cuya característica principal hasta ahora se ha jugado casi siempre entre el candor, la ingenuidad, cierta frescura juvenil que parece destinada a durar para siempre, y una precocidad rabiosa, la insinuación sexual, el riesgo. Esa vida llega a su fin, Molly se suicida.
The ides of March provienen del calendario romano fue sustituido por los días de la semana modernos alrededor del siglo III, los idus se siguieron empleando en forma coloquial como referencia durante los siglos siguientes. Shakespeare en su obra Julio César en 1599 los citaba al escribir la famosa frase: «¡Cuídate de los idus de marzo!». Julio César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 a. C. Según el escritor griego Plutarco, César había sido advertido del peligro, había desestimado la advertencia: Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, [Julio César] llamó al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado. [Agradezco a Leonardo Plata y a Víctor Herñandez sus señales y colaboración localizar los juegos y alcances del nombre del filme que se pierden al ser titulado como Secretos de Estado]
El filme dirigido por George Clooney permite observar cómo el espectáculo de la política conserva un fragmento de la antigua política, la paranoización como método: él otro hace esto para que yo mueva mis piezas de tal manera para luego producir un daño y conducirme hacia un fracaso. El otro quiere su pellejo. A ese ingrediente, se añade el fin de una forma de vivir una vida, un fin que no es ajeno a esa experiencia.
El fin de la vida de una joven a Mariano Kairuz le permite pensar el fin de la infancia. Aquí el “fin” no es solo pasar de la infancia hacia la adolescencia, se trata del fin de la infancia. Veamos cuáles son las consecuencias de otro orden con un horizonte compartido que el psicoanálisis localiza en los decires de quienes asisten y sostienen un análisis (tengan la edad que tengan). Se trata de la infancia generalizada, algo así, como que todos son infantes, no hay quienes no sean no infantes.Si alguien o algun@s no son no infantes ¿Serán "adultos"? En este sentido conviene recordar un fragmento de André Malraux en Antimemorias, allí un sacerdote testimonia que por su práctica: “He acabado por creer, vea usted, al declinar mi vida, le dice, que los adultos no existen”. Jacques Lacan tomó nota de esa no existencia en su Discurso de clausura de las jornadas sobre psicosis infantil (los lecto@es disponen en este blog de una versión en hipertexto de ese documento).
Si hay un estado de infancia generalizada –Todos son infantes- y no aparecen algunas excepciones –Existen algunos que no son infantes-, si el tema fuese así expuesto respecto de la infancia y de la política se desliza una expectativa de regresar a un momento en que alguien pone las cosas en orden, sería a la manera de Dios, o de un amo o de un padre que ordena: Estos son infantes, estos son adultos. Se sabe en la vida amorosa, en la vida política y en la historia que esa orden del amo ( del líder, del jefe moral o no, de tal cual movimiento o de tal cual color) ha conducido a lo peor. Llama la atención un hecho: al dirigente político, al líder de un partido o de un movimiento se le tolera “Todo”- él es una excepción-, salvo ante un pequeño detalle: en el mundo anglosajón, en los EEUU, ese "todo" tiene una restricción, no puede ejercer su vida erótica con una joven que pueda ser considerada por la ley como menor o indefensa o inocente, si hace eso y es “descubierto” su vida como político está concluída. ¿A qué se debe? ¿Qué anuncia eso para la vida erótica de la política o para una política erótica?
