Entrevista "¿desconocida?" a Jacques Lacan

Prólogo: 
Este documento  se presenta como siendo "desconocido". Uno de sus horizontes puede ser precisado:  entrevista desconocida para los hablantes del castellano, es desconocida en nuestra lengua compartida; en lengua francesa , lengua hablada por Lacan, la entrevista en francés era conocida desde el momento en que fue publicada en Magazine Litteraire (2004). A eso se suma un hecho: la entrevista la efectuó una periodista italiano Emilia Granzotto en 1974 ¿En qué lengua se llevo a cabo? Se indica que en francés, traducida al italiano, y luego, por último la versión italiana fue traducida al francés. Veamos que en italiano fue publicada con un título Freud per sempre. El título suele colocarlo, en el periodismo, el periodista o la periodista que la llevó a cabo. Un título no es inocente pues inaugura y orienta la lectura. Al pasar al francés  aparece otro título Freud pour toujours. Se trata de ¿Siempre Freud o de Freud para siempre? Y en el caso del texto castellano, el título desapareció y en su lugar se cambio la identidad del periodista pues se lo presenta como "Emiliano Granzotto" y se cambio la introducción que escribió esa periodista, y se añadio otra  de la cual no se sabe quien la escribió.Además en italiano y en francés aparece una entrevista "con"/"avec" ¿Con Lacan? Entrevista en la participó Lacan ¿Quién era el sujeto de la misma? En castellano suele escribirse "entrevista a ...", colocar "entrevista con..." deja en terreno de interrogación ¿Quién habló?, no sabemos ,salvo la periodista ¿Quién firmó?
   
Estas preguntas, estas dificultades son posibles de formular pues nuestras condiciones ante los textos -orales y escritos, de Jacques Lacan- han cambiado, hoy se sabe que Lacan formulaba fuera de Francia cuestiones que no formulaba allí. Solía en esos lugares, después de solicitar disculpas por no hablar la lengua del lugar, solía hablar en su francés. 

El pasaje de lenguas de sus textos hoy es la materia posible para lanzar una invención de un psicoanálisis lacaniano en una lengua que no que sea el francés. Es decir, se pone en tensión la invención del psicoanálisis, esa invención encuentra su territorio en un dato: el psicoanálisis, como lo sostiene Lacan no es una ciencia, ni tampoco es una religión, tampoco es una filosofía conceptual,  al contrario, es una practica que pone en tela de juicio los "conceptos"  del analista, del psicoanálisis y deja caer los "conceptos" que a tal o cual analizante le provocan síntomas, como es el caso de la "realidad". Esa ausencia de conceptos, o más bien, la presencia de "conceptos acabados" deja abierta la posibilidad de que el psicoanálisis puedar ser inventado en otras leguas que no son el alemán de Freud ni el francés de Lacan.

Añadimos un detalle que es nuevo en la entrevista,: la foto de Lacan tomada porn un lugar de Venezuela:en Sabana Grande, Caracas, en 1980, por Vasco Szinetar. En esas fechas Lacan visitó América Latina, dictó un seminario y en acto cuestionó, colocó en aprietos a quienes pretendían o pretenden  que - en esa época- era posible leer a Lacan sin contar con el apantalle que producía estar junto con él, hecho que vivieron quienes asistieron en Caracas a su seminario. 

Presentamos aquí las tres versiones: una en castellano, luego la entrevista en italiano y por última la versión en francés  

Entrevista desconocida  a Jacques Lacan *

¿Cómo decir que Freud es obsoleto si aún no lo hemos entendido?
El 1945 el productor cinematográfico David O. Selznick (que había producido obras tan memorables como Lo que el viento se llevó, 1939) advirtió que ya no amaba a Irene Meyer, su esposa. Enloqueció de repente, se deprimió profundamente y le recomendaron que viera a uno de los psicoanalistas que habían huido de Europa, ante el avance mortal de las tropas nazis.

Sandor Rado, iniciador del movimiento psicoanalítico berlinés, recomendó el nombre de May Romm, quien vivía en Los Angeles. La relación entre terapeuta y paciente duró poco, sufrió desplantes por parte del productor (o bien no asistía a las citas o se presentaba a la medianoche, sin avisar), que llegó a pensar en el colmo de su megalomanía que él podía ayudar a la doctora.
La experiencia fue traumática, no logró salvar a David O. Selznick de las consecuencias de la depresión nerviosa, pero tuvo un efecto para la historia del cine que merece ser anotada. El productor abandonó el consultorio de la doctora Romm con la idea de hacer una película que escenificase, explicase y divulgase el psicoanálisis. No había en Hollywood mejor director para alcanzar ese objetivo que Alfred Hitchcock.
Así nació Recuerda (Spellbound, 1945). Su historia relata los avatares de un psicoanalista, John Ballantyne (Gregory Peck), que llega a dirigir una clínica psiquiátrica. Sus colegas advierten rápidamente que algo no anda bien: el nuevo director asoma en su conducta una crisis nerviosa. No soporta las líneas paralelas, ni el color blanco. Y las marcas de un tenedor sobre un mantel blanco lo descompensan hasta desmayarlo.
A continuación, se descubren tres verdades preocupantes: que el nuevo médico es un impostor que ha tomado el lugar del auténtico director; que éste último podría haber sido asesinado; y que el suplantador podría ser el asesino. Entonces aparece una mujer, la doctora Constance Petersen (Ingrid Bergman), psiquiatra, bella e inteligente, que se enamora de este misterioso hombre y resuelve todos los enigmas.
En cierto momento de la película, la doctora Constance Petersen acude a la casa de su profesor y mentor, el doctor Alex Brulov (Michael Chekhov). Con él intenta resolver un sueño de John Ballantyne, que podría ayudar a resolver la intrincada trama. En la discusión se revela la incredulidad sobre las teorías de Freud por parte de Constance Petersen. Y Brulov reacciona, planteando que cuando no se entiende algo rápidamente se desconfía de Freud.
Esto ocurrió en el año 1945, cuando Estados Unidos buscaba salir de la pesadilla de haber lanzado dos bombas atómicas sobre víctimas inocentes japonesas. Querían que todo fuera un mal sueño y que alguien los convenciera de que no habían sido culpables de una acción tan atroz.
Han pasado los años y Sigmund Freud aún despierta el recelo y la desconfianza que sintió Constance Petersen la noche en que acudió a su mentor para ayudar al hombre que amaba desconsoladamente. Ese recelo aparece en esta entrevista poco conocida al psicoanalista francés Jacques Lacan (1901/1981), realizada en 1974 por Emilio Granzotto. Inédita hasta 2004, la publicación literariaMagazine Litteraire la publicó para felicidad de muchos lectores.
Merece ser leída aún por aquellos que piensan que el psicoanálisis es una pérdida de tiempo muy costosa, una suerte de relación imposible que se empeña en sobrevivir en tiempos modernos. Se descubre en estas líneas a una inteligencia que desbarata argumentos en contra del autor de La interpretación de los sueños. Granzotto atraviesa temas disímiles y complejos, y siempre prevalece la agudeza del entrevistado, que no se cansa de repetir que “el psicoanálisis es el reino de la palabra: no hay otro remedio”.

