Jean-Louis Sous ¿NO QUE TAN CATÓLICO, LACAN?

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I. Así Dios1
Ha llegado hasta nuestros oídos la descripción de una práctica particular de la marina británica. Todos los cordajes de la marina real, desde el más grueso hasta el más delgado, están trenzados de manera tal que un hilo rojo va de un extremo al otro y es imposible retirar ese hilo sin deshacer todo: ello permite reconocer, incluso en los más mínimos fragmentos, que pertenecen a la corona.
                                           GOETHE, Las afinidades electivas

El oxímoron de Dios
Es muy posible, también, que el hilo de un Dios católico recorra insidiosamente el camino abierto por Jacques Lacan y la entretela de su enseñanza. No creo, por supuesto, que se trate de un hilo de amor o de ternura —como en el diario de Otilia, la heroína de Goethe— que daría coherencia al conjunto. Creo más bien que se trata de una querella,2 de un deslinde interminable con la doctrina cristiana (la figura de una hainamoration,3 tal vez), de un perpetuo ir y venir entre su fabricación teórica y los dogmas canónicos de esa religión, de la misma manera en que Freud, citando a Fausto, habla de una sobredeterminación de los sueños en la que las madejas de pensamientos, los múltiples hilos, se mueven sobre el telar y se deslizan invisibles. Ello va y viene, ello hace nudo, ello se ata y se desata, se enreda o se desanuda.
Hay una constante reformulación y redefinición de los nombres de Dios: Dios es inconsciente, ¿Dios cree en Dios? La declaración de su muerte no hace sino alargar la proyección de su sombra. Aunque Dios haya muerto, no-todo está permitido, ese asesinato no da acceso al goce todo. Ello intriga allí donde hay entrelazamiento. Ello genera parásitos, ello crea zonas de interferencias e incluso de turbulencias. Existiría siempre ahí —en filigrana, como la marca de agua de un papel—, desde el tema inaugural de un Gran Otro, el riesgo de que ese lugar se piense como el regreso de Dios, hasta las últimas cuerdas nodales y su discordancia. Presencia fantasmal siempre ahí, obsesión sin fin…
Las querellas en torno a la equivalencia de las dimensiones R.S.I.4 recuerdan las controversias teológicas en torno de las tres personas divinas: la herejía arriana reserva exclusivamente al padre el nombre de Dios y no reconoce en Jesucristo sino a una de sus criaturas, mientras que el dogma católico otorga al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo la pluralidad de ese nombre.
No se distingue ni se separa uno de otro. El Filioque plantea la importancia de saber si el espíritu procede solamente del Padre o del Padre y del Hijo. El cisma con la iglesia ortodoxa, que rechaza el hecho de que “de dos procede un tercero”, se dio exactamente en torno a este problema.
Lo que parece vincular a Lacan con esta visión religiosa reside en una tensión que le inflige a dicho vínculo un carácter no homogéneo y que genera una relación inestable, heterogénea según los autores (san Agustín, Pascal, santa Teresa de Ávila…), según los textos (La Biblia, los Evangelios, la apuesta de Pascal…) o según las nociones consideradas (la presencia real, la circuncisión, el Nombre del Padre…). A veces, presenciaremos una subversión radical, a veces una tergiversación y una reescritura, o bien secuelas o remanencias, restos o resurgimientos cuyo advenimiento habrá que seguir paso a paso. ¿Habrá existido una separación total? ¿La era teológica del Uno —tanto en el enfoque identificatorio del rasgo unario, como mediante el recorte del objeto a (réplica topológica de la circuncisión)— se verá así subvertida? Aquel “serán uno, en una sola y misma carne” quedará, incluso, descartado por la disparidad de la no-relación sexual. La ternaridad borromea, en sus tres dimensiones, habrá subvertido la Trinidad de la teología y su representación cosmogónica. Y sin embargo, el giro que toma el goce femenino mediante la evocación de santa Teresa de Ávila mostrará un regreso de Dios en lo referente a la mujer. El nombre de Dios, por su parte, será cuestionado como garantía cuando se trata del Dios de los filósofos, y a través de san Agustín, quien planteaba ya el problema de la adecuación entre los signos y las cosas. Este Dios de los geómetras será objeto de un claro rechazo; Dios será así calificado de inconsciente, lo cual proporcionará al ateísmo moderno una fórmula distinta, que no se limitará a la mera proclamación reiterada de su muerte. La apuesta pascaliana sobre la existencia del Dios de la revelación será desviada por Lacan hacia la cuestión de la existencia del “yo” y la intervención del objeto a.
1 N. de T. Ainsi Dieu, en francés, tiene homofonía con insidieux (insidioso).




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