Dignidad, signo que produce una subversión
Guattari, Foucault, Lacan
Prólogo: Este texto de Adrián Paenza, matemático: Mohamed Bouazizi, en
pocos días más se cumplen cinco años del 17 de diciembre de 2010 fecha de su
muerte. Ese día, en Túnez, un vendedor
ambulante de uno de los múltiples “mercaditos” empujaba su carrito con frutas y
verduras, como tantos otros, como otros miles. La policía se le acercó y, como
tantas otras veces, le dijeron que la balanza marcaba mal y que estaba violando
las regulaciones. Era mentira,... a la policía eso no le importa. Lo dieron
vuelta, lo alzaron por los pies y lo pusieron cabeza abajo para que se le
cayeran las monedas que había juntado hasta allí, no cayó ni una: Mohamed no
había logrado vender nada. Uno de los policías, mujer, mortificada porque no
había dinero del que apropiarse, lo sopapeó e insultó a su padre muerto. Le
confiscaron el carro y la balanza.
Mohamed fue hasta el centro de la
ciudad para quejarse. El oficial de turno estaba ocupado en una reunión.
Furioso, humillado, impotente... tuvo una reacción distinta. Esta vez no quiso
aceptar más la indignidad del trato. Consiguió solvente para pintura, se lo
tiró todo encima frente a la misma oficina en donde no lo habían querido
recibir... y se prendió fuego ¿Qué tuvo de diferente éste para disparar
semejante reacción en cadena? Bouazizi tenía 26 años el día que decidió
inmolarse. Ese episodio despertó las protestas; la represión no alcanzaba. Diez
días después de ¡veintitrés años! En el poder cayó el gobierno de Ben Ali
Paenza, matemático, toma como
nudo de su texto un sentimiento. Cada sentimiento se caracteriza por un hecho:
es corporal, es un signo corporal,
material que está más allá de las palabras, que se ubica entre las palabras y
las cosas, se ubica entre piel y carne. En la grieta de las palabras y las
cosas surgen los signos de los sentimientos y de los afectos, entre ellos
circula, se mueve, hace acto la cuota de dignidad que cada quien tiene a su
disposición ¿A qué se debe la elección temática de Paenza? Quizás tenga que ver
con un hecho de dignidad/ indignidad que afecta o afectará la Argentina, a
consecuencia del triunfo de la ultra derecha neoliberal en el balotaje, un
triunfo por el 2,67% de votos, lo cual es…un triunfo en la dictadura democrática
en la que vivimos.
En 1960 Lacan lanzo un término
interesante “la subversión del sujeto”, como parte de la dialéctica del
deseo, quizás los excesos simbólicos que lo aquejaban en ese momento
colaboraron para limar un dato: la subversión, la insurrección de cada
ciudadano, de cada analizante, solo es posible a partir de un cambio subjetivo
corporal, eso enciende la pradera al compartirse con otros.
La dignidad como sentimiento pone
en marcha el movimiento por el cual un hombre aislado, un pequeño grupo de ciudadan@s, una minoría plebeya dice:
“No
obedezco más” , así echa a la cara de un poder que estima injusto el
riesgo de su vida –ese es un momento irreductible. Porque ningún poder es capaz
de hacerlo imposible...es un
desgarramiento que interrumpe el hilo de la historia, y sus largas razones,
para que un hombre pueda, de forma real, preferir el riesgo de la muerte a la
certeza de tener que obedecer. Como señaló
Michael Foucault la certeza es la esclavitud, optar por arriesgar esa certeza
abre un momento nuevo e incierto pero que es preferible a seguir sosteniendo
las cadenas
La dignidad su puesta en acto se
produce sin que nadie sea obligado a ser solidario. Nadie es obligado a
encontrar que esas voces confusas cantan mejor que las otras y dicen el fondo último
de lo verdadero. Basta que existan y que tengan contra ellas todo lo que se
empeña en hacerlas callar, para que tenga sentido escucharlas y buscar lo que
quieren decir.
En la vida de cada sociedad hay más sentimientos,
afectos, signos que las que los intelectuales, los analistas entre ellos, a
menudo imaginan. Y estas ideas son más activas, más fuertes, más resistentes y
más apasionadas de lo que pueden pensar los políticos. Hay que estudiar el
momento nimio en que el sentimiento genera un acto con la explosión de su fuerza.