Lacan: “En diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza”
Emilio GranzottoMagazine Litteraire
- Cada vez se habla con más frecuencia de la crisis del psicoanálisis. Se dice que Sigmund Freud está obsoleto, la sociedad moderna ha descubierto que su obra no basta para entender al hombre, ni para interpretar a fondo su relación con el mundo.
- Esos son cuentos. En primer lugar, la crisis. No existe tal crisis, no puede haberla. El psicoanálisis aún no ha encontrado sus propios límites. Todavía hay tanto por descubrir en la práctica y en el conocimiento. En el psicoanálisis no hay solución inmediata, sólo la larga y paciente investigación de las razones. En segundo lugar, Freud.
¿Cómo puede decirse que está obsoleto si aún no lo hemos entendido a cabalidad? Lo que sí es cierto es que nos ha dado a conocer cosas completamente nuevas que ni siquiera habríamos imaginado antes de él. Desde los problemas del inconsciente hasta la importancia de la sexualidad, desde el acceso a lo simbólico hasta la sujeción a las leyes del lenguaje.
Su doctrina pone en tela de juicio la verdad, es una cuestión que nos concierne a todos y cada uno personalmente. Es algo muy distinto a una crisis. Lo repito: estamos lejos de Freud. Su nombre también ha servido para cubrir muchas cosas, ha habido desviaciones, los epígonos no siempre han seguido fielmente el modelo, se han creado confusiones. Tras su muerte en 1939, algunos de sus alumnos también pretendieron ejercer el psicoanálisis de otro modo, reduciendo su enseñanza a una fórmula banal: la técnica como ritual, la práctica restringida al tratamiento de la conducta, y como medio de readaptación del individuo a su entorno social. Es la negación de Freud, un psicoanálisis de comodidad, de salón.
El propio Freud lo previó. Solía decir que hay tres posiciones insostenibles, tres tareas imposibles: gobernar, educar y ejercer el psicoanálisis. En nuestros días, poco importa quién asume la responsabilidad de gobernar y todo el mundo se cree educador. En cuanto a los psicoanalistas, gracias a Dios, prosperan, como los magos y los curanderos. Proponer a la gente ayudarla significa un éxito asegurado, y la clientela se atropella a sus puertas. El psicoanálisis es otra cosa.
¿Exactamente qué?
– Lo defino como un síntoma, revelador de la enfermedad de la civilización en la que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía. Aborrezco la filosofía, hace ya mucho tiempo que no dice nada interesante. El psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo ciencia. Digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda bien. Terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida cotidiana lo imposible, lo imaginario. Ha obtenido algunos resultados hasta el presente pero aún no tiene reglas y se presta a todo tipo de equívocos.
No hay que olvidar que se trata de algo totalmente nuevo, bien sea con respecto a la medicina, o la sicología y a sus anexos. Además es muy joven. Freud murió hace apenas 35 años. Su primer libro, La Interpretación de los Sueños, fue publicado en 1900, con muy poco éxito. Se vendieron, eso creo, 300 ejemplares en varios años. Tuvo pocos pupilos, a quienes se les tomaba por locos, y que ni siquiera estaban de acuerdo en la manera de poner en práctica y de interpretar lo que habían aprendido.
¿Qué es lo que no anda bien en el hombre de hoy?
– Es ese gran hastío, la vida como consecuencia del curso del progreso. A través del psicoanálisis, las personas esperan aventurarse hasta donde puedan ir arrastrando ese hastío.
¿Qué impulsa a la gente a hacerse psicoanalizar?
– El miedo. Cuando le ocurren cosas, incluso cosas que desea, cosas que no comprende, el hombre siente miedo. Sufre por no entender y poco a poco cae en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica, el cuerpo enferma de miedo de estar enfermo, sin estarlo en realidad. En la neurosis obsesiva, el miedo mete cosas raras en la mente, pensamientos que no podemos controlar, fobias en las cuales las formas y objetos adquieren significaciones diversas que suscitan miedo.
¿Por ejemplo?
– El neurótico se siente obligado por una necesidad tremenda de ir docenas de veces a verificar si un grifo está realmente cerrado. O si una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo está como debe estar y que la cosa está en el lugar donde debe estar. No hay píldoras que curen esto. Hay que descubrir por qué esto nos pasa y saber qué significa.
- ¿Y la cura?
– El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, y sobre todo con su propia palabra. Debe hablar, contar, explicarse a sí mismo. Freud definía el psicoanálisis como la asunción por parte del sujeto de su propia historia, en la medida en que ella está constituida por la palabra dirigida a otro. El psicoanálisis es el reino de la palabra, no hay otro remedio. Freud explicaba que el inconsciente no es tan profundo como inaccesible a un examen profundo de lo consciente. Y decía que en ese inconsciente, el que habla es un sujeto dentro del sujeto, trascendiendo al sujeto. La palabra es la gran fuerza del psicoanálisis.
¿La palabra de quién, del enfermo o del psicoanalista?
– En el psicoanálisis los términos “enfermo”, “medicina”, “remedio” no son más precisos que las fórmulas pasivas que adoptamos comúnmente. Cuando hablamos de “hacerse psicoanalizar” cometemos un error. Quien hace el verdadero trabajo en el análisis es quien habla, el sujeto analizado. Aunque lo haga de la manera sugerida por el analista quien le indica cómo proceder, y lo ayuda mediante sus intervenciones. Él también proporciona una interpretación.
A simple vista, ella parece dar un sentido a lo que dice el analizado. En realidad, la interpretación es más sutil, tendiendo a borrar el sentido de las cosas por las que sufre el individuo. El objetivo es mostrarle a través de su propio relato que el síntoma, digamos la enfermedad, no tiene relación alguna con nada, que está privada de cualquier sentido posible. Aunque en apariencia es real, no existe.
Las vías por las que procede este acto de la palabra exigen mucha práctica y una paciencia infinita. La paciencia y la medición son los instrumentos del psicoanálisis. La técnica consiste en saber medir la ayuda que se le da al individuo analizado. En consecuencia, el psicoanálisis es difícil.
 Cuando se habla de Jacques Lacan se asocia inevitablemente este nombre con una fórmula, el “regreso” a Freud ¿Qué significa esto?
– Exactamente lo que se dice. El psicoanálisis es Freud. Si se quiere hacer psicoanálisis, hay que regresar a Freud, a sus términos y definiciones, leídos e interpretados en sentido literal. Yo fundé en París una escuela freudiana precisamente con este objetivo. Hace más de 20 años que expongo mi punto de vista: regresar a Freud significa simplemente despejar el terreno de desviaciones y equívocos de la fenomenología existencial por ejemplo, como del formalismo institucional de las sociedades psicoanalíticas, retomando la lectura de la enseñanza de Freud según los principios definidos y enumerados a partir de su trabajo. Releer a Freud quiere decir sencillamente releer a Freud. Quien no lo hace en el psicoanálisis, utiliza una fórmula abusiva.
– Pero Freud es difícil. Y se dice que Lacan lo vuelve francamente incomprensible. A Lacan se le reprocha hablar y sobre todo escribir de una maneta tal que sólo unos pocos adeptos pueden esperar comprender.
– Lo sé, se me tiene por un oscuro que esconde su pensamiento tras una cortina de humo. Me pregunto por qué. A propósito del análisis, repito con Freud que es “el juego intersubjetivo a través del cual la verdad entra en lo real” ¿Acaso no está claro? Pero el psicoanálisis no es cosa de niños.
Mis libros son definidos como incomprensibles ¿Pero por qué? No los escribí para todo el mundo, para que fueran comprendidos por todos. Al contrario, nunca me ocupé en lo más mínimo de complacer a ningún tipo de lector, quien quiera que sea. Tenía cosas que decir y las dije. Me basta con tener un público que lee. Si no comprenden, paciencia. En cuanto al número de lectores, he tenido más suerte que Freud. Mis libros son incluso más leídos, eso me sorprende.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.
– ¿Cuáles son las características del lacanismo?
– Aún es muy pronto para decirlo, ya que el lacanismo todavía no existe. Apenas se siente su aroma, como un presentimiento.
En todo caso, Lacan es un señor que práctica el psicoanálisis desde al menos 40 años y que durante todos esos años lo ha estudiado. Creo en el estructuralismo y en la ciencia del lenguaje. Escribí en mi libro que “a lo que nos lleva el descubrimiento de Freud es a la enormidad del orden en el que hemos entrado, en el que nacimos por segunda vez, si se quiere expresar así, saliendo del estado llamado muy acertadamente infans, sin palabra”.
El orden simbólico sobre el cual Freud basó su descubrimiento está constituido por el lenguaje como momento del discurso universal concreto. Es el mundo de la palabra el que crea el mundo de las cosas, inicialmente confusas en todo lo que está por suceder. Sólo las palabras pueden dar un sentido cabal a la esencia de las cosas. Sin las palabras, nada existiría ¿Qué sería el placer sin el intermediario de la palabra?
Mi idea es que Freud, enunciando en sus primeras obras – La interpretación de los sueñosMás allá del principio del placerTótem y tabú- las leyes del inconsciente, fue el precursor de la postulación de las teorías con las cuales unos años después Ferdinand de Saussure abriría la vía a la lingüística moderna. Esta está sometida, como todo el resto, a las leyes del lenguaje. Sólo las palabras pueden engendrarla y darle consistencia. Sin el lenguaje, la humanidad no avanzaría ni un paso en las investigaciones sobre el pensamiento. Este es el caso del psicoanálisis. Cualquiera que sea la función que se le atribuya, agente de sanación, de formación o de sondeo, sólo hay un medio del cual nos servimos: la palabra del paciente. Y toda palabra amerita una respuesta.
 Luego, es análisis en tanto que diálogo. Hay personas que lo interpretan más bien como un sucedáneo de la confesión.
- ¿Pero qué confesión? No le confesamos nada al psicoanalista. Uno se deja llevar a decirle cosas, simplemente, todo lo que nos pasa por la cabeza. Palabras, precisamente. El descubrimiento del psicoanálisis es el hombre como animal hablante. Le corresponde al analista ordenar las palabras que escucha y darles un sentido, una significación. Para hacer un buen análisis, hace falta un acuerdo, la alianza entre el analizado y el analista.
A través del discurso de uno, el otro intenta de hacerse una idea de lo que se trata y descubrir más allá del síntoma aparente el nudo difícil de la verdad. La otra función del analista es explicar el sentido de las palabras para hacer entender al paciente lo que puede esperarse del análisis.
– Es una relación de extrema confianza.
– Más bien un intercambio donde lo importante es que uno habla y el otro escucha. También el silencio. El analista no plantea preguntas y no tiene ideas. Sólo da las respuestas que quiere darle a las cuestiones que suscitan su deseo. Pero al final del final, el analizado siempre va a donde lo lleva el analista.
– Acaba de hablar de la cura ¿Hay posibilidad de curar? ¿Superar la neurosis?
– El psicoanálisis triunfa cuando limpia el terreno, sale del síntoma, sale de lo real. Es decir, cuando llega a la verdad.
¿Podría enunciar el mismo concepto de una manera menos lacaniana?
– Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real. Y real a todo aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre y al enfrentamiento de su personalidad. Lo real siempre regresa al mismo lugar. Siempre lo encontramos allí, con los mismos rostros. Los científicos tienen razón al decir que nada es imposible en lo real. Hace falta un tupé sagrado para afirmar cosas de este tipo, o bien, como lo supongo, la total ignorancia de lo que se hace y se dice.
Lo real y lo imposible son antitéticos, no pueden ir juntos. El análisis empuja al individuo hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas con sentido, acciones que tienen un sentido.
Escuchamos repetir que hay que darle sentido a esto o aquello, a sus propios pensamientos, a sus propias aspiraciones, a los deseos, al sexo, a la vida. Pero no sabemos nada de nada sobre la vida. Los sabios se afanan en explicárnoslo.
Mi temor es que por su fracaso, lo real, esa cosa monstruosa que no existe, termine por tomarlo, por arrastrarlo. La ciencia sustituye a la religión y además es más despótica, obtusa y oscurantista. Hay un dios-átomo, un dios-espacio, etc. Si la ciencia gana o la religión, el psicoanálisis está acabado.
– ¿En nuestros días, que relación existe entre la ciencia y el psicoanálisis?
– Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la ciencia-ficción. La otra, la oficial, la que tiene sus altares en los laboratorios, avanza a tientas, sin equilibrio. E incluso, comienza a tener miedo de su propia sombra.
Parece que a los sabios les está llegando el momento de la angustia. En sus laboratorios asépticos, en sus batas almidonadas, esos viejos chiquillos que juegan con cosas desconocidas, fabricando aparatos cada vez más complicados e inventando fórmulas cada vez más oscuras, comienzan a preguntarse lo que podrá venir mañana, a dónde nos llevarán finalmente sus investigaciones siempre novedosas. En fin, yo me pregunto ¿y si fuera demasiado tarde? Los biólogos se lo preguntan hoy, o los físicos, los químicos. Para mí, están locos. Aunque ya están en el proceso de cambiarle el rostro al universo, sólo ahora, en el presente se les ocurre preguntarse si por casualidad esto no podría ser peligroso ¿Y si todo saltara? ¿Si las bacterias cultivadas tan amorosamente en los blancos laboratorios se transformaran en enemigos mortales? ¿Y si el mundo fuera barrido por una horda de estas bacterias con toda la mierda que lo habita, comenzando por esos sabios de los laboratorios?
A las tres posiciones imposibles de Freud, gobierno, educación, psicoanálisis, yo le agregaría una cuarta, la ciencia. Salvo que los sabios no saben que su posición es insostenible.
– Esa es una visión bastante pesimista de lo que llamamos progreso.
– No, es otra cosa. No soy pesimista. No pasará nada. Por la sencilla razón de que el hombre es un bueno para nada, ni siquiera es capaz de destruirse a sí mismo. Personalmente, me parecería maravillosa una calamidad total producida por el hombre. Esa sería la prueba de que ha llegado a hacer algo con sus manos, su cabeza, sus intervenciones divinas, naturales o de otra especie.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.
– Otra paradoja de Jacques Lacan. Se le reprocha, además de la dificultad del lenguaje y oscuridad de los conceptos, los juegos de palabras, las bromas del lenguaje, los retruécanos a la francesa, y precisamente, las paradojas. Quien lo escucha o quien lo lee tiene el derecho a sentirse desorientado.
– De hecho, ya no bromeo, digo cosas muy serias. Me sirvo solamente de la palabra como los sabios de los que he hablado se sirven de sus alambiques y de sus instalaciones electrónicas. Siempre busco referirme a la experiencia del psicoanálisis.
– Usted dice: lo real no existe. Pero el hombre promedio sabe que lo real es el mundo, todo lo que lo rodea, lo que ve con sus ojos, lo que toca.
– Deslastrémonos también de este hombre promedio que, en principio no existe. Existen individuos, eso es todo. Cuando escucho hablar del hombre común, de fenómenos de masa y de cosas de ese tipo, pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el diván en cuarenta años de escucha. Ninguno, en medida alguna, se parece al otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de relatar, el mismo miedo de no entender. El hombre promedio ¿quién es ese? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?
– Hablábamos de lo real, del mundo que vemos todos.
- Exactamente. La diferencia entre lo real, es decir lo que está mal, y lo simbólico, lo imaginario es decir la verdad, es que lo real es el mundo. Para constatar que el mundo no existe, que no hay mundo, basta con pensar en todas las banalidades que una infinidad de imbéciles creen que es el mundo. Y yo invito a mis amigos de Panorama, antes de acusarme de paradójico, a reflexionar sobre lo que apenas han leído.
– Se diría que usted es siempre pesimista.
– Eso no es cierto. No me clasifico ni entre los alarmistas ni entre los angustiados. Será muy infeliz el psicoanalista que no haya superado el estadio de la angustia. Es cierto, a nuestro alrededor hay cosas horripilantes y devoradoras, como la televisión por medio de la cual una gran parte de nosotros es fagocitada. Pero esto sólo ocurre porque hay personas que se dejan fagocitar, que hasta se inventan un interés por lo que ven.
Luego, hay otros ardides monstruosos igualmente devoradores: los cohetes que van a la luna, las investigaciones en el fondo de los océanos, etc. Todas cosas que devoran. Pero no hay motivo para dramatizar. Estoy seguro de que cuando nos hartemos de los cohetes, de la televisión y de todas las malditas investigaciones al vacío, encontraremos otra cosa de qué ocuparnos. Es una reviviscencia de la religión ¿verdad? ¿Y qué mejor monstruo devorador que la religión? Es una fiestas continua para divertirse durante siglos como ya ha quedado demostrado.
Mi respuesta a todo eso, es que el hombre siempre ha sabido adaptarse al mal. Lo único real que podemos concebir, a lo que tenemos acceso es justamente eso: habrá que buscarle una razón, darle sentido a las cosas, como decimos. De otro modo, el hombre no tendría angustia, Freud no se habría hecho célebre, y yo sería profesor de liceo.
– ¿Las angustias siempre son de esta naturaleza o existen angustias ligadas a ciertas condiciones sociales, a determinadas épocas históricas, a algunas latitudes?
– La angustia del sabio que tiene miedo de sus descubrimientos puede parecer reciente. ¿Pero qué sabemos de lo que ocurrió en otros tiempos? ¿De los dramas des otros investigadores? La angustia del obrero esclavo en la cadena de producción como en la rama de una galera, es la angustia de hoy. O, más sencillamente, está vinculada con las otras definiciones y palabras de hoy.
¿Pero qué es la angustia para el psicoanálisis?
– Algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo, pero de nada, que el cuerpo, incluido el espíritu, puede motivar. El miedo del miedo, en resumen. Muchos de esos miedos, muchas de esas angustias, al nivel que las percibimos tienen que ver con el sexo. Freud decía que la sexualidad, para el animal hablante que se llama hombre, no tiene ni remedio ni esperanza. Una de las tareas del analista es encontrar en la palabra del paciente la relación entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.
– Hoy en día, cuando el sexo se distribuye por todas partes, sexo en el cine, sexo en el teatro, sexo en la televisión, sexo en los periódicos, en las canciones, en las playas, se dice que las personas siente menos angustia por los problemas ligados a la esfera sexual. Los tabúes han caído, se dice, el sexo ya no da miedo.
– La sexomanía invasora no es más que un fenómeno publicitario. El psicoanálisis es una cosa sería que tiene que ver, lo repito, con una relación estrictamente personal entre dos individuos: el sujeto y el analista. No existe el psicoanálisis colectivo, así como no hay angustias o neurosis de masas.
Que el sexo sea puesto al orden del día en cada esquina, tratado como un detergente cualquiera en los carruseles televisados, no implica ninguna promesa de beneficio alguno. No digo que eso sea malo. No basta ciertamente con tratar las angustias y los problemas particulares. Hay que partir de la moda, de esa fingida liberalización que se nos da, como un bien otorgado desde arriba, por la supuesta sociedad permisiva. Pero no sirve a nivel del psicoanálisis.
[Este texto fue recuperado por la revista francesa Magazine Litteraire 428, en febrero de 2004]

