Foucault ante la locura
—Usted habla de ese estatus de la
locura en los planos político, social, histórico. ¿Cómo lo recorrió en lo
trayectoria de su investigación?
—La locura se medicalizó cada vez
más a través de toda la historia de Occidente. En la Edad Media, por supuesto,
se consideraba que algunos individuos estaban enfermos del espíritu, la cabeza
o el cerebro. Pero era algo absolutamente excepcional. En lo esencial, al loco,
el desviado, el irregular, aquel que no se comportaba o no hablaba como todo el
mundo, no se lo percibía como un enfermo. Y poco a poco se comenzó a anexar a
la medicina el fenómeno de la locura, a considerar que la locura era una forma
de enfermedad y, en resumidas cuentas, que cualquier individuo, aun normal,
estaba tal vez enfermo, en la medida en que podía estar loco. Esta
medicalización es en realidad un aspecto de un fenómeno más amplio que es la
medicalización general de la existencia. Diría de manera muy esquemática que el
gran problema de las sociedades occidentales desde la Edad Media hasta el siglo
XVIII fue en verdad el derecho, la ley, la legitimidad, la legalidad, y que se
conquistó laboriosamente una sociedad de derecho, el derecho de los individuos,
en el transcurrir de todas las luchas políticas que atravesaron, que sacudieron
Europa hasta el siglo XIX; y en el momento mismo en que se creía, en que los
revolucionarios franceses, por ejemplo, creían llegar a una sociedad de
derecho, resulta que pasó algo que yo trato justamente de analizar, algo que
abrió las puertas a la sociedad de la norma, la salud, la medicina, la
normalización que es nuestro modo esencial de funcionamiento en la actualidad.
Mire lo que pasa hoy en día en la
justicia penal de la mayoría de los países de Europa. Cuando hay que ocuparse
de un criminal, la cuestión es al punto saber si no está loco, cuáles son los
motivos psicológicos por los cuales ha cometido su crimen, los trastornos que
experimentó durante su infancia, las perturbaciones de su medio familiar… Las
cosas se psicologizan de inmediato; psicologizarlas, es decir medicalizarlas.
—Usted habla de la
medicalización, no sólo de la locura.
—Sí, y de los individuos en
general, de la existencia en general. Mire, por ejemplo, lo que pasa con
referencia a los niños. En el siglo XVIII empezó a haber una preocupación
intensa por la salud de los niños, y gracias a ella, por lo demás, se pudo
bajar en medida considerable su mortalidad. La mortalidad infantil aún era
gigantesca a fines del siglo XVIII, pero la medicalización no dejó de
extenderse y acelerarse y ahora los padres están con respecto a los hijos en
una posición que es casi siempre medicalizadora, psicologizadora,
psiquiatrizadora. Ante la menor angustia del niño, la menor ira o el menor
miedo: ¿qué pasa, qué pasó, lo destetamos mal, está liquidando su Edipo? Así,
el pensamiento médico, la inquietud médica parasitan todas las relaciones…
—¿Qué es el pensamiento médico?
¿En qué sentido utiliza usted la expresión?
—Por pensamiento médico entiendo
una manera de percibir las cosas que se organiza alrededor de la norma, esto
es, que procura deslindar lo que es normal de lo que es anormal, que no son del
todo, justamente, lo lícito y lo ilícito; el pensamiento jurídico distingue lo
lícito y lo ilícito, el pensamiento médico distingue lo normal y lo anormal; se
asigna, busca también asignarse medios de corrección que no son exactamente
medios de castigo, sino medios de transformación del individuo, toda una
tecnología del comportamiento del ser humano que está ligada a ese fin…
—¿Y cómo se produce la formación
de todo eso en el movimiento histórico?
—Todo eso está profundamente
ligado al desarrollo del capitalismo, y me refiero a que para este no fue
posible funcionar con un sistema de poder político en cierta forma indiferente
a los individuos. El poder político en una sociedad de tipo feudal consistía
esencialmente en que los pobres pagaran contribuciones al señor o a la gente
que ya era rica, y prestaran asimismo el servicio de las armas. Pero nadie se
preocupaba mucho de lo que hacían los individuos; en suma, el poder político
era indiferente. Lo que existía a ojos del señor era su tierra, era su aldea,
eran los habitantes de su aldea, eran como mucho las familias, pero los
individuos, en concreto, no caían bajo el ojo del poder. Llegó un momento en
que fue preciso que cada cual fuera efectivamente percibido por el ojo del
poder, si se aspiraba a tener una sociedad de tipo capitalista, es decir, con
una producción que fuera lo más intensa posible, lo más eficaz posible; cuando,
en la división del trabajo, fue necesario que hubiera personas capaces de hacer
esto y otras de hacer aquello, cuando apareció también el miedo de que
movimientos populares de resistencia, de inercia o de rebelión derrocaran todo
ese orden capitalista que estaba naciendo, fue menester entonces una vigilancia
precisa y concreta sobre todos los individuos, y creo que la medicalización a
la que me refería está ligada a esa necesidad.
—¿Cómo establece la relación?
—Con la medicalización, la
normalización, se llega a crear una especie de jerarquía de individuos capaces
o menos capaces, el que obedece a una norma determinada, el que se desvía,
aquel a quien se puede corregir, aquel a quien no se puede corregir, el que
puede corregirse con tal o cual medio, aquel en quien hay que utilizar tal
otro. Todo esto, esta especie de toma en consideración de los individuos en
función de su normalidad, es, creo, uno de los grandes instrumentos de poder en
la sociedad contemporánea.
Michel Foucault (Entrevista con
Manuel Osorio, Madrid, 1977)
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