Fabrice Bourlez: Para un sexo post-humano
Fabrice Bourlez despliega un tema "El sexo post-humano" (tomado de la versión en francés de https://blogs.mediapart.fr/edition/gilles-deleuze-aujourdhui/article/311015) . El autor aborda algunos de los temas que desplegará en su actividad del día 14/03/2020. Agradecemos a Juan Zavala su traducción más que pertinente, en particular, su gesto de colaborar de esta forma -la traducción- con esa actividad. La actividad será el sábado 14 de marzo del 2020, es abierta y gratuita, interesados en participar escribir a : territoriosartefactos@gmail.com
Para un sexo post-humano*
*Fabrice Bourlez, traducción de Juan
Zavala
Cuando comencé mis estudios de
filosofía a mis 18 años, mi padre murió. Casi el mismo año en que Deleuze se
suicidó. Doble liberación con implicaciones radicalmente diferentes. Mi hermano
mayor, sin duda tan desamparado como yo en aquella época, puso en mis manos El Antiedipo. Hasta el día de hoy se lo
agradezco. Desde entonces ese libro no me ha abandonado, me ha permitido salir
a cazar ídolos, tanto en el campo del saber como en mi vida privada. No soy
“deleuziano” realmente. He rechazado encerrarme en lo que se podría llamar
“duelo patológico del padre”.
Por el contrario, confieso que
encontré en las páginas de Deleuze y Guattari con qué alimentar mi cólera
contra los universalismos, paternalismos, familiarismos y los fracasos
moralizadores que ellos implican. Son esas frustraciones las que tenía la
impresión de vivir en primera persona. Como homosexual sufrí la lógica de lo
Universal durante mucho tiempo. Por otro lado, a menudo se me ocurría que esa
lógica se confundía con la lógica del Padre y con el orden simbólico que
algunas personas quisieran ver consolidado en la actualidad.
Pertenecer a un margen, a una
minoría, es comprobar con cierta regularidad una sensación de opresión ante los
mitos de las “evidencias tan compartidas”, o del “así es para todos”, o el “así
es porque así es como debe ser”. La rabia de Deleuze y Guattari contra el
Edipo, sus vociferaciones contra la Ley y la Castración siempre se me
aparecieron como éticas y regocijantes. Sus gritos de guerra contra la
triangulación edípica para todo, justamente es el testimonio de la capacidad de
alojar las reivindicaciones de quienes se ha preferido no ver, no escuchar, o
hasta desconocer su existencia incluso. Sus páginas no son meramente
militantes, sino que tienen un alcance teórico que supera la simple ideología.
Su advertencia contra el uso normalizador del inconsciente recuerda que la cura
no está para reverenciar el “buen sentido común”, sino todo lo contrario, como
catalizadora de un sentido inédito, o bien, una producción deseante.
Los vituperios, los reproches, las
puteadas contra el campo psi, no me impidieron sin embargo, comenzar un largo
psicoanálisis de orientación lacaniana. Sin dudas, Lacan era el menos atacado,
o el más disculpado entre los representantes de la práctica analítica en El Antiedipo[1]. Los
autores invitan a desertar de los
territorios del yo. “El deseo es un desierto”[2]. Por su
parte, ¿Lacan no había forjado el neologismo “deser”[3]? Además yo
tampoco era una contradicción en los términos. Sin dudas la experiencia
filosófica no alcanzaba a sacarme de mi consternación. Resumiendo, me pareció
que había una forma de llegar a las sesiones de análisis como se va a la
fábrica: es una turbina.
De hecho, pertenezco a una
generación que no ha conocido personalmente a Deleuze, ni a Lacan. Las luchas
intestinas entre clanes y escuelas siempre me han parecido desprovistas de
sentido. Y no tomé la excusa de rechazar una práctica del inconsciente por
haber leído a Deleuze. El Antiedipo es un canto de amor al inconsciente. Por lo
tanto me puse a trabajar.
A posteriori, considero que las
advertencias deleuzo-guattarianas en cuanto a la desconfianza que le dirigen al
freudismo demasiado rígido o al uso lineal del inconsciente, lejos de
perjudicar el trabajo psíquico, inicialmente permiten vaciarlo de cualquier
consistencia imaginaria. Los gritos de guerra contra Freud y sus seguidores
corresponden a un rechazo a cualquier complacencia narcisista, rechazo a
cualquier ortopedia por parte de la palabra analítica, rechazo a cualquier
adaptación a la norma consumista o a cualquier pequeña felicidad privada. Como
explica George Perec cuando da cuenta de su propio análisis en el diván, nunca
se trata de “el gastado tintineo de papá-mamá, zizi-panpan”. Esas no son más
que “respuestas prefabricadas, cirujeo anónimo, exaltaciones del
scenic-railway.”[4]
En realidad, Deleuze y Guattari
resultan muy vigorizantes, tanto para el analizante como para el analista. El
ejercicio del diván consiste menos en “escucharse hablar” que en “escucharse
decir”: encontrar la fuerza de ir más allá del blablá, de las repeticiones, de
los ritornelos trágicos para respirar un poco de aire fresco con el que vivir,
amar, avanzar. Es decir, experimentar las diferencias para construir deseo.
