Suely Rolnik: amistad entre el rayo Félix Guattari con su pararrayo Gilles Deleuze
Una conversación con Suely Rolnik
(Universidad católica de Sao Paulo), sostenida por Aurora Fernández Polanco /
Antonio Pradel Universidad Complutense de Madrid .
Re-visiones ISSN:2173-0040 # Cinco - 2015 (publicado en: http://www.re-visiones.net/spip.php?article128 )
NOTA: La entrevista ha sido
realizada en castellano. Tras su edición y corrección lingüística, hemos
decidido mantener algunos giros de la conversación, de manera que se mantenga
el tono oral y la fuerza expresiva que Suely imprime siempre en sus palabras.
Ella misma ha supervisado en todo momento la edición de esta conversación que,
en un proceso* intenso y vivo, ha devenido un pequeño ensayo. Muchísimas
gracias a Carmen Chincoa, Carlos Curiá y Pablo Martínez que estuvieron en medio
de la fantástica tormenta.Aurora Fernández Polanco/Antonio Pradel.-
Hace poco leímos en una
entrevista a François Dosse (Gilles Deleuze y Félix Guattari, biografía
cruzada. Madrid, FCE, 2010) que decía: «Deleuze tuvo metáforas muy expresivas
sobre su trabajo en común. Comparó a Guattari con un rayo en medio de una
tormenta. Y él, Deleuze, sería el pararrayos que capta ese rayo y lo hace
reaparecer en otro lugar ya de una forma pacífica» ¿Dónde te sitúas tú en esta
escena?
Suely Rolnik— A mí me parece
perfecta la imagen que Deleuze inventa para dibujar los lugares que cada uno de
ellos ocupan en su obra conjunta. Con sus radares en la tormenta, uno era el
rayo y el otro el pararrayos. Guattari era muy vulnerable a las tormentas. De
una vulnerabilidad impresionante. Su reacción era rápida como un rayo que
irrumpía apuntando donde el deseo podría hacer conexiones capaces de crear un
territorio para que la vida lograse encontrar una forma. Algo que
per-formatease lo que había causado la tormenta para que la vida volviera a
fluir. Una capacidad clínica excepcional. Con igual velocidad, su escritura era
el propio rayo que enunciaba el estado de cosas en tiempo real, con palabras
salvajes, difíciles de descifrar. Como un pararrayos, Deleuze captaba el rayo y
se tomaba el tiempo necesario para la germinación de un territorio más calmado
en la escritura y se lo devolvía a Guattari, que a su vez lo re-trabajaba. Así
era la dinámica de la colaboración que resultaba en ese fabuloso universo de
pensamiento que podemos habitar. Deleuze necesitaba del rayo-Guattari y
Guattari, a su vez, necesitaba del pararrayos-Deleuze. Quizá sea eso lo que ha
hecho que su colaboración fuera tan fecunda e incesante hasta la muerte de
Guattari. Más que haber hecho una metáfora, me parece que esa imagen de Deleuze
ha sido su manera de performar lo que de hecho pasaba entre los dos.
¿Dónde me sitúo yo en esta
escena? Por supuesto no se puede comparar la potencia de mi trabajo con la de
esa dupla diabólica; pero si pienso en términos de la escena creo que habito un
poco los dos lugares y migro entre ellos. Soy muy vulnerable a las tormentas y
esa experiencia siempre convoca una necesidad inmediata de actuar en el
ambiente donde está la tormenta; en eso me identifico con Guattari. Pero
también necesito escribir desde y para los efectos de la tormenta en mi cuerpo
y eso necesita de un largo tiempo. Siempre han sido esos efectos lo que me han
hecho escribir. El encuentro con Deleuze y Guattari ha fortalecido ese modo de
existencia por la resonancia que encontré entre su pensamiento y aquello que yo
buscaba practicar. Y no sólo en cuanto al contenido de su pensamiento, sino
sobre todo en su manera de crearlo, inventando conceptos portadores de la
pulsación de los afectos que produjo la tormenta. En esa necesidad de crear el
pararrayos por medio de la escritura me identifico con Deleuze. Por supuesto,
no tengo la menor pretensión de comparar los grados de potencia de nuestras
escrituras y a pesar de haber hecho filosofía como una de mis formaciones, mi
escritura no es filosófica, como la de Deleuze, sino más bien híbrida, con
fuerte componente clínico-político: lo que me interesa es describir la
experiencia que genera la tormenta y hacer de la escritura el propio trabajo de
su enfrentamiento. Es eso lo que tiende a ser movilizado en los lectores y que,
eventualmente, activa su capacidad de no denegar la tormenta, dejar irrumpir el
rayo y crear su propio pararrayos. Algo que, por supuesto, jamás está
garantizado.