Entretien de Jacques Lacan avec Emilia Granzotto pour le journal Panorama (en italien), à Rome, le 21 novembre 1974. Cet entretien a vraisemblablement eu lieu en français, a été traduit en italien, puis retraduit en français ici même.

Freud per sempre

intervista con Jacques Lacan

ll malessere della civiltà moderna. La fatica di vivere. La paura e il sesso. La parola come cura della nevrosi. L’angoscia degli scienziati. Il più paradossale psicoanalista vivente espone la sua dottrina e le ragioni della sua fedeltà al maestro.
Jacques Lacan, anni 73, parigino, psicoanalista. Apostolo di Sigmund Freud. Si definisce « freudiano puro », ha fondato a Parigi una scuola freudiana, da vent’anni ripropone instancabile il ritorno alle dottrine del maestro e la sua rilettura « in senso letterale ». Considerato eretico dalla psicoanalisi ufficiale che lo accusa di istrionismo (Emilio Servadio, presidente del Centro psicoanalitico di Roma, lo ha definito un « profeta da operetta ») e lo ha cacciato da tutti i suoi istituti e società.
Venerato al pari di una divinità dai suoi seguaci, per i quali è « un genio che comunica attraverso folgorazioni ». Politicamente a sinistra, vicino al gruppo marx-maoista che fa capo alla rivista Tel quel. Padre spirituale, è stato detto, di tutti i gauchistes francesi. Personaggio leggendario anche per il tono da oracolo in cui stende i suoi scritti, incomprensibili per chiunque non sia più che ferrato nei misteri della psicoanalisi, definita, in un suo saggio, « non altro che un artificio di cui Freud ha dato i costituenti ponendo che il loro insieme ingloba la nozione di tali costituenti ».
Le sue conferenze e le lezioni del mercoledi alla Facoltá di diritto della Sorbona sono seguite da moltitudini di ascoltatori, nonostante il linguaggio parlato altrettanto oscuro e fumoso di quello scritto. Lui stesso dice : « Io mi esprimo a mezzo parole, è notorio. E alla fine la gente non ha capito un acca».
Mescola parole dottissime (omeòstasi, anamorfosi, afanisi) con neologismi inventati lì per lì (il più celebre è parlantêtre, cioé parlantessere, ovvero l’essere parlante, ovvero l’uomo). Usa indifferentemente termini di gergo o addirittura eufemismi bonari al limite del ridicolo ; il fallo, protagonista e dio feroce della religione psicoanalitica, nel linguaggio di Lacan diventa semplicemente, e ironicamente, quéquette.
Piccolo, i capelli grigi tagliati a spazzola e sempre accuratamente ravviati, con una vaga rassomiglianza, di cui non si dispiace, a Jean Gabin questo mostro sacro dell’alta cultura francese si veste sempre come un dandy : camicia bianca in tessuto ricamato chiusa al collo da una striscetta abbottonata alla moda dei preti, giacche di velluto color prugna o albicocca con giochi d’intarsio tra lucido e opaco.
Nello studio di rue de Lille 5, con canapé Impero, dove Lacan riceve i clienti é passata tutta la Parigi che conta. Lacan si proclama strutturalista, è convinto che linguistica e psicoanalisi sono sorelle, e che gli analisti « dovrebbero avere una cultura sociologica, linguistica e metafisica ». I suoi saggi sono stati raccolti in un volume che si intitola Écrits, scritti, venduto a decine di migliaia di copie.
A Lacan, Panorama ha chiesto di parlare della psicoanalisi, dei suoi metodi, nella tecnica e nella dottrina.
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Domanda – Professor Lacan, si sente parlare sempre più spesso di crisi della psicoanalisi : Sigmund Freud, si dice, è un sorpassato, la società moderna ha scoperto che la sua dottrina non basta a comprendere l’uomo, né a interpretare a fondo il suo rapporto con l’ambiente, con il mondo…

