Deleuze y Guattari explican, cuestionan, debaten

                             (Escena del filme italiano: Los compaƱeros, 1963)

                 


Deleuze y Guattari se explican...

Mesa redonda realizada a mediados de junio de 1972, apenas publicado El Anti-Edipo (Capitalismo y esquizofrenia I), esta mesa redonda fue organizada para el nĆŗmero 143 de La Quinzaine LittĆ©raire. El director de esta revista, Maurice Nadeau, y el filĆ³sofo (y gran amigo de Deleuze) FranƧois Chatelet propusieron esta mesa para confrontar a Deleuze y a Guattari con algunos reconocidos representantes de diversas disciplinas: Roger Dadoun y Serge Leclaire (psicoanĆ”lisis), Henri Torrubia (psiquiatrĆ­a), RaphaĆ«l Pividal (sociologĆ­a) y Pierre Clastres (antropologĆ­a, que los franceses gustan llamar Ā«etnologĆ­aĀ»).La presente ediciĆ³n tomĆ³ como fuente en castellano  Ā«Deleuze et Guattari s'expliquent...Ā», incluido en L'Ile DĆ©serte et autres textes (Textes et entretiens 1953-1974), Paris, Les Ɖditions de Minuit, 2002, pp. 301-19. [Existe traducciĆ³n de JosĆ© Luis Pardo, La isla desierta y otros textos (Textos y entrevistas 1953-1974), Valencia, Pre-Textos, 2005.]

Maurice Nadeau.- Aunque Gilles Deleuze y FĆ©lix Guattari desearĆ­an que esta discusiĆ³n comenzara con las preguntas, les pedimos que, en primer lugar, expongan brevemente la tesis de su libro y, a continuaciĆ³n, que nos digan de quĆ© manera se ha efectuado su colaboraciĆ³n.

FĆ©lix Guattari.- Esta colaboraciĆ³n no es el resultado de un simple encuentro entre dos individuos. Al margen de las circunstancias particulares, ha sido todo un contexto polĆ­tico lo que nos condujo a ella. Al comienzo, se trataba menos de poner en comĆŗn un saber acumulado que de poner en comĆŗn nuestras incertidumbres, e incluso cierto desasosiego ante el giro que habĆ­an tomado los acontecimientos de Mayo del 68.

Formamos parte de una generaciĆ³n cuya conciencia polĆ­tica naciĆ³ con el entusiasmo y la ingenuidad de la LiberaciĆ³n, con su mitologĆ­a conjuradora del fascismo. Y las cuestiones que dejĆ³ en suspenso esa otra revoluciĆ³n abortada que fue Mayo del 68 se han desarrollado, para nosotros, como un contrapunto perturbador que nos inquieta, como a muchos otros, y nos preocupa por lo que nos depararĆ” el futuro inmediato, que muy bien podrĆ­a entonar los himnos de un fascismo de nuevo cuƱo que nos haga aƱorar el de los viejos tiempos.

Nuestro punto de partida fue considerar que, en los perƭodos cruciales, algo del orden del deseo se manifiesta a escala del conjunto de la sociedad, algo que despuƩs es reprimido, liquidado, tanto por las fuerzas del poder como por los partidos y sindicatos que se dicen obreros y, hasta cierto punto, por las propias organizaciones izquierdistas.

Ā”Y, sin duda, habrĆ­a que remontarse mucho mĆ”s atrĆ”s! La historia de las revoluciones traicionadas, la historia de la traiciĆ³n del deseo de las masas puede identificarse, prĆ”cticamente, con la historia del movimiento obrero en sentido estricto. ĀæDe quiĆ©n fue la culpa? Ā”De Beria, de Stalin, de Kruschev... Que no eran bueno el programa, la organizaciĆ³n, las alianzas... Que no se habĆ­an leĆ­do bien los textos de Marx... Ā”No hay duda de todo eso! Sin embargo, la evidencia desnuda permanece: la revoluciĆ³n era posible, la revoluciĆ³n socialista estaba al alcance de la mano, existe indiscutiblemente , no es un mito que las transformaciones de las sociedades industriales hayan vuelto inconsistente.

Bajo ciertas condiciones, las masas expresan su voluntad revolucionaria, sus deseos barren todos los obstĆ”culos, abren horizontes desconocidos, pero los Ćŗltimos en darse cuenta son las organizaciones e individuos que se supone que las representan. Ā”Los dirigentes son traidores! Ā”Es evidente! Pero Āæpor quĆ© los dirigidos continĆŗan escuchĆ”ndolos? ĀæNo serĆ” consecuencia de una complicidad inconsciente, de una interiorizaciĆ³n de la represiĆ³n, que opera  en escalones sucesivos, del Poder a los burĆ³cratas, de los burĆ³cratas a los militantes y de los militantes a las propias masas? Lo hemos visto bien tras Mayo del 68.


Felizmente, la recuperaciĆ³n y el lavado de cerebro no prendiĆ³ en decenas de miles de personas ā€“quizĆ”s mĆ”sā€“ que ahora estĆ”n vacunadas contra los actos de las burocracias de todo tipo y saben responder tanto a las canalladas represivas del poder y de la patronal como a las maniobras de concertaciĆ³n, de participaciĆ³n, de integraciĆ³n que se sostienen con la complicidad de las organizaciones obreras tradicionales.

Hay que reconocer que, hasta ahora, las tentativas de renovaciĆ³n de las formas de lucha popular no han logrado desprenderse todavĆ­a del aburrimiento y de un excursionismo revolucionario del cual hay que decir, como mĆ­nimo, que no se preocupa especialmente por una liberaciĆ³n sistemĆ”tica del deseo. Ā«Ā”El deseo, siempre el deseo, no se quitan esa palabra de la boca!Ā» Esto termina por irritar a la gente seria, los militantes responsables. Desde luego, no se nos ocurrirĆ­a recomendar que se tome en serio al deseo. MĆ”s bien habrĆ­a que minar el espĆ­ritu de seriedad, empezando por el dominio de las cuestiones teĆ³ricas. Una teorĆ­a del deseo en la historia no deberĆ­a presentarse como algo muy serio. Y, desde este punto de vista, acaso El Anti-Edipo todavĆ­a sea un libro demasiado serio, demasiado intimidatorio. El trabajo teĆ³rico tendrĆ­a que dejar de ser asunto de especialistas. El deseo de una teorĆ­a y sus enunciados deberĆ­an ir mĆ”s ligados a los acontecimientos y a la enunciaciĆ³n colectiva de las masas. Para llegar a eso, habrĆ” que forjar otra raza de intelectuales, otra raza de analistas, otra raza de militantes, en y por las que los diferentes gĆ©neros se mezclen y se fundan unos con otros.

Partimos de la idea de que no habĆ­a que considerar el deseo como una superestructura subjetiva mĆ”s o menos eclipsada. El deseo no cesa de trabajar la historia, aun en sus peores perĆ­odos. Las masas alemanas llegaron a desear el nazismo. DespuĆ©s de Wilhelm Reich, no podemos evitar enfrentarnos a esta verdad. En ciertas condiciones, el deseo de las masas puede volverse contra sus propios intereses. ĀæCuĆ”les son esas condiciones? Ɖsa es toda la cuestiĆ³n.