Contra
todo
Sin dudas, mi análisis supo reconciliarme
con mi padre. Sin embargo no me convertí en aliado de la lógica del Padre. Al
contrario, me esfuerzo reflexionando en la incidencia de los cuestionamientos
feministas, post-feministas y las teorías de género en el seno mismo de la
disciplina analítica. ¿En qué medida la metapsicología y lo pulsional son
abordados desde una perspectiva heterocentrada? ¿Cómo pensar lo sexual sin
presuponer la heterosexualidad? ¿Las deconstrucciones queer y las teorías de género tienen impacto en la manera de plantear
un diagnóstico psicopatológico? ¿Influyen en los engranajes de las
instituciones psicoanalíticas? ¿Cómo lograr aprehender lo sexual como siempre
distinto a sí mismo? ¿Cómo orientarse con la brújula del inconsciente sin
validar la lógica patriarcal? ¿El trabajo de las normas es sistemáticamente
incompatible con el del inconsciente?
El archipiélago de las teorías de
género[5] y
las ideas queers no cesan de
interrogar los lazos que anudan cuerpo, sexualidad, lenguaje y poder. Esas
teorías aparecidas en Estados Unidos en los albores de la crisis del sida,
hicieron un campo de batalla de nuestros cuerpos, y llegan a interrogar la
evidencia de la división biológica en dos sexos. En el fondo, aunque ellas
constituyen un archipiélago de corrientes ardientes y turbulentas, tienen por
objetivo no tanto relativizar La
diferencia de los sexos, como luchar contra las desigualdades jerárquicas que
le atañen. El problema de la oposición binaria hombre/mujer es que implica una
serie de injusticias y abusos que ni la biología ni las apelaciones a cualquier
invariante cultural pueden justificar realmente. La referencia a la experiencia
clínica no me parece una base suficiente para respaldar la dominación masculina
o cualquier statu quo en este
dominio.
El inconsciente debe abordarse como
una fábrica capaz de liberarnos de preconceptos y prejuicios. Sería una lástima
que se utilizara para establecerlos o perpetuarlos. Se trata de concebir el
inconsciente y la sesión analítica como un espacio y un tiempo en el que, a
fuerza de expresar el deseo, nos liberamos de los mandatos de la sociedad, y
finalmente encontramos el valor para desafiarlos, para devenir lo que se es.
Mientras que La Historia de la Sexualidad[6] de
Foucault y el psicoanálisis son la punta de lanza de muchos teóricos del
género, ¿qué hay del pensamiento Deleuziano? Entre los pioneros del pensamiento
queer (Judith Butler, Teresa de
Lauretis, Eve K. Sedgwick, o Gayle Rubin), Deleuze y Guattari ocupan un lugar
menos importante[7]. En
ocasiones, incluso pueden haber sido bastante combatidos. Las feministas y los
homosexuales ya lo habían hecho incluso antes de que las teorías queer se ocupen de ello[8].
Desear
lo exterior
Los temas de la sexualidad y el cuestionamiento
de la diferencia entre los sexos aparecen varias veces en la obra de Deleuze y
Guattari como puntos de apoyo imprescindibles en la lucha por liberar el deseo
del yugo que lo oprime en las formas del Uno, lo Bello o la Falta. Su trabajo
tiene como objetivo ir más allá de la dicotomía de lo masculino y lo femenino
para revolucionar nuestras formas de vivir el deseo.
Más precisamente en El Antiedipo,
Deleuze y Guattari se esfuerzan por descubrir una sexualidad anedípica, es
decir, una sexualidad que deroga las instancias del yo, el superyo y el ello.
Prefieren describir un deseo hecho de conexiones y flujos en lugar de falta.
Recordemos que, según la vulgata freudiana, el Edipo es la instancia que
distingue a la niña del niño, la identidad masculina y femenina, y que la
orientación hacia la elección de un objeto opuesto al propio sexo se jugaría en
esta etapa de la sexualidad. Para Deleuze y Guattari, el objetivo no es
permanecer en una instancia preedípica, indiferenciada o en una eventual bisexualidad,
sino instalarse en lo anedípico. Nueva formulación del deseo: un deseo libre de
desear, sin negatividad intrínseca, fortaleza de una verdadera alegría
afirmativa. Lo que nuestros autores se proponen revertir, desde Platón a Freud,
es la historia del pensamiento occidental y el lugar de elección reservado a la
falta, la negatividad y la culpa.
