José Attal *:Una Iglesia de hombres cultivados”
A comienzos del siglo XX, en la
época de la invención del psicoanálisis en Viena, Baruch de Spinoza vuelve a
causar escándalo (¡dos siglos después de su muerte!). Citemos a Leo Strauss (Le
testament de Spinoza), que resume perfectamente la situación, percibiendo en
ella –aunque la paradoja se le escapa– el advenimiento de una nueva religión:
“Spinoza abrió así la vía a una nueva religión o religiosidad que debía
inspirar una forma absolutamente nueva de sociedad, una nueva clase de Iglesia.
Se convirtió él solo en el padre de esta nueva Iglesia, que debía ser universal de hecho y no sólo de principio, como otras iglesias, porque ya no se asentaba sobre ninguna revelación positiva. Era una Iglesia donde los que se consideraban autoridades no eran sacerdotes, ni pastores, sino filósofos y artistas, y cuyos fieles pertenecían a los círculos de hombres acomodados y cultivados. Era de la máxima importancia para esta Iglesia que su fundador no fuera un cristiano sino un judío que había adoptado de manera informal un cristianismo sin dogma y sin sacramento. El antagonismo milenario entre el judaísmo y el cristianismo estaba a punto de de-saparecer. La nueva Iglesia haría de los judíos y cristianos seres humanos; seres humanos de una clase particular: seres humanos cultivados que, por poseer la ciencia y el arte, ya no tendrían necesidad, por añadidura, de la religión. La nueva sociedad, constituida por la aspiración común de todos sus miembros a lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, emancipó a los judíos en Alemania. Spinoza se transformó en el símbolo de esta emancipación, que debía ser, más que una emancipación, una redención secular. En Spinoza, un pensador y un santo que era al mismo tiempo judío y cristiano, y por ende ni una cosa ni la otra, todas las familias de espíritu de la Tierra serían, se esperaba, bendecidas. En síntesis, el mundo no judío, habiendo sido formado en gran medida por Spinoza, se había vuelto receptivo a los judíos que querían parecerse a él”.
Se convirtió él solo en el padre de esta nueva Iglesia, que debía ser universal de hecho y no sólo de principio, como otras iglesias, porque ya no se asentaba sobre ninguna revelación positiva. Era una Iglesia donde los que se consideraban autoridades no eran sacerdotes, ni pastores, sino filósofos y artistas, y cuyos fieles pertenecían a los círculos de hombres acomodados y cultivados. Era de la máxima importancia para esta Iglesia que su fundador no fuera un cristiano sino un judío que había adoptado de manera informal un cristianismo sin dogma y sin sacramento. El antagonismo milenario entre el judaísmo y el cristianismo estaba a punto de de-saparecer. La nueva Iglesia haría de los judíos y cristianos seres humanos; seres humanos de una clase particular: seres humanos cultivados que, por poseer la ciencia y el arte, ya no tendrían necesidad, por añadidura, de la religión. La nueva sociedad, constituida por la aspiración común de todos sus miembros a lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, emancipó a los judíos en Alemania. Spinoza se transformó en el símbolo de esta emancipación, que debía ser, más que una emancipación, una redención secular. En Spinoza, un pensador y un santo que era al mismo tiempo judío y cristiano, y por ende ni una cosa ni la otra, todas las familias de espíritu de la Tierra serían, se esperaba, bendecidas. En síntesis, el mundo no judío, habiendo sido formado en gran medida por Spinoza, se había vuelto receptivo a los judíos que querían parecerse a él”.
En aquella época, en este clima
cultural omnipresente, Freud se inscribe en la logia judía B’nai B’rith (1895),
prepara la Psicopatología de la vida cotidiana (1898), publica Sobre el
mecanismo psíquico de la desmemoria, redacta La interpretación de los sueños,
comienza el análisis de Dora (14 de octubre de 1900), viaja a Roma (1901), a
Nápoles (1902), crea la Sociedad de los Miércoles (1902), llegan los primeros
discípulos, conoce a Jung (1907), luego a Ferenczi, abre el primer congreso de
psicoanálisis en Salzburgo (1908), viaja a los Estados Unidos (1909) y cuando,
en 1910, Hermann Cohen anuncia el final del recreo con Spinoza, funda la IPA en
el congreso de Nuremberg. Seis años más tarde, el joven Lacan tapizaba su
cuarto con el plan de la Etica de Spinoza.
Vuelvo, pues, a mi pregunta en
relación con el “debate” Spinoza/Freud. Para empezar, ¿cómo evitar este debate
–que veremos acalorarse– cuando Spinoza y Freud, uno antes que el otro,
consideran que la esencia del hombre es el Deseo, y cuando en la noción
freudiana de libido resuenan tan claramente las libidines de Spinoza, que nada
tienen que ver con la voluptuosidad? En este sentido, Paul Ricoeur llegará a
plantear como equivalentes la libido freudiana y el conatus spinoziano. Algo
que impugnará Bertrand Ogilvie, para quien el conatus en uno y el deseo en el
otro no tienen nada que ver, pues “el primero no caracteriza únicamente al
hombre sino a todas las cosas, la distinción entre conciencia e inconsciente es
secundaria e indiferente para su definición, es incompatible con la idea de
autodestrucción, etcétera; características todas que se encuentran en las
antípodas de lo que propiamente constituye el descubrimiento freudiano”. Pero,
por otra parte, ¿cómo pasar por alto que el proyecto spinoziano se articula a
partir de la amnesia de la propia infancia, lo que presenta afinidades con la
“represión originaria”, o cómo, finalmente, desatender el parentesco al menos
proposicional entre “represión” y “tratamiento y conocimiento de los afectos”?
Jean-Marie Vaysse irá más lejos al recordar que, en Spinoza, el conocimiento de
lo desconocido del cuerpo conduce al de lo inconsciente, calificado de
inconsciente “positivo”.
* Fragmento de La no excomunión
de Jacques Lacan, o cuando el psicoanálisis perdió a Spinoza
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