Para responderla, nos pareciĆ³ que no era suficiente enganchar un vagĆ³n freudiano al tren del marxismo-leninismo. Ante todo, hay que deshacerse de la jerarquĆ­a estereotipada entre una infraestructura econĆ³mica opaca y las superestructuras sociales e ideolĆ³gicas concebidas de tal manera que rechazan las cuestiones del sexo y de la enunciaciĆ³n hacia el lado de la representaciĆ³n, lo mĆ”s lejos posible de la producciĆ³n. Las relaciones de producciĆ³n y de reproducciĆ³n participan al mismo tiempo de las fuerzas productivas y de las estructuras anti-productivas. Se trata de hacer pasar el deseo hacia el lado de la infraestructura, hacia el lado de la producciĆ³n, mientras se hace pasar la familia, el yo y la persona hacia el lado de la anti-producciĆ³n. Es el Ćŗnico medio de evitar que lo sexual no quede definitivamente corado  de lo econĆ³mico.

Existe, segĆŗn nosotros, una producciĆ³n deseante que, antes de toda actualizaciĆ³n en la divisiĆ³n familiar de los sexos y de las personas, y antes de toda divisiĆ³n social del trabajo, inviste las diversas formas de producciĆ³n de goce y las estructuras emplazadas para reprimirlas. Bajo regĆ­menes diferentes, es la misma energĆ­a deseante que encontramos sobre la cara revolucionaria de la historia, con la clase obrera, la ciencia y las artes, y que reencontramos sobre la cara de las relaciones de explotaciĆ³n y de poder estatal, en tanto que ambas presuponen una participaciĆ³n inconsciente de los oprimidos.

Si es verdad que la revoluciĆ³n social es inseparable de una revoluciĆ³n del deseo, entonces la pregunta se desplaza: Āæen quĆ© condiciones la vanguardia revolucionaria podrĆ” liberarse de su complicidad inconsciente con las estructuras represivas y deshacer las manipulaciones que el poder realiza con el deseo de las masas hasta conseguir que lleguen a Ā«luchar por su servidumbre como si luchasen por su salvaciĆ³nĀ»? Si la familia y las ideologĆ­as familiaristas desempeƱan, como pensamos, un papel nodal en este asunto, entonces ĀæcĆ³mo evaluar la funciĆ³n del psicoanĆ”lisis, que fue el primero en abrir estas preguntas e igualmente el primero en clausurarlas promoviendo el mito moderno de la represiĆ³n familiarista con Edipo y la castraciĆ³n?

Para avanzar en esta direcciĆ³n, nos parece necesario abandonar el abordaje del inconsciente a travĆ©s de la neurosis y la familia, para adoptar el punto de vista mĆ”s especĆ­fico del proceso esquizofrĆ©nico ā€“que tiene poco que ver con los enfermos de hospitalā€“ de las mĆ”quinas deseantes.

En consecuencia, se impone una lucha militante contra las explicaciones reductoras y contra las tĆ©cnicas de sugestiĆ³n adaptativas en forma de triangulaciĆ³n edipiana. Renunciar a la busqueda compulsiva de un objeto completo, sĆ­mbolo de todos los despotismos. Deslizarse hacia las multiplicidades reales. Dejar de enfrentar al hombre y a la mĆ”quina, pues su relaciĆ³n es constitutiva del deseo mismo. Promover otra lĆ³gica, una lĆ³gica del deseo real, establecer el primado de la historia sobre la estructura: otro anĆ”lisis, desprendido del simbolismo y de la interpretaciĆ³n; y otra militancia, capaz de darse a sĆ­ misma los medios para liberarse de las fantasĆ­as del orden dominante.


Gilles Deleuze.- En cuanto a la tĆ©cnica del libro, escribir de a dos no nos ha planteado ningĆŗn problema especial, sino que ha desempeƱado una funciĆ³n precisa, de la cual nos fuimos percatando progresivamente [1]. Hay algo muy chocante en los libros de psiquiatrĆ­a o de psicoanĆ”lisis, y es la dualidad que los atraviesa, entre lo que dice el supuesto enfermo y lo que dice el terapeuta sobre Ć©l. Entre el Ā«casoĀ» y el comentario o el anĆ”lisis del caso. Logos contra pathos: se supone que el enfermo dice algo, y el terapeuta dice quĆ© es lo que aquello quiere decir en el orden del sĆ­ntoma o del sentido. Esto permite todo tipo de aplastamientos de lo que dice el enfermo, toda una selecciĆ³n hipĆ³crita.

No hemos pretendido hacer el libro de un loco, sino hacer un libro en el que no hubiera manera de saber, en donde no importase en absoluto saber, quiƩn hablaba exactamente, si un terapeuta, un hombre sano, un enfermo presente, pasado o futuro.

Por eso mismo nos servimos tanto de escritores y poetas: quiĆ©n podrĆ­a decir si ellos hablan como enfermos o como mĆ©dicos ā€“enfermos o mĆ©dicos de la civilizaciĆ³nā€“. ExtraƱamente, si nosotros conseguimos superar esta dualidad tradicional fue precisamente porque escribimos de a dos. Ninguno de los dos era el loco, ninguno el psiquiatra, pero tenĆ­amos que ser dos para desatar un proceso que no se redujese al del psiquiatra y su loco, ni al del loco y su psiquiatra.

El proceso es lo que llamamos el flujo. Pero todavĆ­a el flujo era una nociĆ³n de la que tenĆ­amos necesidad como nociĆ³n cualquiera, sin cualificar. QuizĆ” un flujo de palabras, de ideas, de mierda, de dinero, acaso un mecanismo financiero o acaso una mĆ”quina esquizofrĆ©nica: supera todas las dualidades. Nostros soƱamos este libro como un libro-flujo.


Maurice Nadeau.- Precisamente, desde el primer capĆ­tulo, aparece esta nociĆ³n de Ā«mĆ”quina deseanteĀ», que el profano encuentra oscura y que me encantarĆ­a ver definida. Tanto mĆ”s cuanto que responde a todo, se basta para todo.


Gilles Deleuze.- SĆ­, damos a la mĆ”quina una gran amplitud, en relaciĆ³n con los flujos. Definimos la mĆ”quina como todo sistema de corte de un flujo. AsĆ­, hablamos tanto de mĆ”quinas tĆ©cnicas, en el sentido ordinario de la palabra, como de mĆ”quinas sociales y de mĆ”quinas deseantes. Para nosotros, Ā«mĆ”quinaĀ» no se opone ni a hombre ni a naturaleza (hace falta tener muy mala voluntad para objetarnos que las formas y relaciones de producciĆ³n no son cosa de mĆ”quinas). Por otra parte, la mĆ”quina tampoco se reduce al mecanicismo. El mecanismo designa ciertos procedimientos de ciertas mĆ”quinas tĆ©cnicas, o bien una cierta organizaciĆ³n del organismo. Pero el maquinismo es otra cosa: cualquier sistema de interrupciĆ³n de flujos que supera, al mismo tiempo, el mecanismo de la tĆ©cnica y la organizaciĆ³n del organismo, sea en la naturaleza, sea en la sociedad, sea en el hombre.