Por lo tanto, plantean diferentes
cuestiones, tan peligrosas como estimulantes: ¿podemos pensar bajo las
imponentes unidades del Hombre, bajo los aparatos (reproductores y no sólo)
perceptibles a simple vista? ¿Lo que
ordena nuestras vidas no tiene como objetivo borrar todo el potencial
subversivo? Salir del estrecho prisma de la representación subjetiva, de la
camisa de fuerza edípica, y reconectarse con los poderes de la libido, ¿no es
la única manera de encontrar el inconsciente como el verdadero Exterior? El psicoanálisis habría cubierto,
rehabilitado y domesticado este exterior. "Freud hizo el descubrimiento
más profundo del combustible subjetivo abstracto del deseo, la Libido. Pero la
re-alienó, la re-invistió en un sistema subjetivo de representación del yo, al
recodificarla sobre la territorialidad residual de Edipo y bajo el significante
despótico de la castración[9].
Para socavar el sistema subjetivo de representación del Yo y
para reavivar un deseo revolucionario, Deleuze y Guattari apelan a eso que va
más allá de tal sistema, a aquello con lo que, para existir, siempre está
relacionado: instituciones, producciones, la técnica y lo social. El deseo se vuelve
entonces maquínico. Paradójicamente, tales máquinas inciden superando por lejos
los límites yoicos del sujeto. El deseo se conecta con eso que es mucho más
grande pero también mucho más ínfimo que el "Yo". Las consecuencias
son inmediatas en términos de sexualidad. El deseo se dirige hacia "esas
nuevas regiones donde las conexiones son siempre parciales y no personales,
conjunciones, nómadas y polifónicas, disyunciones incluidas, donde la
homosexualidad y la heterosexualidad ya no pueden distinguirse: un mundo de
comunicaciones transversales, donde el sexo no humano finalmente conquistado se
fusiona con las flores, una nueva tierra donde el deseo funciona según sus
elementos y sus flujos moleculares".
A pesar del interés estético,
político y ético de estas reflexiones, hay que señalar que los temas que nos
encontramos hoy en día, tanto en las instituciones como en la práctica privada,
están más orientados hacia el lado post-edípico: ni sin el Edipo, ni con él,
sino después. No sé si esto se debe al trabajo de normalización capitalista, al
triunfo del liberalismo hedonista y egoísta en esta parte de Occidente, pero
las nuevas configuraciones familiares, las nuevas formas de paternidad, aunque
difieran de la triangulación edípica clásica, no corresponden necesariamente al
viento de libertad que Deleuze y Guattari pedían a gritos. La culpa parece
tener un largo camino por recorrer…
En cualquier caso, ambos autores
luchan contra una representación antropomórfica de la sexualidad. Decir que hay
dos sexos equivale demasiado a menudo a poner la figura del Hombre en la cima
de la pirámide sexual. A este inmenso conjunto dominante, los autores oponen
amores intersexuales, un inconsciente hecho de moléculas y flujos. Unos años
más tarde, Deleuze y Guattari elaborarán en Mil
Mesetas su teoría del devenir: todos los medios serán buenos para escapar
del estándar del hombre blanco, burgués, heterosexual, dominante y poderoso.
Misma encarnación de la mayoría. Los devenires deleuzo-guatarianos son entonces
tantas líneas de fuga minoritarias que apuntan a perforar el orden de la
identidad sexual y hacer resonar las voces de los oprimidos. No se reducen a
“imitar o adoptar la forma femenina, sino a emitir partículas que entran en la
relación de movimiento y reposo, o en vecindad de una micro-feminidad, es
decir, producir una mujer molecular, creando la mujer molecular"[10]. Y
continúan “no queremos decir que tal creación sea prerrogativa del hombre, sino
por el contrario, que la mujer como entidad molar tiene que devenir mujer para
que el hombre también devenga o pueda devenir".
Por lo tanto, se trataría de tomar
el riesgo de la multiplicidad dentro de nuestros cuerpos. Nunca seríamos uno,
sino siempre múltiples. No un sexo (dominante) o dos sexos, sino n-sexos.
Antonioni en Zabriskie point (1970) arroja luz de manera muy simple sobre esta
concepción de la sexualidad. Descendiendo al punto más bajo del desierto, una
joven pareja de estudiantes revolucionarios empiezan a hacer el amor y se
transforman en una verdadera manada de amantes y maestros. “Hacer el amor no es
hacer sólo uno, ni dos, sino cien mil”[11].