El fin de la infancia por Mariano Kairuz [publicado por el periódico Página 12, Buenos Aires, Argentina]
The Ides of March, la cuarta película de George Clooney como director (estrenada bajo el título Secretos de Estado), se sustenta sobre la mirada, idealista hasta la ingenuidad, del ambicioso y brillante agente de un candidato demócrata ante las internas presidenciales en Ohio. El precandidato es, a ojos de su agente y asesor –que escribe sus discursos–, el norteamericano liberal perfecto para sacar al país del pantanal en el que se encuentra: un hombre honesto, cabal, inteligente, progre, que está a favor del aborto y en contra de la guerra, que es eco-consciente y tiene por única religión “la Constitución”, y que se opone a la pena de muerte (“si alguien asesinara a mi esposa, lo mataría”, admite, “pero como sociedad debemos ser mejores que como individuos”); que además es caballeroso y carismático y como si fuera poco está interpretado por el propio Clooney. Su asesor, Stephen (Ryan Gosling), sencillamente lo idolatra, al punto de que no está dispuesto a aceptar la advertencia que le ofrece una curtida periodista del New York Times: “Te va a defraudar. Todos son buenos. Pero tarde o temprano todos te defraudan”.
Como una película de iniciación para adultos ambientada en el mundo de la política (es decir, un relato de corrupción, de ángeles caídos y pactos fáusticos), The Ides of March se dirige inexorablemente hacia el desencanto. Y la clave dramática de este fin de la inocencia queda encarnada en un algo inesperado tercer personaje. Una chica cuya característica principal hasta ahora se ha jugado casi siempre entre el candor, la ingenuidad, cierta frescura juvenil que parece destinada a durar para siempre, y una precocidad rabiosa, la insinuación sexual, el riesgo: Evan Rachel Wood.
En el de Molly, la pasante de la campaña demócrata que interpreta Evan, se juega un lugar fundamental, simbólico, podría decirse, para la película. La chica se lleva a la cama a Stephen tras seducirlo con esa ambigüedad que Wood ya lleva la mitad de sus 24 años de vida explotando en pantalla. El elige creerle que ella es mayor de edad, como elige creerle a su presidenciable “perfecto” las promesas de campaña que él mismo le redacta. En la ingenuidad desencantada de lo que ocurre a continuación en Secretos de Estado late la amargura de las decepciones que el Hollywood liberal de Clooney y compañía ha sufrido a manos de Bill Clinton y (por supuesto) Obama.
Y de algún modo, el destino del personaje de la pasante representa justamente ese brutal fin de la infancia que narra la película, a la vez que ha sido un eje esencial de la carrera como actriz de Evan. Nacida en Carolina del Norte en 1987, criada en una familia “de artistas” (mamá –su representante– y papá actores de teatro; él, Ira Levin Wood III también dramaturgo y director de una prominente compañía llamada Theater in the Park), Evan actúa desde los 7 años pero se reveló al mundo siete después, cuando protagonizó la elocuentemente titulada A los 13. A partir de entonces buena parte de las adolescentes que interpretó parecieron construidas sobre un salvaje contrapunto entre su imagen angelical, de nena rubia y virginal, y sus presuntamente escandalosos descensos al mundo de las drogas y el sexo duros: fue la quinceañera que le inventaba una denuncia por acoso a una maestra en Pretty Persuasion; se fugaba con el “cowboy” bastante mayor Harlan (Edward Norton) en Down in the Valley; fue la nena “rebelde” en The Life Before Her Eyes –un drama sobre dos amigas quinceañeras atrapadas en una masacre escolar a lo Columbine. Luego actuó madurez y frialdad y resentimiento contra su padre (Mickey Rourke) en El luchador y su opuesto casi absoluto, la ingenua pueblerina que cautiva al misántropo sesentón Larry David en Que la cosa funcione, de Woody Allen.
Fuera de la pantalla, la misma operación: su impoluta imagen de niña bonita, de la mano de Marilyn Manson, en una relación romántica de cuatro años de la que nació un videoclip, el de Heart-Shaped Glasses, en el que (con ella caracterizada como la Lolita de Sue Lyon) simulan sexo en un auto bajo una lluvia de sangre. De pronto sale del closet declarándose bisexual (en lo que la prensa vio como una jugada publicitaria); otro día dice ser fan de ¡Justin Bieber! Hace un tiempo dijo: Esta va a ser la última vez que hago de adolescente. Y no cumplió, por supuesto: hasta la encantadora reina vampira de Louisiana que interpreta en True Blood es una suerte de púber consentida y malcriada, acostumbrada a que se cumplan todos sus caprichos. Pero probablemente el año pasado haya alcanzado el clímax de esta serie ascendente de chicas en busca de problemas, en la miniserie Mildred Pierce, de Todd Haynes. Allí su madre (Kate Winslet) intenta ahorcarla –quizás en nombre de todas sus madres de ficción–, justo después de encontrarla en la cama con uno de sus amantes .