Risposta – Storie. Primo : la crisi. Non c’è, non può esserci, la psicoanalisi non ha affatto raggiunto i suoi limiti, anzi. C’è ancora tanto da scoprire, nella pratica e nella dottrina. In psicoanalisi non esistono soluzioni immediate, ma solo la lunga, paziente ricerca dei perché.
Secondo : Freud. Come si fa a giudicarlo superato, se ancora non l’abbiamo interamente capito ? Di certo sappiamo che ha fatto conoscere cose nuovissime, mai neppure immaginate prima di lui. Dai problemi dell’Inconscio all’importanza della sessualità, dall’accesso al simbolico alla soggezione alle leggi del linguaggio.
La sua dottrina ha messo in questione la verità, una faccenda che riguarda tutti e ciascuno, personalmente. Altro che crisi. Ripeto : siamo lontani dalle mete di Freud. Anche perché il suo nome è servito a coprire molte cose, ci sono state deviazioni, gli epigoni non hanno sempre seguito fedelmente il modello, si è creata confusione.
Dopo la sua morte, nel ‘39, anche certi suoi allievi hanno preteso di fare psicoanalisi in modo diverso, riducendo il suo insegnamento a qualche formuletta banale : la tecnica come rito, la pratica ristretta al trattamento del comportamento, e, come meta, il riadattamento dell’individuo al suo ambiente sociale. Cioè la negazione di Freud, una psicoanalisi di comodo, da salotto.
Lui l’aveva previsto. Diceva : ci sono tre posizioni insostenibili, tre impegni impossibili, governare, educare, e fare psicoanalisi. Oggi, non importa chi ha responsabilità di governo, e tutti si pretendono educatori. Quanto agli psicoanalisti, ahimè, prosperano. Come i maghi e i guaritori. Proporre alla gente di aiutarla significa il successo assicurato e la clientela fuori dalla porta. La psicoanalisi è altro.

D. – Che cosa, esattamente ?

R. – Io la definisco un sintomo. Rivelatore del malessere della civiltà in cui viviamo. Certo non è una filosofia, io aborro la filosofia, è tanto tempo che non dice più niente di interessante. Non è nemmeno una fede, e non mi va di chiamarla scienza. Diciamo che è una pratica e che si occupa di quello che non va. Maledettamente difficile, perché pretende d’introdurre nella vita di tutti i giorni l’impossibile, l’immaginario. Finora ha ottenuto certi risultati, ma non ha ancora regole e si presta a ogni sorta di equivoco.
Non bisogna dimenticare che si tratta di qualcosa di assolutamente nuovo sia rispetto alla medicina sia alla psicologia e affini. E anche molto giovane. Freud è morto da appena 35 anni. Il suo primo libro, L’interpretazione dei sogni, è stato pubblicato nel 1900. Con pochissimo successo. Se ne vendettero credo 300 copie in qualche anno. Aveva anche pochi allievi, presi per matti e neppure loro d’accordo sul modo di attuare e interpretare quello che avevano appreso.

D. – Che cosa non va, oggi, nell’uomo ?

R. – C’è questa grande fatica di vivere, come risultato della corsa al progresso. Dalla psicoanalisi ci si aspetta che scopra fin dove si può arrivare trascinando questa fatica, questo malessere della vita.

D. – Che cosa spinge la gente a farsi psicoanalizzare ?
R. – La paura. Quando gli accadono cose, persino volute da lui, che non capisce, l’uomo ha paura. Soffre di non capire, e a poco a poco entra in uno stato di panico. È la nevrosi. Nella nevrosi isterica il corpo si ammala dalla paura di essere malato, e senza in realtà esserlo. Nella nevrosi ossessiva la paura mette cose bizzarre dentro la testa, pensieri che non si possono controllare, fobie in cui forme e oggetti acquistano significati diversi e paurosi.

D. – Per esempio ?
R. – Succede al nevrotico di sentirsi forzato da un bisogno spaventoso di andare a verificare decine di volte se un rubinetto è veramente chiuso o se una data cosa sta nel dato posto, pur sapendo con certezza che il rubinetto è come dev’essere e la cosa sta dove deve stare. Non ci sono pillole che guariscono questo. Devi scoprire perché ti accade, e sapere che cosa significa.

D. – E la cura ?

R. – Il nevrotico è un malato che si cura con la parola, prima di tutto con la sua. Deve parlare, raccontare, spiegare se stesso. Freud la definisce « assunzione da parte del soggetto della propria storia, nella misura in cui è costituita dalla parola indirizzata a un altro ».
La psicoanalisi è il regno della parola, non ci sono altre medicine. Freud spiegava che l’Inconscio non tanto è profondo, quanto piuttosto inaccessibile all’approfondimento cosciente. E diceva che in questo Inconscio « c’è chi parla » : un soggetto nel soggetto, trascendente il soggetto. La parola è la grande forza della psicoanalisi.

D. – Parole di chi ? Del malato o dello psicoanalista ?

R. – In psicoanalisi i termini malato, medico, medicina non sono esatti, non si usano. Non sono giuste neppure le formule passive che si adoperano comunemente. Si dice « farsi psicoanalizzare ». È sbagliato. Chi fa il vero lavoro, nell’analisi, è quello che parla, il soggetto analizzante. Anche se lo fa nel modo suggerito dall’analista, che gli indica come procedere e lo aiuta con interventi. Gli viene fornita anche un’interpretazione, che a prima botta sembra dare un senso a quello che l’analizzante dice.
In realtà l’interpretazione è più sottile, tesa a cancellare il senso delle cose di cui il soggetto soffre. Il fine è quello di mostrargli, attraverso il suo stesso racconto, che il suo sintomo, la malattia, diciamo, non ha alcun rapporto con niente, è privo di qualsiasi senso. Quindi, anche se in apparenza è reale, non esiste.
Le vie per cui procede questa azione della parola richiedono molta pratica e infinita pazienza. La pazienza e la misura sono gli strumenti della psicoanalisi. La tecnica consiste nel saper misurare l’aiuto che si dà al soggetto analizzante. Perciò la psicoanalisi è difficile.

D. – Quando si parla di Jacques Lacan si associa inevitabilmente questo nome a una formula : « Ritorno a Freud ». Che cosa significa ?

R. – Esattamente quello che si dice. La psicoanalisi è Freud, se si vuole fare psicoanalisi bisogna rifarsi a Freud, ai suoi termini e alle sue definizioni. Lette e interpretate in senso letterale. Ho fondato a Parigi una scuola freudiana proprio per questo.
Sono vent’anni e più che vado spiegando il mio punto di vista : tornare a Freud significa semplicemente sgombrare il campo dalle deviazioni e dagli equivoci, dalle fenomenologie esistenziali, per esempio, come dal formalismo istituzionale delle società psicoanalitiche, riprendendo la lettura del suo insegnamento secondo i principi definiti e catalogati dal suo lavoro. Rileggere Freud vuol dire soltanto rileggere Freud. Chi non fa questo, in psicoanalisi, usa forme abusive.

D. – Freud, però, è difficile. E Lacan, si sente dire, lo rende addirittura incomprensibile. A Lacan si rimprovera di parlare, e soprattutto di scrivere, in modo che solo pochissimi addetti ai lavori possono sperare di capire.

R. – Lo so, sono ritenuto un oscuro che nasconde il suo pensiero dentro cortine fumogene. Mi domando perché. A proposito dell’analisi ripeto con Freud che è « il gioco intersoggettivo attraverso il quale la verità entra nel reale ». Non è chiaro ? Ma la psicoanalisi non è roba per ragazzi.
I miei libri sono definiti incomprensibili. Ma da chi ? Io non li ho scritti per tutti, perché siano capiti da tutti. Anzi, non mi sono minimamente preoccupato di compiacere qualche lettore. Avevo delle cose da dire, e le ho dette. Mi basta avere un pubblico che legge. Se non capisce, pazienza. Quanto al numero dei lettori ho avuto più fortuna di Freud. I miei libri sono persino troppo letti, ne sono meravigliato.
Sono anche convinto che fra dieci anni al massimo chi mi leggerà mi troverà addirittura trasparente, come un bel bicchiere di birra. Forse allora si dirà : questo Lacan, che banale.

