Pasolini: "Todos estamos en peligro"
Todos estamos en peligro - Última entrevista de Pasolini
Unas pocas horas antes de su asesinato Pier Paolo Pasolini realizó esta entrevista.A más de 40 años de la muerte de Pier Paolo Pasolini (que conmemoramos el
próximo 2 de noviembre), como una expresión de gratitud por la desbordante
lucidez y coherencia que mantuvo a lo largo de su creación, publicamos la
última entrevista que concedió el autor.
Entrevista de Furio Colombo a P.
P. Pasolini, el 1 de noviembre de 1975
--Pasolini, en tus artículos y en tus escritos has dado muchas
versiones de lo que detestas. Has abierto una lucha, solo, contra muchas cosas,
instituciones, convicciones, personas, poderes. Para que sea menos complicado
el discurso yo diré «la situación», y tú sabrás que quiero hablar de la escena
en contra de la que, en general, te bates. Ahora te hago esta objeción. La
«situación», con todos los males que tú dices, contiene todo lo que te permite
ser Pasolini. Quiero decir: tuyo es el mérito y el talento. ¿Pero los
instrumentos? Los instrumentos son de la «situación». Editorial, cine,
organización, hasta los objetos. Pongamos que el tuyo sea un pensamiento
mágico. Haces un gesto y todo desaparece. Todo eso que detestas. ¿Y tú? ¿Tú no
te quedarías solo y sin medios? Quiero decir medios expresivos, quiero...
--Sí, he entendido. Pero ese pensamiento mágico yo no sólo lo
intento, sino que me lo creo. No en el sentido mediático. Sino porque sé que
golpeando siempre sobre el mismo clavo puede hasta derribarse una casa. En
pequeño, un buen ejemplo nos lo dan los radicales, cuatro gatos que consiguen
remover la conciencia de un país (y tú sabes que no siempre estoy de acuerdo
con ellos, pero precisamente ahora estoy a punto de salir para ir a su
congreso). En grande, el ejemplo nos lo da la historia. El rechazo ha sido
siempre un gesto esencial. Los santos, los ermitaños, pero también los
intelectuales. Los pocos que han hecho la historia son aquellos que han dicho
no, en absoluto los cortesanos y los ayudantes de los cardenales. El rechazo,
para funcionar, debe ser grande, no pequeño, total, no sobre este o aquel
punto, «absurdo», no de sentido común. Eichmann, amigo mío, tenía mucho sentido
común. ¿Qué le faltó? Le faltó decir no, antes, al principio, cuando lo que
hacía era sólo administración rutinaria, burocracia. A lo mejor incluso habrá
dicho a los amigos: a mí ese Himmler no me gusta mucho. Habrá murmurado, como
se murmura en los editoriales, en los periódicos, en el amiguismo y en la
televisión. O también se habrá rebelado porque este o aquel tren se paraba una
vez al día para las necesidades y el pan y el agua de los deportados, cuando
hubieran sido más funcionales o más económicas dos paradas. Pero nunca ha
bloqueado la maquinaria. Entonces los problemas son tres. Cuál es, como dices
tú, «la situación», y por qué se debería pararla o destruirla. Y cómo.
--Eso es, describe “la situación”. Sabes perfectamente que tus
intervenciones y tu lenguaje tienen un poco el efecto del sol que atraviesa el
polvo. Es una imagen bella, pero se entiende poco.
--Gracias por la imagen del sol, pero pretendo
mucho menos. Pretendo que mires a tu alrededor y te des cuenta de la tragedia.
¿Cuál es la tragedia? La tragedia es que ya no somos seres humanos, somos
extrañas locomotoras que chocan unas contra otras. Y nosotros, los
intelectuales, tomamos el horario de los trenes del año pasado, o de hace diez
años, y decimos: qué extraño, esos dos trenes no pasan por ahí, ¿cómo es que se
han destrozado de esa manera? O el maquinista se ha vuelto loco o es un
criminal aislado o se trata de un complot. El complot, sobre todo, nos hace
delirar. Nos libera de todo el peso de enfrentarnos solos a la verdad. Qué bien
si mientras nosotros estamos aquí charlando alguno en una taberna está haciendo
planes para deshacerse de nosotros. Es fácil, es sencillo, es la resistencia.
