¿Dónde quedó la bolita? Tiempo lógico del sombrero
Aquí ofrezco a la lectura un texto de Pablo Cappanna "Juicios y prejuicios". El autor artícula un juego popular, muy empleado por los vivillos que nunca faltan: "¿Dónde está la bolita?" con los hallazgos de Philipe K.Dick. En esos cruces, a sabiendas o sin saberlo, Capanna toca un juego desplegado por Jacques Lacan "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma." [el texto conoció diferentes versiones desde 1936-38 hasta las más conocida,1949, editada con modificaciones en sus Escritos 1]. Es interesante, Capanna da un horizonte que permite desplegar el tema un poco más allá de la "erudición lacaniana" -una posición más que sofocante-y también despliega cuestiones ubicadas un poco más acá. El autor artícula la cultura del medioevo, el interrogante entre ficción y realidad y le añade sus articulaciones con la retórica paranoica, de la cual algo había experimentado de Philipe K.Dick. Al lector le conviene ver que una de las coordenadas del texto de J. Lacan fue el tema del tiempo lógico, la paranoia y el fin del análisis. A lo cual sumó en los últimos momentos de su vida la confesión de lo que él consideró ser una de sus defectos "Si fuera más paranoico sería mejor analista". A continuación el texto de Pablo Capanna.
Juicios y prejuicios, por Pablo Capanna
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una nota hablando de Philip K. Dick, un personaje que estaría más
cómodo en los suplementos literarios, puede parecer improcedente en esta
página consagrada a la ciencia. Sin embargo, no son pocos los
científicos que leen a Dick y suelen ser benévolos con su ciencia
surrealista. Además, el texto de que hablamos trata de psiquiatría, que
es una disciplina científica, y de la utilidad del método científico
para decidir si estamos locos o no, algo que podríamos llamar
epistemología.
Al prolífico Dick la idea se le ocurrió para el cuento “Shell Game”
(1954). Diez años más tarde, quizás apremiado por sus dificultades
económicas, lo estiró hasta darle el formato de la novela Clanes de la
luna Alfana (1964). Pero sólo logró complicar innecesariamente la trama y
desenfocar la idea original, de manera que el cuento sigue siendo más
interesante que la novela. Su título alude al clásico truco de los tres
vasos, que consiste en esconder un garbanzo bajo uno de ellos y desafiar
a que adivinen dónde quedó después de maniobrarlos un rato. No es un
juego, sino un truco para sacarles dinero a los incautos. Es tan viejo
que quizá ya lo hicieran en las calles de Babilonia.
El cuento trata de un test de cordura diseñado y ejecutado por
locos. Por supuesto, se trata de locos imaginarios, psiquiátricamente
inverosímiles. Todo ocurre entre los habitantes de la luna de un planeta
extrasolar llamado Alfa. Los alfanos descienden de un centenar de
enfermos mentales terrestres que fueron a parar allí al estrellarse la
nave no tripulada que los evacuaba. Como esto había ocurrido en medio de
una guerra, los dieron por perdidos, y nadie se preocupó por
rescatarlos, de modo que no tuvieron más alternativa que organizarse y
armar su propia sociedad.
Un siglo más tarde, los alfanos ya cuentan con toda una jerarquía
social. Como cabía esperar, quienes gobiernan son los paranoicos. Los
artistas, videntes y profetas se reclutan entre los esquizofrénicos. Los
obsesivo-compulsivos han elegido ser burócratas y los maníacos son
policías y militares. Creer que una sociedad así pueda funcionar en el
mundo real es tan aventurado como creer posible esa sociedad de
delincuentes que imaginó Julio Verne en La misión Barsac. Pero basta
mirar al mundo real para no sentirse tan seguros.
Los paranoicos han construido todo un relato fundacional, donde
ellos son seres superiores que han escapado del yugo de los mediocres,
que los envidian y temen. Hace cinco años que están siendo hostigados
por misteriosos enemigos terrestres, y sostienen una guerra hecha de
rumores. Todos los días se informa de atentados, sabotajes y emboscadas
que nunca dejan huellas. Si algo falla, es por culpa del sabotaje.
Cualquiera puede ser un espía o un traidor. Hay que cuidarse del agua y
de la comida porque el enemigo puede haberlos envenenado. La posibilidad
de un ataque bacteriológico obliga a mantenerse alerta.