Por ejemplo, mĆ”quina deseante es todo sistema no orgĆ”nico del cuerpo y, en este sentido, hablamos de mĆ”quina molecular o de micro-mĆ”quinas. MĆ”s precisamente, en relaciĆ³n con el psicoanĆ”lisis: le reprochamos dos cosas al psicoanĆ”lisis, el no haber comprendido lo que es el delirio, ya que no es capaz de ver que el delirio es la catexis de un campo social tomado en toda su extensiĆ³n; y el no haber comprendido lo que es el deseo, ya que no ha visto que el inconsciente es una fĆ”brica y no una escena de teatro.

ĀæQuĆ© nos resta, si el psicoanĆ”lisis no comprende nada del delirio ni del deseo? Estos dos reproches son uno solo: lo que nos interesa es la presencia de las mĆ”quinas de deseo, micro-mĆ”quinas moleculares, en las grandes mĆ”quinas sociales molares. ĀæCĆ³mo actĆŗan y funcionan las unas en las otras?


RaphaĆ«l Pividal.- Si ustedes definen su libro en relaciĆ³n al deseo, yo les pregunto: ĀæcĆ³mo responde este libro al deseo? ĀæA quĆ© deseo? ĀæA un deseo de quĆ©?


Gilles Deleuze.- No es en tanto libro que podrĆ­a responder al deseo, sino mĆ”s bien en funciĆ³n de lo que hay a su alrededor. Un libro no tiene valor por sĆ­ mismo. Siempre los flujos: hay mucha gente que trabaja en una direcciĆ³n semejante, en otros dominios. Y estĆ”n las generaciones mĆ”s jĆ³venes: dudo que en ellas prenda cierto tipo de discurso, tanto epistemolĆ³gico como psicoanalĆ­tico e ideolĆ³gico, del que todo el mundo empieza a estar cansado.

Nosotros decimos: aprovechen a Edipo y la castraciĆ³n, porque no durarĆ”n mucho tiempo mĆ”s [2]. Hasta ahora, se ha dejado tranquilo al psicoanĆ”lisis: se atacaba a la psiquiatrĆ­a, al hospital psiquiĆ”trico, pero el psicoanĆ”lisis parecĆ­a intocable, no comprometido. Intentamos mostrar que el psicoanĆ”lisis es peor que el hospital psiquiĆ”trico precisamente porque funciona en todos los poros de la sociedad capitalista y no en lugares especiales de encierro. Y que es profundamente reaccionario en su prĆ”ctica y en su teorĆ­a, y no solamente en su ideologĆ­a. Y que cumple funciones precisas.

FĆ©lix dice que nuestro libro se dirige a personas que tienen ahora entre siete y quince aƱos. En sentido ideal, porque de hecho es todavĆ­a demasiado difĆ­cil, demasiado culto y comporta demasiados compromisos. No hemos sabido hacer algo lo suficientemente directo y claro. En cualquier caso, quiero subrayar que el primer capĆ­tulo, que pasa por ser muy difĆ­cil para lectores favorables, no supone ningĆŗn conocimiento previo [3]. En todo caso, si un libro responde a un deseo, lo hace en la medida en que haya ya mucha gente que estĆ© harta de cierto tipo de discurso ordinario, y por tanto en la medida en que participe de cierto reagrupamiento de los trabajos, con resonancias entre trabajos y deseos. En suma, un libro no puede responder a un deseo mĆ”s que polĆ­ticamente, fuera del libro. Por ejemplo, una asociaciĆ³n de usuarios furiosos del psicoanĆ”lisis no estarĆ” mal para comenzar.


FranƧois ChĆ¢telet.- Lo que me parece importante es la irrupciĆ³n de un texto asĆ­ entre los libros de filosofĆ­a (porque este libro estĆ” pensado como un libro de filosofĆ­a). Pues El Anti-Edipo rompe con todo. Ante todo de una manera externa, por la Ā«formaĀ» del propio texto: se pronuncian Ā«malas palabrasĀ» desde la segunda lĆ­nea, como por provocaciĆ³n. Al principio creemos que eso no va durar, pero se mantiene. Nunca se trata mĆ”s que de eso: Ā«mĆ”quinas acopladasĀ», y las Ā«mĆ”quinas acopladasĀ» son singularmente obscenas o escatolĆ³gicas.

AdemĆ”s, esta irrupciĆ³n me dio la sensaciĆ³n de ser materialista. HacĆ­a mucho tiempo que no nos pasaba algo asĆ­. Hay que decir que la metodologĆ­a empieza a enmierdar la vida. Con el imperialismo de la metodologĆ­a se echa a perder todo trabajo de investigaciĆ³n y de profundizaciĆ³n. He caĆ­do en esa trampa y hablo con conocimiento de causa. En suma, si digo que se trata de una irrupciĆ³n materialista es porque pienso en Lucrecio. No sĆ© si esto los halaga mucho o poco.


Gilles Deleuze.- Si fuera verdad, serĆ­a perfecto. SerĆ­a maravilloso. En todo caso, no hay ningĆŗn problema metodolĆ³gico en nuestro libro. NingĆŗn problema de interpretaciĆ³n, tampoco: porque el inconsciente no quiere decir nada, porque las mĆ”quinas no quieren decir nada, se contentan con funcionar, producir y estropearse, porque nosotros investigamos Ćŗnicamente cĆ³mo algo funciona en el real.

Tampoco hay problema epistemolĆ³gico alguno: no queremos en lo mĆ”s mĆ­nimo un retorno a Freud o a Marx; si nos dicen que comprendimos mal a Freud, no lo discutiremos, diremos que no nos importa, Ā”con la cantidad de cosas que hay que hacer! Es curioso que la epistemologĆ­a haya encubierto siempre una instauraciĆ³n de poder, una organizaciĆ³n de poder, una especie de tecnocracia universitaria o ideolĆ³gica. Nosotros tampoco creemos en ninguna especificidad de la escritura o del pensamiento.


Roger Dadoun.- Hasta ahora, la discusiĆ³n se ha desarrollado ā€“por emplear una dicotomĆ­a fundamental de la interpretaciĆ³nā€“ a nivel Ā«molarĀ», es decir, al nivel de los grandes conjuntos conceptuales. No hemos sido capaces de dar el paso que nos conducirĆ­a al nivel Ā«molecularĀ», es decir, a los micro-anĆ”lisis gracias a los cuales realmente podrĆ­amos concebir la forma en que ustedes han Ā«maquinadoĀ» su trabajo. Ello serĆ­a particularmente precioso para el anĆ”lisis ā€“ĀæserĆ­a esto un esquizoanĆ”lisis?ā€“ de los engranajes polĆ­ticos del texto. Nos gustarĆ­a mucho saber, en concreto, cĆ³mo el fascismo y Mayo del 68, yeites dominantes del libro, han intervenido ā€“no Ā«molarmenteĀ», lo que serĆ­a demasiado trivial, sino Ā«molecularmenteĀ»ā€“ en la fabricaciĆ³n de su texto.