D. – Quali sono le caratteristiche del lacanismo ?

R. – È un po’ presto per dirlo, dal momento che ancora il lacanismo non esiste. Se ne sente appena l’odore, come un presentimento.
Lacan, comunque, è un signore che pratica da almeno 40 anni la psicoanalisi, e che da altrettanti anni la studia. Credo nello strutturalismo e nella scienza del linguaggio. Ho scritto in un mio libro che « ciò cui ci riconduce la scoperta di Freud è l’enormità dell’ordine in cui siamo entrati, cui siamo, se così si può dire, nati una seconda volta, uscendo dallo stato giustamente chiamato infans, senza parola ».
L’ordine simbolico su cui Freud ha fondato la sua scoperta è costituito dal linguaggio, come momento del discorso universale concreto. È il mondo delle parole che crea il mondo delle cose, inizialmente confuse nel tutto in divenire. Solo le parole danno il senso compiuto all’essenza delle cose. Senza le parole non esisterebbe nulla. Che cosa sarebbe il piacere, senza l’intermediario della parola ?
La mia idea è che Freud, enunciando nelle sue prime opere (L’interpretazione dei sogni, Al di là del principio del piacere, Totem e tabù) le leggi dell’Inconscio, ha formulato precorrendo i tempi, le teorie con cui qualche anno più tardi Ferdinand de Saussure avrebbe aperto la strada alla linguistica moderna.

D. – E il pensiero puro ?

R. – Sottomesso, come tutto il resto, alle leggi del linguaggio. Solo le parole possono introdurlo e dargli consistenza. Senza il linguaggio, l’umanità non farebbe un passo avanti nelle ricerche del pensiero. Così la psicoanalisi. Qualunque funzione le si voglia attribuire, agente di guarigione, di formazione, o di sondaggio, uno solo è il medium di cui si serve : la parola del paziente. E ogni parola chiama risposta.

D. – L’analisi come dialogo, dunque. C’è gente che la interpreta piuttosto come un succedaneo laico della confessione…

R. – Macché confessione. Allo psicoanalista non si confessa un bel niente. Si va a dirgli, semplicemente, tutto quello che passa per la testa. Parole, appunto.
La scoperta della psicoanalisi è l’uomo come animale parlante. Sta all’analista mettere in fila le parole che ascolta e dargli un senso, un significato. Per fare una buona analisi ci vuole accordo, affiatamento fra analizzante e analista.
Attraverso le parole dell’uno, l’altro cerca di farsi un idea di che cosa si tratta, e di trovare al di là del sintomo apparente il difficile nodo della verità. Altra funzione dell’analista è spiegare il senso delle parole, per far capire al paziente che cosa può aspettarsi dall’analisi.

D. – È un rapporto di estrema fiducia..

R. – Piuttosto uno scambio. In cui l’importante è che uno parli e l’altro ascolti. Anche in silenzio. L’analista non fa domande e non ha idee. Dà solo le risposte che ha voglia di dare, alle domande che suscitano questa voglia. Ma alla fine l’analizzante va sempre dove l’analista lo porta.

D. – Questa la cura. E le possibilità di guarigione ? Dalla nevrosi si esce ?

R. – La psicoanalisi riesce quando sbarazza il campo sia dal sintomo sia dal reale. Cioè arriva alla verità.

D. – Si può spiegare lo stesso concetto in modo meno lacaniano ?

R. – Io chiamo sintomo tutto quello che viene dal reale. E il reale è tutto quello che non va, che non funziona, che ostacola la vita dell’uomo e l’affermazione della sua personalità. Il reale torna sempre allo stesso posto, lo trovi sempre lì, con le stesse sembianze. Gli scienziati hanno un bel dire che niente è impossibile nel reale. Ci vuole molta faccia tosta per affermazioni del genere. Oppure, come io sospetto, la totale ignoranza di ciò che si fa e si dice.
Reale e impossibile sono antitetici, non possono andare insieme. L’analisi spinge il soggetto verso l’impossibile, gli suggerisce di considerare il mondo com’è veramente, cioè immaginario, senza senso. Mentre il reale, come un uccello vorace, non fa che nutrirsi di cose sensate, di azioni che hanno un senso.
Ci si sente sempre ripetere che bisogna dare un senso a questo e a quello, ai propri pensieri, alle proprie aspirazioni, ai desideri, al sesso, alla vita. Ma della vita non sappiamo niente di niente, come si affannano a spiegarci gli scienziati.
La mia paura è che, per colpa loro, il reale, cosa mostruosa che non esiste, finirà per prendere il sopravvento. La scienza si sta sostituendo alla religione, altrettanto dispotica, ottusa e oscurantista. C’è un dio atomo, un dio spazio, eccetera. Se vince la scienza, o la religione, la psicoanalisi è finita.

D. – Oggi, che rapporto c’è fra scienza e psicoanalisi ?

R. – Per me l’unica scienza vera, seria, da seguire, è la fantascienza. L’altra, quella ufficiale, che ha i suoi altari nei laboratori, va avanti a tentoni, senza meta. E comincia persino ad aver paura della propria ombra.
Sembra che stia arrivando anche per gli scienziati il momento dell’angoscia. Nei loro laboratori asettici, avvolti nei loro camici inamidati, questi vecchi bambini che giocano con cose sconosciute, maneggiando apparecchi sempre più complicati e inventando formule sempre più astruse, cominciano a domandarsi che cosa può accadere domani, a che cosa finiranno per portare queste sempre nuove ricerche. Finalmente, dico io. E se fosse troppo tardi ? Biologi li chiamano, o fisici, chimici. Per me sono dementi.
Solo adesso, quando già stanno per sfasciare l’universo, gli viene in mente di chiedersi se per caso non può essere pericoloso. E se salta tutto ? Se i batteri così amorosamente allevati nei bianchi laboratori si tramutassero in nemici mortali ? Se il mondo fosse spazzato via da un orda di questi batteri, con tutta la cosa merdosa che lo abita, a cominciare dagli scienziati dei laboratori ?
Alle tre posizioni impossibili di Freud, governo educazione psicoanalisi, io aggiungerei, quarta, la scienza. Solo che loro, gli scienziati, non lo sanno di stare in una posizione insostenibile.

D. – Una visione abbastanza pessimistica di quello che comunemente si definisce progresso.

R. – No, tutt’altro. Io non sono pessimista. Non succederà niente. Per il semplice fatto che l’uomo è un buono a nulla, nemmeno capace di distruggersi. Personalmente, un flagello totale promosso dall’uomo lo troverei meraviglioso. La prova che finalmente è riuscito a combinare qualche cosa, con le sue mani, la sua testa, senza interventi divini, naturali, o altro.
Tutti quei bei batteri supernutriti a spasso per il mondo come le cavallette bibliche significherebbero il trionfo dell’uomo. Ma non succederà. La scienza ha la sua brava crisi di responsabilità. Tutto rientrerà nell’ordine della cose, come si dice. L’ho detto : il reale avrà il sopravvento, come sempre. E noi saremo, come sempre, fottuti.

D. – Un altro dei paradossi di Jacques Lacan. Le si rimproverano, oltre la difficoltà del linguaggio e l’oscurità dei concetti, i giochi di parole, gli scherzi linguistici, i calembours alla francese, e, appunto, i paradossi. Chi ascolta, o legge, ha diritto di sentirsi disorientato.

R. – Io non scherzo affatto, dico cose serissime. Solo uso le parole come gli scienziati di cui sopra i loro alambicchi e i loro aggeggi elettronici. Cerco di riportarmi sempre all’esperienza della psicoanalisi.

D. – Lei dice : il reale non esiste. Ma l’uomo medio sa che reale è il monde, tutto quello che la circonda, che si vede a occhio nudo, si tocca, c’è…

R. – Intanto buttiamo questo uomo medio che, lui per primo, non esiste. È soltanto una finzione statistica. Esistono gli individui, e basta. Quando sento parlare di uomo della strada, di inchieste Doxa, di fenomeni di massa e simili penso a tutti i pazienti che ho visto passare sul divano del mio studio in 40 anni di ascolto. Non uno in qualche modo simile all’altro, non uno con le stesse fobie, le stesse angosce, lo stesso modo di raccontare, la stessa paura di non capire. L’uomo medio, chi è : io, lei, il mio portiere, il presidente della Repubblica ?

D. – Parlavamo del reale, del mondo che tutti vediamo…

R. – Appunto. La differenza fra il reale, cioè quello che non va, e il simbolico, l’immaginario, cioè la verita, è che il reale è il mondo. Per constatare che il mondo non esiste, non c’è, basta pensare a tutte le cose banali che un’infinità di stupidi credono essere il mondo. E invito gli amici di Panorama, prima di accusarmi di paradosso, a riflettere bene su quanto hanno appena letto.