Pero creo que podemos extraer más
jugo de la pregunta que me hacéis: « ¿Dónde te sitúas tú en esta escena?»−, más
allá de mi personita, que solo tiene interés como un ejemplo entre otros de una
cierta perspectiva de la relación que el lector elige establecer con una
teoría. La pregunta en sí misma es portadora de esa política de la posición del
lector delante de un texto, pues la sitúa en una autonomía de pensamiento que
lo desplaza d’emblée [de golpe] de la tendencia a la simbiosis con el autor;
una tendencia que lo transforma en discípulo de una escuela, fiel de una secta,
soldado de un ejército. En este mismo sentido, es muy interesante traer la
frase de Deleuze, porque revela la tensión de la diferencia entre él y
Guattari, como fuente primordial de su pensamiento bi-céfalo o más bien
multi-céfalo; como ellos mismos dicen, su obra está poblada por muchos. Además
de no ser una relación simbiótica que apaga las diferencias, tampoco hay una
jerarquía de lugares y sus respectivos valores, sino una alianza entre
potencias distintas que expande la que cada uno puede por separado. A mí me
irrita profundamente el modo en que se intenta capturar a Deleuze en las
categorías de la historia de la filosofía, haciendo de él un fetiche, un nuevo
sistema filosófico cerrado en sí mismo, para consumirlo, acoplarse a su cuerpo
y mimetizarlo para garantizar su propio reconocimiento. Para lograrlo, ese tipo
de abordaje elimina lo salvaje, la vibración intempestiva del rayo, que allí
tiene el nombre de Guattari. Ese modo de relación con el texto es el síntoma en
el mundo académico de la política dominante de producción de subjetividad e,
indisociablemente, del pensamiento, en el marco de la cultura occidental
capitalista que yo llamo «antropo-falo-ego-logocéntrica» (lo que denomino
«cultura», no tiene el sentido de una supuesta superestructura simbólica,
separada de una supuesta infraestructura material de una sociedad, si no el
sentido de los modos de existencia en cada contexto y sus respectivos dibujos
representacionales). Los efectos de esa perspectiva en el pensamiento teórico
son muy nefastos, muy nefastos. Yo diría que ser el rayo en medio de la
tormenta es la dimensión clínica de la obra, su dimensión micropolítica, algo
que Guattari desarrollaba lindamente tanto en su trabajo clínico con psicóticos
o neuróticos como en su activismo y también en todas sus relaciones; una
clínica política y un activismo clínico. Desde mi punto de vista, es
precisamente la neutralización de esas dos potencias lo que caracteriza la
política dominante de subjetivación y del deseo en la micropolítica occidental
capitalista. Esto se hace a través de la disociación de la capacidad que
tenemos, o más bien, que nuestro cuerpo tiene, de ser afectado por las fuerzas
del mundo y esa disociación tiene efectos muy patológicos con consecuencias
devastadoras para uno mismo y su campo relacional, o sea para la vida social.
Dejarse afectar por las fuerzas
de las tormentas y buscar sostenerse en el estado de tensión que esa
experiencia provoca en la imagen de uno mismo y del mundo hasta encontrarle un
lugar –eso es lo que define una ética del trabajo del pensamiento que se
desplaza efectivamente de la perspectiva antropo-falo-ego-logocéntrica. De
todas las personas que he conocido, Guattari es la que mejor capta la tormenta
en distintas situaciones, la que mejor sabe encontrar una brecha por donde la
vida vuelva a respirar y la que mejor sabe inventar el modo de acción para
movilizar el deseo en el sentido de encontrar una salida activa para lo que ha
producido la tormenta. Eso era muy fuerte en Guattari, tengo miles de ejemplos
de acciones que él hizo en distintas situaciones grupales o individuales, como
ha sido mi propio caso. Es precisamente esa la potencia del rayo. Por eso el
hecho de intentar eliminar el rayo de la dupla Deleuze & Guattari significa
una regresión al antropo-falo-ego-logocentrismo que esa obra logró desplazar
magistralmente. Es gravísimo porque significa neutralizar la tormenta y
transformar a Deleuze & Guattari en una retórica vacía y seductora
prêt-à-porter, lista para el consumo: es lo que yo llamo «desodorante Deleuze»
(DD). Es un producto cool que transforma mágicamente el mal olor de la vida
sofocada en algo muy perfumado y encantador. El costo de ese hechizo
antropo-falo-ego-logocéntrico es que los afectos que hacen eclosionar la
tormenta [1] permanecen anestesiados y el pensamiento pierde su poder de
germinación y contagio.