Perderemos algunos camaradas y después nos organizaremos y quitaremos de en
medio a los otros, ¿no te parece? Yo sé que cuando dan en televisión ¿Arde
París?, todos están ante el televisor, con lágrimas en los ojos y unas ganas
locas de que la historia se repita, bella, limpia (un efecto del tiempo es que
“lava” las cosas, como las fachadas de las casas). Sencillo; yo aquí, tú allí.
No hagamos bromas con la sangre, el dolor, la fatiga que la gente pagó entonces
por “elegir”. Cuando estás con la cara aplastada contra aquel momento, aquel
minuto de la historia, elegir es siempre una tragedia. Pero, admitámoslo, era
más sencillo. El fascista de Saló, el nazi de las SS, el hombre normal, con la
ayuda del valor y de la conciencia, consigue rechazarlo, incluso de su vida
interior (que es donde empieza siempre la revolución). Pero ahora no. Uno se te
viene encima vestido de amigo, es gentil, cortés, y “colabora” (pongamos que en
la televisión), por ir tirando o porque no es un delito. El otro –o los otros,
los grupos- te sale al encuentro o se te echa encima –con sus chantajes
ideológicos, con sus sermones, sus prédicas, sus anatemas, y tú sientes que
también son amenazas. Desfilan con banderas y consignas, pero ¿qué los separa
del “poder”?
--¿Qué es el poder, según tú, dónde está, dónde se encuentra, cómo
lo sacas de su madriguera?
El poder es
un sistema de educación que nos divide en subyugados y subyugadores. Pero
cuidado. Un mismo sistema educativo que nos forma a todos, desde las
llamadas clases dirigentes hasta los pobres. Por eso todos quieren las mismas
cosas y se portan de la misma manera. Si tengo en las manos un consejo de
administración o una operación bursátil, los utilizo. Si no, una barra de
hierro. Y cuando utilizo una barra de hierro hago uso de mi violencia
para obtener lo que quiero. ¿Por qué lo quiero? Porque me han dicho que es una
virtud quererlo. Yo ejerzo mi derecho-virtud. Soy asesino y soy bueno.
--Te han acusado de no distinguir política e ideológicamente, de
haber perdido el sentido de la diferencia profunda que tiene que haber entre
fascistas y no fascistas, por ejemplo entre los jóvenes.
Por eso te
hablaba del horario ferroviario del año pasado. ¿Nunca has visto esas
marionetas que hacen reír tanto a los niños porque tienen el cuerpo vuelto de
una parte y la cabeza de la otra? Me parece que Totó hacía un truco
parecido. Así veo yo la inmensa tropa de intelectuales, sociólogos, expertos y
periodistas de las intenciones más nobles, las cosas suceden aquí y la cabeza
mira hacia allá. No digo que no exista el fascismo. Digo: dejad de hablarme del
mar mientras estamos en la montaña. Este es un paisaje distinto. Aquí existe el
deseo de matar. Y este deseo nos ata como hermanos siniestros de un fracaso
siniestro de todo un sistema social. También a mí me gustaría que todo se
resolviese con aislar a la oveja negra. Yo también veo las ovejas negras. Veo
muchas. Las veo todas. Este es el problema, ya se lo he dicho a Moravia: por la
vida que llevo pago un precio... Es como uno que baja al infierno. Pero cuando
vuelvo - si vuelvo - he visto otras cosas, más cosas. No digo que tengan que
creerme. Digo que tienen que cambiar continuamente de discurso para no
enfrentarse a la verdad.
--¿Y cuál es la verdad?
--Siento haber utilizado esta palabra. Quería
decir «evidencia». Deja que ponga otra vez las cosas en orden. Primera
tragedia: una educación común, obligatoria y equivocada que nos empuja a todos
a la competición por tenerlo todo a toda costa. A esta arena nos empuja como
una extraña y oscura armada en la que unos tienen los cañones y otros tienen
las barras de hierro. Entonces, una primera división, clásica, es «estar con
los débiles». Pero yo digo que, en un cierto sentido, todos son los débiles,
porque todos son víctimas. Y todos son los culpables, porque todos están listos
para el juego de la masacre. Con tal de tener. La educación recibida ha sido:
tener, poseer, destruir.