Apenas antes, vimos salir a la renegada Veda (Evan) de entre las sábanas rojas con una mirada cargada de veneno y provocación, y –en el que fue el primer desnudo frontal completo de la actriz– trasladar su cuerpo largo y delgado, blanco casi hasta la transparencia, a través de la habitación para sentarse displicente frente a un espejo. De pronto es un monstruo, como su madre, atrapado en la figura de una mujer hermosa. O es sólo Evan Rachel Wood interpretando –como en la pasante de destino fatal de Secretos de Estado–, esta vez sí, el final absoluto de la infancia de todos sus personajes anteriores.
Sigmund Freud en un texto, más bien en varios, introdujo en su invento -el inconsciente- una frase que tomó de Napoleón La anatomía es destino, el atractivo de la misma, en una época, consolidó una frase o idea derivada: La infancia es destino. Incluso Freud en La interpretación de los sueños construyó una teoría para dar cuenta de sus sueños: el deseo que lo habita proviene de los deseos sexuales reprimidos en la infancia.
El imperio Austro-Húngaro dió lugar a la obra de Sigmund Freud. Esa cultura formó parte de las condiciones para que se produjera la invención del inconsciente. Esa sociedad también fue el caldo de cultivo de otras experiencias.
Ruth Kluger dice:
La gente que tiene la intención de decir algo importante respecto de mí, señala que estuve en Auschwitz. Pero no es tan simple porque, piensen lo que piensen, yo no vengo de Auschwitz; yo soy originaria de Viena. No se puede borrar Viena, se oye en mi acento, mientras que Auschwitz me era tan fundamentalmente extranjero como la luna. Viena forma parte de las estructuras de mi cerebro y habla de mí, mientras que Auschwitz... no ha sido más que una espantosa casualidad.
Así fue publicado su testimonio por Alain Finkielkraut en su libro Una voz viene de la otra orilla.
Presento aquí el comentario efectuado por Mariano Kairuz sobre el filme The Ides of March, título que ha sido pasado al castellano como Secretos de Estado. El comentario de Kairuz descansa en una constatación: la decepción que provoca la política como espectáculo –quizás, en varios países de Europa y América Latina es la única política que hoy se vive como experiencia. Esa decepción es la consecuencia de la frustración que provoca una promesa no cumplida, promesa en la cual se había depositado no sólo la confianza, sino también se había considero que su agente tenía las condiciones para cumplirlas. Es algo como decir: al menos hay uno que puede hacer esas cosas. A la decepción, el filme le añade un FIN (The End) de una vida, Molly, una de las protagonistas que hace el performance de un estilo de vida: Una chica cuya característica principal hasta ahora se ha jugado casi siempre entre el candor, la ingenuidad, cierta frescura juvenil que parece destinada a durar para siempre, y una precocidad rabiosa, la insinuación sexual, el riesgo. Esa vida llega a su fin, Molly se suicida.
The ides of March provienen del calendario romano fue sustituido por los días de la semana modernos alrededor del siglo III, los idus se siguieron empleando en forma coloquial como referencia durante los siglos siguientes. Shakespeare en su obra Julio César en 1599 los citaba al escribir la famosa frase: «¡Cuídate de los idus de marzo!». Julio César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 a. C. Según el escritor griego Plutarco, César había sido advertido del peligro, había desestimado la advertencia: Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, [Julio César] llamó al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado. [Agradezco a Leonardo Plata y a Víctor Herñandez sus señales y colaboración localizar los juegos y alcances del nombre del filme que se pierden al ser titulado como Secretos de Estado]
El filme dirigido por George Clooney permite observar cómo el espectáculo de la política conserva un fragmento de la antigua política, la paranoización como método: él otro hace esto para que yo mueva mis piezas de tal manera para luego producir un daño y conducirme hacia un fracaso. El otro quiere su pellejo. A ese ingrediente, se añade el fin de una forma de vivir una vida, un fin que no es ajeno a esa experiencia.