Decía Foucault, esto no está en los libros que las enuncian, sino en quienes
las encarnan y manifiestan su fuerza, en las luchas que se llevan a cabo por
esos sentimientos. No son las ideas las que mueven el mundo, porque justamente
el mundo tiene ideas (y porque las produce muy continuamente), que no es
conducido pasivamente según los que lo dirigen o los que querrían enseñarle a
pensar de una vez para siempre ( Cfr.: Michel Foucault, “Les reportages d’idées”,
en Dits
et écrits, vol. III, 1976-1979)
La dignidad en castellano es un
sustantivo femenino Cualidad del que se hace valer como siendo alguien, que se comporta con responsabilidad, seriedad y
con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni
degraden. Es interesante subrayar como el sentimiento de la dignidad refuerza
la vida de cada persona. Para justificar la esclavitud se decía que el esclavo
no era persona humana, sino un objeto, al igual que judíos, gitanos y
homosexuales durante el nazismo. Es constante en la historia de la humanidad
negar la dignidad humana para justificar y justificarse en los atentados contra
ella.
El componente sustantivo de la
dignidad es reconocido por los seres humanos sobre sí mismos, se la ha
pretendido reducir a ser un producto de la racionalidad, de la autonomía de la
voluntad y el libre albedrío, aunque si nos detenemos un poco veremos que
existen humanos que bajo ese criterio no podrían tenerla: bebés, niños, desprotegidos,
“disminuidos psíquicos”, jóvenes, mujeres,…vendedores ambulantes como Mohamed
Bouazizi.
Mohamed Bouazizi por
Adrián Paenza
En pocos días más se cumplen
cinco años del 17 de diciembre de 2010. Ese día, en una pequeña ciudad (Sidi
Bouzid) de Túnez, que no llega a los 125 mil habitantes, un vendedor ambulante
de uno de los múltiples “mercaditos” empujaba su carrito con frutas y verduras,
como tantos otros, como miles de otros. Era un día más, que no se diferenciaba
de todos los anteriores ni de los que habrían de seguir. Mohamed, el vendedor
ambulante, tenía tres años cuando se murió su padre. Para poder alimentar a su
familia necesitaba pedir dinero prestado para llenar el carro de mercadería, y
apostar a la fortuna de que ese particular día, por alguna extraña razón,
pudiera vender lo suficiente como para poder devolver lo que había pedido y
quedarse con una mínima diferencia que le permitiera poner comida en el plato
de sus dos hijos y señora. Y en el propio.
Pero ese día fue distinto. La
policía se le acercó y, como tantas otras veces, le dijeron que la balanza
marcaba mal y que estaba violando las regulaciones. El sabía que era mentira,
pero... a la policía eso no le importa. Lo dieron vuelta, lo alzaron por los
pies y lo pusieron cabeza abajo para que se le cayeran las monedas que había
juntado hasta allí. Pero no cayó ni una: Mohamed todavía no había logrado
vender nada. Uno de los policías era una mujer que, mortificada porque no había
dinero del que apropiarse, lo sopapeó e insultó a su padre muerto. Y encima le
confiscaron el carro y la balanza.
Mohamed se fue hasta el centro de
la ciudad para quejarse. Le dijeron que el oficial de turno estaba ocupado en
una reunión. Furioso, humillado, impotente... tuvo una reacción distinta. Esta
vez no quiso aceptar más la indignidad del trato. Desesperado, consiguió
solvente para pintura, se lo tiró todo encima frente a la misma oficina en
donde no lo habían querido recibir... y se prendió fuego.
Esta historia podría ser como
tantas otras, decenas, centenas, miles de otras historias para las que ya
parecemos anestesiados. Es que hay también miles de vendedores ambulantes allí,
en todo el mundo árabe, como los hay acá, en esta parte de Occidente, aunque
aparezcan vestidos distinto por las características de cada cultura. Tómese un
minuto cuando tenga tiempo y recorra el mapa de esa zona en Africa y Asia:
Túnez, Libia, Egipto, Arabia Saudita, Yemen, Jordania, Israel, Libia, Irak,
Irán, Siria... La corrupción policial está expandida y las humillaciones del
tipo de las que describí más arriba son moneda común. De hecho, investigando
sobre este caso particular, descubrí muchísimos ejemplos similares. ¿Qué tuvo
de diferente éste para disparar semejante reacción en cadena?
