César González, un villero insubordinado
César González: “Si un villero
exige un lugar dentro del arte despierta sentimientos muy oscuros y miserables”
(Publicado en https://latinta.com.ar/2017/02/)
Lo que sabemos de César González
por los medios de comunicación es que nació en 1989 en Villa Carlos Gardel y
que a los 16 años, cayó en el instituto Agote para luego ir a al penal de
Marcos Paz. Sabemos que en el transcurso de esos días se encontró con la
literatura y que en el arte emprendió su camino de escape a la muerte. Que así
se convirtió en Camilo (Cienfuegos) (Domingo) Blajaquis, para presentar con ese
nombre su primer libro de poesía La venganza del cordero atado. También sabemos
que se topó con el cine, algo que convirtió en su principal actividad y que, al
día de la fecha, lleva realizados tres largometrajes.
Por Santiago Brunetto para El
Furgón
Lo que los medios resaltan es su
historia de vida, de resurrección: “El pibe chorro que salió de la cárcel para
convertirse en artista”. Lo que los medios suelen dejar en segundo plano es la
otra pata de la base del arte de César González: su pensamiento
filosófico-político-estético; en esta indisociable articulación nos
introducimos con este diálogo.
¿Cuál es la función del arte en
la sociedad?
Tarkovsky, un cineasta ruso,
decía que el arte pone al hombre ante el interrogante de por qué está en este
mundo. No veo fronteras ni excusas que separen la obra y la vida del artista.
La obra ante todo debería ser la vida. El artista debe saber que siempre hay
sentido en la pregunta “¿qué puedo hacer?” Porque si aún mueren miles en
guerras, de hambre, en la cárcel, enfermos, abandonados por nosotros mismos,
quiere decir que hay mucho por hacer.
Yo creo que hay una injusticia
histórica entre el arte y los pobres, en el caso particular argentino, con las
villas y los villeros. Lo más difícil de alcanzar, lo que genera más
intolerancia, es que un villero quiera ser artista. Que un villero tenga un
trabajo o “derechos humanos” garantizados no es una fantasía imposible de
realizar, hasta ha habido gobiernos que lo han logrado. Pero en cambio, si planteas la posibilidad de que esa rata
escondida en la cloaca de la sociedad, que es el villero, salga para querer
llegar al museo, al panteón, a las salas de cine, a ser un autor sin tutor, sin
psicólogos que lo vigilen, aprueben o desaprueben, eso genera mucha más
intolerancia que un villero reclamando pan y trabajo. Si un villero exige un
lugar dentro del arte, despierta sentimientos muy oscuros y miserables.
¿Cómo analizás el trato que
históricamente el cine argentino le ha dado a la villa?
Yo lo que veo es una abundancia
de películas sobre el tema, pero una escasez de sensibilidad. A la villa no se
la filma para tratar que la sociedad comprenda que allí hay una sobredosis de
balazos y muerte, que se hacina a la gente para hacerla cumplir las peores
tareas laborales. El punto de vista tiene el aura del espectáculo, está
hipnotizado por la lógica del show. Es filmar la villa como un fin en sí mismo,
así el director puede quedar como un tipo bueno, de orientación progresista.
Esto se resume en el hecho de que
la mayoría de las películas son un espejo del mundo ideal o perverso de las
burguesías nacionales globalizadas. Las películas están al servicio de
caracterizar las costumbres, valores, formas de vestir, de comer, de hablar, de
divertirse. Refleja desde sus gustos arquitectónicos hasta turísticos. En la
mayoría de las películas siempre hay hogares lindos y comida en la mesa, cuando
en la vida real esas cosas son sólo privilegios de una casta, que es también
dueña del cine.
Por otro lado, la mayoría de los
estudiantes de cine provienen de un segmento socio económico y racial muy
específico, y comparten el mismo motor para motivar su carrera: “pegarla”,
haciendo cine de género o de autor, eso no es más que un detalle. Se pueden
declarar realistas y modernos, decir que “están revelando” la realidad de la
pobreza, pero en verdad la están enmascarando. Hacen películas donde la
reflexión final es clerical y culpabilizante. Si en el cine argentino aparece
la villa no es para revelar las injusticias omnipresentes que viven los
villeros, sino como aventura libidinal de los directores sobre la violencia de
las villas. Te vas del cine sin sentir nada de empatía con los villeros. Hay un
sinfín de ejemplos: Elefante Blanco de Trapero, Ciudad de Dios, etc.
Debemos escarbar hasta los
abismos y ser muy generosos para encontrar películas activas, que incomoden,
que estén acordes a la crueldad reinante. Parecería que la mayoría de los
cineastas fueron hechizados por la pasividad compulsiva. En el terreno formal
el desierto es más sofocante. Una cartelera de cine parece una cadena de
montaje industrial. La mayoría de las películas se realizan de forma similar,
tienen un trabajo con la cámara idéntico, y la mayoría de las tramas no son más
que pequeñas órbitas en torno a las frases más vulgares de la obra de Freud.