D. – Sempre più pessimista, si direbbe…

R. – Non è vero. Non mi metto né fra gli allarmisti né fra gli angosciati. Guai se uno psicoanalista non ha superato il suo stadio di angoscia. È vero, ci sono intorno a noi cose orripilanti e divoranti, come la televisione dalla quale gran parte di noi viene regolarmente fagocitata. Ma soltanto perché è gente che si lascia fagocitare, s’inventa persino un interesse per quello che vede.
Poi ci sono altri aggeggi mostruosi altrettanto divoranti : i razzi che vanno sulla luna, le ricerche in fondo al mare, eccetera. Tutte cose che divorano. Ma non c’è da fare drammi. Sono sicuro che quando ne avremo abbastanza, dei razzi, della televisione e di tutte le loro maledette ricerche a vuoto, troveremo altro di cui occuparci. C’è una reviviscenza della religione, no ? E quale miglior mostro divorante della religione, una fiera continua, di che divertirsi per secoli come è già stato dimostrato ?
La mia risposta a tutto questo è che l’uomo ha sempre saputo adattarsi al male. Il solo reale concepibile, al quale abbiamo accesso è appunto questo, bisognerà farsene una ragione. Dare un senso alle cose, come si diceva. Altrimenti l’uomo non avrebbe angosce, Freud non sarebbe diventato famoso, e io farei il professore di scuola media.

D. – Le angosce : sono sempre dello stesso tipo o ci sono angosce legate a certe condizioni sociali, a certe epoche storiche, a certe latitudini ?

R. – L’angoscia dello scienziato che ha paura delle sue scoperte può sembrare recente. Ma cosa ne sappiamo di quello che è accaduto in altri tempi ? Dei drammi di altri ricercatori ? L’angoscia dell’operaio costretto alla catena di montaggio come a un remo di galera è angoscia di oggi. O più semplicemente è legata a definizioni e parole di oggi ?

D. – Ma che cos’è, per la psicoanalisi, l’angoscia ?

R. – Qualcosa che si situa al di fuori del nostro corpo, una paura, ma di niente che il corpo, mente compresa, possa motivare. Insomma, la paura della paura. Molte di queste paure, molte di queste angosce, al livello in cui le percepiamo, hanno a che fare con il sesso.
Freud diceva che la sessualità, per l’animale parlante che si chiama uomo, è senza rimedio e senza speranza. Uno dei compiti dell’analista è trovare, nelle parole del paziente, il nesso fra l’angoscia e il sesso, questo grande sconosciuto.

D. – Adesso che si distribuisce sesso a tutti gli angoli, sesso al cinema, sesso a teatro, in televisione, nei giornali, nelle canzoni, sulle spiagge, si sente dire che la gente è meno angosciata da problemi legati alla sfera sessuale. Sono caduti i tabù, si dice, il sesso non fa più paura…

R – La sessomania dilagante è solo un fenomeno pubblicitario. La psicoanalisi è una cosa seria, che riguarda, ripeto, un rapporto strettamente personale fra due individui : il soggetto e l’analista. Non esiste psicoanalisi collettiva, come non esistono angosce e nevrosi di massa.
Che il sesso sia messo all’ordine del giorno ed esposto agli angoli della strada, trattato alla pari di un qualunque detersivo nei caroselli televisivi, non costituisce affatto una promessa di qualche beneficio. Non dico che sia male. Certo non serve a curare le angosce e i problemi singoli. Fa parte della moda, di questa finta liberalizzazione che ci viene fornita, come un bene concesso dall’alto, dalla cosiddetta società permissiva. Ma non serve, a livello di psicoanalisi.

Intervista a cura di Emilia Granzotto


Freud pour toujours
entretien avec J. Lacan

Le malaise de la civilisation moderne. La difficulté de vivre. La peur et le sexe. La parole comme traitement de la névrose. L’angoisse des scientifiques. Le psychanalyste vivant le plus paradoxal expose sa doctrine et les raisons de sa fidélité au maître.

Jacques Lacan, 73 ans, parisien, psychanalyste. Apôtre de Sigmund Freud. Il se définit comme un « pur freudien » et il a fondé à Paris une école freudienne qui repropose infatigablement depuis vingt ans le retour aux doctrines du maître et sa relecture « au sens littéral ». Il est considéré comme hérétique de la psychanalyse officielle qui l’accuse d’histrionisme (Emilio Servadio, président du Centro psicoanalitico de Rome, l’a défini comme « prophète d’opérette ») et l’a chassé de ses institutions et sociétés.
Il est vénéré comme un dieu par ses partisans, pour lesquels il est « un génie qui communique par flashes ». Politiquement à gauche, proche du groupe marxiste maoïste qui dirige la revue Tel quel. Père spirituel, a-t-on dit, de tous les gauchistes français. C’est également un personnage légendaire par le ton d’oracle avec lequel il déplie ses écrits, incompréhensibles pour quiconque n’est pas largement ferré par les mystères de la psychanalyse, définie, dans l’un de ses essais, « comme rien d’autre qu’un artifice dont Freud a donné les constituants en posant que leur ensemble englobe la notion de tels constituants ».
Ses conférences et leçons du mercredi à la Faculté de droit de la Sorbonne sont suivies par une multitude d’auditeurs, malgré le langage parlé aussi obscur que fumeux de cet écrit. Il dit lui-même : « Je parle à demi-mot, c’est connu. Et à la fin personne n’y comprend rien ».
Il mêle des mots très savants (homéostasie, anamorphose, aphanisis) aux néologismes qu’il invente à brûle-pourpoint (le plus célèbre est parlêtre, soit l’être parlant, soit l’homme). Il utilise indifféremment des termes de jargon ou carrément des euphémismes débonnaires à la limite du ridicule ; le phallus, protagoniste et dieu féroce de la religion psychanalytique, devient simplement et ironiquement dans le langage de Lacan, quéquette.
Petit, les cheveux gris coupés en brosse et toujours soigneusement coiffés, une vague ressemblance qui ne lui déplaît pas à Jean Gabin, ce monstre sacré de la culture française s’habille toujours comme un dandy : chemise blanche en tissu brodé, fermée au col d’une bande boutonnée comme celle des prêtres, vestes de velours couleur prune ou abricot dont le tissage mêle le brillant et le mat.
Dans son cabinet du 5 rue de Lille, avec son canapé empire, Lacan reçoit le Tout-Paris qui compte. Lacan se proclame structuraliste, il est convaincu que linguistique et psychanalyse sont sœurs, et que les analystes « devraient avoir une culture sociologique, linguistique et métaphysique ». Ses essais sont rassemblés dans un volume qui s’intitule Écrits, vendu à des dizaines de milliers d’exemplaires.
Panorama a demandé à Lacan de parler de la psychanalyse, de ses méthodes, dans la technique et la doctrine.

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Question – Pr. Lacan, on entend de plus en plus souvent parler de la crise de la psychanalyse : on dit que Sigmund Freud est dépassé, la société moderne a découvert que sa doctrine ne suffit plus à comprendre l’homme ni à interpréter à fond son rapport avec l’environnement, avec le monde…

Lacan – Ce sont des histoires. D’abord : la crise, il n’y en a pas. Elle n’est pas là, la psychanalyse n’a pas du tout atteint ses limites, au contraire. Il y a encore beaucoup de choses à découvrir dans la pratique et dans la doctrine. En psychanalyse il n’y a pas de solution immédiate, mais seulement la longue, patiente recherche des pourquoi.
Deuxièmement : Freud. Comment peut-on le juger dépassé si nous ne l’avons pas entièrement compris ? Ce que nous savons c’est qu’il a fait connaître des choses tout à fait nouvelles que l’on n’avait jamais imaginées avant lui, des problèmes… de l’inconscient jusqu’à l’importance de la sexualité, de l’accès au symbolique à l’assujettissement aux lois du langage.
Sa doctrine a mis en question la vérité, une affaire qui regarde tout un chacun, personnellement. Rien à voir avec une crise. Je répète : on est loin des objectifs de Freud. C’est aussi parce que son nom a servi à couvrir beaucoup de choses qu’il y a eu des déviations, les épigones n’ont pas toujours fidèlement suivi le modèle, ça a créé la confusion.
Après sa mort, en 39, même certains de ses élèves ont prétendu faire la psychanalyse autrement, réduisant son enseignement à quelques petites formules banales : la technique comme rite, la pratique réduite au traitement du comportement et, comme visée, la réadaptation de l’individu à son environnement social. C’est-à-dire la négation de Freud, une psychanalyse arrangeante, de salon.
Il l’avait prévu. Il disait qu’il y a trois positions impossibles à soutenir, trois engagements impossibles, gouverner, éduquer et psychanalyser. Aujourd’hui peu importe qui a des responsabilités au gouvernement, et tout le monde se prétend éducateur. Quant aux psychanalystes, hélas, ils prospèrent comme les magiciens et les guérisseurs. Proposer aux gens de les aider signifie le succès assuré et la clientèle derrière la porte. La psychanalyse c’est autre chose.

Q. – Quoi exactement ?

L – Je la définis comme un symptôme, révélateur du malaise de la civilisation dans laquelle nous vivons. Ce n’est certes pas une philosophie, j’abhorre la philosophie, il y a bien longtemps qu’elle ne dit plus rien d’intéressant. Ce n’est même pas une foi, et ça ne me va pas de l’appeler science. Disons que c’est une pratique qui s’occupe de ce qui ne va pas, terriblement difficile parce qu’elle prétend introduire dans la vie quotidienne l’impossible et l’imaginaire. Jusqu’à maintenant, elle a obtenu certains résultats, mais elle n’a pas encore de règles et elle se prête à toutes sortes d’équivoques.
Il ne faut pas oublier qu’il s’agit de quelque chose de tout à fait nouveau, que ce soit par rapport à la médecine, ou à la psychologie ou aux sciences affines. Elle est aussi très jeune. Freud est mort il y a à peine 35 ans. Son premier livre L’Interprétation des rêves a été publié en 1900, et avec très peu de succès. Je crois qu’il en a été vendu 300 exemplaires en quelques années. Il avait aussi très peu d’élèves, qui passaient pour des fous, et eux-mêmes n’étaient pas d’accord sur la façon de mettre en pratique et d’interpréter ce qu’ils avaient appris.