La teoría Deleuzo-Guatariano conduce
así a una reformulación del cuerpo, a su liberación, a su perpetua
transformación: al pie de la letra, uno nunca terminará de devenir en algo más
que en sí mismo. Nunca dejaremos de
transformarnos por medio de los flujos virtuales que nos rodean y que son
capaces de impedirnos actualizar nuestros seres dominantes y nuestras
identidades mayoritarias. El programa de trabajo es alegre: se trata de
desterritorializar el cuerpo de la identidad y sus oposiciones binarias
hombre/mujer, homo/hetero, corazón/cerebro para construir un cuerpo sin
órganos, un cuerpo sin organicidad: estar entre, salir de la figuración, hacer
la diferencia más allá o bajo los dos. A priori tal perspectiva, porque
complica el campo de la sexualidad, porque la libera de toda teleología, porque
desvincula al Hombre de la centralidad de su saber y poder, resulta ser la más
amigable y la más compatible con las teorías de género así como con las
perspectivas (post-)feministas o queer. La energía que circula es similar. La
generosidad de la lucha es igualmente encomiable. La transformación esperada es
igualmente radical. ¿Por qué algunas feministas no han apreciado la teoría de
los devenires Deleuzo-Guatarianos, por qué los queers no han valorizado los
n-sexo deulezianos?
¿Quién
habla y quién puede hablar?
Deleuze y Guattari, sin duda
exaltados por sus construcciones teóricas, tuvieron más que desafortunadas
formulaciones contra los movimientos de mujeres nacidos alrededor de mayo del
68. En Mil Mesetas, declaran: "Ciertamente, es indispensable que la mujer
lleve a cabo una política molar, según una conquista que haga de su propio
organismo, de su propia historia, de su propia subjetividad: 'nosotras como
mujeres...' aparece entonces como un sujeto de enunciación. Pero es peligroso
recurrir a tal sujeto, que no funciona sin secar una fuente o detener un flujo.
El canto de la vida es a menudo cantada por las mujeres más secas, animadas por
el resentimiento, el deseo de poder y la fría maternidad"[12].
El ataque es feroz para quienes luchan por
obtener la paridad de derechos, para hacer oír su voz en los cuerpos que
regulan su vida cotidiana poniéndolos bajo el yugo de la dominación masculina.
¿No estaba justificado el resentimiento en cuestión? Ser acusado de estar seco
o desecado es un verdadero flagelo. Esto no hace necesariamente que uno quiera
explicar la paradoja de que la mujer misma tenga que convertirse en una mujer.
En efecto, según Deleuze y Guattari, la liberación de los patrones de
referencia y el trabajo molecular, la invención de líneas capaces de huir (en
el doble sentido del término) a la identidad, la fijeza y el peso del ser
conciernen a cada uno. Las mujeres mismas deben entrar en devenir.
Desde un punto de vista feminista,
el razonamiento es incluso bastante chocante. Como dijo Christine Delphy,
pionera del feminismo en Francia: “¿Pero de dónde sacan estos hombres una
visión tan clara, no sólo de lo que debería ser el feminismo, sino de lo que es
en su esencia, una esencia cuyos movimientos reales son, a sus ojos, sólo una
encarnación contingente, un reflejo y, al oírlos, una imitación muy aproximada,
si no francamente insatisfactoria?”[13].
Las feministas y postfeministas son
un obstáculo para pensar en ronda. Se niegan a adherirse inmediatamente a la
estimulante salida al Exterior a través de los devenires: hermosas promesas.
Señalan cómo “la micro feminidad parece ser la útil compañera de la macro
masculinidad en estas aventuras mixtas de intensidad”[14].
¿Cómo puede culparlos por no querer
encontrarse en esa posición ambigua a medio camino entre la musa ideal y el
asistente perfecto? "Porque, cuando se tocan, cuando se realizan, estas
promesas sólo se pueden mantener entre los cuerpos sexuales masculinos. No hay
espacio para nuevos desarrollos del cuerpo de la mujer, ni de sus otros deseos
en estas máquinas monosexuales y fraternales de creatividad limitada"[15].
Del mismo modo, las proposiciones
sobre la homosexualidad y el devenir homosexual de Deleuze y Guattari pudieron
ser mal recibidos por los miembros de la comunidad homosexual. En ambos lados,
más que ser desterritorializados, se sintieron expropiados. No se aceptó que
las mujeres, al igual que los homosexuales, tuvieran que construirse e iniciar
un estatus de minoría para despojarse de su identidad molar, que todavía está
demasiado involucrada en una política paritaria y representativa. Más
recientemente, Paul Beatriz Preciado y Marie-Hélène Sam Bourcier terminaron
reprochándole a Deleuze que siempre usaba lo molecular y lo imperceptible, como
si se avergonzara de las mujeres y los homosexuales en sus prácticas, en sus
realidades[16].
Resumiendo al extremo, las
feministas, post-feministas y queers de todo tipo reprochan a Deleuze y
Guattari el no ser mujeres y hablar en su nombre. No practican relaciones
homosexuales y abogan por un devenir homosexual que tiende a la
imperceptibilidad: “¿Pero quién son ustedes para alzar la voz en nuestro nombre
y por qué tendríamos que desaparecer a ese punto?”.
