Cultura y Barbarie: la barbarie de la cultura, @sladogna


Cultura y Barbarie: la barbarie de la cultura
Este es un texto que se apoya en el escrito de Fernando Rodríguez Genovés titulado Cultura y Barbarie

Sigmund Freud -y luego fue seguido por Jacques Lacan- propuso que era importante para la formación del psicoanalista una imagen o proyecto de universidad que estaba estructurada a imagen y semejanza de esa institución que difundía la cultura en lengua alemana. Se trata interrogar una idea muy simple que incluso apareció hace años en la Argentina a partir, entre otros, del libro de Domingo Faustino Sarmiento “Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas”, esa misma idea hoy recorre de nueva cuenta América Latina pues se atribuye a la TV el auge de una supuesta “masa amorfa sin cultura” que lleva a Enrique Krauze, intelectual, director de Letras libres a preconizar la instauración de un voto calificado, en función de la cultura, incluso un líder político Andrés Manuel López Obrador comparte una porción de esa idea: “Se aprovechan de la incultura del pueblo para manipularlo” , por el contrario se trata de  interrogar el mito de los beneficios de la alta cultura o de una cultura simplemente dicha, esas ventajas no suponen necesariamente un freno ni una vacuna contra la barbarie, sino a veces todo lo contrario: se trata de la barbarie civilizada. Cristina Fernández de Kichner siguiendo esa idea de la cultura traslado alguna de las oficinas del Ministerio de Cultura a uno de los municipios más poblados del cono urbano bonaerense: La matanza. A propósito del «caso alemán» eso se revela ejemplar, aunque no sólo el  caso alemán.


Los nazis no eran incultos por el contrario gozaban de una extensa cultura: pintura, escultura, también fotografía, una disciplina que, en el período, superó las realizaciones de la plástica, sometida a un canon neo clásico asociada a los contemporáneos motivos del arte estalinista, con el que jamás se buscan comparaciones. En la arquitectura pública, señala Michaud, un eclecticismo estilístico se decidía según la función: neoclasicismo para los templos, vidrio y cemento para las fábricas.[Cfr.: Éric Michaud, La estética nazi. Un arte de la eternidad. La imagen y el tiempo en el nacional-socialismo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009, 397 pp.] La barbarie nazi fue posible  gracias a que sus funcionarios comenzando por Hitler (pintor), y varios funcionarios de su primera línea eran poetas, filósofos, escritores de obras teatrales, músicos,...fueron personajes tomados por la cultura.

Suele ser una actitud muy común el mostrar extrañeza, y hasta estupefacción, a la hora de advertir que una nación como la alemana, tan culta y cultivada, tan henchida de historia y tradición, rebosante de célebres poetas, novelistas, artistas, filósofos y científicos, tan amante de las bellas artes, de la ópera y los discursos filosóficos profundos, suele asombrar, digo, que fuese la gran Alemania capaz de provocar grandes guerras mundiales y, a modo de culminación de una continuada pulsión de muerte, perpetrar la shoa, el más pérfido crimen en masa cometido en la historia de la humanidad.

Tómese, por ejemplo, el «caso Heidegger» como prototipo de este asunto tan siniestro: todavía hoy las opiniones están divididas a la hora de imputarlo o eximirlo, por haber confraternizado con las autoridades nazis en los años treinta del siglo XX. Él, Martin Heidegger, considerado por una extensa sección de la autoridad académica europea, la mente más privilegiada, preclara e influyente de Europa en dicha centuria.

No es Alemania un caso aislado ni el «caso Heidegger» la única causa abierta sobre la cuestión. Para ello el lector  tendría que consultar un texto de Oriene d’Ontalgie, Adversus Heidegger. Derapages de la pensé sur un chemin forestier [Cahiers de l’Unbévue, Paris, 2012] Hasta Rusia con amor llega la Cultura, alborotando las pasiones. Conviene recordar que por su relación con la cultura durante el imperio de los Zares y quizás perduré en la actualidad, los intelectuales relegan el ruso en sus conversaciones empleando el francés y ahora el inglés. El caso llamado por Freud “El hombre de los lobos” fue una clara muestra de la cultura imperial rusa. Reproduzco a continuación una nota de prensa que llenó de admiración (u horror, según se mire) a más de un lector (diario El Mundo [España], 16/09/2013), a modo de otro botón de muestra:

«Una discusión sobre Immanuel Kant ha terminado en un tiroteo en la ciudad de Rostov del Don, según un teletipo de la agencia rusa RIA»

La noticia cita a la Policía local y explica que la discusión saltó en una pequeña tienda de la ciudad. Antes de los disparos, hubo puñetazos. Uno de los contendientes sacó una pistola (probablemente de balines o de fogueo) y abrió fuego repetidas veces. La víctima fue hospitalizada aunque no corre peligro. Su identidad no ha trascendido y la de su agresor tampoco. Tampoco se sabe cuáles eran los términos de su discusión.» Sin duda, el motivo concreto de la cruenta disputa trataría sobre un asunto bastante trascendental...