Serge Leclaire.- Justamente tengo la impresiĆ³n de que el libro estĆ” maquinado de tal forma que toda intervenciĆ³n Ā«a nivel molecularĀ» serĆ” digerida por la mĆ”quina del libro.

Creo que su intenciĆ³n, que acaban de confesar, de lograr Ā«un libro del que toda dualidad quedase suprimidaĀ» se ha conseguido de una forma que supera sus expectativas. Esto coloca a sus interlocutores en una situaciĆ³n que les deja, a poco clarividentes que sea, una Ćŗnica oportunidad: la de ser absorbidos, digeridos, arrasados y, en suma, anulados en cuanto tales por el admirable funcionamiento de esa mĆ”quina.

Con todo, hay una dimensiĆ³n que me inquieta, y sobre la que querrĆ­a preguntarles, y es Ć©sta: ĀæcuĆ”l es la funciĆ³n de este libro-mĆ”quina, dado que tambiĆ©n parece, de entrada, ser perfectamente totalizante, absorbente, de una naturaleza integradora capaz de absorber todas las cuestiones intentĆ”ramos proponerle? Desde el comienzo parece poner al interlocutor en situaciĆ³n de inmovilidad, en el mismo momento en que habla y plantea una pregunta.

Hagamos la experiencia a continuaciĆ³n, si les parece bien, para ver lo que pasa.

Una de las piezas esenciales de la mĆ”quina deseante, si los he comprendido bien, es Ā«el objeto parcialĀ» que, para alguien que todavĆ­a no ha logrado deshacerse por completo del uniforme psicoanalĆ­tico, evoca un concepto psicoanalĆ­tico, a saber, el concepto kleiniano de objeto parcial. Incluso aunque se pretenda, como ustedes pretenden no sin humor, Ā«burlarse de los conceptosĀ».

En esta utilizaciĆ³n del objeto parcial, como pieza esencial de la mĆ”quina deseante, hay algo que me parece muy importante: cuando ustedes intentan Ā«definirloĀ», dicen que el objeto parcial sĆ³lo se puede definir positivamente. Esto es lo que me asombra. En principio, Āæen quĆ© difiere, esencialmente, la cualificaciĆ³n positiva de la imputaciĆ³n negativa que denuncian?

Y sobre todo: la menor experiencia psicoanalĆ­tica muestra que el objeto parcial no puede definirse mĆ”s que Ā«diferentementeĀ» y Ā«con respecto al significanteĀ».

AquĆ­ la Ā«mĆ”quinaĀ» de ustedes no puede, hay que decirlo, mĆ”s que carecer su objeto (Ā”he aquĆ­ la carencia prohibida que reaparece!): por mucho que estĆ© escrito, como un libro, se ofrece a modo de un texto sin significante que dirĆ­a la verdad de la verdad, lisa y llanamente adherido a un supuesto real. Como si tal cosa fuera posible sin distancia ni mediaciĆ³n. Cuidadosamente expurgado (en su intenciĆ³n) de toda dualidad. Sea. Una mĆ”quina de esta clase puede cumplir una funciĆ³n; habrĆ” que juzgarla por sus usos. Pero en lo que respecta al deseo, en relaciĆ³n con el cual pretende superar al psicoanĆ”lisis, aportando a la sociedad una buena nueva, no puede, repito, mĆ”s que perder su objeto.

Creo que ustedes mismos desactivan subrepticiamente su mĆ”quina deseante, que sĆ³lo deberĆ­a funcionar estropeĆ”ndose, o sea a partir de sus fallas, de sus averĆ­as, de sus fracasos: a partir de un objeto Ā«positivoĀ», de la ausencia de toda dualidad y de toda Ā«carenciaĀ», la mĆ”quina funciona como... Ā”como un reloj suizo!


FĆ©lix Guattari.- No pienso que deba situarse el objeto parcial ni positiva ni negativamente, sino mĆ”s bien como participante de multiplicidades no totalizables. Nunca, si no es de forma ilusoria, se inscribe como referencia a un objeto completo como el cuerpo propio o incluso el cuerpo fragmentado. Al abrir la serie de los objetos parciales, mĆ”s allĆ” del seno y de las nalgas, de la voz y de la mirada, Jacques Lacan subrayĆ³ su rechazo a clausurarlos y a ligarlos al cuerpo. La voz y la mirada escapan al cuerpo, por ejemplo colocĆ”ndose progresivamente en adyacencia a las mĆ”quinas audiovisuales.

Dejo de lado aquĆ­ la cuestiĆ³n de en quĆ© medida la funciĆ³n fĆ”lica, segĆŗn Lacan, en tanto que sobrecodifica los objetos parciales, no acaba restituyĆ©ndoles una cierta unidad y, al redistribuir entre ellos una carencia, no remite a otra forma de totalizaciĆ³n, esta vez sobre el orden simbĆ³lico. Sea como fuere, me parece que Lacan se ha dedicado siempre a desprender el objeto del deseo de todas las referencias totalizantes que pudieran amenzarlo: desde el estadio del espejo, la libido escapaba a la Ā«hipĆ³tesis substancialistaĀ», y la identificaciĆ³n simbĆ³lica tomĆ³ relevancia sobre una referencia exclusiva al organismo; articulada a la funciĆ³n de la palabra y el campo del lenguaje, la pulsiĆ³n rompe el cuadro de las tĆ³picas cerradas sobre sĆ­ mismas; mientras la teorĆ­a del objeto Ā«aĀ» puede contener en germen la liquidaciĆ³n del totalitarismo del significante.

Al volverse objeto Ā«aĀ», el objeto parcial se destotaliza, se desterritorializa, se aparta definitivamente de la corporeidad individuada; estĆ” en condiciones de oscilar hacia el lado de las multiplicidades reales y de abrirse a los maquinismos moleculares de cualquier naturaleza que trabajan la historia.


Gilles Deleuze.- SĆ­, es curioso que Leclaire diga que nuestra mĆ”quina funciona demasiado bien, que es capaz de digerirlo todo. Porque Ć©sa es exactamente la objeciĆ³n que se hace contra el psicoanĆ”lisis, y es curioso que sea un psicoanalista quien nos haga este reproche. Digo esto porque mantenemos una relaciĆ³n peculiar con Leclaire: hay un texto suyo sobre Ā«La realidad del deseoĀ» que, antes que nosotros, ya iba en el sentido de un inconsciente-mĆ”quina, y que descubrĆ­a elementos Ćŗltimos del inconsciente que no son ni figurativos ni estructurales.

Parece que nuestro acuerdo no es total, puesto que Leclaire nos reprocha no haber comprendido quĆ© es el objeto parcial. Dice que no tiene importancia definirlo positiva o negativamente, pues de todos modos es otra cosa, es Ā«diferenteĀ». Pero no es exactamente la categorĆ­a de objeto, ni siquiera parcial, lo que nos interesa. No es seguro que el deseo tenga que ver con objetos, ni siquiera parciales. Nosotros hablamos de mĆ”quinas, de flujos, de extracciones, separaciones, residuos. Hacemos una crĆ­tica del objeto parcial [4]. Y probablemente tiene razĆ³n Leclaire al decir que no importa que se lo defina positiva o negativamente, pero tiene razĆ³n teĆ³ricamente. Porque si se considera el funcionamiento, si se cuestiona lo que el psicoanĆ”lisis hace con el objeto parcial, cĆ³mo lo hace funcionar, entonces ya no resulta tan indiferente saber si desempeƱa una funciĆ³n positiva o negativa.