Fundamentalmente, lo que se
cuestiona aquí es el valor de una reflexión que no reside en el pasaje al acto
de su autor sino en su apertura teórica, en el horizonte de pensamiento que
revela. ¿Es necesario haber experimentado el sufrimiento para poder hablar de
él? ¿Es necesario tener una práctica para inspirarse en ella? Cuando se
defiende a los más vulnerables, cuando se actúa en favor de les oprimides,
cuando se quiere hacer oír a quienes no tienen voz, ¿cómo no se les puede robar
el derecho a hablar? ¿Cómo podemos evitar que el pensamiento se vuelva
colonización?
Lo
virtual o los poderes del malentendido
Al hacer estas preguntas, se crispa
la tensión entre Deleuze y los avances (post-) feministas. Se perpetúa, sin
dudas, un malentendido. Pero creo que es atreviéndose a enfrentar este tipo de
resistencia, buscando un equilibrio precario entre contradicciones, fricciones
y malentendidos, que se logra dar nueva vida al pensamiento, no aceptar
dócilmente ninguna ortodoxia. Como dijo Rosi Braidotti, feminista y deleuziana,
“Demasiada filosofía contemporánea es incapaz de cuestionar la autoridad del
pasado y con demasiada frecuencia está dispuesta a someterse a ella. Es como si
esta disciplina hubiera aceptado con resignación una especie de función de
archivo para convertirse en un mausoleo de ideas pasadas, una contemplación de
la inspiración perdida”[17].
Sostener la incomodidad. Hacer una gran apertura imposible, apuntando a una
auténtica salida del ser por el "y": Deleuziano y lacaniano y de
género y (post-)feminista y queer y post-edípico y maquínico.
Volvamos al problema. ¿Qué sentido
tiene abogar por una virtualidad de los devenires? ¿Por qué afirmar que las
mujeres y los homosexuales tienen que devenir, para salir de lo que son? “¿Por
qué interesarse por el sexo no humano cuando el sexo humano plantea siempre
graves problemas?”[18]. Y “¿qué sentido toma el feminismo si ya no se
tiene en cuenta la preeminencia de la diferencia de los sexos?”[19].
Por este medio, Deleuze y Guattari intentaban, sin duda a veces con torpeza,
abogar por un pensamiento que emergiera de la neutralidad del ser y de lo
universal. Deseaban hacer valer actualizaciones siempre singulares en lugar de
categorizaciones abstractas. El problema de "la mujer" es que, como
concepto, se inscribe directamente en una historia de pensamiento y
representación de la identidad que siempre ha sido dictada y escrita por la
dominación masculina.
En este sentido, Monique Wittig,
teórica (post)feminista, proto-queer e interlocutora ineludible del pensamiento
de los estudios de género, cita a Deleuze y Guattari en una colección
fundamental de textos: La pensée straight. En ella, intenta situar el campo de
su reflexión como una salida a la heterosexualidad obligatoria. "Para
nosotros, no hay uno o dos sexos, sino tantos sexos (cf. Guattari/ Deleuze)
como individuos (...). Para nosotros, la sexualidad es un campo de batalla
inevitable en la medida en que queremos salir de la genitalidad y de la
economía sexual que nos impone la heterosexualidad dominante"[20]. La
ira de Wittig contra la heterosexualidad dominante se une así explícitamente a
la de Deleuze y Guattari. Ella también se dirige a las mujeres.
Siguiendo al pie de la letra su lógica
de desinscripción del orden falocéntrico, Wittig hará retroceder su propio
estatus de mujer para adoptar el de lesbiana y construirse un cuerpo a través
de la escritura[21],
reveer la noción misma de diccionario[22],
reinventar el lenguaje. De ahí su frase clave, "las lesbianas no son
mujeres"[23].
Con esta frase, Wittig quiere
erradicar la referencia a la matriz de inteligibilidad del mundo en el sentido
de que sigue estando sexualmente polarizada, llena de desigualdades, incapaz de
tener en cuenta las diferencias por sólo valorizar La diferencia: hombre/mujer[24].
Sin embargo, hablar de la necesaria, universal, absoluta, inconmensurable e
inevitable diferencia entre los sexos equivale muy a menudo a valorar, si no a
legitimar, un determinado tipo de sexualidad, en el que los sexos se
complementan entre sí, en detrimento de las sexualidades marginales. Este
último término se refiere a los numerosos modos de relación en los que la
oposición dual o diferencial es menos importante que en la heterosexualidad[25].
¿No nos invita, el pensamiento de
los devenires tal como la formularon Deleuze y Guattari, a "cambiar de
diferencia", para usar el título de un hermoso libro de Catherine Malabou?