Un día, los alfanos descubren entre los restos de la nave robot que
los ha traído de la Tierra una biblioteca entera de psiquiatría donde se
describen todas sus patologías. Algunos comprenden cuál fue el origen
de la colonia, deducen que están locos y se preguntan si no estarán
alucinando las agresiones. Proponen recurrir al método científico para
definir la cuestión.
Se acaba de informar que el enemigo inundó de gases tóxicos una
vasta área, si bien no se registran bajas. Para saber si el gas existe o
forma parte de un delirio, se propone tomar una muestra de aire del
área contaminada y otra de la sala donde los líderes están reunidos.
Tras dejar constancia escrita del contenido de los frascos A y B, los
miembros del comité son invitados a oler las muestras y decir cuál es la
tóxica. Si tanto A como B arrojan resultado negativo, habrá que pensar
que el ataque es imaginario, y entonces están todos locos. Si ambas
muestras dieran positivo tendrían que estar muertos, pero como no lo
están, también se deduce que están locos. Si una da positivo y la otra
no, puede que estén cuerdos, aunque tendrían que coincidir en la misma
muestra. Si todos señalaran al mismo frasco como tóxico, se salvaría la
cordura del grupo, pero nosotros sabemos que el gas no existe.
Se realiza la experiencia, pero cuatro sujetos señalan al frasco A
como contaminado, mientras que los tres restantes se inclinan por el B.
Más aún, algunos afirman que no sólo han percibido olor a gas sino
diferencias en el color y el brillo. Puesto que todos esperaban
encontrar olor a gas, ninguno es capaz de ver que ambas muestras eran
inocuas.
A partir de ese momento, estalla la paranoia. Los partidarios de A
piensan que han sido traicionados por los de B, y éstos creen que los de
A fraguaron las muestras para favorecer al enemigo. Uno que no soporta
la tensión desenfunda su arma y ahí comienzan los verdaderos tiroteos.
Lo único que logró probar la experiencia es que ninguno estaba en
condiciones de ser objetivo, puesto que cada cual olía lo que estaba
dispuesto a oler.
Dick, que había sufrido un misterioso atentado y hasta admitía que
podía haberlo imaginado, tenía sus dificultades con el mundo real, de
modo que se proponía demostrar la imposibilidad de distinguir con
certeza entre realidad e ilusión. El y su cómplice, el lector, sabían
que no existía ningún gas tóxico, que no había enemigos, y que los
habitantes de la luna alfana estaban locos. El método científico, las
pruebas empíricas y el juicio de pares no servían cuando nadie era capaz
de dudar.
¿Qué pasa cuando todos comparten una teoría errónea y se niegan a
reconocer que hay otras posibilidades? Sin llegar a cometer fraude, un
investigador profundamente comprometido con su hipótesis puede volcar a
su favor los resultados de una experiencia que parece refutarla. Sólo se
volverá confiable cuando muchos de sus pares coinciden no tanto con él
como con sus resultados. El sistema funciona como la democracia, donde
siempre hay que revalidar los votos, porque los electores pueden estar
viendo las cosas de manera distinta.
Los epistemólogos saben que la observación nunca es ingenua, al
punto que se la puede considerar cargada de teoría, pero una teoría es
científica cuando puede ser contrastada con los hechos y hay voluntad de
aceptar los resultados. Pero, ¿qué pasa cuando los hechos son vistos
desde marcos teóricos opuestos?
Sombras al mediodía
Un buen ejemplo de cómo dos observadores con distintos supuestos
teóricos pueden ver los mismos hechos e interpretarlos de manera
distinta sería comparar la experiencia de Eratóstenes con la de un
clérigo medieval llamado Arculfo. Sabemos que la historia le dio la
razón al primero, pero antes que burlarnos del segundo podríamos
preguntarnos por qué se equivocó.