Sea como fuere, Āæno utiliza el psicoanĆ”lisis el objeto parcial para establecer sus ideas de carencia [manque], de ausencia o de significante de la ausencia, y para fundar sus operaciones de castraciĆ³n? Es el psicoanĆ”lisis quien, incluso cuando invoca las nociones de diferencia o de diferente, se sirve del objeto parcial de manera negativa para soldar el deseo a una falta [manque] fundamental. Esto es lo que reprochamos al psicoanĆ”lisis: hacerse una concepciĆ³n piadosa, con la carencia y la castraciĆ³n, una suerte de teologĆ­a negativa que comporta un llamamiento a la resignaciĆ³n infinita (la Ley, lo imposible, etc.). Es en contra de esto que proponemos una concepciĆ³n positiva del deseo, como deseo que produce, no deseo que carece. Los psicoanalistas todavĆ­a son demasiado piadosos.


Serge Leclaire.- No recuso su crĆ­tica en absoluto sino que, ademĆ”s, reconozco su pertinencia. Simplemente seƱalo que parece fundarse sobre la hipĆ³tesis de un real un poco... totalitaria: sin significante, sin defecto, sin clivaje ni castraciĆ³n. Llevado al lĆ­mite, uno se pregunta dĆ³nde reside la Ā«verdadera diferenciaĀ» que aparece en su escrito, pĆ”ginas 61 a 99 [5], y que no ha de situarse, segĆŗn dicen ustedes... veamos... entre...


Gilles Deleuze.- ...entre el imaginario y el simbĆ³lico...


Serge Leclaire.- ...entre el real, por una parte, que ustedes presentan como el suelo, lo subyacente, y algo asĆ­ como unas superestructuras, que serĆ­an el imaginario y el simbĆ³lico. Yo pienso que la cuestiĆ³n de la Ā«verdadera diferenciaĀ» es, de hecho, la que se plantea con el problema del objeto. Hace un momento, FĆ©lix, al referirse a la enseƱanza de Lacan (vos lo trajiste a colaciĆ³n) situaba el objeto Ā«aĀ» en relaciĆ³n al Ā«yoĀ», a la persona, etc.


FĆ©lix Guattari.- ...la persona y la familia...


Serge Leclaire.- Pero el concepto de objeto Ā«aĀ», en Lacan, forma parte de una cuaternario que comprende el significante, como mĆ­nimo doble (S1 y S2) y el sujeto (S barrado). La verdadera diferencia, si tuviĆ©ramos que rescatar esta expresiĆ³n, se situarĆ­a entre el significante, por una parte, y el objeto Ā«aĀ», por otra.

Comprendo que en algĆŗn caso pueda resultar inconveniente, no sĆ© bien si por razones piadosas o despiadadas, emplear el tĆ©rmino Ā«significanteĀ». Pero, sea como fuere, no creo que en este punto puedan ustedes rechazar una dualidad y promover el objeto Ā«aĀ» como si se bastase a sĆ­ mismo, como lugarteniente de un dios impĆ­o. No creo que ustedes puedan sostener una tesis, un proyecto, una acciĆ³n o un cacharro sin introducir en algĆŗn momento una dualidad y todo lo que ella comporta.


FĆ©lix Guattari.- No estoy seguro de que el concepto de objeto Ā«aĀ» en Lacan sea otra cosa que un punto de fuga, exactamente una huida del carĆ”cter despĆ³tico de las cadenas significantes.


Serge Leclaire.- Lo que a mĆ­ me interesa en mayor medida, y lo que intento articular de una forma obviamente distinta de la de ustedes, es saber cĆ³mo el deseo se despliega en la mĆ”quina social. Pienso que no podemos prescindir de un enfoque preciso de la funciĆ³n del objeto. HabrĆ­a que precisar sus relaciones con los demĆ”s elementos en el juego de la mĆ”quina, elementos propiamente Ā«significantesĀ» (simbĆ³licos e imaginarios, si ustedes quieren). Estas relaciones no existen en un solo sentido, es decir, los elementos Ā«significantesĀ» tienen efectos de retorno sobre el propio objeto.

Si queremos comprender algo de lo que pasa, del orden del deseo, en la mĆ”quina social, hemos de atravesar este desfiladero que constituye por ahora el objeto. No es suficiente afirmar que todo es deseo, sino que hace falta decir cĆ³mo funciona. Finalmente, aƱadirĆ­a otra pregunta: Āæpara quĆ© sirve su cacharro?

ĀæQuĆ© relaciĆ³n puede establecerse entre la fascinaciĆ³n por una mĆ”quina sin fallos y el aliento autĆ©ntico de un proyecto revolucionario? Ɖsta es la pregunta que les hago, a nivel de la acciĆ³n.


Roger Dadoun.- La Ā«mĆ”quinaĀ» de ustedes, ese Ā«cacharroĀ», en todo caso, eso funciona. Funciona muy bien en literatura, por ejemplo, para los flujos o la circulaciĆ³n Ā«esquizoĀ» en el HeliogĆ”balo de Artaud; funciona para avanzar en el juego bipolar ā€“esquizoide/paranoideā€“ de un autor como Romain Rolland; funciona para un psicoanĆ”lisis del sueƱo, del sueƱo de Freud conocido como Ā«de la inyecciĆ³n de IrmaĀ», que es teatro casi en el sentido tĆ©cnico del tĆ©rmino, con su puesta en escena, su primer plano, etc., es cine. HabrĆ­a que ver tambiĆ©n cĆ³mo funciona en el caso de los niƱos...


Henri Torrubia.- Como trabajo en un servicio de psiquiatrĆ­a, quisiera ante todo poner el acento en uno de los puntos nodales de sus tesis sobre el esquizo-anĆ”lisis. Ustedes afirman, con argumentos que para mĆ­ son muy esclarecedores, la primacĆ­a de la catexis social y la esencia productiva y revolucionaria del deseo. Esto subleva tales problemas teĆ³ricos, ideolĆ³gicos y prĆ”cticos que ustedes tendrĆ”n que enfrentarse a una verdadera indignaciĆ³n defensista.

Sabemos, en cualquier caso, que emprender una psicologĆ­a analĆ­tica en un establecimiento psiquiĆ”trico, sin la posibilidad de que cada uno ponga constantemente en cuestiĆ³n la red institucional en sĆ­ misma, o bien es esfuerzo perdido, o bien, en el mejor de los casos, no nos llevarĆ” demasiado lejos. Dada la coyuntura actual, tampoco se puede ir muy lejos. Por tanto, cuando emerge un conflicto esencial en cualquier parte, cuando algo se rompe ā€“y esto indica precisamente que algo del orden de la producciĆ³n deseante puede aparecer y que, bien entendido, pone en cuestiĆ³n el campo social y sus institucionesā€“, vemos cĆ³mo se producen reacciones de pĆ”nico y se organizan las resistencias. Estas resistencia adoptan formas diversas: reuniones de sĆ­ntesis, de coordinaciĆ³n, puestas a punto, etc., y, mĆ”s sutilmente, la interpretaciĆ³n psicoanalĆ­tica clĆ”sica con su efecto habitual de aplastamiento del deseo tal como ustedes lo conciben.