Entonces, ¿cómo podría el cine
reflejar las verdaderas problemáticas de la villa?
Yo sigo el concepto de cine
pobre. Lo encontré en Jean-Louis Comolli, que es un francés teórico de cine y
director. Él habla de cine pobre como un método de filmar, de trabajo, en el
que no hace falta más que una cámara y una “necesidad”, como dice Deleuze.
Porque en la mayoría de los casos los cineastas consideran más importante los
medios que el fin, la calidad técnica por sobre los resultados emocionales y
vibracionales.
Exomologesis, tu última película,
se realizó de forma autogestionada y con los recursos mínimos y necesarios. ¿Es
un ejemplo de cine pobre?
Sí, fue una película que se puede
resumir con una frase de Bergson, filósofo francés, que dice que la materia
está siempre haciendo del obstáculo un medio. Abracé esa idea para esta
película. El obstáculo era la falta de recursos y dinero para filmar: una
cámara mejor, luces resplandecientes, multitud de técnicos, etc. Desde el
principio supe que las condiciones y los recursos materiales iban a escasear.
Frente a eso había dos opciones: no filmar, quedarse a la espera de un milagro
burocrático que me brinde los recursos, o filmar igual con los elementos justos
y necesarios, junto a las personas predispuestas a trabajar ad honorem. Por eso
una especie de ascetismo cinematográfico recorre toda la película.
Los obstáculos se convirtieron en
el medio mismo… y esto en el cine que es el arte más elitista, más caro. Porque
es raro o excepcional ver proletarios o villeros siendo dueños de los medios de
producción cinematográficos. Si vemos villeros que hicieron algo artístico
siempre hay una clase media tutora en el medio, o al costado, camuflado entre
largas barbas. Ser artista es una cuestión de vestuario. Alcanza con vestirse y
actuar como poeta, más que ser y vivir como tal. En cine no es garantía de nada declararse o
presentarse como independiente. Y a esta confusión el cine pobre viene a
responder y clarificar, porque es un gran concepto. Te obliga a estar más vivo
e intenso en los rodajes. Al no delegar funciones en empleados, al ser pocas
personas en el set, se sale de la comodidad indirecta e inconscientemente y ahí
si estas realmente en una película como en un campo de batalla, como decía
Samuel Fuller. Y ese campo de batalla puede ser revolucionario si el director
toma el arma con sus manos. Necesitamos
directores soldados de primera línea más que altos generales planificando todo
a la distancia. Que sean más atletas, las imágenes podrían ser más físicas,
explorar en profundidad los efectos musculares de usar una cámara, hacer del
cansancio del organismo parte de la sustancia de una película.
Y no es un cine que hacen los
pobres únicamente, porque el problema de base no es que las películas sobre los
pobres las realicen personas de clase media. Nanook, el esquimal (1922) la
filmó Robert Flaherty y era un burgués estadounidense. Ni Eisenstein ni Godard
provienen de la clase baja, Rossellini es hijo de un banquero, y ellos hicieron
películas brillantes sobre la pobreza. Y al mismo tiempo podés ser de la villa
y aprovechar tus vivencias como la materia prima de tus películas, para que la
gente de afuera entienda un poco mejor las enormes problemáticas del lugar, o
hacer una película que reproduzca los discursos que andan en la televisión, en
los diarios. Entonces es una cuestión más de percepción que de clase.
Siguiendo esto último, ¿cómo ves
la relación actual entre clase media y clase baja?
El hecho mismo de que personas
provenientes de la clase media o alta vengan a ver la película de un villero,
que lo escuchen, que le den un lugar para exhibir sus obras, es de por sí un
acontecimiento. Yo creo que el triunfo de Macri ha servido para que muchos
salieran de una pachorra política.
¿Qué cambia con el macrismo en la
realidad política de las villas?
Yo no soy de los que van a entrar
en un pánico esquizofrénico o una tristeza mortal porque ahora nos gobierne un
supuesto gobierno de derecha. Considero que nos imponen a que seamos testigos
de obscenas y pornográficas reglas de juego. Así es la democracia capitalista,
funciona por relevo, por alternancia. Si hay keynesianismo llegará el momento
de la variante neo-liberal. El máximo beneficio que se nos permite es el
binarismo partidario. Debemos conformarnos con los recreos del Estado de
bienestar.
La pregunta es cómo vencer o al menos resistir
a la muerte. En ese sentido el triunfo de Macri ha servido para que muchos
salgan de la pachorra política.
Desde hace un tiempo vemos en el
mundo que cuando gobierna la lujuria del mercado sirve para evidenciar más las
contradicciones y deformidades del cuerpo social. La previsibilidad pública de
las medidas económicas que refuerzan las desigualdades, es una paradoja que a
veces ha servido como la chispa decisiva para el inicio de una movilidad en la
conciencia colectiva. Algo que ya está en Marx: cuando él dice irónicamente
“viva el libre mercado”, porque así el obrero podía tener herramientas más
sólidas que lo ayuden a tener noción de su condición de explotación. El
discurso de la burguesía ha sido siempre “cínico”, grosero y explicito, nos
dice Foucault. Ese cinismo puede, sin querer, desencadenar más acontecimientos
políticos en la vida de las personas que el discurso igualitario e inclusivo.