--Entonces deja que vuelva a la pregunta inicial. Tú, mágicamente
anulas todo. Pero vives de los libros, y necesitas inteligencias que lean. Es
decir, consumidores educados del producto intelectual. Tú haces cine y
necesitas no sólo de grandes plateas disponibles (de hecho por lo general
tienes mucho éxito popular, o sea eres «consumido» ávidamente por tu público)
sino también de una gran maquinaria técnica, organizativa, industrial, que está
en medio. ¿Si quitas todo eso, con una especie de mágico monaquismo de tipo
paleo-católico y neo-chino, qué te queda?
--A mí me queda todo, o sea yo mismo, ser
vivo, estar al mundo, ver, trabajar, comprender. Hay cientos de maneras de
contar las historias, de escuchar las lenguas, de reproducir los dialectos, de
hacer el teatro de los títeres. A los otros les queda mucho más. Pueden hacerme
frente, cultos como yo o ignorantes como yo. El mundo se hace grande, todo pasa
a ser nuestro y no tenemos que utilizar ni la Bolsa, ni el consejo de
administración, ni la barra de hierro para depredarnos. Ves, en el mundo que
muchos de nosotros soñábamos (repito: leer el horario de trenes del año
anterior, pero en este caso podemos decir de muchos años antes) había el patrón
infame con el sombrero de copa y los dólares que se le colaban de los bolsillos
y la viuda demacrada que pedía justicia con sus niños. El buen mundo de Brecht,
en suma.
--Es como decir que tienes nostalgia de aquel mundo.
¡No! Tengo nostalgia de la gente pobre y
verdadera que peleaba para derribar a aquel patrón sin convertirse en aquel
patrón. Como estaban excluidos de todo, nadie los había colonizado. Yo tengo
miedo de estos negros en revuelta, iguales al patrón, otros saqueadores que
quieren todo a toda costa. Esta oscura obstinación en la violencia total no
deja ver ya «de qué signo eres». A cualquiera que lleven al hospital al final
de su vida sea llevado moribundo al hospital le interesa más -si tiene todavía
un soplo de vida - qué le dirán los médicos sobre sus posibilidades de vivir
que qué le dirán los policías sobre la mecánica del delito. Date cuenta de que
yo no hago ni un proceso de intenciones ni me interesa ya la cadena causa
efecto, primero ellos, o primero él, o quién es el jefe-culpable. Me parece que
hemos definido lo que tú llamas la «situación». Es como cuando en una ciudad
llueve y se han atorado las alcantarillas. El agua sube, es un agua inocente,
agua de lluvia, no tiene ni la furia del mar ni la maldad de las corrientes de
un río. Mas, por la razón que sea no baja, sino que sube. Es la misma agua de
lluvia de muchos poemitas infantiles y de las musiquillas del «cantando bajo la
lluvia». Pero sube y te ahoga. Si hemos llegado a este punto yo digo: no
perdamos todo el tiempo en poner una etiqueta aquí y otra allá. Veamos cómo se
desatasca esta maldita bañera, antes que nos ahoguemos todos.
--Y tú, por eso, quisieras que todos fuesen pastorcillos sin
enseñanza obligatoria, ignorantes y felices.
Dicho así
sería una estupidez. Pero la llamada enseñanza obligatoria fabrica a la
fuerza gladiadores desesperados. La masa se hace más grande, como la
desesperación, como la rabia. Admitamos que yo haya tenido una salida de tono
(aunque no lo creo). Decidme vosotros otra cosa. Se entiende que añoro la
revolución pura y directa de la gente oprimida que tiene el único objetivo de
hacerse libre y dueña de sí misma. Se entiende que me imagino que pueda
todavía llegar un momento así en la historia italiana y en la del mundo. Lo
mejor de lo que pienso podrá hasta inspirarme uno de mis próximos poemas. Pero
no lo que sé y lo que veo. Quiero decir con toda franqueza: yo bajo al infierno
y sé cosas que no molestan la paz de otros. Pero presten atención. El infierno
está subiendo también entre ustedes. Es verdad que sueña con su uniforme y su
justificación (a veces). Pero es también verdad que sus ganas, su necesidad de
golpear con la barra de hierro, de agredir, de matar, es fuerte y es general.