El fin de la vida de una joven a Mariano Kairuz le permite pensar el fin de la infancia. Aquí el “fin” no es solo pasar de la infancia hacia la adolescencia, se trata del fin de la infancia. Veamos cuáles son las consecuencias de otro orden con un horizonte compartido que el psicoanálisis localiza en los decires de quienes asisten y sostienen un análisis (tengan la edad que tengan). Se trata de la infancia generalizada, algo así, como que todos son infantes, no hay quienes no sean no infantes.Si alguien o algun@s no son no infantes ¿Serán "adultos"? En este sentido conviene recordar un fragmento de André Malraux en Antimemorias, allí un sacerdote testimonia que por su práctica: “He acabado por creer, vea usted, al declinar mi vida, le dice, que los adultos no existen”. Jacques Lacan tomó nota de esa no existencia en su Discurso de clausura de las jornadas sobre psicosis infantil (los lecto@es disponen en este blog de una versión en hipertexto de ese documento).
Si hay un estado de infancia generalizada –Todos son infantes- y no aparecen algunas excepciones –Existen algunos que no son infantes-, si el tema fuese así expuesto respecto de la infancia y de la política se desliza una expectativa de regresar a un momento en que alguien pone las cosas en orden, sería a la manera de Dios, o de un amo o de un padre que ordena: Estos son infantes, estos son adultos. Se sabe en la vida amorosa, en la vida política y en la historia que esa orden del amo ( del líder, del jefe moral o no, de tal cual movimiento o de tal cual color) ha conducido a lo peor. Llama la atención un hecho: al dirigente político, al líder de un partido o de un movimiento se le tolera “Todo”- él es una excepción-, salvo ante un pequeño detalle: en el mundo anglosajón, en los EEUU, ese "todo" tiene una restricción, no puede ejercer su vida erótica con una joven que pueda ser considerada por la ley como menor o indefensa o inocente, si hace eso y es “descubierto” su vida como político está concluída. ¿A qué se debe? ¿Qué anuncia eso para la vida erótica de la política o para una política erótica?
El fin de la infancia por Mariano Kairuz [publicado por el periódico Página 12, Buenos Aires, Argentina]
The Ides of March, la cuarta película de George Clooney como director (estrenada bajo el título Secretos de Estado), se sustenta sobre la mirada, idealista hasta la ingenuidad, del ambicioso y brillante agente de un candidato demócrata ante las internas presidenciales en Ohio. El precandidato es, a ojos de su agente y asesor –que escribe sus discursos–, el norteamericano liberal perfecto para sacar al país del pantanal en el que se encuentra: un hombre honesto, cabal, inteligente, progre, que está a favor del aborto y en contra de la guerra, que es eco-consciente y tiene por única religión “la Constitución”, y que se opone a la pena de muerte (“si alguien asesinara a mi esposa, lo mataría”, admite, “pero como sociedad debemos ser mejores que como individuos”); que además es caballeroso y carismático y como si fuera poco está interpretado por el propio Clooney. Su asesor, Stephen (Ryan Gosling), sencillamente lo idolatra, al punto de que no está dispuesto a aceptar la advertencia que le ofrece una curtida periodista del New York Times: “Te va a defraudar. Todos son buenos. Pero tarde o temprano todos te defraudan”.
Como una película de iniciación para adultos ambientada en el mundo de la política (es decir, un relato de corrupción, de ángeles caídos y pactos fáusticos), The Ides of March se dirige inexorablemente hacia el desencanto. Y la clave dramática de este fin de la inocencia queda encarnada en un algo inesperado tercer personaje. Una chica cuya característica principal hasta ahora se ha jugado casi siempre entre el candor, la ingenuidad, cierta frescura juvenil que parece destinada a durar para siempre, y una precocidad rabiosa, la insinuación sexual, el riesgo: Evan Rachel Wood.