¿No nos incitaría no sólo a revisar la oposición masculina/femenina, a deconstruir
nuestro sexo y nuestra identidad de género, sino también a reformular el
significado mismo de lo que significa pensar? "El sujeto del feminismo ya
no es, por lo tanto, 'simplemente' la mujer como un segundo sexo, como otro
sexo complementario al hombre, sino como un sujeto no unitario y complejo que
se ha distanciado de la máquina binaria que polariza las diferencias. De esta
manera, lo femenino se desprende de las mujeres y se convierte en un sujeto en
profunda mutación[26].
La lectura crítica, la vergüenza y el
fastidio (post)feminista exigen, por tanto, que tomemos la medida del cambio,
tan ético como profundo, que requieren los agenciamientos deleuzo-guatarianos.
Al no permitir que el devenir ronronee, los críticos queers nos obligan a especificar cómo Deleuze ha trastornado el
ejercicio mismo de la filosofía.
Porque si bien su estilo puede
haberse transformado a partir de su encuentro con Guattari, su pensamiento
siguió siendo coherente de una obra a otra. Desde la publicación de Diferencia y Repetición en 1968, unos
años antes de El Antiedipo, la figura
de Gilles Deleuze se impuso como renovación del pensamiento de la diferencia.
En este libro, tan complejo como fascinante, Deleuze deseaba aprehender la
diferencia para escapar de la larga historia de la representación del
pensamiento a través de lo Mismo, a través de la identidad, a través de lo
universal. Deleuze trazó un pasaje hacia el pensamiento intensivo más que
reflexivo o representativo. En otras palabras, siguiendo a Nietzsche pero
también a Freud, contra Platón y Hegel, Deleuze quería deshacerse de los ídolos
(Dios, el Mundo, el Sujeto) como garantes de alguna unidad de sentido. La
razón, al perder sus prerrogativas: abstracción, negatividad, universalidad,
deja que el pensamiento se sumerja en el espumoso abismo del cuerpo. Los
filósofos ya no estarían, por fin, “aprendiendo a morir” sino que podrían
devenir creación de conceptos inscritos dentro de los movimientos de los
vivos. “Esta indeterminación, esta indeterminación
sin sustancia, es tanto la animalidad del pensamiento como la genitalidad del
pensamiento[27]. Esa genitalidad no es ni masculina ni femenina, ni
homosexual ni heterosexual ni siquiera bisexual. Es magmático. Con el
cuestionamiento de La Diferencia Aceptable, Vivible, Orgánica y el fundamento
del pensamiento representativo, ya estaban apareciendo multiplicidades: un
verdadero “colapso” del pensamiento. No hay que confundirlo con un simple
colapso. Lo que se pretende aquí es una
afirmación liberada de la violencia del orden fundador. Deleuze evoca así
“anarquías coronadas”.
Insistir en la universalidad de la
diferencia de los sexos como único fundamento de nuestra sociedad es, bajo la
cobertura de la todopoderosa universalidad biológica, ceder a la operación del
“Logos o razón suficiente” y es apelar a una “pretensión”. Una afirmación de
hablar y pensar en términos del bien, lo bueno y lo verdadero”. La diferencia
está aquí pensada bajo el principio de lo mismo y la condición de semejanza”[28].
Ahora, Deleuze en su obra nos invita
a seguir las sombras y los simulacros, a desafiar el orden representativo que
distorsiona el poder de la diferencia al ponerla de nuevo bajo el yugo del
orden del concepto.
Me parece que si queremos poner el
pensamiento deleuziano al servicio de los estudios de género, debemos insistir
en su tematización de lo virtual. A partir de la diferencia y la repetición,
Deleuze distingue entre lo real y lo virtual. Insiste en tener en cuenta sus
interacciones: lo virtual no es ni irreal ni posible, es real. No se trata de
reflexionar sobre las condiciones de existencia de lo virtual, sino de
percibirlo como una reserva de lo que es actualmente. Si, concretamente,
aparezco como hombre, con barba y calvo, tal actualidad no impide en absoluto
la insistencia de las virtualidades femeninas, extrañas, trans no sólo en mi
forma de ser sino sobre todo en mi forma de pensar y reaccionar ante los demás.
"Mi cuerpo, al individuarse, curva a su alrededor el mundo de las cosas
percibidas, que me entregan su lado utilizable (multiplicidad cuantitativa) a
medida que aprendo a usarlas, de modo que el mundo de los objetos recortados
por mi percepción refleja finalmente mi posible acción. Sin embargo, el tejido
del tiempo en el que recorto estas unidades pragmáticas sigue siendo continuo y
cambiante: la estabilidad es sólo un punto de vista pragmático"[29].