No será por mucho tiempo la experiencia privada y peligrosa de quien, cómo
decirlo, ha tocado «la vida violenta». No se hagan ilusiones. Y ustedes, con la
escuela, la televisión, lo pacato de sus periódicos, ustedes son los grandes
conservadores de este orden horrendo basado en la idea de poseer y en la
idea de destruir. Dichosos ustedes que se quedan tan felices cuando pueden
poner sobre un crimen su buena etiqueta. A mí esta me parece otra de las muchas
operaciones de la cultura de masa. Como no podemos impedir que pasen ciertas
cosas, nos tranquilizamos encasillándolas.
--Pero abolir tiene que decir a la fuerza crear, si no tú también
eres un destructor. Los libros por ejemplo, ¿qué será de ellos? No quiero hacer
el papel de quien se angustia más por la cultura que por la gente. Pero esta
gente salvada, en tu visión de un mundo diferente, ya no puede ser primitiva
(esta es una acusación frecuente que te hacen) y si no queremos utilizar la
represión «más avanzada»...
Que me da escalofríos.
---Si no queremos utilizar frases hechas, una indicación tiene sin
embargo que existir. Por ejemplo, en la ciencia-ficción, como en el nazismo, se
queman siempre los libros como gesto inicial de exterminio. Cerradas las
escuelas, clausurada la televisión, ¿cómo animas tu belén?
Creo haberme ya explicado con Moravia.
Cerrar, en mi lenguaje, quiere decir cambiar. Cambiar pero de modo tan drástico
y desesperado como drástica y desesperada es la situación. Lo que impide un
verdadero debate con Moravia, pero sobre todo con Firpo, por ejemplo, es que
parecemos personas que no ven la misma escena, que no conocen la misma gente,
que no escuchan las mismas voces. Para ustedes una cosa ocurre cuando es una
crónica, hecha, maquetada, editada y titulada. ¿Pero qué hay debajo? Aquí falta
el cirujano que tiene el coraje de examinar el tejido y de decir: señores, esto
es cáncer, no una cosita benigna. ¿Qué es el cáncer? Es una cosa que cambia
todas las células, que las hace crecer todas de forma enloquecida, fuera de
cualquier lógica precedente. ¿Es un nostálgico el enfermo que sueña con la
salud que tenía antes, aunque antes fuera un estúpido y un desgraciado? Antes
del cáncer, digo. Es decir, antes de todo será necesario hacer no sólo un
esfuerzo para tener la misma imagen. Yo oigo a los políticos con sus
formulismos, todos los políticos, y me vuelvo loco. No saben de qué país están
hablando, están tan lejos como la luna. Y los literatos. Y los sociólogos. Y
los expertos de todo tipo.
--¿Por qué piensas que para ti ciertas cosas están tan más
claras?
--No quisiera hablar más de mí, quizás he
hablado, dicho incluso demasiado. Todos saben que yo mis experiencias las pago
personalmente. Pero están también mis libros y mis películas. Quizás soy yo
quien se equivoca. Pero sigo diciendo que estamos todos en peligro.
--Pasolini, si ves la vida así - no sé si aceptarás esta
pregunta-: ¿cómo piensas evitar el peligro y el riesgo?
Se ha hecho tarde, Pasolini no ha
encendido la luz y se hace difícil tomar apuntes. Miramos juntos los míos.
Luego me pide que le deje las preguntas.
--Hay puntos que me parecen demasiado
absolutos. Deja que lo piense, que los relea. Y dame tiempo para encontrar una
conclusión. Tengo una cosa en mente para responder a tu pregunta. Para mí es
más fácil escribir que hablar. Te dejo las notas que añada mañana por la
mañana».
Al día siguiente, domingo, el cuerpo sin
vida de Pier Paolo Pasolini estaba en el tanatorio de la policía de Roma.
Texto de la entrevista de Furio
Colombo a Pier Paolo Pasolini publicada en el suplemento “Tuttolibri” del
periódico La Stampa del 8 de noviembre de 1975.
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