Trabajando en la biblioteca de Alejandría, Eratóstenes encontró un
papiro donde se decía que en Asuán, el lugar donde hoy está la represa, a
mediodía del 21 de junio, el solsticio de verano, el sol llegaba hasta
el fondo de los pozos y los obeliscos no daban sombra. Eratóstenes
observó qué ocurría en Alejandría el mismo día, a la misma hora. Midió
la sombra y dedujo que si la Tierra era esférica y Asuán estaba en el
trópico, el arco que unía las dos ciudades era 1/50 de la circunferencia
de la Tierra. A su impecable razonamiento sólo le faltaba medir la
distancia entre ambas ciudades y multiplicarla por 50. No nos consta
cómo hizo la medición, ya fuera, como dicen, haciendo marchar un pelotón
de soldados, o bien usando el odómetro que había inventado su colega
Herón, pero su medición del meridiano terrestre es asombrosamente
cercana a la que hoy podemos obtener contando con los satélites.
Geógrafos y peregrinos
Esto ocurría en el siglo III a.C., la época de mayor esplendor de la
ciencia griega. Unos mil años después, las cosas habían cambiado
bastante. A dos siglos de la caída del Imperio Romano, que tampoco se
había interesado mucho por la ciencia, la cultura científica de los
reinos “bárbaros” era casi nula. Las comunicaciones eran malas y
bastante más peligrosas, de modo que, por falta de viajeros y
cartógrafos, la geografía se hacía fabulosa. Cuando Adamnan de Iona, uno
de esos abades irlandeses que hacían todo lo posible por rescatar los
conocimientos antiguos, escribió De los Lugares Sagrados, una guía para
los peregrinos que se atrevían a viajar a Palestina, contó con un único
informante, un obispo galo llamado Arculfo, que había viajado a
Jerusalén en el año 670.
El bueno de Arculfo, bastante confiable a la hora de describir los
templos y lugares bíblicos, decía que había visto en Jerusalén una
columna conmemorativa que en el mediodía del solsticio de verano no
arrojaba sombra alguna. Como ya nadie se acordaba de Eratóstenes, del
meridiano y ni siquiera de la esfericidad de la Tierra, Arculfo concluía
que con eso se probaba que Jerusalén era el centro del mundo. Era
precisamente lo que él había estado esperando encontrar desde que
emprendiera su viaje.
La historia no prueba que el galo fuera más tonto que el griego.
Simplemente muestra que tenía un marco teórico tan precario que en él ya
no cabían las mediciones. Faltaban unos quinientos años para que
comenzara a remontarse el retroceso de las ciencias, cuando se fundaron
las universidades.
Esta historia de disonancia cognitiva la descubrí en un libro tan
útil como ameno sobre la argumentación. El autor es un profesor de
lógica, que decía haberla tomado del libro de dos historiadores
franceses. No pienso botonear a nadie mencionándolos por su nombre, pero
debo decir que un debido chequeo de las fuentes me deparó algunas
sorpresas.
El profesor mencionaba a un obispo llamado Franco Arnulfo, tan tonto
que no se dio cuenta de que el obelisco no daba sombra porque era
mediodía. En realidad no se llamaba Franco, sino que era franco (hoy
diríamos francés), y tampoco era Arnulfo sino Arculfo. Probablemente los
autores confundieran a Arculfo con San Arnulfo de Metz, que debe su
popularidad al hecho de ser el patrono de la cerveza. Arnulfo era un
obispo merovingio que nunca fue muy lejos, y menos aún pudo viajar en el
año 670, porque llevaba veinte años en el cementerio.
Tampoco es cuestión de que Arculfo, un personaje mucho menos
brillante que Eratóstenes, no supiera distinguir el mediodía de la
medianoche. El pobre había nacido en una época en que muy pocos se
acordaban de que la Tierra es esférica, y para alentar a los peregrinos
era muy importante que Jerusalén fuera el centro del mundo.
Por más pintorescas que sean estas anécdotas, a veces están bastante
distorsionadas. Para corroborarlas hay que tomarse algún trabajo. Por
suerte, desde que existe Internet no hace falta gestionar una beca,
pedir el año sabático o tomarse el avión. En la red está casi todo,
hasta la crónica de Arculfo. Eso sí, los prejuicios los ponemos
nosotros.
Interesante nota. Soy estudiante de Humanidades y todo el tema del autoritarismo científico me toca de cerca. Saludos!
ResponderEliminarGracias por el comentario, quizás si fuese posible ¿podrías explayarte sobre el tema del autoritarismo y de cómo te toca, saludos
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