Las luchas por la igualdad de derechos se encuentran en este campo pragmático y
deben continuar haciéndolo. Pero si lo virtual es real sin ser actual (una
mujer rubia y alta se descansa en mí como el barbudo con gafas que soy), no son
todas las cosas que no han ocurrido o que no ocurrirán sino todas las que no
son e insisten a pesar de todo: puro devenir. Estas intensidades virtuales
desafían el prisma de la percepción individual y pragmática. Lejos de ser
secundarios, pueden vigorizar con sus fuerzas inoportunas las luchas que hay
que librar, abrir nuevas perspectivas, socavar las pruebas representativas y
dislocar las apuestas de poder. Lo virtual, y los futuros que se asocian a él,
sirve entonces de reserva de sorpresas para los logros presentes y futuros. Las
intensidades virtuales y las batallas actuales no se excluyen mutuamente, sino
que tienen que coexistir.
En un momento en que el pasaje al acto
crea fortuna para los muchos cirujanos, cuando la transformación de los cuerpos
es, sin sombras de dudas, una cuestión de libertad y elección que hay que
apoyar, pero también un increíble comercio capitalista, el concepto de lo
virtual plantea certezas: no soy ni mujer ni hombre, pero devengo. Estoy
atrapado por los flujos y las moléculas del devenir. Así que no se trata de
leer a Deleuze como un elogio de lo virtual para discriminar, una vez más, a
aquellos que realmente quieren cambiar de sexo y que sufren la transfobia. Lo
virtual no está ahí para dar consistencia a la diferencia de los sexos y calmar
a aquellos que no encajarían en su marco tranquilizador invitándolos a trabajar
en silencio en su virtualidad. Por el
contrario, la importancia de lo virtual marca la medida en que la sexualidad
es, para cada uno de nosotros, una cuestión de singularidad y vulnerabilidad.
Lo virtual indica cómo, en este campo, reinan nebulosas complejas donde nadie
es inmune a las vacilaciones, ambigüedades, enigmas y donde las certezas sobre
lo que debería ser y lo que es legítimo están siempre en movimiento, siempre
evolucionando, siempre problematizándose nuevamente.
Por
un sexo post-humano
En los albores del siglo XXI, en
lugar de deplorar la caída de los ideales universales del humanismo y la
consiguiente falta de puntos de referencia estructurantes para los sujetos,
podríamos decir con Rosi Braidotti que nuestros cuerpos se están moviendo hacia
la "post-humanidad"[30]. El posthumano se acerca a lo vivo, ya no desde el único
ángulo del Hombre, instalado en la cima de su pirámide, volando con
satisfacción sobre los territorios de la identidad, sino desde el centro de las
infinitas conexiones que nos sitúan dentro de un mundo en el que un continuo
tecno-natural se impone con fuerza y conecta lo humano con lo no humano, a la
máquina como lo vegetal, lo digital como lo animal. La post-humanidad es, en
efecto, la salida de la representación antropomórfica del sexo. En el mismo
movimiento, se interroga por la diferencia entre los sexos así como por el
triunfo de los derechos del Hombre: para el triunfo de la humanidad, ¿cuántas
mujeres, pueblos no occidentales, minorías sexuales, animales, vegetales y tecnológicas
siguen siendo relegadas al silencio cada día? ¿Cuántas diferencias no
consideradas, cuántos modos de existencia considerados secundarios? Apoderarse
de las contradicciones de la contemporaneidad y reflexionar sobre ellas de
nuevo, sin caer en una tecnofobia o una tecnofilia exacerbadas, requiere que
nos liberemos de la figura del Hombre, del Yo, del Individuo todopoderoso, para
ampliar el prisma de lo inteligible.
En este contexto, el pensamiento
deleuziano puede parecer violento, loco, arriesgado, un pensamiento de la
esquizofrenia y el abismo, pero sin embargo es alegre y afirmativo. Listo para reinventar nuestra relación con el
mundo. El mismo Michel Foucault no dudó en llamarlo “antifascista”[31]en
el sentido de que lucha contra los microfascismos que nos habitan secretamente,
contra nuestras pequeñas tiranías diarias. "El nacimiento y la muerte, la
diferencia de los sexos, son los temas complejos de los problemas antes de ser
los simples términos de la oposición. Puede ser que en su trascendencia en
relación con las respuestas, como en su insistencia a través de las soluciones,
en la forma de mantener su propia grieta, haya algo de locura"[32] y
es con ella que es necesario continuar alimentando el trabajo del pensamiento.
Fabrice
Bourlez
[1] Cf. Gilles
Deleuze – Félix Guattari, L’Anti-Œdipe,
Minuit, 1972, pp. 367-372. Algo así ocurre con las lecturas de Guillaume
Silbertin-Blanc, Deleuze et L’Anti-Œdipe.
La production du désir, Paris, PUF, 2010 y de Florent Gabarron-Garcia,
“L’inconscient, c’est la politique” en Gilles
Deleuze aujourd’hui disponible en http://blogs.mediapart.fr/edition/gilles-deleuze-aujourdhui/article/020115/florent-gabarron-garcia-linconscient-cest-la-politique-12. En italiano, cf. Legge,
desiderio, capitalismo. L’Anti-Edipo tra Lacan e Deleuze, (a cura di
Francesco Vandoni, Enrico Redaelli Pino Pitasi, Milano, Mondadori, 2014.