Q. – Qu’est-ce qui ne va pas aujourd’hui chez l’homme ?

L. – Il y a cette grande fatigue de vivre comme résultat de la course au progrès. On attend de la psychanalyse qu’elle découvre jusqu’où on peut aller en traînant cette fatigue, ce malaise de la vie.

Q. – Qu’est-ce qui pousse les gens à se faire psychanalyser ?

L. – La peur. Quand il lui arrive des choses, même des choses qu’il a voulues, qu’il ne comprend pas, l’homme a peur. Il souffre de ne pas comprendre et petit à petit il entre dans un état de panique, c’est la névrose. Dans la névrose hystérique le corps devient malade de la peur d’être malade, sans l’être en réalité. Dans la névrose obsessionnelle la peur met des choses bizarres dans la tête… pensées qu’on ne peut pas contrôler, phobies dans lesquelles formes et objets acquièrent des significations diverses et effrayantes.

Q. – Par exemple ?

L.– Il arrive au névrosé de se sentir poussé par un besoin épouvantable d’aller vérifier des dizaines de fois si le robinet est vraiment fermé ou si telle chose est bien à sa place, tout en sachant avec certitude que le robinet est comme il doit être et que la chose est bien à sa place. Il n’y a pas de pilule qui guérisse cela. Tu dois découvrir pourquoi cela t’arrive et savoir ce que cela signifie.

Q. – Et le traitement ?

L. – Le névrosé est un malade qui se traite avec la parole, avant tout avec la sienne. Il doit parler, raconter, expliquer lui-même. Freud la définit ainsi : « assomption de la part du sujet de sa propre histoire, dans la mesure où elle est constituée par la parole adressée à un autre ».
La psychanalyse est le règne de la parole, il n’y a pas d’autre remède. Freud expliquait que l’inconscient, ce n’est pas tant profond mais plutôt qu’il est inaccessible à l’approfondissement conscient. Et il disait aussi que dans cet inconscient « ça parle » : un sujet dans le sujet, transcendant le sujet. La parole est la grande force de la psychanalyse.

Q. – Parole de qui ? du malade ou du psychanalyste ?

L. – En psychanalyse, les termes malade, médecin, médecine, ne sont pas exacts, ils ne sont pas utilisés. Même les formules passives qui sont utilisées habituellement ne sont pas justes. On dit « se faire psychanalyser ». C’est faux. Celui qui fait le vrai travail en analyse c’est celui qui parle, le sujet analysant, même s’il le fait sur le mode suggéré par l’analyste qui lui indique comment procéder et l’aide par des interventions. Des interprétations lui sont fournies qui semblent au premier abord donner sens à ce que l’analysant dit.
En réalité l’interprétation est plus subtile, elle tend à effacer le sens des choses dont le sujet souffre. Le but est de lui montrer à travers son propre récit que son symptôme, disons la maladie, n’est en relation avec rien, qu’il est dénué de tout sens. Même si en apparence il est réel, il n’existe pas.
Les voies par lesquelles cette action de la parole procède demandent une grande pratique et une patience infinie. La patience et la mesure sont les instruments de la psychanalyse. La technique consiste à savoir mesurer l’aide qu’on donne à l’analysant ; c’est pour ça que la psychanalyse est difficile.

Q. – Quand on parle de Jacques Lacan, on associe inévitablement ce nom à une formule : « le retour à Freud ». Qu’est-ce que cela signifie ?

L. – Exactement ce qui est dit. La psychanalyse c’est Freud. Si on veut faire de la psychanalyse, il faut se référer à Freud, à ses termes, à ses définitions, lus et interprétés dans leur sens littéral. J’ai fondé à Paris une école freudienne justement pour ça.
Ça fait 20 ans et plus que je vais en expliquant mon point de vue : le retour à Freud signifie simplement désencombrer le champ des déviations et des équivoques, des phénoménologies existentielles par exemple comme du formalisme institutionnel des sociétés psychanalytiques, en reprenant la lecture de son enseignement selon les principes définis et catalogués dans son travail. Relire Freud veut dire seulement relire Freud. Celui qui ne fait pas cela en psychanalyse utilise des formes abusives.

Q. – Mais Freud est difficile. Et Lacan dit-on le rend incompréhensible. On reproche à Lacan de parler, et surtout d’écrire, de telle façon que seuls quelques initiés puissent espérer comprendre.

L.– Je le sais, j’ai la réputation d’être un obscur qui cache sa pensée dans des nuages de fumée. Je me demande pourquoi. À propos de l’analyse, je répète avec Freud qu’elle est « le jeu intersubjectif à travers lequel la vérité entre dans le réel ». C’est pas clair ? Mais la psychanalyse n’est pas une chose simple.
Mes livres sont réputés incompréhensibles. Mais par qui ? Je ne les ai pas écrits pour tous, pour qu’ils soient compris par tous. Au contraire, je ne me suis pas préoccupé un instant de complaire à quelques lecteurs. J’avais des choses à dire et je les ai dites. Il me suffit d’avoir un public qui lit, s’il ne comprend pas tant pis. Quant au nombre de lecteurs, j’ai eu plus de chance que Freud. Mes livres sont même trop lus, j’en suis étonné.
Je suis même convaincu que dans 10 ans au maximum, qui me lira me trouvera transparent comme un beau verre de bière. Peut-être qu’alors on dira : ce Lacan qu’il est banal !

Q. – Quelles sont les caractéristiques du lacanisme ?

L. – C’est un peu tôt pour le dire puisque le lacanisme n’existe pas encore. On en perçoit à peine l’odeur, comme un pressentiment.
Quoi qu’il en soit, Lacan est un monsieur qui pratique depuis 40 ans la psychanalyse et qui l’étudie depuis autant de temps. Je crois dans le structuralisme et dans la science du langage. J’ai écrit dans un de mes livres que « ce à quoi nous ramène la découverte de Freud est l’importance de l’ordre dans lequel nous sommes entrés, dans lequel nous sommes, si l’on peut dire, nés une seconde fois, sortant de l’état appelé justement infans, sans parole ».
L’ordre symbolique sur lequel Freud a fondé sa découverte est constitué par le langage, comme moment du discours universel concret. C’est le monde des paroles qui crée le monde des choses, initialement confuses dans le tout en devenir. Seuls les mots donnent un sens accompli à l’essence des choses. Sans les mots rien n’existerait. Que serait le plaisir sans l’intermédiaire de la parole ?
Mon idée est que Freud en énonçant dans ses premières œuvres (L’Interprétation des rêves, Au-delà du principe de plaisir, Totem et tabou) les lois de l’inconscient a formulé, en précurseur des temps, les théories avec lesquelles quelques années plus tard Ferdinand de Saussure a ouvert le chemin à la linguistique moderne.

Q. – Et la pensée pure ?

L. – Soumise, comme tout le reste, aux lois du langage, seuls les mots peuvent l’introduire et lui donner consistance. Sans le langage, l’humanité ne ferait pas un pas en avant dans les recherches sur la pensée. Ainsi la psychanalyse. Quelle que soit la fonction qu’on veuille lui attribuer, agent de guérison, de formation ou de sondage, il n’y a qu’un médium dont on se serve : la parole du patient. Et chaque mot demande réponse.

Q. – L’analyse comme dialogue donc ? Il y a des gens qui l’interprètent plutôt comme un succédané laïc de la confession…

L. – Mais quelle confession. Au psychanalyste on ne confesse rien du tout. On va lui dire simplement tout ce qui nous passe par la tête. Des mots précisément.
La découverte de la psychanalyse, c’est l’homme comme animal parlant. C’est à l’analyste de mettre en série les mots qu’il écoute et de leur donner un sens, une signification. Pour faire une bonne analyse, il faut un accord, une affinité entre l’analysant et l’analyste.
À travers les mots de l’un, l’autre cherche à se faire une idée de ce dont il s’agit, et à trouver au-delà du symptôme apparent le nœud difficile de la vérité. Une autre fonction de l’analyste est d’expliquer le sens des mots pour faire comprendre au patient ce qu’il peut attendre de l’analyse.

Q. – C’est un rapport d’une extrême confiance.

L. – Plutôt un échange. Dans lequel l’important est que l’un parle et l’autre écoute. Même en silence. L’analyste ne pose pas de question et n’a pas d’idée. Il donne seulement les réponses qu’il veut bien donner aux questions qui suscitent son bon vouloir. Mais en fin de compte l’analysant va toujours où l’analyste l’emmène.

Q. – C’est la cure. Et les possibilités de guérison ? Est-ce qu’on sort de la névrose ?

L. – La psychanalyse réussit quand elle débarrasse le champ aussi bien du symptôme que du réel, ainsi elle arrive à la vérité.