La sorpresa y la incredulidad pueden tornarse zozobra en el momento de descubrir que lo tomado por insólito e incomprensible efecto, puede constituir, en realidad, una causa impensada e imprevisible, a saber: que lo interpretado como «virtud alemana» -la alta cultura- no sea sino la otra cara de la «cuestión alemana». Acaso una suerte de ilusionismo ilustrado ha calado profundamente en las conciencias bien pensantes y propagado la sugestión en la opinión pública, según la cual, con educación y cultura es posible solucionar los problemas de la sociedad; porque los problemas (así, en general, en plural) serían la consecuencia de la falta de educación y cultura en las personas. Uno de los introductores del neoliberalismo en América Latina fue Carlos Salinas de Gortari, quien fuera presidente de México y que gozaba de una amplia reputación cultural entre las clases políticas y de la intelectualidad mexicana. La novela de  Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, muestra como la barbarie recuperaba a su favor la civilización, la cultura, para extender su dominio sobre el conjunto social.Así construyó la revolución mexicana su mayor monumento a la cultura: la Secretaria de Educación Pública, José Vasconcelos, quien en un momento de extrema sensibilidad indigenista formula la necesidad de crear el partido nazi indigenista de México, proposición que figura como parte del mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional de México, DF., esta disponible para la lectura su texto El proconsulado (1939).

  
Semejante ilusión del beneficio de la culta como antídoto contra la barbarie ha llegado a derivar (en rigor, a degenerar) en una actitud pública que, más allá de lo utópico y mecanicista, tiende al intervencionismo y el clientelismo político, al aliento paniaguado con sabor a ajo, a la respiración artificial comunitaria, al proclamarse que las sociedades progresan, precisamente, aumentando los presupuestos públicos en materia de Educación. Recuérdese, por lo demás, que un clásico subterfugio de muchas dictaduras con el que justificar su dominación sobre los individuos ha sido, y sigue siendo, el publicitarse como campeonas en Sanidad y Educación ¡públicas! (también en ajedrez y deportes no violentos...).

¿Es, entonces, la cultura un antídoto contra la barbarie o acaso un estímulo que la provoca y agranda? He aquí la cuestión examinada por el científico social germano Wolf Lepenies en el valioso ensayo La seducción de la cultura en la historia alemana, primera edición publicada en el año 2006.

A pesar de tratarse de un asunto espinoso y con múltiples ramificaciones, Lepenies entra en materia sin contemplaciones ni rodeos. En las primeras páginas ya queda formulada la tesis principal del libro:

«Si existe algo parecido a una ideología alemana, es la costumbre de enfrentar el Romanticismo a la Ilustración, la Edad Media a la Moderna, la cultura a la civilización, y la Gemeinschaft a la Gessellschaft. Basada en sus aspiraciones y hazañas culturales, la creencia de que Alemania sigue una vía específica o Sonderweg ha sido siempre recibida con orgullo en esta tierra de poetas y pensadores. El mundo interior creado por el Idealismo alemán, la literatura del clasicismo de Weimar y los estilos culturales Clásico y Romántico existían ya un siglo antes de que se fundara la nación política. Desde esa época, se le otorga cierta dignidad al hecho de que el individuo se aparte de la política y se refugie en el ámbito de la cultura y la vida privada. Se considera que la cultura es un noble substituto de la política» (op. cit.).

Tamaña seducción instalada entre los alemanes (y compartida por doquier) viene de lejos. Aun no siendo exclusiva de la nación tedesca, ha dominado la mente y el corazón germanos acaso con más impacto y poderío que en ninguna otra nación. No obstante esto, Lepenies opta por no caracterizar el hecho en términos (fuertes) de «carácter nacional», sino como «rasgo» propio. De cualquier modo, lo constatable es que sea para distinguirse, sea para oponerse entre sí, los alemanes recurren a menudo, y en última instancia, a criterios de orden cultural a la hora de fundamentar posicionamientos políticos, ideológicos o morales.