[2] L’Anti-Œdipe, Op. cit., p. 452.
[3] Jacques Lacan, Autres
Ecrits, Seuil, 2001, p.254.
[4] Georges Pérec, “Les lieux d’une ruse” in Penser/Classer, Paris, Seuil, 2003.
[5] Sobre la necesidad del plural cf. “Genre et théorie Judith Butler nous écrit” disponible en
http://bibliobs.nouvelobs.com/essais/20140210.OBS5705/genre-et-theorie-judith-butler-nous-ecrit.html.
[6] Cf. Michel
Foucault, La Historia de la Sexualidad,
La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
[7] Excepto quizás en una obra como Post-human bodies, que está decididamente en contra del
psicoanálisis cf. Judith Halberstam, Post-human
bodies, Indiana University Press, 1995.
[8] Butler dedica sólo unas pocas páginas a Deleuze en su
primer libro: Cf. Judith Butler, Subjects of Desire. Réflexions hégéliennes en
France au XXè siècle, PUF, 2011. Alice
A. Jardine fue una de las feministas que adoptó la postura más clara contra
Deleuze y Guattari: Cf. Alice A Jardine, "Woman in Limbo: Deleuze and his
Br(others) in SubStance, Vol 13, N° 3/4, Issue 44-45 Gilles Deleuze (1984), pp.
46-60. El artículo está traducido al francés en Alice A. Jardine, Gynésis.
Configurations de la femme et de la modernité, PUF, 1991. Para un diálogo entre
el feminismo y Deleuze o entre las teorías queer y Deleuze, ver los dos números
de conexiones de Deleuze : Deleuze and queer theory, Editado por Chrysanthi
Nigirianni y Merl Storr, Edimbugh University Press, 2010 y Deleuze and feminist
theory, Edt por Ian Buchanan y Clare Colebrook, Edimbugh University Press, 2000.
[9] L’Anti-Œdipe, op. cit., p.398.
[10] Gilles Deleuze, Félix
Guattari, Mille Plateaux,
Minuit, 1981, p. 338.
[11] L’Anti-Œdipe, op. cit., p. 352.
[12] Mille Plateaux, p.338.
[13] Christine Delphy, L’ennemi
principal 1, Syllepse, 2009, p. 162.
[14] Jerry Aline Flieger, « Becoming woman. Deleuze Schreber and
molecular identification » en Deleuze and
feminist theory, Op. cit., p.42.
[15] Alice Jardine, Gynésis,
p.267.
[16] Cf. Beatriz
Preciado, Manifeste Contra-sexuel,
Balland, 2000 et Marie-Hélène Bourcier, Queer
zone, Politique des identités sexuelles et des savoirs, Balland, 2001.
[17] Rosi Braidotti, La
philosophie… là où on ne l’attend pas, Larousse, 2009, p. 35.
[18] Johannes Ungelenk, Sexes
of winds and packs. Rethinking feminism with Deleuze and Guattari, Marta
Press, 2014, p.77.
[19] Ibid., p.66.
[20] Monique Wittig, La
pensée straight (2001), Ed. Amsterdam, 2007, p.86.
[21] Cf. Monique
Wittig, Le corps lesbien, Minuit,
1973.
[22] Cf. Monique
Wittig – Sande Zeig, Brouillon pour un
dictionnaire des amantes, Grasset, 2011.
[23] Monique Wittig, La
pensée straight, p. 61.
[24] Por ejemplo, Françoise Héritier no duda en calificar de
"el objetivo final del pensamiento". Según ella, "es la
observación de los sexos lo que está en la base de todo pensamiento, tanto
tradicional como científico".Cf.
Françoise Héritier, Masculin, Féminin. La
pensée de la différence, Odile Jacob, 1996, p. 19.
[25] Cf. Didier
Eribon, Hérésies. Essais sur la théorie
de la sexualité, Fayard, 2003 et Réflexions
sur la question gay, Fayard, 1999.
[26] Rosi Braidotti, La
philosophie…, p.65.
[27] Gilles Deleuze, Différence
et répétition, PUF, 1968, p. 353.
[28] Ibid., p.349.
[29] Anne Sauvagnargues, Deleuze.
L’empirisme transcendantal, PUF, 2009, p.107.
[30] Cf. Rosi
Braidotti, The Post-human, Cambridge,
Polity press, 2013.
[31] Cf. Michel
Foucault, « Une introduction à la vie non fasciste. Préface à la traduction
américaine de Gilles Deleuze et Félix Guattari, L’Anti-Œdipe» in Dits et
Ecrit, Quarto, Gallimard, 2001, Vol. 2, texte n° 189.
[32] Gilles Deleuze, Différence
et répétition, Op. cit., p. 141.
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