Q. – Est-ce qu’on peut expliquer ce concept d’une manière moins lacanienne ?

L. – J’appelle symptôme tout ce qui vient du réel. Et le réel c’est tout ce qui ne va pas, ce qui ne fonctionne pas, ce qui fait obstacle à la vie de l’homme et à l’affirmation de sa personnalité. Le réel revient toujours à la même place, on le trouve toujours là avec les mêmes manifestations. Les scientifiques ont une belle formule : qu’il n’y a rien d’impossible dans le réel. Il faut un sacré culot pour des affirmations de ce genre, ou bien comme je le soupçonne, l’ignorance totale de ce qu’on fait et de ce qu’on dit.
Le réel et l’impossible sont antithétiques ; ils ne peuvent aller ensemble. L’analyse pousse le sujet vers l’impossible, elle lui suggère de considérer le monde comme il est vraiment, c’est-à-dire imaginaire et sans aucun sens. Alors que le réel, comme un oiseau vorace, ne fait que se nourrir de choses sensées, d’actions qui ont un sens.
On entend toujours répéter qu’il faut donner un sens à ceci et à cela, à ses propres pensées, à ses propres aspirations, aux désirs, au sexe, à la vie. Mais de la vie nous ne savons rien de rien, comme s’essoufflent à l’expliquer les scientifiques.
Ma peur est que par leur faute, le réel, chose monstrueuse qui n’existe pas, finira par prendre le dessus. La science est en train de se substituer à la religion, avec autant de despotisme, d’obscurité et d’obscurantisme. Il y a un dieu atome, un dieu espace, etc. Si la science ou la religion l’emportent, la psychanalyse est finie.

Q. – Quel rapport y a-t-il aujourd’hui entre la science et la psychanalyse ?

L. – Pour moi l’unique science vraie, sérieuse, à suivre, c’est la science fiction. L’autre, celle qui est officielle, qui a ses autels dans les laboratoires avance à tâtons sans but et elle commence même à avoir peur de son ombre.
Il semble que soit arrivé aussi pour les scientifiques le moment de l’angoisse. Dans leurs laboratoires aseptisés, revêtus de leurs blouses amidonnées, ces vieux enfants qui jouent avec des choses inconnues, manipulant des appareils toujours plus compliqués, et inventant des formules toujours plus abstruses, commencent à se demander ce qui pourra survenir demain et ce que finiront par apporter ces recherches toujours nouvelles. Enfin, dirai-je, et si c’était trop tard ? On les appelle biologistes, physiciens, chimistes, pour moi ce sont des fous.
Seulement maintenant, alors qu’ils sont déjà en train de détruire l’univers, leur vient à l’esprit de se demander si par hasard ça ne pourrait pas être dangereux. Et si tout sautait ? Si les bactéries aussi amoureusement élevées dans les blancs laboratoires se transmutaient en ennemis mortels ? Si le monde était balayé par une horde de ces bactéries avec toute la chose merdeuse qui l’habite, à commencer par les scientifiques des laboratoires ?
Aux trois positions impossibles de Freud, gouverner, éduquer, psychanalyser, j’en ajouterais une quatrième : la science. À ceci près que eux, les scientifiques, ne savent pas qu’ils sont dans une position insoutenable.

Q. – C’est une vision assez pessimiste de ce qui communément se définit comme le progrès.

L. – Pas du tout, je ne suis pas pessimiste. Il n’arrivera rien. Pour la simple raison que l’homme est un bon à rien, même pas capable de se détruire. Une calamité totale promue par l’homme, personnellement je trouverais ça merveilleux. La preuve qu’il aurait finalement réussi à fabriquer quelque chose avec ses mains, avec sa tête, sans intervention divine ou naturelle ou autre.
Toutes ces belles bactéries bien nourries se baladant dans le monde, comme les sauterelles bibliques, signifieraient le triomphe de l’homme. Mais ça n’arrivera pas. La science a sa bonne crise de responsabilité. Tout rentrera dans l’ordre des choses, comme on dit. Je l’ai dit, le réel aura le dessus comme toujours, et nous serons foutus comme toujours.

Q. – Un autre des paradoxes de Jacques Lacan. On lui reproche non seulement la difficulté du langage et l’obscurité des concepts, les jeux de mots, les plaisanteries linguistiques, les calembours à la française, et précisément les paradoxes. Celui qui écoute ou qui lit a le droit de se sentir désorienté.

L. – Je ne plaisante pas du tout, je dis des choses très sérieuses. Sauf que j’utilise les mots comme les scientifiques, dont nous parlions plus haut, utilisent leurs alambics et leurs gadgets électroniques. Je cherche toujours à me reporter à l’expérience de la psychanalyse.

Q. – Vous dites : le réel n’existe pas. Mais l’homme moyen sait que le réel c’est le monde, tout ce qui l’entoure, ce qui se voit à l’œil nu, se touche, c’est…

L. – D’abord rejetons cet homme moyen qui, lui, pour commencer n’existe pas, c’est seulement une fiction statistique, il existe des individus et c’est tout. Quand j’entends parler de l’homme de la rue, de sondages, de phénomènes de masse ou de choses semblables, je pense à tous les patients que j’ai vu passer sur le divan de mon cabinet en quarante années d’écoute. Il n’y en a pas un qui soit de quelque façon semblable à l’autre, pas un avec les mêmes phobies, les mêmes angoisses, la même façon de raconter, la même peur de ne pas comprendre. L’homme moyen qui est-ce, moi, vous, mon concierge, le président de la République ?

Q. – Nous parlions du réel, du monde que nous tous voyons…

L. – Précisément. La différence entre le réel, à savoir ce qui ne va pas, et le symbolique et l’imaginaire, à savoir la vérité, c’est que le réel c’est le monde. Pour constater que le monde n’existe pas, qu’il n’est pas, il suffit de penser à toutes les choses banales qu’une infinité de gens stupides croient être le monde. Et j’invite les amis de Panorama, avant de m’accuser de paradoxe, à bien réfléchir sur ce qu’ils viennent de lire.

Q. – Toujours plus pessimiste on dirait…

L. – Ce n’est pas vrai. Je ne me range pas parmi les alarmistes ni parmi les angoissés. Gare si un psychanalyste n’a pas dépassé son stade de l’angoisse. C’est vrai, il y a autour de nous des choses horripilantes et dévorantes, comme la télévision, par quoi la plus grande partie d’entre nous se trouve régulièrement phagocytée. Mais c’est seulement parce que des gens se laissent phagocyter, qu’ils vont jusqu’à s’inventer un intérêt pour ce qu’ils voient.
Puis, il y a d’autres gadgets monstrueux aussi dévorants, les fusées qui vont sur la lune, les recherches au fond de la mer, etc., toutes choses qui dévorent, mais il n’y a pas de quoi en faire un drame. Je suis sûr que quand nous en aurons assez des fusées, de la télévision et de toutes leurs maudites recherches à vide, nous trouverons d’autres choses pour nous occuper. Il y a une reviviscence de la religion, non ? Et quel meilleur monstre dévorant que la religion, une foire continuelle, de quoi s’amuser pendant des siècles comme ça a déjà été démontré ?
Ma réponse à tout cela c’est que l’homme a toujours su s’adapter au mal. Le seul réel concevable auquel nous ayons accès est précisément celui-ci, il faudra s’en faire une raison. Donner un sens aux choses comme on disait. Autrement l’homme n’aurait pas d’angoisse. Freud ne serait pas devenu célèbre et moi je serais professeur de collège.

Q. – Les angoisses : sont-elles toujours de ce type ou bien y a-t-il des angoisses liées à certaines conditions sociales, à certaines étapes historiques, à certaines latitudes ?

L. – L’angoisse du scientifique qui a peur de ses propres découvertes peut sembler récente, mais que savons-nous de ce qui est arrivé à d’autres époques, des drames d’autres chercheurs ? L’angoisse de l’ouvrier rivé à la chaîne de montage comme à la rame d’une galère, c’est l’angoisse d’aujourd’hui. Ou plus simplement elle est liée aux définitions et aux mots d’aujourd’hui ?

Q. – Mais qu’est-ce que c’est l’angoisse pour la psychanalyse ?

L. – Quelque chose qui se situe à l’extérieur de notre corps, une peur, une peur de rien que le corps, esprit compris, puisse motiver. En somme, la peur de la peur. Beaucoup de ces peurs, beaucoup de ces angoisses, au niveau où nous les percevons, ont quelque chose à faire avec le sexe.
Freud disait que la sexualité, pour l’animal parlant qu’on appelle l’homme, est sans remède et sans espoir. Un des devoirs de l’analyste est de trouver dans les paroles du patient le nœud entre l’angoisse et le sexe, ce grand inconnu.

Q. – Maintenant qu’on met du sexe à toutes les sauces, sexe au cinéma, sexe au théâtre, à la télévision, dans les journaux, dans les chansons, à la plage, on entend dire que les gens sont moins angoissés concernant les problèmes liés à la sphère sexuelle. Les tabous sont tombés, dit-on, le sexe ne fait plus peur…

L. – La sexomanie galopante est seulement un phénomène publicitaire. La psychanalyse est une chose sérieuse qui regarde, je répète, un rapport strictement personnel entre deux individus : le sujet et l’analyste. Il n’existe pas de psychanalyse collective, comme il n’existe pas d’angoisses ou de névroses de masse.
Que le sexe soit mis à l’ordre du jour et exposé à tous les coins de rue, traité de la même façon que n’importe quel détersif dans les carrousels télévisés, ne constitue absolument pas une promesse d’un quelconque bénéfice. Je ne dis pas que ce soit mal. Certes, ça ne sert pas à soigner les angoisses et les problèmes singuliers. Ça fait partie de la mode, de cette fausse libéralisation qui nous est fournie comme un bien accordé d’en haut par la soi disant société permissive. Mais ça ne sert pas au niveau de la psychanalyse.
 

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