Tu cine tiene base en las
filosofías de Marx y Foucault. Este es un enlace que no ha sido fácil de tratar
en la historia de la teoría social.
Sinceramente a mí me pasa que
cuando leo a Foucault, sino me dicen que es él, para mí podría ser Marx. Porque
ambos analizan y adelantan el futuro mezclando ciencia y romanticismo,
empleando precisión quirúrgica en sus sentencias sobre las peores crueldades
sistemáticas del ser humano. Foucault se metió y describió las instituciones de
encierro, pesadillas despiertas de la realidad, nos mostró que el poder es
nuestra forma de relacionarnos, algo que nos interpela en lo personal, que nos
cuestiona pero también nos salva infinitamente; no enamorarse de ese poder nos
puede salvar. Ambos analizan las relaciones humanas. Por eso juego con esto de
que Foucault reescribió, hizo una remake de Marx. Yo valoro el amor y el coraje
de todo autor que no se resigna al presente. Ellos escribieron en épocas del
capitalismo diferentes, pero ambos fueron igual de peligrosos. Marx no llegó a
ver ni siquiera el automóvil, pero ya había adelantado el fordismo. Foucault
nos predijo el eros neoliberal de nuestros días. Y esto que menciono es un
milímetro de sus edificios conceptuales. En este sentido, para mí los dos son
igual de importantes en mi trabajo cinematográfico.
¿Cómo es ese neoliberalismo que
predijo Foucault para nuestros días?
Yo creo que el fordismo tuvo su
metamorfosis. Pasamos del personaje de Tiempos Modernos de Chaplin, a un nuevo
prototipo de obrero, un proletariado no solo físico sino cognitivo, dice Toni
Negri. Pero aún hay escenas que nos remontan al Medioevo, o que no tienen nada
que envidiarle al suplicio de Tupac Amaru. El sujeto moderno como el antiguo
defiende la esclavitud y pelea por ella. La diferencia quizás sea que en otra
época de la historia existían miles de obreros que iban a la fábrica, sí, pero
tristes. Hoy en cambio la mayoría defiende la “cultura del trabajo” sacrificando
su vida misma, si se requiere. El neoliberalismo ha hecho algo que no ha hecho
el Estado socialista: prestarle atención al deseo, dice Guattari. Por eso “si
vos querés lo podés tener” es uno de sus mantras de cabecera.
¿Cuál es lugar del villero, del
delincuente, del “excluido” en este contexto?
Hay un texto breve llamado Elogio del crimen
donde Marx nos dice que la delincuencia es más una causa que un efecto dentro
de la sociedad capitalista. Es algo que activa una multiplicidad de
profesiones, que cumple una función específica en el engranaje productivo,
cultural e intelectual de una sociedad, produce riqueza. Esto se ha actualizado
foucaultianamente cuando vemos que hoy en día sirve como palanca justificadora
del control social, biológico y molecular de la población.
Nos saturan de teorías
neurocientíficas donde se nos quiere convencer de que hay una inferioridad
cerebral intrínseca entre los pobres, es decir, entre el repetido suministro de
población carcelaria. Se nos dice que son el peligro biológico de la sociedad,
pero no se nos dice que son la nafta monetaria y salarial para un montón de
abogados, fiscales, jueces, trabajadores sociales, psicólogos, educadores, etc.
Por esto mismo vos te encargás de
resaltar en todas tus películas el lenguaje original de las villas. ¿Cuál es el
valor que le das?
Como toda lengua primitiva, las
jergas carcelarias y villeras están en peligro de extinción, entonces lucho
porque eso no pase. Los villeros, desde que son concebidos, empiezan a ser
explotados, hostigados, segregados, encarcelados… ¡Por lo menos dejemos que
hablen como quieran! Y con las palabras que prefieran. Hoy el aparato de
Estado, con sus maquinarias y tropa de técnicos, pretende aniquilar esto. Los
mismos educadores que prohíben las palabras primitivas las usan para quedar
como progres cool y pop. Hay muchos que hoy usan a cada rato el “Macri Gato” y
después cuando van a cumplir la función de educador en alguna institución del
Estado les prohíben a los pibes utilizar términos similares.
En mis talleres de arte Spinoza,
Platón, Nieztche, Borges, Arlt o Gauguin son traducidos al lenguaje tumbero. En
la cárcel se crean palabras e ideas que reemplazan con suma prolijidad e ingenio
su representación etimológica, para que no puedan ser descifradas ni
decodificadas por nadie del aparato institucional. Hay todo un trabajo mental y
un esfuerzo cognitivo por parte de los presos, esas palabras tienen un valor
político.
Por Santiago Brunetto para El
Furgón
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