Bouazizi tenía 26 años ese día,
el día que decidió inmolarse. Ese episodio despertó las protestas que en
principio se redujeron a su propia ciudad, pero la reacción policial, tan
brutal como siempre, esta vez encontró resistencia popular. Hartos ya de estar
hartos, la historia de Mohamed era la historia de todos. Las protestas se
expandieron porque las redes sociales permitieron viralizar lo que antes se
podía censurar. Ahora ya no se puede. El “dictador/tirano” que estaba al frente
del Ejecutivo (me cuesta llamarlo “el presidente de Túnez”) Zine-el Abidine Ben
Ali, fue a visitar a Bouazizi al hospital, tratando de tapar el sol con la
mano. Le quisieron salvar la vida, pero no pudieron. Murió el 4 de enero de
2011. La protesta creció aún más; la represión no alcanzaba. Diez días después,
llegó el momento de escapar y después de veintitrés años... ¡veintitrés años!,
Ben Ali huyó a un refugio en Arabia Saudita. [1]
El mundo árabe dejó de
contemplar. Las protestas se siguieron expandiendo y la zona ya parecía un
volcán en erupción, algo así como si existiera alguna forma de “lava humana”.
Ya no sólo había reacciones en Túnez y en Egipto, sino que también se hacían
incontenibles en Libia, Jordania, Kuwait y hasta Bahrein. Hasta que rápida –e
inesperadamente– le llegó el turno a otro (de los que nosotros tuvimos tantos,
¿no?) de los que aprovechando que la sociedad les entrega armas (nunca voy a
entender por qué) para que puedan usar “legalmente”, se dan vuelta y las usan
en contra del propio pueblo. Así es como cayó Hosni Mubarak en Egipto, después
de ¡tres décadas! en el poder.
¿Quién hubiera podido decir que
la afrenta a la dignidad de uno de los vendedores ambulantes terminaría con
semejante reacción? La escena de Mohamed prendiéndose fuego desató las
protestas que después fueron rebeliones, puebladas, que terminaron eyectando a
un dictador, después a otro, que dispararon protestas en Libia, que llevaron a
una guerra civil, que decidieron la intervención de la OTAN (en 2012)... y la
historia sigue. Sigue hoy porque las condiciones específicas, técnicas, no
cambiaron.
Kurt Andersen fue el periodista
de la revista Time que, si bien tenía su base en el Líbano, se trasladó hasta
Túnez para escribir (y describir) la historia. Allí recibió dos testimonios que
creo, son bien representativos y profundos. Uno fue de la madre de Mohamed. El
otro, de su hermana menor. La madre, Mannoubia Bouazizi le dijo a Andersen: “Mi
hijo se inmoló para no perder su dignidad”. Y la hermana, Basma, de sólo 16
años, agregó (y preste atención para que no se le pase por alto la reflexión de
una adolescente con toda el espesor que contiene): “En Túnez, la dignidad es
más importante que el pan”.
Se están por cumplir cinco años.
¿Qué lección aprendemos nosotros de este drama que parece lejos y para el cual
estamos prudentemente anestesiados? En todo caso, en nuestras tierras no pasa
nada... ¿no? No tenemos que preocuparnos. Esto solamente les pasa a “ellos”. Y
“ellos” están lejos y no entienden nada.
[1] El actual gobierno de Túnez
pidió cooperación a Interpol acusándolo de lavado de dinero y tráfico de
estupefacientes. Fueron condenados él y su mujer (in absentia) en junio de 2011
a 35 años de prisión por robo de dinero en efectivo y joyas. Un año más tarde,
en junio de 2012, otra corte tunecina lo condenó a prisión de por vida por
incitación a la violencia y asesinato y una corte militar lo condenó a otra
vida en prisión por las represiones violentas e indiscriminadas. Mientras
tanto, en abril de 2013, la mujer (Leila Trabelsi) devolvió en un cheque
28.800.000 dólares. El actual gobierno tunecino está a la búsqueda de detectar
en dónde tiene la familia de Ben Ali más de ¡mil millones de dólares que se
robaron!
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