RaphaĆ«l Pividial.- Serge Leclaire, usted ha hecho varias consideraciones algo desoladas con respecto a lo que dice Guattari. Porque el libro plantea de una manera fundamental la prĆ”ctica del anĆ”lisis, que es vuestro oficio en algĆŗn sentido, y usted ha enfocado el problema de manera parcial. No se ha hecho cargo de ese planteo mĆ”s que ahogĆ”ndolo en su propio lenguaje, que es el de las teorĆ­as que usted ha desarrollado y en las cuales usted privilegia el fetichismo, es decir,  precisamente, lo parcial. Usted se refugia en este tipo de lenguaje para llevar a Deleuze y Guattari a cuestiones de detalle. Pero acerca de lo que en El Anti-Edipo concierne al nacimiento del Estado, al papel del Estado, a la esquizofrenia, usted no dice nada. De vuestra propia prĆ”ctica cotidiana, usted no dice nada. Por supuesto, no es que se le acuse a usted, a Serge Leclaire, pero es que hace falta responder sobre este punto: las relaciones del psicoanĆ”lisis con el Estado, con el capitalismo, con la historia, con la esquizofrenia.


Serge Leclaire.- Estoy de acuerdo con la mirada que usted propone. Si insisto en el punto preciso relativo al objeto es para poner en evidencia, mediante un ejemplo, el tipo de funcionamiento de la mƔquina que se ha producido.

Dicho esto, no rechazo enteramente la crĆ­tica de Deleuze y Guattari respecto del repliegue, del aplastamiento del descubrimiento psicoanalĆ­tico, del hecho de que no se haya dicho nada o casi nada de lo concerniente a las relaciones entre la prĆ”ctica analĆ­tica o la esquizofrenia con el campo polĆ­tico o el campo social. Pero no es suficiente manifestar la intenciĆ³n de hacer esa crĆ­tica. Hay que conseguir hacerla de manera pertinente. Nuestros dos autores lo han intentado, y es su tentativa lo que hoy discutimos aquĆ­.

Simplemente he dicho, y lo repito, que el abordaje correcto del problema pasa, segĆŗn me parece, por un desfiladero extremadamente preciso: el lugar del objeto, la funciĆ³n de la pulsiĆ³n en una formaciĆ³n social.

SĆ³lo me gustarĆ­a hacer una observaciĆ³n a propĆ³sito del Ā«eso funcionaĀ», esgrimido como argumento a favor de la pertinencia de la mĆ”quina o del libro en cuestiĆ³n. Ā”Claro que funciona! Yo dirĆ­a que tambiĆ©n para mĆ­, en cierto sentido, funciona. Se puede constatar que cualquier prĆ”ctica teĆ³ricamente pertrechada tiene su oportunidad, en un primer momento, de funcionar. Esto no es en sĆ­ mismo un criterio.


Roger Dadoun.- El problema principal que plantea su libro es ciertamente Ć©ste: ĀæcĆ³mo funcionarĆ” polĆ­ticamente?, puesto que ustedes admiten la polĆ­tica como la Ā«maquinaciĆ³nĀ» principal. Basta con ver la amplitud y la minuciosidad con la que tratan ustedes acerca del Ā«sociusĀ» y, notablemente, acerca de sus aspectos etnogrĆ”ficos, antropolĆ³gicos.


Pierre Clastres.- Deleuze y Guattari, filĆ³sofo el primero y psicoanalista el segundo, reflexionan juntos sobre el capitalismo. Para pensar el capitalismo, pasan por la esquizofrenia, en la que ven el efecto y el lĆ­mite de nuestra sociedad. Y para pensar la esquizofrenia, pasan por el psicoanĆ”lisis edĆ­pico, pero como Atila: tras sus pasos no queda gran cosa. Entre ambas pasos, entre la descripciĆ³n del familiarismo (el triĆ”ngulo edĆ­pico) y el proyecto de esquizo-anĆ”lisis, estĆ” el gran capĆ­tulo de El Anti-Edipo, el tercero, Ā«Salvajes, BĆ”rbaros, CivilizadosĀ». AhĆ­ estĆ” la cuestiĆ³n esencial de las sociedades que constituyen el estudio habitual de los etnĆ³logos. ĀæQuĆ© hace la etnologĆ­a?

Ella asegura a la empresa de Deleuze y Guattari su coherencia, que es muy fuerte, suministrando a su demostraciĆ³n puntos de apoyo extra-occidentales (al tomar en cuenta a las sociedades primitivas y a los imperios bĆ”rbaros). Si los autores se limitasen a decir: en el capitalismo, las cosas funcionan asĆ­ y asĆ”, mientras que en otro tipo de sociedades las cosas funcionan de manera diferente, no habrĆ­an abandonado el terreno del comparativismo mĆ”s plano. Pero no es asĆ­, porque han mostrado Ā«cĆ³mo funciona de manera diferenteĀ». El Anti-Edipo es tambiĆ©n una teorĆ­a general de la sociedad y de las sociedades. En otras palabras, Deleuze y Guattari han escrito sobre los Salvajes y los BĆ”rbaros lo que hasta el presente los etnĆ³logos no han sido capaces de escribir.

Es totalmente cierto (aunque no estuviera escrito, se sabĆ­a) que el mundo de los Salvajes es el lugar de la codificaciĆ³n de los flujos: nada escapa al control de las sociedades primitivas, y, si se produce un desliz ā€“como a veces pasaā€“, la sociedad siempre encuentra el modo de bloquearlo. TambiĆ©n es verdad que las formaciones imperiales imponen una sobrecodificaciĆ³n a los elementos salvajes integrados en el Imperio, pero sin destruir forzosamente la codificaciĆ³n de los flujos, que persiste en el nivel local de cada elemento. El ejemplo del Imperio Inca ilustra perfectamente el punto de vista de Deleuze y Guattari. Dicen cosas muy bellas sobre el sistema de la crueldad como escritura sobre el cuerpo en los Salvajes y sobre la escritura como modalidad del sistema del terror en los BĆ”rbaros. Me parece que un etnĆ³logo deberĆ­a sentirse como en su casa en El Anti-Edipo. Esto no quiere decir que se vaya a aceptar todo de golpe. HabrĆ”, previsiblemente, reticencias (como mĆ­nimo) ante una teorĆ­a que propone sustituir el estructuralismo del intercambio por el primado de la genealogĆ­a de la deuda. Podemos tambiĆ©n preguntarnos si la idea de Tierra no aplasta en cierto momento a la de territorio. Pero todo esto sĆ³lo significa que Deleuze y Guattari no se burlan de los etnĆ³logos: les plantean autĆ©nticas cuestiones, cuestiones que obligan a reflexionar.

