Reportaje "inédito" a Sigmund Freud "El valor de la vida"(1926)
Entrevista al Dr. Sigmund Freud: “El valor de la vida”, 1926
Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck
en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los alpes suizos. Se creía perdida pero
en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de “Psychoanalysis
and the Fut”, en New York en 1957. Fue traducida del inglés al
portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Angel Arce
S. Freud: Setenta años me
enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.
Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma.
El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una
montaña de los alpes austríacos. Yo había visto el país del psicoanálisis por
última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años
transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de
su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si
sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía
impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó.
Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde
entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.
S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este
aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún
maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean
gentiles con nosotros, tornándonos la vida más
desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece
menos intolerable que los fardos que cargamos.
(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial).
S. Freud: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento
especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra
el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para
comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del
sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una
mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me
comprendió. ¿Qué más puedo querer?
George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima
influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos
con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo
aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia
universidad.
S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me
sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mi o a mi obra porque tengo
setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama
llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No
aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.
George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre
va a perdurar?
S. Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea
cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus
vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra practicamente
liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo
dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.
(Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en
el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía)
S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me
pueda acontecer después de estar muerto.
George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un
profundo pesimista?
S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica
complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.
George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la
personalidad después de la muerte, de la forma que sea?
S. Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería
el hombre constituir una excepción?
George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser
rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?
S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas
detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la
vida; moviendose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las
cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra
carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría
vínculo entre entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy
perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir
finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una
lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida
excesivamente me parece absurdo.
George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco.
El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si asi lo desea, llevando su
voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la humanidad
puede recuperar la longevidad de los patriarcas.
S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad
biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio
por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la
vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño
elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva,
consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta
inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte
habitan lado a lado dentro de nosotros. La muerte es la compañera del Amor.
Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: “Más allá del
principio del placer” En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor
tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente
importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida
arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”.
El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último
de la vida es la propia extinción.
George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción.
Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal
imaginado por Eduard Von Hartmann.
S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser
desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de
existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para
contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más
fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por
nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte
porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido
(añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es
un suicidio disfrazado.
(Estaba haciendo frio en el jardín. Continuamos la conversación en el
gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de
Freud).
George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?
S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del
psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al
análisis ilegal para los no- médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se
repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad
en el comienzo. Después procuran monopolizarla.
George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?
S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.
George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho
psicoanálisis?
S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy
difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente
nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver….
(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente,
un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas)
George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?
S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse
a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para
analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos,
los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la
perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.
George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis
despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana.
Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer
comprender. “Tout comprendre c’est tou pardonner”.
S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la
severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El
análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos
evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el
mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.
(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores
que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la
ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus
ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su
raza).
S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es
alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el
crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde
entonces prefiero considerarme judío.
(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el
espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier
preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. En
tanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más
atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su
talón!)
George Sylvester Viereck: Me pone contento, Herr Profesor, de que
también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre
que es un mortal!
S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero
con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.
George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis
complejos!
S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar
igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida la
“caza de los leones”. Usted procuró siempre a las personas destacadas de su
generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg
Bernard Shaw….
George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.
S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un
símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está
procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del
complejo del padre.
(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto,
reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada
por mi, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó
a él)
George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento,
poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus
ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen!
Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría
anticipar sus intenciones.
S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el
contrario, muchas veces facilita el trabajo.
(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus
seguidores, que no gustan mucho de la
seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión)
George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices
si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y
emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar
cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres
descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.
S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero
la compañía de los animales a la compañía humana.
George Sylvester Viereck: ¿Por qué?
S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad
dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre
de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su
mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no
tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre
contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más
desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario
a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros
instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples
y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer.
Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los
héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente
damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.
George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado
Ájax.
S. Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería
ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus
opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!
George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia
compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable
por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el
psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste
beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como
un rompecabezas complicado.
S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más
simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis
reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su
carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que
conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.
George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida
humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o
por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y
más contradictoria.
S. Freud: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una
nueva verdad.
George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que
usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.
S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos
apenas en el comienzo de una nueva ciencia.
George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta
me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del
“desplazamiento”, de la “sexualidad infantil”, de los “simbolismos de los
sueños”, etc- parecen permanentes.
S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas
soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos
de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán
descubrir continentes.
George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en
el sexo?
S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman:
“Más todo faltaría si faltase el sexo” (Yet all were lacking, if sex were
lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual
en aquello que está “más allá” del placer -la muerte, la negociación de la
vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor -como un paso
para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a:
Whatever gods there be,
That no life lives
forever
And even the weariest
river
Wind somewhere safe
to sea.
“Cualesquiera dioses que existan
Que la vida ninguna viva para siempre
Que los muertos jamás se levanten
Y también el río más cansado
Desagüe tranquilo en el mar”
George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para
siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.
S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más
remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus
piezas. El hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de
la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de
toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón
para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de
todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar
de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus
prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo
estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la
importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las
convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de
autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el
proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana,
no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará
ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.
George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al
transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio
nuevas intensidades a la literatura.
S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía.
Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué
punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató
más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la
insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El
Zaratustra dice: “El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura,
profundamente eternidad”. El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria
y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es
inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a
nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi
propio desarrollo. El expresa poeticamente lo que yo intento comunicar
científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es ni siquiera un poeta, es también
un científico.
George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es
un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert
Hughes, Harvrey O’Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir
una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los
dramaturgos Eugene O’Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted.
“The Silver Cord” por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de
Edipo.
S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación.
Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El
interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo
lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas
repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen
comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el
psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos
fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre
fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas
contribuciones originales al psicoanálisis.
Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores
creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en
Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro
para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una
formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el
psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones
científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.
¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! El no puede obligarse
a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores.
A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. El oye pacientemente
cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el
visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de
hospitalidad!
Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad
que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su
esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio
en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al
darme el adiós.
“No me haga parecer un pesimista -dice Freud después de un apretón de
manos. Yo no tengo desprecio por el mundo.
Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de
ganar audiencia y aplauso.
¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y
mis flores!
No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros”.
El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía
rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza
grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia….
George Sylvester Viereck periodista del “Journal of Psichology” año
1926 publicada en N.York en 1957 .(Este artículo fue tomado del blog del CIEP
lacaniano)
Simplemente impresionante, a través de los años, no deja de enseñarnos que el psicoanálisis no esta en una función reproductiva de un saber puesto hacia la ciencia (cuando lanza la crítica de los médicos y el intento monopolizador de los americanos). La humildad y esclarecimiento de su descubridor debe emplearse como herencia hacia quienes seguimos sus lecturas.
ResponderEliminarAntonio: si, se trata de realizar esa herencia y con ella pasar a otro territorio donde el análisis no quede expuesto como ocurre hoy a ser empelado como un "servicio técnico" para reparar los "efectos colaterales" de la máquina subjetiva del capitalismo financiero.
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