AFP/AP.- La anestesia de los
afectos de la tormenta…
SR.- Sí, voy a explicar un
poquito mejor esta idea porque es importante para nuestra conversación. Para
descifrar el mundo, disponemos de la experiencia empírica basada en las
capacidades de percepción y de los sentimientos del yo; éstas sirven para
descifrar las formas del mundo según los contornos actuales de la retícula
cultural. Quiero decir, cuando veo una forma, o cuando escucho, o cuando siento
algo lo asocio inmediatamente al repertorio de representaciones que poseo de
manera que lo que voy a ver, escuchar o sentir está marcado por ello. Desde
luego esto es muy importante porque nos permite la vida en sociedad. Pero no es
más que una de las experiencias de la subjetividad; es la dimensión de esa
experiencia que llamamos «sujeto». En nuestra tradición occidental se confunde
«subjetividad» con «sujeto» porque es solo esa capacidad la que tiende a estar
activada. Sin embargo, la experiencia que la subjetividad hace del mundo es
mucho más amplia y más compleja. Hay otra dimensión de la experiencia que la
subjetividad hace del mundo, que llamo el «afuera-del-sujeto»; es la
experiencia de las fuerzas que agitan el mundo como un cuerpo vivo que produce
efectos en nuestro cuerpo. Y esos efectos consisten en otra manera de ver y de
sentir lo que pasa en cada momento (lo que Deleuze & Guattari llamaron
«perceptos» y «afectos», respectivamente); es un estado que no tiene imagen,
que no tiene palabra. No es que el mundo como supuesto «objeto» influya sobre
nosotros como supuestos sujetos, sino que el mundo «vive» en nuestro cuerpo
bajo la forma de afectos y perceptos. Y como este estado es el de una especie
de mundo larvario que no tiene ni imágenes ni palabras y es, por principio,
intraducible en la retícula cultural vigente ya que es exactamente lo que
escapa a ella, se genera una fricción entre ambos. Es precisamente esta
fricción lo que produce la tormenta; una experiencia inevitable, en cualquier
tipo de retícula cultural y en cualquier época, porque resulta de la esencia
misma de la vida. Lo que cambia de una retícula a otra, o de una época a otra,
es el tipo de relación con la tormenta que predomina en la subjetividad. Es
algo que tiene consecuencias muy importantes porque es justamente la
experiencia de la tormenta la que convoca el deseo para que actúe para poder
recobrar un equilibrio vital. Y ahí es donde todo se juega, pues son distintas
las perspectivas que orientarán esa acción: si las dos capacidades están
activas y si la subjetividad se sostiene en la tensión de la desestabilización,
de la desterritorialización que la relación entre ambas promueve, el mundo larvario
que la habita encontrará una posibilidad de germinación. Es la acción del deseo
la que se encargará de esa germinación en un proceso de creación impulsado por
los efectos de las fuerzas del mundo en nuestro cuerpo que tiene su propia
temporalidad. La acción-pensante del deseo va a consistir en elegir conexiones
para inventar algo que, convertido ahora en imagen, palabra, gesto, obra de
arte u otra manera de alimentarse, de amar, otro modo de existencia, sea
portador de la pulsación de aquello que pide paso. Y si logra hacerlo…
AFP/AP.- Y... ¿si logra hacerlo?
SR.- Si logra inventar una forma
portadora de esta pulsación, el mundo larvario se vuelve sensible y tendrá un
poder de contagio, de contaminación inmediata; porque cuando los cuerpos
afectados por las mismas fuerzas lo encuentran, se establecen las condiciones
para que la subjetividad logre sostenerse en el estado de desestabilización de
manera que el proceso de creación pueda desencadenarse llevado por su propio
deseo. Son distintos devenires de uno mismo y de su campo relacional. La
brújula que conduce el deseo en este proceso es una brújula ética. Su aguja
apunta hacia la vida misma, hacia lo que está pidiendo paso para que sigua
respirando, pulsando. Una brújula que no orienta el deseo según una forma ni un
contenido pues es precisamente eso lo que tendrá que ser creado para que la
nueva manera de ver y de sentir encuentre un lugar. La referencia que orienta
esa aguja es la perseverancia de la vida como criterio primordial de
evaluación, lo que Spinoza ha llamado conatus.
Es totalmente distinto lo que
pasa con el deseo desde una perspectiva antropo-falo-ego-logocéntrica. De forma
muy resumida, ésta consiste en anestesiar los afectos y perceptos, la capacidad
que tiene el cuerpo de descifrar el mundo desde su condición de vivo, o sea
desde los efectos de las fuerzas del mundo en las fuerzas que lo componen. Es
la experiencia de la subjetividad afuera-del-sujeto lo que queda bloqueado. La
subjetividad pasa a existir solamente en su experiencia como sujeto. En esas
condiciones, la fricción entre, por un lado, los territorios vigentes y su
cartografía y, por otro, el estado de extrañamiento que la experiencia de las
fuerzas produce, se vive como una amenaza. Sin acceso al mundo larvario que se
ha generado, la subjetividad sucumbe a una interpretación apresurada del
sujeto. Como el sujeto es inseparable de una determinada retícula cultural y se
confunde con la misma como si fuera el único mundo posible, él interpretará el
desmoronamiento de «un» mundo, el supuestamente suyo, como señal del fin «del»
mundo y de sí mismo. Desde esa perspectiva, para interpretar la causa de su
malestar solamente le resta al sujeto encontrarla en sí mismo, desde el
masoquismo, o desde lo paranoide. Es eso lo que orientará el deseo en sus
acciones para recobrar un equilibrio y lo que las conducirá es una brújula
moral, cuya aguja apunta hacia la conservación de los valores vigentes.
(Los participantes del taller que se hayan inscripto pueden solicitar un ejemplar la versión íntegral escribiendo a : sladogna@gmail.com)
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