ĀæRetorno a una interpretaciĆ³n evolucionista de la historia? ĀæRetorno a Marx, mĆ”s allĆ” de Morgan? En abosoluto. El marxismo ha sabido tratar con los BĆ”rbaros (modo de producciĆ³n asiĆ”tico), pero nunca supo muy bien quĆ© hacer son los Salvajes. ĀæPor quĆ©? Porque, asĆ­ como desde la perspectiva marxista era pensable la transiciĆ³n de la barbarie (despotismo oriental o feudalidad) a la civilizaciĆ³n (capitalismo), en cambio nada permitĆ­a pensar la transiciĆ³n del salvajismo a la barbarie. Nada hay en las mĆ”quinas territoriales (las sociedades primitivas) que permita prefigurar lo que vendrĆ” despuĆ©s: ni castas, ni clases, ni explotaciĆ³n, ni siquiera trabajo (si el trabajo es esencialmente alienado). ĀæDe dĆ³nde surgen entonces la Historia, la lucha de clases, la desterritorializaciĆ³n, etc.?

Deleuze y Guattari responden a esta pregunta, porque ellos sĆ­ saben quĆ© hacer con los Salvajes. Y su respuesta es, a mi modo de ver, el descubrimiento mĆ”s vigoroso, mĆ”s riguroso, de El Anti-Edipo: se trata de la teorĆ­a del Ā«UrstaatĀ», el monstruo frĆ­o, la pesadilla, el Estado, que es el mismo en todas partes y que Ā«existiĆ³ siempreĀ». SĆ­, el Estado existe en las sociedades primitivas, incluso en la mĆ”s pequeƱa banda de cazadores nĆ³madas. Existe, pero es conjurado sin cesar, se impide constantemente su realizaciĆ³n. Una sociedad primitiva es una sociedad que dirige todos sus esfuerzos a impedir que su jefe se convierta en jefe (puede llegar incluso al asesinato). Si la historia es la historia de la lucha de clases (en aquellas sociedades en las que hay clases, obviamente), entonces puede decirse que la historia de las sociedades sin clases es la historia de su lucha contra el Estado latente, la historia de su esfuerzo por codificar los flujos de poder.

Ciertamente, El Anti-Edipo no nos dice por quĆ© la mĆ”quina primitiva, aquĆ­ o allĆ”, fracasĆ³ en codificar los flujos de poder, esa muerte que sube desde adentro. En efecto, no hay el menor motivo para que el Estado se realice en el seno del Socius primitivo, no hay la menor razĆ³n para que la tribu permita a su jefe jugar al jefe (podrĆ­amos demostrarlo recurriendo a ejemplos etnogrĆ”ficos). Entonces, Āæde dĆ³nde surge, pues, entero y de una sola pieza, el Ā«UrstaatĀ»? Viene del exterior, necesariamente, y esperamos que la continuaciĆ³n de El Anti-Edipo nos diga algo mĆ”s acerca de esto.

CodificaciĆ³n, sobrecodificaciĆ³n, descodificaciĆ³n y flujo: estas categorĆ­as determinan la teorĆ­a de la sociedad, mientras que la idea del Ā«UrstaatĀ», conjurado o triunfante, determina la teorĆ­a de la historia. AhĆ­ reside un pensamiento radicalmente nuevo, una reflexiĆ³n revolucionaria.


Pierre Rose.- Para mĆ­, lo que prueba la importancia prĆ”ctica del libro de Deleuze y Guattari es que recusa la virtud del comentario. Es un libro que hace la guerra. Se trata de la situaciĆ³n de las clases trabajadoras y del Poder. El medio es la crĆ­tica de la instituciĆ³n analĆ­tica, pero la cuestiĆ³n no se reduce a eso.

Ā«El inconsciente es la polĆ­ticaĀ», decĆ­a Lacan en el 67. El anĆ”lisis planteaba asĆ­ su pretensiĆ³n de universalidad. Pero, cuando aborda la polĆ­tica, legitima con toda franqueza la opresiĆ³n. Ɖste es el juego de manos por el cual la subversiĆ³n del Sujeto supuesto de saber se pliega a la sumisiĆ³n de la nueva trinidad trascendental de la Ley, el Significante y la CastraciĆ³n: Ā«la Muerte es la vida del EspĆ­ritu, Āæpara quĆ© rebelarse?Ā» La cuestiĆ³n del Poder quedaba borrada por la ironĆ­a conservadora del hegelianismo de derecha que, desde KojĆØve hasta Lacan, socava la cuestiĆ³n del inconsciente.

Esta herencia, al menos, tenĆ­a cierta tendencia. AcabĆ³ con la tradiciĆ³n, aĆŗn mĆ”s sĆ³rdida, de la teorĆ­a de las ideologĆ­as, que amenaza a la teorĆ­a marxista de la Segunda Internacional, es decir, desde que el pensamiento de Jules Guesde aplastĆ³ al de Fourier.

Los marxistas no conseguĆ­an romper con la teorĆ­a del reflejo, o con lo que se ha hecho con ella. Sin embargo, la metĆ”fora leninista de la Ā«pequeƱa vidaĀ» en la Ā«gran mĆ”quinaĀ» es luminosa: la subversiĆ³n del Poder en las mentes es una transformaciĆ³n que se produce en todos los engranajes de la mĆ”quina social.

La manera en que el concepto maoĆ­sta de Ā«revoluciĆ³n ideolĆ³gicaĀ» rompe con la oposiciĆ³n mecanicista de la ideologĆ­a y lo polĆ­tico-econĆ³mico impide la reducciĆ³n del deseo a la Ā«polĆ­ticaĀ» (Parlamento y lucha de partidos) y de la polĆ­tica al discurso (del jefe), restaurando la realidad de una guerra mĆŗltiple en mĆŗltiples frentes. Este mĆ©todo es el Ćŗnico que se acerca a la crĆ­tica del Estado de El Anti-Edipo. Queda asĆ­ excluido que el trabajo crĆ­tico que El Anti-Edipo viene a reactivar pueda convertirse en una operaciĆ³n universitaria, una actividad lucrativa para los devaneos circulares del Ser y del Tiempo. Recobra sus efectos, conquistados a los instrumentos del poder, sus efectos sobre lo real, y ayudarĆ” en todos los asaltos contra la policĆ­a, la justicia, el ejĆ©rcito, el poder del Estado en la fĆ”brica y fuera de ella.


Gilles Deleuze.- Lo que Pividal ha dicho hace un momento, lo que Pierre acaba de decir, me parece adecuado. Lo esencial, para nosotros, es el problema de la relaciĆ³n de las mĆ”quinas del deseo y las mĆ”quinas sociales, su diferencia de rĆ©gimen, la inmanencia de las unas en las otras. Es decir: ĀæcĆ³mo el deseo inconsciente es la catexis de un campo social, econĆ³mico y polĆ­tico? ĀæCĆ³mo la sexualidad, o lo que Leclaire llamarĆ­a la elecciĆ³n de objeto sexuales, expresa esas cargas libidinales , que son realmente catexis de flujos? ĀæCĆ³mo se derivan nuestros amores de la Historia universal (y no de papĆ”-y-mamĆ”)? A travĆ©s de una mujer amada o de un hombre amado, todo un campo social es investido y de maneras que pueden ser muy diferentes. Intentamos mostrar cĆ³mo los flujos recorren diferentes campos sociales, adĆ³nde desembocan, cĆ³mo se cargan  (codificaciĆ³n, sobrecodificaciĆ³n, descodificaciĆ³n).