En el de Molly, la pasante de la campaña demócrata que interpreta Evan, se juega un lugar fundamental, simbólico, podría decirse, para la película. La chica se lleva a la cama a Stephen tras seducirlo con esa ambigüedad que Wood ya lleva la mitad de sus 24 años de vida explotando en pantalla. El elige creerle que ella es mayor de edad, como elige creerle a su presidenciable “perfecto” las promesas de campaña que él mismo le redacta. En la ingenuidad desencantada de lo que ocurre a continuación en Secretos de Estado late la amargura de las decepciones que el Hollywood liberal de Clooney y compañía ha sufrido a manos de Bill Clinton y (por supuesto) Obama.
Y de algún modo, el destino del personaje de la pasante representa justamente ese brutal fin de la infancia que narra la película, a la vez que ha sido un eje esencial de la carrera como actriz de Evan. Nacida en Carolina del Norte en 1987, criada en una familia “de artistas” (mamá –su representante– y papá actores de teatro; él, Ira Levin Wood III también dramaturgo y director de una prominente compañía llamada Theater in the Park), Evan actúa desde los 7 años pero se reveló al mundo siete después, cuando protagonizó la elocuentemente titulada A los 13. A partir de entonces buena parte de las adolescentes que interpretó parecieron construidas sobre un salvaje contrapunto entre su imagen angelical, de nena rubia y virginal, y sus presuntamente escandalosos descensos al mundo de las drogas y el sexo duros: fue la quinceañera que le inventaba una denuncia por acoso a una maestra en Pretty Persuasion; se fugaba con el “cowboy” bastante mayor Harlan (Edward Norton) en Down in the Valley; fue la nena “rebelde” en The Life Before Her Eyes –un drama sobre dos amigas quinceañeras atrapadas en una masacre escolar a lo Columbine. Luego actuó madurez y frialdad y resentimiento contra su padre (Mickey Rourke) en El luchador y su opuesto casi absoluto, la ingenua pueblerina que cautiva al misántropo sesentón Larry David en Que la cosa funcione, de Woody Allen.
Fuera de la pantalla, la misma operación: su impoluta imagen de niña bonita, de la mano de Marilyn Manson, en una relación romántica de cuatro años de la que nació un videoclip, el de Heart-Shaped Glasses, en el que (con ella caracterizada como la Lolita de Sue Lyon) simulan sexo en un auto bajo una lluvia de sangre. De pronto sale del closet declarándose bisexual (en lo que la prensa vio como una jugada publicitaria); otro día dice ser fan de ¡Justin Bieber! Hace un tiempo dijo: Esta va a ser la última vez que hago de adolescente. Y no cumplió, por supuesto: hasta la encantadora reina vampira de Louisiana que interpreta en True Blood es una suerte de púber consentida y malcriada, acostumbrada a que se cumplan todos sus caprichos. Pero probablemente el año pasado haya alcanzado el clímax de esta serie ascendente de chicas en busca de problemas, en la miniserie Mildred Pierce, de Todd Haynes. Allí su madre (Kate Winslet) intenta ahorcarla –quizás en nombre de todas sus madres de ficción–, justo después de encontrarla en la cama con uno de sus amantes .
Apenas antes, vimos salir a la renegada Veda (Evan) de entre las sábanas rojas con una mirada cargada de veneno y provocación, y –en el que fue el primer desnudo frontal completo de la actriz– trasladar su cuerpo largo y delgado, blanco casi hasta la transparencia, a través de la habitación para sentarse displicente frente a un espejo. De pronto es un monstruo, como su madre, atrapado en la figura de una mujer hermosa. O es sólo Evan Rachel Wood interpretando –como en la pasante de destino fatal de Secretos de Estado–, esta vez sí, el final absoluto de la infancia de todos sus personajes anteriores.
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