Máquina corporal: Corte y construcción , ciencia fricción
CORTE Y CONSTRUCCION, Ciencia y fricción, por
Lohana Berkins
La modelo bosnia Andreja Pejic estuvo en boca de muchxs. La
forma en la que su cirugía genital fue noticia es una oportunidad para pensar
dónde están los límites entre los alcances del propio deseo y la producción en
serie por parte de la industria de la cirugía.
En enero de 2011 Pejic modeló en París, tanto en la pasarela
masculina como en la femenina, entró en la lista de los top 50 modelos
masculinos más destacados y en la revista FHM como una de las mujeres más
sexies del mundo. Jean-Paul Gautier la había lanzado al mundo, que festejaba o
criticaba su androginia. Este mes expresó su decisión de cambiar su nombre y de
manifestar su identidad femenina. En la prensa del mundo aparece la noticia
narrada –comas más, comas menos– con estas palabras: “A pesar de que parecía
una mujer no lo fue 100 % hasta que tomó la decisión de someterse a la
operación de cambio de sexo, algo que quería hacer desde hace tiempo”. Cada vez
que hablamos de lo que se llama “adecuación genital” de personas travestis o
trans, dos vías para encararla se dibujan. Por un lado, la de la poliformía del
deseo, es decir, del anhelo de tener un cuerpo según la autopercepción, la
construcción de la identidad como derecho personalísimo, que, por supuesto,
nosotras siempre hemos defendido. En la Ley de Identidad de Género ha quedado
clara nuestra posición. Allí se le ha quitado a la construcción de la identidad
todo aspecto patologizante, se incluyan cirugías o no. La segunda cuestión es
preguntarse si estandarizar nuestros cuerpos en función de encajar en la
binariedad hombre/mujer es realmente un deseo propio o una necesidad impuesta
por las disciplinas médicas. ¿Dónde se centra la matriz de este tipo de
operaciones? Cuando se habla de “cuerpo equivocado”, ¿quién establece lo que es
el cuerpo correcto, la normalidad, la certeza? ¿Hasta dónde puedo y quiero
acercarme a esa centralidad? ¿Quién delimita las fronteras del cuerpo de las
mujeres y de lo femenino? A las travestis, además, se nos exige no sólo los
atributos considerados como lo femenino, sino que esa corporalidad quede bien
establecida. Si vamos a tener pecho, tiene que ser bien abundante. Del mismo
modo, tantos fallos judiciales nos han marcado con la frase “piensa como
mujer”. ¿Y cómo piensan las mujeres? Allí la operación es sacar la construcción
social de lo que se cree que es ser una mujer y anclarlo en una cuestión
biologicista. Sólo haciéndonos estas preguntas podemos empezar a confrontar con
lo que la medicina considera verdad absoluta y tensionar con nuestros cuerpos
esas teorías. No queremos ser enconsertadas en esos patrones. El capitalismo
nos ha arrastrado a un estado tan perverso: si se observan los cuerpos de las
chicas de la TV, parecen avatars. No sólo la técnica nos vende la posibilidad
de parecer una Barbie sino incluso de superarla. No lo digo como juicio de
valor contra las mujeres y las travestis que toman esas decisiones sino como un
juicio contra la industria y la técnica que han superado los límites de la
expresividad y de la humanidad. El punto es cómo se van perdiendo los límites
entre la poliformía del deseo y la industria de la cirugía. Tener un cuerpo que
coincida con los deseos y la autopercepción es una cosa; modificar alguna parte
de mi cuerpo de manera violenta para encajar en el binomio es otra. Creo que
muchas de nosotras no hubiéramos modificado nuestros cuerpos –tan ilegal e
impulsivamente– si nos hubiésemos hecho antes estas preguntas. El cuerpo no
sólo tiene una estética sino una funcionalidad y capacidad de goce. La otra gran
pregunta que me hago sobre este tema, con la que vuelvo a Andreja Pejic para
cerrar: ¿por qué estamos todos hablando de un hecho que sólo atañe a ella?
Debatimos, escribimos y la privacidad de la sexualidad termina siendo pública.
Otra vez se nos niega la posibilidad de construir un espacio propio, las
decisiones sobre nuestras sexualidades e identidades deben construirse en
lugares públicos. Otra vez colonizadas y obligadas a responder al eje
androcentrista que todo el tiempo obliga a mostrar qué sos y qué te hacés. Y a
normalizarte para no ser, como se diría en mi Salta, “ni chicha ni limonada”. A
lo que respondo: yo mezclo la chicha con la limonada y me da un sabor
exquisito.
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