PodrĆ­a decirse que el psicoanĆ”lisis es quien menos ha contribuido a hacer aflorar este dominio, por ejemplo con sus ridĆ­culas explicaciones del fascismo, cuando intenta derivar todo a partir de las imĆ”genes del padre y de la madre, o de significantes familiaristas y piadosos como el Nombre del Padre. Serge Leclaire ha dicho que, si nuestro sistema funciona, ello no constituye una prueba, porque cualquier cosa puede funcionar. Es muy cierto. Nosotros lo decimos de este modo: Edipo y la castraciĆ³n funcionan muy bien. Pero se trata de saber cuĆ”les son los efectos de funcionamiento, a quĆ© precio funcionan. Que el psicoanĆ”lisis aplaca, alivia, que nos enseƱa una resignaciĆ³n con la que poder vivir, de eso no hay duda. Pero nosotros decimos que ha usurpado la reputaciĆ³n de promover, o al menos de participar en, una liberaciĆ³n efectiva. Ha ocultado los fenĆ³menos del deseo tras una escena de familia, ha aplastado toda la dimensiĆ³n polĆ­tica y econĆ³mica de la libido mediante un cĆ³digo conformista. Cuando el Ā«enfermoĀ» empieza a hablar de polĆ­tica, a delirar la polĆ­tica, ĀæquĆ© hace el psicoanĆ”lisis? Miren lo que hizo Freud con Schreber.

En cuanto a la etnografĆ­a, Pierre Clastres ya lo ha dicho todo, y en todo caso es, para nosotros, quien mejor lo ha dicho. Lo que intentamos es poner la libido en relaciĆ³n con un Ā«afueraĀ». El flujo de mujeres de los primitivos estĆ” en relaciĆ³n con un flujo de animales, con los flujos de flechas. Los guerreros llegan de golpe a la plaza del pueblo, vĆ©ase La muralla china. ĀæCuĆ”les son los flujos de una sociedad, cuĆ”les son los flujos capaces de subvertirla, y quĆ© papel desempeƱa en ello el deseo? Siempre hay algo que llega a la libido desde el fondo del horizonte, no desde el interior. ĀæNo deberĆ­a la etnologĆ­a estar, igual que el psicoanĆ”lisis, en relaciĆ³n con ese afuera?


Maurice Nadeau.- DeberĆ­amos quizĆ” detenernos en este punto si queremos aprovechar para La Quinzaine un encuentro que ya excede los lĆ­mites de su publicaciĆ³n en un solo nĆŗmero de la revista. Agradezco a Gilles Deleuze y FĆ©lix Guattari las aclaraciones que nos han brindado a propĆ³sito de una obra llamada sin duda a revolucionar muchas disciplinas y que me parece aĆŗn mĆ”s importante debido a la perspectiva tan peculiar desde la que sus autores abordan unos problemas que a todos nos preocupan. Agradezco tambiĆ©n a FranƧois ChĆ¢telet haberse prestado a organizar y presidir este debate y, no hay que decirlo, a los especialistas que han tenido la amabilidad de participar en Ć©l.
(fuente: http://elantiedipo.blogspot.com.ar/)



NOTAS

1. Para una descripciĆ³n detallada del proceso de trabajo conjunto de D&G, ver Ā«"Nosotros dos" o el "entre dosĀ», de FranƧois Dosse .

2. Lo que no durĆ³ mucho tiempo fue esa confianza en que Edipo se derrumbarĆ­a. Ya en 1976, cuando Rizoma se publica como libro, D&G optan por no discutir mĆ”s al psicoanĆ”lisis, manifiestamente abrumados y hartos: Ā«Se acabĆ³, despuĆ©s de este libro no hablaremos mĆ”s de psicoanĆ”lisisĀ» [ir a la versiĆ³n 1976 de Rizoma]. (Esta promesa serĆ” incumplida, ya que la segunda de las Mil Mesetas, Ā«1914 ā€” ĀæUno solo o varios lobos?Ā» serĆ” entonces el nuevo texto considerado por D&G Ā«Nuestro adiĆ³s al psicoanĆ”lisisĀ».) En 1980, Deleuze declara: Ā«El Anti-Edipo fue un completo fracasoĀ» [ir a las declaraciones completas]. Y en prefacio a la edicion italiana de Mil Mesetas escribe: Ā«SoƱamos que acabarĆ­amos con Edipo. Pero era una tarea demasiado grande para nosotrosĀ» [ir al prefacio].

3. Esta afirmaciĆ³n es de una arrogancia notable. El primer capĆ­tulo del AE supone, o exige, un mĆ­nimo conocimiento de la crĆ­tica de la economĆ­a polĆ­tica, de la CrĆ­tica de la razĆ³n pura, de la GenealogĆ­a de la moral, del caso Schreber... Al menos, si el lector pretende captar la arquitectura general del proyecto de investigaciĆ³n cifrado en el libro. Que la primera pregunta directa de la mesa hacia Deleuze y Guattari sea Ā«quĆ© carajo son las mĆ”quinas deseantesĀ» indica una objetiva dificultad del libro para ser comprendido Ā«sin suponer ningĆŗn conocimiento previoĀ».

4. Esta crĆ­tica estĆ” concentrada en los parĆ”grafos quinto y sexto del primer capĆ­tulo, Ā«Las mĆ”quinasĀ» y Ā«El todo y las partesĀ» (pp. 42-54).

5. Se trata de las pĆ”ginas que van desde una pregunta (retĆ³rica) hasta su respuesta (expresa). La pregunta estĆ” en la p. 58 de la ediciĆ³n castellana, apenas comienza el segundo capĆ­tulo del libro: Ā«ĀæLa verdadera diferencia no estarĆ” entre Edipo, estructural tanto como imaginario, y algo distinto que todos los Edipos aplastan y reprimen: es decir, la producciĆ³n deseante ā€”las mĆ”quinas del deseo que ya no se dejan reducir ni a al estructura ni a las personas, y que constituyen lo Real en sĆ­ mismo, mĆ”s a allĆ” o mĆ”s acĆ” tanto de lo simbĆ³lico como de lo imaginario?Ā» La respuesta estĆ” en la p. 89 de la misma ediciĆ³n, al final del cuarto parĆ”grafo: Ā«La verdadera e innata diferencia no reside entre los simbĆ³lico y lo imaginario, sino entre el elemento real de lo maquĆ­nico, que constituye la producciĆ³n deseante, y el conjunto estructural de lo imaginario y lo simbĆ³lico, que tan sĆ³lo forma un mito y sus variantes. La diferencia no radica entre dos usos de Edipo, sino entre el uso anedĆ­pico de las disyunciones inclusivas, ilimitativas, y el uso edĆ­pico de las disyunciones exclusivas, que este Ćŗltimo uso toma de las vĆ­as de lo imaginario o de los valores de lo simbĆ³lico.Ā»

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