La querella nacionalismo/anti nacionalismo, la disputa entre el exilio interior y el exterior durante el nazismo, la preferencia por la anglo-fobia o la galofobia, socialdemocracia o democracia social, la oposición Fausto/Mefistófeles, cualquiera que sea el tema que provoque una pugna entre alemanes, acaba remitiendo a un referente cultural. Tampoco en los acuerdos entre alemanes deja de actuar la susodicha seducción: para apuntalar sus puntos de vista, «tanto los dirigentes nazis como sus adversarios usaron el nombre de Goethe» (op. cit.). Recordemos Adolf Eichmann citaba en su defensa el imperativo categórico formulado por Immanuel Kant y al que Sigmund Freud le otorgo de ser una de la bases del superyó para el cuidado del orden moral de la vida en sociedad. No debe extrañar semejante suceso. Al respecto, más allá de lo que se piense sobre sus obra Michel Onfray escribió Un kantiano entre los Nazis. Para el espíritu germano, el Estado no es sino Kulturstaat, el cual queda disuelto, finalmente, en la noción Kulturvolk.

Reparemos en los siguientes hechos. Hitler calificaba el enfrentamiento alemán con Estados Unidos de «guerra cultural». De los americanos odiaba, fundamentalmente, su alma «medio judía, medio negroide», aduciendo como prueba definitiva de tal decadencia el que la Ópera del Metropolitan de Nueva York hubiese cerrado (aseveración, por lo demás, falsa). Leni Riefenstahl, una admiradora entusiasta del Führer, empezó a dudar de la sabiduría política de Hitler cuando advirtió la saña con la que arremetía contra Goya y contra Van Gogh, pintores muy queridos por la muy reputada fotógrafa y cineasta.

En este contexto, el hecho de convocar el nombre del célebre novelista Thoman Mann en este asunto no constituye, simplemente, un capítulo aparte, sino tal vez sea el epítome del mismo. Apolítico confeso durante la Primera Guerra Mundial (Reflexiones de un apolítico), Thomas Mann acaba exiliándose de Alemania y adoptando la ciudadanía estadounidense. No obstante, esté donde esté, se considera alemán, hijo de la cultura alemana. Su actitud ante acontecimientos de relevancia pública es, en todo momento, diletante, dubitativa, contradictoria. Durante su estancia en Estados Unidos proclama de cara al público las virtudes republicanas. Ahora bien: «En realidad, Thomas Mann no admiraba la tradición democrática y las instituciones americanas, sino sus orquestas, sus bibliotecas, su literatura, su crítica literaria y sus museos. El Met, que (casi) nunca cerraba. Es decir, la cultura.» (op. cit.). Este escritor participaba de una correspondencia con Sigmund Freud.

La dimensión de la seducción alemana por la cultura ha quedado patente en los últimos siglos de manera trágica. Más que una anomalía de un determinado recorrido histórico, diríase que es su consecuencia necesaria; esto es: el hecho de menospreciar el arte de lo posible, la negociación y el compromiso (la política) al precio de ensalzar el valor de lo absoluto, lo imperecedero, lo eterno, lo espiritual (la Kultur). Para la tradición alemana, la cultura estaría por encima de todo lo demás (über alles). Aunque, debo insistir, no sólo en ellos. Freud consideraba que la edad y la cultura eran inconvenientes para aceptar a determinadas personas en análisis.

El empleo de la «cultura» para eclipsar la acción política, no es exclusiva de Alemania ni de los tiempos pasados. Veamos un caso más para terminar esta nota. A comienzos del verano de 2011, Manfred Gaulhofer, presidente del Comité de Selección de la Capital Europea de la Cultura 2016 de la Unión Europea, asesorado por el Ministerio de Cultura español, ha premiado la ciudad San Sebastián con la capitalidad europea de la Cultura para el año 2016.


La circunstancia de que esa ciudad estuviese presidida por un alcalde perteneciente a una agrupación política que tiene simpatías con la organización ETA no fue considerada relevante en la toma semejante decisión. En la rueda de prensa que hizo pública la resolución, Gaulhofer apelaba al argumento cultural a fin de justificarla. La elección de San Sebastián, declaró, «tiene un claro compromiso con la cultura para contrarrestar su dura historia de violencia». Es decir se vuelve al mito que si hay cultura se aleja la barbarie, sin darse cuenta de que la cultura genera, produce de forma geométrica las formas de la barbarie.

2 comentarios:

  1. Es interesante dar cuenta de este hecho, donde civilización y barbarie no son precisamente opuestas, sino que están puestas sin contrarrestarse. Es importante esta apreciación puesto que se juegan muchos prejuicios y se toman acciones en nombre de dogmas como lo cultural y el progreso opuestas a la barbarie que aparecen como anudadas y suelen interpretarse así y no me parece fácil leerla como lo plantea aquí. La constante aparece siendo la barbarie...
    ¡Que importante es parcelar las situaciones!

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  2. Luis Mendoza Lascano: Si, en efecto, hay que estudiar las parcelas -morcele n'est pas un fragment.

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